Capitulo I: Matrimonio Bajo Cero

"Apenas puedo creer que de hecho logré sobrevivir: pero, parece que esas cosas como estudiar, poner atención, y evitar los maratones en Netflix los días de exámenes sirvieron, y me pasé sin demasiados problemas.

En realidad, quizá sea muy apresurado decirlo, pero casi siento menos complicada la universidad de lo que fue la escuela preparatoria; en buena parte, no tengo que estudiar cosas en teoría no me interesan, así que todo o casi todo cae en gusto por eliminación. ¿Es difícil? A veces, tampoco lo voy a negar y pintarlo perfecto en su totalidad, pero a pesar de todo, siento, por primera vez, encontrarme con mis iguales. Este es mi lugar, el lugar por el que había estado esperando toda la vida...es...una fuente de ilustración, intelectualismo y cordialidad entre iguales..."

—¡Cuidado! —Allyson escuchó un gritó a la distancia, mientras vio interrumpida las reflexiones que escribía en su laptop, relajada en una banca de los jardines del campus de su escuela.

—¡No! ¡Tú ten cuidado! —reaccionó, tras notar como por apenas unos pocos centímetros, su rostro esquivó el golpe de una pelota de balonmano.

La joven regresó la pelota a las jugadoras para después volver a sus pensamientos.

—Todos los años, cada vez que entró a un nuevo grado, ya sea en la primaria, la secundaria, o el bachillerato un jodido balón siempre me termina golpeando en la cara —pensó—. ¡Pero no en ésta ocasión! ¡Soy una persona diferente! ¡Ya no soy esa adolescente insulsa e insegura de la que todos hacían mofa! ¡Ahora soy una joven mujer, fuerte, independiente, y completamente..!

—¡Uy, le pegaste a la colorada esa con el balón! —Allyson, tras recibir un golpe en la nuca con una pelota de soccer

—¡Ni siquiera estamos cerca de las canchas! —ella reclamó al joven que se le acercó a su banca para ir por la pelota.

El aspirante a atleta (con gran énfasis en “aspirante”) se alejó una vez recobrado el artículo, sin siquiera ofrecer disculpas por la despeinada y el raspón en la delicada piel de Allyson.

—Que remedio —suspiró, tras arreglar su cabellera borgoña, antes de proseguir con sus anotaciones.

Pero esa molestia, en el gran esquema de la academia, era algo menor; nada, ni nadie le arrebataría la dicha y satisfacción de haber llevado un primer semestre de buena manera. Era un logro personal, el haber demostrado que tiene madera para salir adelante y medirse contra los duros estándares de la educación superior. Y para mayor alegría, era el hecho que no estaba sola: por fortuna, no fue la única de su antigua escuela en ingresar con ella a la experiencia universitaria. Tenía a su lado a su mejor amiga, Sarah.

Ése día, se encontraron en la estación del autobús de estudiantes, a punto de salir del matadero, también conocido como la entrega de resultados del final de semestre, y a pesar de los miedos y sospechas, parecía que en su mayor parte, los alumnos habían salido victoriosos.

—¿Cuántos suéteres dices que tienes encima? —Allyson escuchó de Sarah mientras ambas salían del campus de la universidad, tras revisar sus últimos resultados de las materias que tenían pendientes.

—¿Se nota demasiado que tengo mucha ropa?

—Son suéteres o estás usando un traje de gorda para hacer un documental sobre la percepción de la imagen femenina en la sociedad contemporánea...y sé que no puede ser eso; ese es proyecto de hasta al menos el tercer semestre.

Allyson y Sarah se conocían desde los diez años, y habían estado en todos los grados juntas de modo consecutiva desde entonces; para el ojo externo, la amistad de ambas podía parecer un autentico enigma: Allyson, pelirroja y con la piel más blanca qué un albino finlandés desde nacimiento, feminista por decisión y estirpe, estudiante sobresaliente (para estándares no-asiáticos, por lo menos), neurótica, nerviosa, tímida que constantemente tiene que luchar contra su impulso de encerrarse en si misma y en sus fantasías para enfrentar el mundo exterior; quizá no lucía como la compañera lógica de Sarah: una hermosa morena de la cuál lo único que llamaba más la atención que una apariencia portentosa que atraía miradas de propios y extraños era una personalidad impredecible, capaz de pasar de la locura sin sentido a la lucidez y profundidad en una sola oración.

¿Pero desde cuándo las amistades tienen que tener sentido?

—¿Recuerdas toda esa histeria por el cambio climático? ¿El derretimiento de los polos? —Allyson preguntaba entre estornudos mientras se encaminaban a su hogar —. ¿Todo eso que Al Gore nos dijo?

—Sí.

—Sé que está mal que lo diga pero, en realidad, eso de un mundo un pelin más cálido no se me hace tan mal plan.

—¿De verdad? Porque yo tengo un plan para hacer de Toronto una ciudad algo menos fría, verás...

—Ya hablamos de eso Sarah: construir una lupa gigante a las afueras del área metropolitana no es viable.

—¡Funciona con las hormigas!

—Eso es lo que necesitamos: media población encendida en fuego como un hormiguero gigante.

—Velo como una especie de...fogata personal...

—¡Que bueno que no estás estudiando ingeniería civil o planeación urbana!

—¡Coño! ¡Eso no sonaba mal!

Fue el primer semestre en la universidad para ambas; tras años y años de educación básica, el dar ese paso a un nivel más alto con mentes de mayor calibre era refrescante y estimulante en muchos sentidos: debates, intercambios de ideas auténticos dónde había argumentos y contra-argumentos reales, basados en la idea de tener la razón a través de la información en lugar de “si no puedes ganarle a tu contrincante, recuerda imitarle con voz chistosa”.

De verdad parecía un autentico recinto de conocimiento...el problema es que la estadía en el recinto venía con una renta muy cara.

—¿Siguen recortadas tus horas en el café? —Sarah preguntó mientras me recostaba en el sofá de la sala, una vez llegadas ambas al hogar.

—Es una paradoja a la que muchos nos tenemos que enfrentar: el trabajo en el lugar desgasta, y cuándo estoy ahí quisiera estar aquí relajándome, pero si me recortan las horas, estando aquí no puedo relajarme pensando, “madre mía, ¡por favor que no surja algo! ¡Que no se descomponga la calefacción! ¡Que no encarguen comprar un tonto libro que fácil podría descargarme gratis por un Torrent!”

Allyson consiguió un trabajo como barista de una cafetería frecuentada por escritores de guiones que nunca acaban, universitarios más privilegiados que no tienen la necesidad de entrar al sector de servicios para un ingreso extra, y otros clichés más relacionados con este tipo de establecimientos. Su madre pagaba la escuela, pero inclusive con ese apoyo, la hija necesitaba algo más para sobrevivir el día a día, y aunque no parecía un trabajo particularmente difícil o extenuante la mayor parte del tiempo, en temporada de exámenes y reportes finales, cuándo los estudiantes necesitan estar despiertos hasta 22 horas al día, las masas de clientes que se podían formar podrían competir contra un metro en Hong Kong.

—¡Alegrate querida! ¿No te emociona el que estamos ya oficialmente en vacaciones?

—Para ti es fácil decirlo —la pelirroja replicó—. Pero yo, yo seré la que tenga que seguir trabajando para ahorrar sus centavos y que el próximo semestre no se sienta tan duro.

—Deberías ir a una fiesta, ¿acaso te pegaría un mal incurable asistir a una?

—No sé si cuente pero creo que en el liceo solíamos tener platicas sobre como una chica puede de hecho terminar con un “mal incurable” a nuestra edad y por consecuencia de demasiados tragos de ponche en una fiesta.

Y aún teniendo ganas, Allyson nunca disfrutó esa parte de la experiencia del universitario, al menos no de momento; cada vez que iba a alguna por obra y gracia de alguna deidad de poderes infinitos para lograr eso, era la misma historia: Sarah, con su sonrisa perfecta y...otros atributos no localizados en el rostro precisamente acaparaba la atención de todos los chicos. ¿Tragos gratis? ¿Invitaciones a salir? Ella era capaz de pedir incluso un riñón y en diez minutos estaban a punto de operar de manera improvisada en alguna mesa, mientras que ella terminaba arrinconándose, ocultando su rostro con los largos flequillos borgoña de su cabellera y estirando la vida-media de un vaso de cerveza por quizá demasiadas horas.

—Pues vas a tener que mejorar un poco tu actitud respecto a las fiestas —Sarah comentó, sentándose sobre el apoya-brazos del mueble, a un costado de los pies descalzos de su amiga.

—Yo sé, yo sé: se acerca diciembre, los villancicos, las festividades, todo eso...y...en ocasiones me preguntó si vale la pena preservar esta costumbre.

—¿Por qué lo dices?

—Se me hace demasiado excesivo en ocasiones; matar un árbol, colgar en él cristalitos y listonsitos que no me pondría yo, menos a otro ser vivo...a mi siempre me gustaron las cosas más sencillas

—¿Quieres convertirte al judaísmo? —sugirió Sarah—. Un menorah sencillo para ocho noches y comemos comida frita como cerdas.

—Es una oferta tentadora...pero con todo respeto, cualquier fiesta que dura ocho noches dura siete noches de más.

—Vale, comprendo Allye querida, pero me refería más a otra fiesta...

—¿Otra fiesta? —la pelirroja se levantó—. ¿Qué? ¿No basta con el nacimiento de un hippie de hace más de 2 mil años?

—Quiero decir, lo de tu madre.

—¿Mi madre? ¿Qué hay con mi madre?

—¡Vamos, no te hagas! —insistió la morena.

—Sarah, normalmente aprecio las sutilezas pero mi mente aún está alelada por los exámenes así que no le pidas que haga procesos mentales complejos por al menos dos días. Así que si pudieras dejarte de indirectas y decirme de una buena vez...

—¡La boda Allye! ¡La boda! —gritó, sujetando a la pelirroja de sus costados.

—¿La boda? ¡Si todavía no me lo ha propuesto! Y aunque estoy segura que tú y yo haríamos una linda pareja, prefiero que sigamos siendo amigas y nada más.

—La boda de tu madre —Sarah pronunció con lentitud, con sus manos sobre las mejillas de la pelirroja, enfocando su rostro hacia su mensaje.

—¿M-mi ma..? —tartamudeó ¡Oh, coño! ¡Es verdad!

Y Allyson finalmente recordó un pequeño gran detalle que hacía esta temporada de invierno diferente a las anteriores; su madre, divorciada desde que ella tiene memoria, y sola durante casi toda su estadía en su hogar iba a contraer nupcias con un viejo amigo del bachillerato. Y la boda sería el primero de diciembre.

—No puede ser —se levantó, murmurando, nerviosa—. ¿De verdad ya pasaron los meses? ¿Ya tan pronto será todo el asunto?

Parecía que fue ayer cuándo apenas estaban planeando la fecha; su madre, Colleen, y su futuro padrastro, Keith, se re-encontraron cuándo Allyson cursaba el segundo año en su antigua escuela preparatoria, y al año siguiente, anunciaron el plan de contraer matrimonio. Fue rápido para la medida de cualquier estándar, pero ambos parecían muy decididos, sin miedo, y sin tiempo (Colleen llegando a decir que arriba de los cuarenta, no puede darse el lujo de los jóvenes de relaciones sin compromiso de años y años).

Y ese misil estaba a punto de hacer impacto en su blanco.

—¿De verdad no lo recordabas? —Sarah preguntó, teniendo dificultad para aceptar que su amiga se le había pasado pasado ese detalle.

—No...bueno, llegué a pensar en eso —Allyson intentó justificarse—. Pero...Dios, creo que este primer semestre me ha hecho papilla los sesos.

—¿Si sabes cómo me llamo, verdad? ¿Si sabes cómo te llamas tú, no?

—¡No exageres! ¡Sí, se me pasó, pero no es como si tuviera una versión juvenil del Alzheimer! ¡Tú...chica...em...chica...!

—Sarah.

—¡Sarah! ¡Sí! ¡Eso es!

—Yo sé que la transición a la universidad es dura en ocasiones...creo que lo mejor sería que calmaras tu mente, que desaceleres un poco tu ritmo. Has tenido muchas preocupaciones, al igual que yo, ¡esa es la vida del estudiante! Pero eventualmente vas a tener que encontrar una manera de olvidarte de todo aunque sea por un momento. Por mi cuenta, yo hago varias cosas: me gusta pintar como sabes, le agarré gusto el año pasado al tiro con arco y aún lo practico los fines de semana, y si hay dinero, hasta algo tan simple como pasearme por el centro comercial me ayuda. Ahora, no sé que es lo que sirva para ti, pero sugiero...

Sarah detuvo su tesis al notar que Allyson había caído dormida y se encontraba roncando como un oso en hibernación en el suelo.

—...O puedes dormir; eso es también un buen plan...

Sabía que era lo que la pelirroja necesitaba con tanta urgencia: un poco de reposo, un momento de inconsciencia. Los grandes eventos, los sucesos memorables siempre traen su juego de complicaciones: tantos detalles que planear, ropa que ponerse, y eso a su vez representaba toda una gama amplía de incomodidades: vestidos que hacían lucir a la joven de cabellera colorada como una muñeca de trapo mal cocida (a su parecer); zapatos que en otras circunstancias podrían calificar como instrumentos de tortura, y maquillaje que siempre parecía hacerla lucir no como una desnudista, no como una payaso, sino como una desnudista para payasos y antes de preocuparse por lo siguiente, lo mejor era simplemente caer dónde le tocara y pensar una vez recuperada la consciencia.

N/A: Y ahora, oficialmente el primer episodio de esta nueva aventura.

Mil gracias a todos y todas que han apoyado...bueno, casi todas las tonterías que he hecho.

Shalom camaradas.

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