Capítulo 6: No tiene remedio.
Ryan.
Cuando cierro los ojos, me gusta pensar en el pasado. No es claro, mi mente suele jugar con él para hacerlo ver más romántico de lo que fue. El romanticismo era mi arma de doble filo.
Pero igual me hacía creer que todo estaba bien.
—Y piensa que estás en un mundo feliz. La felicidad encanta más que cualquier palabra.
Vi cierta inseguridad en la mirada de Alec, pero forzó una sonrisa en su rostro que aparentaba todo menos felicidad. Debía ayudarle en ese aspecto, esa clase de miradas se veían burlonas o arrogantes, como animales rabiosos a quienes les habían arrebatado el alimento.
Estaba seguro de que era también una forma de proteger sus verdaderas emociones.
—Ya vuelvo. —Resopló amargo.
—Aquí te espero, cielo. —Le apoyé de lejos.
Estaba pisando terreno inexplorado, y aún así, apoyó sus brazos sobre el mostrador y con una sonrisa llena de confianza se dirigió a la chica. Me sentí en el cinema, emocionado. Tomé asiento en el banco para observar el esperado acontecimiento, crucé los dedos y le recé a los Beatles para que lo protegieran.
—Qué hay, mi nombre es Alec —se presentó. Sus palmas se estrecharon—. ¿Qué lavadora podría utilizar? Tengo algo de prisa.
Qué.
Deseé que no me diera la espalda y pudiera verme de frente, o que al menos notara la expresión incrédula que ella portaba. Me sentí frustrado, como si me hubieran atrapado en una pecera llena de sapos apestosos, el sonido de la lavadora a un costado no ayudaba en lo más mínimo a que me concentrara.
—Disculpa, dije que vendrían a revisarlas por la tarde debido a que están fallando. —Se sintió avergonzada.
Dios, esto solo hace obvio el que no la estabas escuchando.
—Oh, perdona —se rió, golpeteando su rodilla contra la madera—. Soy bastante torpe a veces y estoy medio sordo.
Bajé los hombros, menos tenso. Hacer el papel de torpe funcionaba a veces, pero a ciertas personas podría desesperarles así que no usaba esa carta con frecuencia. Lo mejor era ser natural, no forzar las cosas. Seguir el sentido de lo que era una actitud común y segura. A nadie le gustaba ver personas como sí mismos.
—Estudio derecho en CATS. Soy foráneo, de Calis —sacó su billetera color mostaza. Se rió en solitario—. ¿Quieres ir por una malteada?
Bajé la cabeza. La última cosa a la que debías recurrir en las primeras líneas de presentación era tu carrera, sobre todo mostrar la billetera. Era tallar sobre un rostro ajeno la palabra "casafortunas" y eso no haría sentir bien a alguien con media neurona, ni siquiera a un chango.
—Es como decir que lo único bueno en ti es tu dinero... —Suspiré.
No tiene remedio este hombre.
—Mi turno acaba tarde y tengo otros planes. —Recibió un claro y evidente NO, que le hizo regresar sin otra palabra a los bancos junto a mí, y mantuvimos el silencio varios minutos mientras escuchaba la ropa lavarse al frente, igual que niños castigados en el pasillo afuera del salón de maestros.
Nos miramos de reojo, y desviamos la vista al percatarnos de ello. Alec Skinner y yo tuvimos una relación complicada por muchos años.
Lo conocí en el jardín de niños, él rescató una mariposa herida junto a la pequeña Chloe y yo fui quien se ofreció para cuidarla en casa. Él tenía unos padres bastante estrictos que no compartían gran afán por mí y mi actitud de mocoso, quizás por ello mi madre tampoco los toleraba. Pero eso nunca nos detuvo para pelear con tierra en el campo o hacer refugios de arena cuando íbamos a la playa.
El puto sapo impuso el principio del final en nuestra amistad. Dios, pasé semanas enteras disculpándome pero no pudo superarlo. Tras eso yo también me enfadé mucho, pues igual me ahogué y a él le importó tres calabazas lo que me pasó; Jack era más importante.
Tuvimos una discusión en clase por la profesora. Pidió que escogiéramos al representante de clase ese semestre, quien se encargaría de recoger ciruelas por la mañana y como recompensa tendría una bicicleta. Mis calificaciones superaron las de él, yo fui el representante y obtuve el premio, también recogí las ciruelas.
Su casa en el árbol se quemó porque quise hacer una fogata en ella cuando él no estaba. Al menos salí vivo.
Por su parte, él estaba dispuesto a superarme, así que estudió mucho por su cuenta. En un viaje a la ciudad, le vi comerse mi helado y me arrojé contra él para golpearle. Las mesas salieron volando, y le estampé papas fritas por toda la cara lo que ocasionó más competencia. Por último, a los 15 años, me paseé con bicicleta por la catedral del centro sin imaginar que él estaría por las veredas del parque a la vuelta: lo atropellé.
—Esa cicatriz se ve fea. —Rompí el silencio entre ambos.
—Ni se te ocurra mencionarla, Hammer. —Me amenazó. Yo fui el culpable y me di en fuga, mi hermano fue el único que regresó corriendo cuando le dije que había chocado a alguien.
Mi hermano, a quien nunca pude llamarle así en público, me enseñó lo mal que estaba huir tras causar un accidente.
—Es curioso que aún siga huyendo. —Murmuré, reincorporándome fuera del banco.
—¿Qué? —Alec trepó la vista hasta mí.
—Sígueme, bizcocho. Tengo un plan —aclaré la garganta antes de proseguir con mi chiste—. ¿O debería decir "bizcochote"?
Alec me dio un zape.
Me preguntó si era una mala costumbre usar apodos cariñosos incluso como gente a quien no toleraba. Mi madre me crió de esa forma, incluso cuando me golpeaba decía cosas como: Mi puto niñito hermoso malcriado. Afirmé que ciertamente era una mala costumbre, durante nuestros pasos al mostrador donde dejé un billete para pedirle a la chica que cuidara nuestras prendas.
El billete no era necesario, dijo, pero insistí. Nadie iba a hacer nada de a gratis. Abandoné la lavandería con Alec, casi arrastrándolo.
Miró directo al espejo un par de veces, reojos inseguros que se contraían, sus manos se deslizaban por su pecho y bajaban hasta tocar su cadera y piernas. Me puse de pie, lo tomé de la mano y le di una vuelta completa para ver cómo lucía esa prenda.
—Llevaremos algo lindo, yo pago. —Comenté, aunque algo inseguro por la chaqueta de cuero en él y los zapatos que parecían no combinar.
—No estoy en la quiebra, Ryan. Puedo comprarme ropa. —Apartó mi mano, suspiró sobre su mechón café y procedió a quitarse la incómoda prenda—, solo tengo ese deseo, casarme.
—Creo que se te verían bien las rayas, bebé. —Comenté, ignorándolo mientras rebuscaba por otra playera entre el área más colorida de la tienda.
Realmente no estaba seguro de lo que sucedía por su cabeza o el porqué quería casarse antes de morir, ni siquiera mis razones para desear ayudarlo. Si me detenía a pensar, seguro yo desistiría, cosa que no me permitiría dentro de unos años. Los arrepentimientos no eran parte de mis planes a largo plazo.
—Me gustan los puntos. Aprovecharé para comprar ropa de temporada ya que estamos aquí. —Informó, uniéndose a mi lado para comenzar su búsqueda.
—Rayas, pruébate las rayas. —Insistí.
—Claro, amor.
Di media vuelta para estallar en carcajadas y darle los cinco. Se rió por inercia junto a un par de ofensas hacia mi persona que se le escaparon. Nos reímos por la simple idea de llamarnos de la forma en que nuestras madres lo hacían, y procedimos a asaltar las tiendas de ropa, entretanto la charla sobre Chloe estuvo a flote.
—Háblame a grandes rasgos sobre ella. —Lo miré por el espejo, detrás de mí él se probaba un saco que recomendé. Mis manos estaban ocupadas con una corbata en mi cuello.
—Es linda, inteligente, algo bajita. La gusta mucho el queso y disfruta las lecturas románticas. Tiene una obsesión con la película que salió hace como tres años: —giró en sus talones, pisó la alfombra con delicadeza y le sonrió a la dependiente para indicar que no se iba a caer—. Pretty Woman.
—Es mi película favorita. —Informé con emoción, dejando ver una sonrisa tonta en mi rostro.
—Eso es tan común —sonó arisco, borrando las emociones que comenzaban a esbozar de mi presencia. Pero de alguna forma, claudicó con su ambiente malhumorado—. Igual es mi película favorita.
Te estás distrayendo, Ryan.
—Volviendo al tema. Carajo, Alec. ¿Eso era todo sobre Chloe?
—Le gustan las nueces. —Se encogió de hombros como mala costumbre que debía erradicar.
Nos sentamos con la compras en el centro de la plaza. Organizamos prioridades, pensamos el plan e ideamos nuestros futuros pasos a seguir. El primero, para comenzar sin tener daños colaterales, sería conocer un poco más a Chloe, así fuera por medio de sus amistades o pequeñas cosas que Alec lograra recordar.
—Antes de que duermas hoy, toma alguna de tus libretas y apunta 10 cosas que te gusten de ella y 10 cosas que no, ¿de acuerdo? —Asintió, tomando nota sobre una servilleta que llevaba en su pantalón—. No la saques de tu cabeza, para enamorar a alguien debes enamorarte a profundidad, y por ello tenerla presente te ayudará a verla de esa forma. Trata de vestirte estos días con las cosas que compraste hoy, pero nunca uses tu mejor combinación de ropa hasta que yo te diga.
—¿Cuando la invite a salir? —Me cuestionó, achicando los ojos por el sol de medio día que se colaba entre las hojas del árbol en el centro.
—No, seguro te la pondrás para decirme que salvaste tu futuro matrimonio —no comprendió mi punto así que suspiré y alargué el tema—. Me refiero, no debes usar tu mejor ropa cuando aún no estás seguro de nada. Mi mejor recomendación es que nunca te vistas con tus prendas favoritas en la primera cita o cuando sabes que te la cruzarás, porque terminas esperando algo pero cuando no sucede nada te decepcionas. No es una sensación linda.
Como realizar tu mejor acción o escribir el mejor ensayo y que a nadie le interese, sabía lo que era eso. Vivía escribiendo para trabajos, en cartas, por diversión, pero al no tener el reconocimiento que esperaba algo dolía a pesar de que siempre dije que las personas deben hacer todo para sí mismas.
—Solo hazme caso. —Vacilé, él asintió con su cicatriz subiendo de arriba a bajo.
Incliné mi espalda contra la roca decorativa en el centro, sacudí mis dedos sobre la banca y mantuve mi cabeza en el cielo mientras esperaba a que él terminara de anotar. Aún se me hacía curioso su relación.
—¿Ella te gusta de verdad?
—Creo. —Afirmó. Apreté mis labios, dudoso de aquello.
—¿Alguien más te ha gustado antes de ella? —Interrogué, mirándolo por el rabillo del ojo. Ambos cruzamos miradas incrédulas, su respuesta comenzó a tardarse y el sonido de los zapatos desconocidos alrededor parecía engrandecerse.
—Sí. —Murmuró tras llevar sus dedos a los labios. Hice un ademán para que siguiera hablando al respecto, quería saber qué clase de cosas lo llevaban a enamorarse para aplicarlo a mis consejos—. Su forma de hablar, elocuente, no dejé de pensar en lo inteligente que era. Me gustaba mucho su cabello, suave, esponjoso. Y mira distinto a los demás, como si encontrara en cada persona algo increíble, su interés es sincero y siempre apela a la justicia. Protege a quienes ama, enseña lo que sabe, se divierte cuando quiere y ama, ama, súper ama comer galletas cuando estudia. Dios, hace un cochinero, todo termina hecho un desastre pero nunca se detiene, incluso se ríe hasta que la leche se le cae.
¿Y como por se está casando con Chloe si se oye embobado por alguien más?
—¿Quién carajos es? ¿De Calis? —Inquirí, la irritación fue obvia en mi tono. Me costaba creer lo estúpido que era Alec como para dar vueltas sin llegar a ningún lado, sobre todo porque ante mi pregunta solo se encogió de hombros.
—Me gustó saber que nunca me lastimaría, que podría estar seguro allí. Pero ya renuncié a todo eso —suspiró, estirando sus brazos y piernas semejante a recostarse en la cama—, porque yo me casaré. Y seré feliz.
—Qué jodido estás. —Lancé un golpe a su espalda para evitar que se pusiera cómodo. Teníamos que volver por la ropa.
Alec se puso de pie al mismo ritmo que yo. Nos miramos como si fuera una despedida aunque nos dirigimos al mismo sitio. Al llegar a la lavandería, él pudo hacer uso de otra lavadora y lo esperé. Era un día tranquilo, no habían preocupaciones más allá de mis notas en la universidad y el calor del verano que se aproximaba poco a poco, la ciudad era bastante tranquila y podía percibir el sonido de adolescentes subiendo y bajando de los trenes.
Un sábado tranquilo.
—Lo pensarás, ¿cierto? —Le pregunté, antes de entrar a las instalaciones del campus. Extendí un pañuelo en mi mano para que pudiera retirar el sudor de su frente.
—¿Qué cosa? —Tomó el pañuelo, limpiando las pequeñas gotas como si vaciara su mente unos segundos y voz se expandiera con la última sílaba. Mencioné el nombre de Daniel—. Yo... vale, no sé cómo pero lo intentaré, ¿de acuerdo? Perdón.
—Gracias por el fa...
Gritos a lo lejos rompieron el sonido perfecto de los árboles frente al dormitorio. Ambos volteamos de sorpresa, incluso Débora en la entrada rodeó su puesto para echar un ojo a la persecución.
Supe que era un amigo de Kennie, Ariel —un deportista con copete gelatinoso—, tratando de alcanzar a Tatyana Sharman quien corría y saltaba sobre bancas con una agilidad sorprendente.
—Oh, mierda —Débora nos hizo reparar en ella. Tenía chicle entre sus dientes—, la hermana mayor salta a defender al menor.
Tatyana huía con el pantalón de Ariel entre sus manos, mientras el otro le gritaba perra por los aires. Hasta el día de hoy no puedo olvidar esa escena, ni el como Daniel detrás se avergonzaba de todo.
• • •
Ya se tratan de "amor", pero qué rápido se mueven estos tarados.
¿Algo que quieran contar sobre su semana? ¿Tienen alguna relación amistosa donde se tratan como amantes? 😂
¡Nos vemos la próxima semana! Muchísimas gracias por el apoyo. <3
~MMIvens.
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