Capítulo 21: El loco.
Ryan.
Eso que sucedía cuando dos personas rozaban sus manos, elevaban la mirada, y sonreían; había algo en esas pequeñas acciones que me volvían tonto.
Detalles tan efímeros de cuando veía a mi padre y a mi madre encontrarse en casa, cuando yo apenas podía hablar. No recordaba mucho, hasta que el odio fue más grande que su cariño, y mi padre no rompió con su primera esposa.
Yo tenía 21 años, edad para tener preocupaciones propias, pero no podía avanzar por los problemas de la familia.
Sostuve el clip en mi muñeca, el hilo que Alec ató a mí con fuerza. Lo miré en el reflejo del cristal del tren, mientras los árboles pasaban con velocidad a los costados.
Me lo había quitado los días anteriores, era incómodo verlo, pero ahora que no había nadie en el pueblo que supiera del regalo me sentía mejor al usarlo.
—Es de un amigo. —Me repetí, dejando reposar mi mano sobre mi abrigo, mientras cerraba los ojos para pensar.
Acabo de mandar al carajo unos exámenes y la oferta de la campaña de modelaje, por mi familia. Yo en serio era un imbécil.
—Pensé que eras alguien responsable, pero me citas aquí para decirme que más tarde viajas a tu pueblo. —No fue una pregunta pero el tono interrogatorio seguía allí, el recuerdo de aquellas palabras en Meriem me llenaron de incomodidad.
—Mira, en serio quisiera estar en la reunión de tu equipo, pero no creo poder estar aquí en dos semanas. Mis asuntos tomarán más tiempo y... —observé el alcohol en mi vaso lleno, ya no bebía tanto desde que Alec me dio tutorías. Me sentí asfixiado al ver mi reflejo en ello—, aún tengo que pensar en lo que haré con la universidad.
—Yo le ayudaría a Alec con Chloe, tú me ayudarías a mí, ¿por qué todos los hombres son de poca fe? —Ladró, abriendo su pequeño bolso rojo debajo de la mesa para buscar su dinero. Hice gestos de frustración.
NO SÉ, NO ES COMO SI FUÉRAMOS MONOS.
—Agh, no sé cuantas veces me tengo que disculpar...
—Shh, solo no lo hagas ya, imbécil. —Con su dedo índice en alto para callarme, y un dólar aplastado sobre la mesa, Meriem me hizo jurarle que no le llamaría con la cola entre las patas. Miré a esa mujer de cabeza cuadrada y con problemas hacia el alcohol abandonar el bar sin despedirse.
Meriem fue la última conocida a quien vi antes de dejar la ciudad esa noche. Kennie seguro ni me tenía en mente con eso de tener novia y estar en facultades distintas, mis compañeros de cuarto ya ni me atormentaban y ahora solo debía centrarme en el camino delante.
En el lugar, que aunque avanzara en tren, se sentía como retroceder. Cuando pensaba en mi padre, los Miller, en la familia, era como volver a ser el niño de rostro sucio y manos desnudas que observaba a otros ser cuidados con cariño y no ser echados de donde vivían. Era recordar el jardín de infantes, donde hacía llorar a Alec por accidente, hasta que comenzó a volverse incidental sólo para no sentirme mal conmigo mismo.
Mi madre me matará si me ve bajar de este tren.
Los nervios nunca me abandonaron, me acabé dos botellas de agua para calmar mi hiperactividad e incluso leí la mitad de una novela corta que traía conmigo. Vi el camino oscurecerse, supe que llegaría a media noche así que eso me tranquilizó, quizás me recogería algún vecino por amabilidad.
Me engañé a mí mismo, pero soñar no cuesta nada.
—Pones un pie fuera de la estación, y te entierro con flores, cariño. —Mi madre señaló mis botas sobre la plataforma, no podía ver sus ojos detrás de los lentes oscuros, pero imaginé sus patas de gallo elevarse en las esquinas de sus ojos.
Usar lentes de sol en la noche es una moda tan rara.
—Tendré que ponerme traje para el entierro. —Suspiré, estirando una pierna antes de saltar a la tierra. La luz a mis espaldas de la estación solo recubrió mi cabeza.
—A veces te odio. —Aseguró. Solo apreté los párpados para seguirla con la cabeza baja.
La señora Hammer, era bastante dura cuando se trataba de criar a un único hijo. Aunque el pueblo estaba a 20 minutos caminando, trajo su carro para llegar en cinco. Me subí a este con mis cosas, escuché sus reclamos y amenazas de quitarme mi Malibú si pasaba más de una semana con ella pues no me pagaban la universidad para que de repente diera indicios de querer dejarla.
Pero no hizo preguntas del porqué estaba allí, solo una cosa le importaba: hablar conmigo.
—Dios, estoy harta de tu padre. Allá anda, con su mujer, yéndose de viaje cada fin de semana y gastando su dinero en darle todo mientras tú estás aquí, usando su dinero para estudiar tan lejos donde no pueda verte. ¿Por qué es tan cínico con su propio hijo? —Se retorció de quejas. Vi sus cabellos abandonar el carro por el viento, no tenía techo así que solo levanté la vista al cielo nocturno sin responder.
El monte alrededor me hizo pensar que dormiría lleno de mosquitos. Prefería la costa cálida de la ciudad.
—Quise salir con un viejo conocido y él ni se inmutó, ya no se detiene cerca de la casa y evita nuestra calle con recelo. Pero va a ver, el próximo domingo iré a la iglesia solo para...
—No eres religiosa, no hagas eso. —Pedí con molestia, girando el cuello en su dirección—. ¿No puedes dejar de buscar su atención?
—No te rompo la mejilla solo porque no quiero soltar el volante, Ryan. —Habló tranquila, casi como si fuera una broma. Sabía que hablaba en serio así que mis cejas se curvaron con más fuerza.
—No necesitas la atención de ese hombre, ni yo. Así estamos bien. —Repetí, posando mi mano sobre su muslo para ejercer presión. Los pantalones deportivos de mi madre ocultaban su bajo peso, así que solté un poco para no lastimarla.
—Lo sé, amor, lo sé. —Estaba molesta, desde que me subió a su carro, pero no era conmigo.
A veces escribíamos las peores historias cuando volvíamos a lo que amábamos, arreglarlas ya no era algo en mente, podíamos seguir hablando y en realidad no sabríamos cómo reaccionaría la otra persona. Traté de no ser grosero en todo el camino, no quería meter la pata y arruinar este corto viaje familiar.
Como si fuera un escritor de romance, retomando su obra, pero sin conseguir que sus problemas internos se revelen en él. No me hacía bien volver a la misma historia de amor familiar.
Pasé la noche en mi viejo cuarto, una noche terrible pues me despertó un gallo del vecino a primera hora de la mañana. Tomé una ducha, desayuné lo que mi señora madre cocinó y en lugar de recibir sus preguntas tomé las órdenes que exigía bajo mi estadía. Repartir algunas cosas a los vecinos, pasar recados, preocuparme por la efectividad de un día en lugar de ponerme guapo frente al espejo.
Me peiné con vaselina antes de aventurarme con las cajas de postres que debía entregar. Quizás vería nuevas caras, algunas viejas, solo deseaba que no me reconocieran para evitar las preguntas de porqué estoy aquí si se supone soy universitario en la ciudad.
Los chismes corren rápido.
—¡Ryan, eras tú! Escuchamos en la mañana que alguien había venido de la ciudad pero nunca se me habría cruzado por la cabeza que serías tú. Estás enorme, hijo. —El vecino me lanzó un golpe al brazo junto a sus palabras animadas, sosteniendo la charola con postres que envió mi madre. Traté de sonreír pero me ardió el brazo—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Tu madre te pidió ayuda?
—En realidad solo es una visita rápi...
—Oh, los Skinner van de salida. —El señor rascó su estómago sobre su playera de tirantes, mientras veía a mis espaldas.
Giré la cabeza para observar el vehículo que iba en unas calles más adelante, acababa de rodear la catedral y parecían seguir el camino que los llevaba a la entrada del pueblo. No murmuré mis preguntas pero el señor pareció escuchar mis pensamientos.
—Seguro fueron a ayudar a su hijo ya que hay rumores de que se casa pronto. —Dejó esas palabras en el sitio antes de irse a la profundidad de su casa para dejar los postres sobre la mesa.
Escuché la televisión entrecortada por la mala sintonización de las antenas y las voces de algunos de sus familiares que veían el mismo programa. El sonido estático recubrió mis orejas mientras aquella familia abandonaba el lugar. Me sentí tan ajeno a todo.
—Ya veo... Volveré con mi madre, nos vemos luego. —Caminé lejos antes de que volviera a la puerta.
En las siguientes horas de recados solo me correteó una gallina cuando recogí los huevos para una anciana a la que mi madre le compraba. Saqué mi bicicleta de nuestro garage y di algunas vueltas por la casa de mi viejo padre intentando vislumbrar algo pero no lo observé salir así que supuse estaría en su despacho.
Tampoco vi a mi hermano.
Pasé otra noche en el pueblo y salí temprano de casa para no toparme con mi madre. Esta vez sabía las zonas que debía evitar del centro y me fui en bicicleta colina arriba en los alrededores. Era algo temprano pero iba con toda la energía que no pude descargar ayer.
Me detuve en la primera cabaña apartada del resto para buscar. Un señor abrió la puerta mientras su esposa detrás cargaba a un bebé en pleno llanto, ella me miró extraño mientras el hombre apenas entrecerraba los ojos. No los conocía ni de antes, así que fue incómoda la primera mirada acompañada de mi risa nerviosa.
—¿Viene a comprar carne, jovencito? —El señor miró de reojo, sonriente, su cartel a un costado. Era carnicero, de complexión delgada pero brazos tonificados para destazar los tendones.
—Oh, solo buscaba a alguien en mi bicicleta, estoy de visita. —Sonreí, agarrando con ambas manos los frenos.
El hombre silbó, preguntándome si era el extraño de la ciudad que llegó hace dos noches. Me reí para afirmar.
—El cazador estaba nervioso ayer que le contamos, ¿venías buscándolo? —Miró sigiloso a los costados antes de golpetear mi hombro y acercarme para poder murmurar—. Hijo, no vengas por problemas, él en realidad es un buen muchacho, solo los borrachos lo atacan cuando hace sus compras los domingos. Tú no pareces un maltratador.
—¿El caza...? —Me apretó con fuerza los hombros, entendí que debía bajar la voz porque su esposa detrás nos estaba mirando. Si este hombre era carnicero entonces era natural que fuera cercano a un cazador—. Sí, no se preocupe, solo... ¿Ese cazador de llama Chris?
—Es el joven que no persigue faldas. —Continuó con su bajo tono, acercando su barba de tres días a mi rostro—, pero no te preocupes, él no es promiscuo, es soltero.
Agradecí por su información y me retiré después de prometer pasar por carne otro día. Subí a mi bicicleta y continué con las direcciones que me dio, adentrándome un poco en la montaña hasta ver latas atadas en algunos árboles y vislumbrar un sitio pequeño de madera que olía a leña en fuego.
Pasé por la maleza que apresaba a las llantas y me bajé de esta cuando vi unas rocas que bloqueaban el paso. Opté por arrastrarme hasta la puerta, y tras mi contención de nervios, golpeé.
—¿Se encuentra en casa? —Pegué un gritillo, aferrándome a mi chaqueta. Mis botas estaban temblando.
Una parte de mí deseaba que nadie respondiera del otro lado, así podría marcharme y volver a casa de mi madre, seguir los días en el pueblo como excusa de estar esperando hasta que ya fuera hora de volver semanas después. No quería volver a la ciudad en estas fechas, menos después de saber que los Skinner iban para apoyar la boda de su hijo.
Me perdí en mis pensamientos, no me había percatado de que alguien me observaba por las ventanas viejas de la cabaña. Cruzamos miradas y nos asustamos mutuamente. Desapareció de inmediato del recuadro, escuché algunos ruidos extraños de fondo antes de que me abriera el picaporte.
—¿Ryan? —Murmuró, me puso los pelos de punta. Su ojo estaba morado pero parecía estar en sus cabales. Metí un pie para evitar que se arrepintiera y me azotara la puerta—, aparta tu bota y vete. Estoy ocupado.
—No nos hemos visto en unos años, ¿no puedes dejarme pasar? —Pedí, o casi rogué, era débil cuando le veía.
"Los ojos son las ventanas al alma", siempre leía cosas similares, yo no creía en la existencia del alma aunque sonaba como una idea atractiva, pero si la hubiera los ojos de mi hermano no se verían tan ausentes de vida. Como dos círculos, manchas en una libreta, listos para cerrarse.
—Estoy aquí por ti... —Insistí.
Chris se apartó, con la cabeza baja para ocultar su expresión de molestia. Caminó viendo sus propios zapatos, me dejó entrar pero él salió un momento a cortar la hierba que crecía frente a la cabaña. Tenía dos tazas en la mesa del interior, y agua hirviendo para hacer té.
No supe dónde sentarme, habían dos sillas que parecían haber sido hechas por alguien poco experimentado y un colchón en el suelo, junto a lo que era la vieja estufa. Vislumbré el baño, muebles con ropa y algunos libros usados, parecía ganar poco cazando, pero estaba pulcro su hogar.
—¿Qué haces aquí? ¿No estabas estudiando...? —Inquirió al volver dentro con la hierba. Lo vi cojear hasta el lavabo, limpiar las hojas y echarlas en el agua que hervía.
El cabello de su nuca llegaba a sus hombros, su flequillo que caía por los lados enmarcaba su rostro hasta las mejillas. Tomó un cuenco con una toalla húmeda y se la aplicó en el ojo antes de girar a verme.
Recogí ambas manos y las escondí detrás de mi espalda, para no hacer evidente que andaba toqueteando su mesa. Esa cosa se iba a romper en cualquier momento.
—Sí estás estudiando bien, ¿verdad? —Dudó de mi empeño.
—Me estaba yendo terrible pero mi compañero de cuarto me hizo un calendario de estudio —hablé rápido, sentí que me sudaba todo.
—Debes centrarte más, Ryan, no siempre hay gente que te ayude en esas cosas. —Continuó el sermón.
Parece que no solo soy tonto, los demás saben que lo soy.
Sirvió la taza y me ofreció tomar asiento. Me negué a sentarme pero acepté el agua caliente, el lugar estaba frío y húmedo aún con la madera siendo quemada en una especie de chimenea.
Bebimos sin apartar el ojo del otro, como si ya supiéramos los secretos que ocultábamos. Miré alrededor, con los nervios a flor de piel, sintiendo que en cada uno de mis poros se ocultaban hormigas.
—Esperabas a alguien más, ¿verdad? —Murmuré, señalando las dos tazas que estaban en la mesa antes de mi llegada—. Cuando oíste que alguien venía de la ciudad...
No pronunció ni una palabra, mantuvo los ojos cerrados mientras bebía. 24 años de vida, era su edad, pero se portaba como un anciano que esperaba lo que le ofrecían por la mano de su hija. Yo era el pretendiente de 21.
Esperabas, a pesar de los daños, que alguien volviera por el niño que encerraste aquí.
—Quien me ayudó con mi plan de estudios fue Alec, el que era mi amigo de la infancia.
Dejó de sorber, su taza se tambaleó mientras sus ojos se apretaron con más fuerza.
—Somos compañeros de cuarto, nos juntaron porque vinimos de Calis.
Aunque el silencio se prolongó podía escuchar su corazón palpitar a toda fuerza, compitiendo con el sonido lejano que creaban los árboles al apretujarse entre sí para llegar primero al cielo. Supe que no debía hablar más, el sentimiento que le abrumaba me dolió incluso a mí.
—Vete.
Realmente esperabas a Alec, lo siento.
—Vete por hoy. —Elevé la vista al verlo pronunciar aquello. Significaba que podría volver mañana, ¿era así?
Me pregunté si acaso esperaba una disculpa de él, pero no me atreví a pronunciarlo, ni presionar la herida que le había causado quedarse aquí. Me levanté de la silla que con cada rechinar hacía crecer su ansiedad, pero hablé en voz baja para hacerle saber que me iría.
El día terminó conmigo en casa, pensando cómo debía abordarlo al día siguiente. Traté de ser creativo al despertar antes de que el gallo cantara, me aproveché del viejo reloj que tomé del comedor de mi madre para no quedarme dormido. Y usé las únicas habilidades que había obtenido de las conquistas:
Hacer el desayuno.
Cuando cantó el gallo yo ya tenía la comida en el cuarto de mi madre. Me miró extraño antes de comenzar a comer, preguntándome qué necesitaba. Como si necesitara algo para ser amable.
—Voy a acampar afuera, me llevo algunas cosas así que no me esperes. —Sonreí, despeinando su delgado cabello sin ninguna cana por la cantidad de tinte que usaba.
Arrugó el entrecejo, bajó su tenedor y suspiró. El camisón blanco parecía uno con sus sábanas, brillando bajo el sol de la mañana.
—Sabía que venías a perder el tiempo. Anda, ve, cariño. —Su tono fue rudo aunque usó un apodo lindo.
Iba a pasar la noche con mi hermano. Cuando él escuchó eso, después de verme afuera de su cabaña con bicicleta y algunas cobijas para echar en el suelo, solo negó repetidas veces con la cabeza. Su cabellera me pareció rebelde.
—Mi madre me echó, ¿sabes? Está enojada conmigo por volver. —Le hice ojitos mientras mentía descaradamente. Me aferré a mis propios brazos con dramatismo mientras le decía que hacía mucho frío afuera por el aire entre los árboles.
—Ryan... Hammer —murmuró el apellido de mi madre con desaliento, me hizo sentir más lejano de la familia—. Iré a cazar y vuelvo más tarde, haz lo que quieras.
Su ojo ya comenzaba a sanar, y faltaban unos días para el domingo, se abastecía el fin de semana para conseguir alimentos o cosas que le hacían falta. No necesitaba hacer preguntas sobre quiénes lo agredían, era fácil suponer que seguro los borrachos del pueblo que golpeaban a sus esposas y criaban a sus hijos para agredir a otros.
"Si no eras el reflejo de tu padre, serías agredido hasta convertirte en ello", siempre repetía mi madre, razón por la que prefirió criarme sola y ver desde la lejanía a mi hermano, el primogénito perfecto que estudiaría abogacía. Aún no recuerdo cómo terminé suplantando sus metas aún en contra de mis propios deseos.
Ver a mi hermano tomar un rifle, cargar un saco con algunas herramientas y golpear su pierna mientras trataba de soportar el dolor en las rodillas; fue como ver a un viejo atrapado en el cuerpo de alguien que aún tenía futuro o una forma de salir de esto, pero se había resignado al aislamiento.
Me miró de reojo antes de pedirme que no tocara nada, y si planeaba andar en el bosque que no me alejara tanto.
—Hay marcas para no perderte y que puedas volver a casa. —Habló en bajo tono, tranquilo, abandonando el piso de madera hasta clavarse en la tierra y seguir el sendero.
Incluso le dices casa a esto.
Me aburrí.
Me aburrí como nunca en mi vida. Toqué todas las cosas que habían en el lugar, hasta la esponja mientras limpiaba sus tres platos y dos vasos viejos. Revisé sus cajones y no había nada que leer, perdí el tiempo empujando madera y volviéndola a acomodar.
Estuve tan aburrido que solo me puse a recitar en voz alta algunas enseñanzas de clase mientras daba vueltas frente a la cabaña. De repente estudiar se volvió efectivo para perder el tiempo, o al menos fingir que era un intelectual.
Chris volvió sabiendo que hice lo único que me pidió, no tocar nada, y toqué demasiado que aunque traté de reacomodarlo no pude ocultar una taza rota. Se veía tan exhausto que se ahorró quejas, y fue por agua para lavarse el cuerpo. Afuera el olor a sangre era leve, pero yo no era curioso como para querer ver animales muertos.
—Eres hiperactivo como siempre. —Comentó. Me encogí de hombros, para qué mentirle.
—Mi compañero de cuarto dice lo mismo.
—Ven, dormirás acá.
Se acercó a las cobijas que había dejado amontonadas en una esquina. Señaló su colchón para que me echara allí, dijo que él usaría las sábanas para hacer una cama, pero me negué. Insistió tanto con la excusa de que estaba acostumbrado que al final cedí a ser consentido por mi hermano protector.
"No quiero que tengas problemas de espalda. ¿Quieres beber un té antes de dormir? ¿No tienes más hambre?", no me atreví a aceptar lo último, él apenas tenía comida y que ya diera de su pan y jamón rancio era demasiado.
No me dejó hablar cada vez que yo comenzaba a articular la boca para soltar unas palabras. Me arropó, apagó ese foco viejo de un amarillo opaco, y se echó a un lado. Cuando yo estaba por abordar el tema solo lo descubrí roncando, exhausto.
Por genética, mi hermano era guapo, no tanto como yo, era de rostro más simple. Alargado, alto y de complexión esbelta, nariz afectada por un golpe en la infancia pero que no perdía su punta respingaba, y ojos café que se rodeaban de pestañas de paraguas. Dormía tan tranquilo con ese rostro, del lado donde no podía percibir sus heridas.
Y lo peor, joven.
La noche fue amarga. La imagen de mi hermano de alguna forma se coló en mi cabeza, enlazándolo con mis sueños recurrentes de las últimas semanas. Fue repetido, solo que no sabía distinguir quién era el que lloraba con las piernas recogidas en una esquina, ocultando su rostro.
A veces le veía el cabello largo y esa nariz respingaba, a veces usaba demasiado gel y tenía una cicatriz. Ropas parecidas pero en ocasiones no se percibían como enteras. Se encogía, se engrandecía, se volvía a encoger por los temblores. Yo me sentaba a un lado, observando.
—Vete, solo vete. —Le escuché susurrar, era mi hermano. Me aferré a su mano que colgaba para que este se sintiera acompañado.
Estoy contigo, lo estoy.
Talló su rostro en el brazo, su cabello haciendo fricción con su piel hasta que este perdió forma. Los colores ni siquiera parecían reales. Apreté sus dedos, no era la sensación de una mano, estaba atento a la sensación de fundirme con su piel.
Cuando elevó la vista a mi rostro el cabello era más corto, y la cicatriz en su frente atrapó mi memoria, era Alec en realidad. Apenas movió los labios, rojos por las mordidas que él mismo se daba para tranquilizarse.
Apreté con más fuerza, tomando su brazo como si se tratara del mío.
—Me siento culpable. —Expresó, su voz era como el de los televisores viejos del pueblo, que dejaban el sonido a lo lejos y desfasado.
Voy a ayudarte, eres importante para mí, sueño contigo más de lo que espero verte.
—Estoy enfermo. —Habló, apretando mi mano entre las suyas de igual forma. Apenas sentía esa piel hundirse cuando el escalofrío me cubrió.
Di un pequeño brinco por la sensación de que me caía, y aún era de noche, con el techo de madera sobre mi cabeza y los ladridos lejanos de perros que eran mascotas del pueblo. Los latidos de mi corazón se oyeron palpitar junto a mis orejas, y esa angustia de ser un sueño me invadió.
Giré la cabeza con lentitud hacia la persona en el suelo. Me miraba, nos miramos; unidos por sangre, ajenos por dificultades; aún con la boca llena de culpa y disculpas que trataban de gritarse por medio de los ojos, pero el cerebro nos decía que mantuviéramos el silencio muerto de una noche donde ninguno estaba despierto.
Todo es un sueño, puedo hablar contigo.
—Te escuché murmurar el nombre de Alec. —Susurró, sus delgadas cejas se contrajeron.
—Lo sé todo, Chris. —Admití.
Tenía sentimientos encontrados hacia mi medio hermano, viví admirándolo y sintiéndome invisible a su lado. Recuerdo una infancia en la que me salía de casa en las madrugadas para ir a la suya, escuchar desde afuera cuando mi padre y su madre le cantaban feliz cumpleaños y le recordaban lo mucho que le amaban.
Mis cumpleaños siempre fueron solitarios, aún con fiestas que mi madre organizaba para invitar a todo el pueblo y compañeros de primaria, jamás me sentí feliz cuando acababa el día y papá no me felicitaba.
Pensé que todo el amor era para él.
—¿Aún quieres a Alec? Me contó las cosas que pasaron, discutimos porque él... solo se preocupa por su religión.
—No en realidad, solo espero de él una charla quizás.
Ah...
—No me arrepiento de haberme culpado de todo, pero mentiría si no dijera que esperaba ayuda de él cuando se fuera a estudiar, que tal vez se quedara aquí.
Su voz se quebró. Entendí ese dolor a la soledad, crecí con tanta inseguridad hacia ello que se volvió parte de mi persona decir que buscaba parejas guapas antes que admitir que deseaba el romance.
Nos parecíamos más de lo que pensé.
—Ustedes se fueron —dijo, llevando sus manos de largos dedos hacia su rostro, tratando de ocultarse—, se fueron a vivir sus vidas, y yo no podía escapar de la mía.
—Si tan solo Alec no fuera un fanático religioso...
—Alec no tiene la culpa, aún no ha madurado por completo, Ryan —me interrumpió, aún sonaba tranquilo pero de alguna forma se sintió a la defensiva. Nos miramos otra vez, yo dispuesto a escuchar—. Creció pensando que nació para ir al infierno. No lo sabes pero sus padres lo golpeaban, lo encerraban, le obligaban a hacer ayunos y debía escuchar todo el tiempo acusaciones de que "el enemigo de su alma pudo vencer su espíritu".
Me dijo que a pesar de todo, jamás podría culparlo. Le dije que él también había vivido lo mismo, el rechazo del hombre que lo amó tanto, y los golpes de este.
—Ryan, Alec vive pensando que todo lo que hacen está bien porque le aman y él los ama. Yo, no soy el hijo que crees que soy —dijo, sacudí mi cabeza para negarlo—, jamás me sentí querido ni un solo momento de mi vida.
No quería saberlo dentro de mí, me hacía sentir culpable desear su vida, pero solo mordí mis labios y le escuché, tratando de no llorar como un niño cuando él apenas se estaba expresando.
—Estaba acostumbrado a que mi padre amara la versión falsa de mí, creí que era suficiente, cumplir su expectativa y pagarle por el precio de mi vida. Pero estaba al límite, lo único que deseaba era ser tan especial ante sus ojos que cuando confesara mis sentimientos él los perdonaría.
No fue así.
—Quiero a Alec, ya no de la misma forma, ni con esa intensidad para ponerme de rodillas mientras mi padre me golpeaba y los Skinner me amenazaban. Pero lo comprendo, sé lo mucho que nos duele todo esto aún, así que Ryan, te ruego que no lo juzgues.
Estoy tratando de hacerlo para evadir mis problemas con él.
—Se va a casar, lo sabes, ¿no? —Asintió, yo apreté los párpados con pesar.
Culpé a Alec de nunca meter las manos en el fuego por amor.
—Solo espero que tome la decisión que él quiera, luchar por lo que deseamos en realidad es más difícil de lo que crees —jugó con sus dedos, hizo una pausa. Escuché los insectos del exterior—. A veces sin importar cuánto amemos a alguien o algo, no vamos a arriesgar nada por ello, fingir que no sentimos nada es una forma de protegernos inconscientemente de ese dolor.
Mi hermano era aficionado de los ensayos, lecturas sobre el comportamiento humano y las leyes. No era el loco del pueblo, era alguien que sabía demasiado pero no deseaba actuar. Lo último que dijo me afectó más de lo que esperaba, ¿a qué punto amábamos para dejar ir o dejábamos ir para no lastimarnos?
La noche siguió ese silencio muerto en el exterior, mientras debajo de las cobijas ambos contábamos el cómo nos sentíamos respecto a nuestro padre. Estábamos cansados de que todos tuviéramos la necesidad, incluso nuestras madres, de fingir para que un hombre nos quisiera.
Dormimos de alguna forma y despertamos al día siguiente. Chris me rogó que me fuera, que tomara mis cosas y no perdiera más de cuatro días en el pueblo. Mis planes de estar allí un mes y olvidarme de los estudios no se pudieron concretar por sus peticiones.
Volvería a la ciudad, quizás no al dormitorio por el momento ya que no quería saber nada de la fiesta de compromiso. Pero regresé a casa de mi madre para disculparme por haber vuelto e informarle que me iría por la tarde. Estaba tan feliz que me dijo cosas lindas sin groserías de por medio.
Pedí su teléfono fijo, y esperé, con temor y deseo de que no estuviera en el dormitorio o solo ignorara la llamada.
Pero Alec Skinner respondió.
—¿Quién habla? —No respondí, solo pude respirar con pesadez. Mi silencio pareció decirle algo así que él también sonó con poca energía—. ¿Cuándo vas a volver?
—No lo sé —mentí—. ¿Cómo te sientes?
—Nervioso pero feliz, te agradezco esto. —Sonó aliviado.
—Estás feliz, eso es bueno.
Ninguno habló ya. Escuché algunos pasos del otro lado, todo distante. Yo rasqué mi cuello mientras veía a mi madre hacerme señas desde la ventana para que ya dejara la casa y me subiera a su carro. También veía los árboles abrazarse entre sí, sintiéndose como mis entrañas revueltas al mantener la conversación.
—Quiero que seas feliz. —Murmuré, sintiéndome capaz de perdonarle lo que fuera a pasar.
—Gracias, realmente lo deseo.
Alec, crees que necesitar estar muerto para estar feliz. Eso no es lo que yo quiero para ti.
Me despedí con prisas y corté la llamada. Tomé mi maleta y alcancé a mi madre para retirarnos. Me miró de arriba abajo mientras juzgaba o adivinaba lo que vine a hacer esos días, pero aunque lo sospechaba no dijo ni una palabra, solo me pidió que me fuera rápido. Puso música, su carro convertible me tranquilizó pues no me sentía encerrado, y nos sonreímos.
Me atreví a mirar atrás, la casa cercana al hogar de mi madre, la de mi padre. Traté de pararme sobre el asiento pero mi madre me jaló de la camiseta.
Quise saltar en el momento cuando vi a Chris tirando del brazo de papá, no supe desde hace cuánto se habían cruzado.
—Suéltame, lo van a golpear. —Exigí, aferrándome a ella para que me soltara. Arrancó el vehículo, obligándome a gritarle que me dejara bajar.
El puñetazo en el rostro de mi hermano me hirvió de furia, pero este, aún siendo la persona más noble y gentil que conozco, le devolvió el mismo en su otra mejilla. No tuve fuerza para seguir intentando pararme en el asiento, el jaloneo de mi madre me dejó sentado nuevamente.
—Vámonos, Ryan, este no es problema tuyo, es de su familia. —Aclaró la mujer a mi lado.
• • •
Waaaa, qué capítulo tan largo GAHAHA.
Quería trabajar en la relación de hermanos que tienen Ryan y Chris, ambos teniendo que vivir vidas en las que se desconocen mutuamente, donde cada uno competía de cierta forma por tener la atención de un padre que bueno, no tiene interés ya en ninguno.
Chris se resignó, porque era incapaz de pedir ayuda o decir que se arrepentía de proteger a Alec, ahora solo lo acepta y aunque no lo volvería a hacer ya no quedan arrepentimientos.
¿Tienen algún comentario?
¿Qué piensan de Chris?
OH, ¿y qué tal el día? ¿Algo interesante pasó o algo extraño?
~MMIvens.
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