Capítulo 15: Niño triste.


Ryan.

A diferencia de algunos amigos, no me sentía en deuda con quienes padecían discriminación, ya sea por su color de piel o género; no quería cargar con esa deuda histórica, le idea de que alguien humano mereciera castigo por un crimen que no cometió sonaba atroz.

Pero, no sé cómo, aún así me sentía en deuda con tantas personas. Por no protegerlas, por ignorarles, por no ser mejor.

—Me siento bien estudiando pero no me gusta. —Suspiré. Aunque dentro de lo que cabe, al menos pasaría el semestre, estaba seguro.

—¿Irás entonces a la fiesta? —Preguntó Meriem.

—Sí, estoy dentro.

Miré de reojo a Meriem, quien se encontraba en el umbral hablando con Alec y no conmigo. Me dio una vergüenza repentina que contuve solo juntando mis manos sobre mi pecho, los observé, recostado en mi cama. Skinner y la cabeza cuadrada me miraron raro antes de seguir charlando entre ellos.

Qué malos.

—No olviden terminar las fotos para mañana. Necesito que me devuelvan la cámara. —Ordenó Meriem a Alec, antes de despedirse, dando largos pasos con sus zapatillas rojas por el pasillo, amenazando con la mirada a todos los universitarios que le siguieran el paso.

Alec retrocedió en sus pasos para lanzar un golpe a la litera, me pidió que bajara en lugar de verlo con esa gran diferencia de altura. Dejé caer mi mano, tratando de apartar su cara redonda que insistía. El sol le pegaba en todo el cuerpo debido al atardecer.

—Ya baja, tarado. Si quieres irte temprano a tu fiesta solo acabemos esto. —Pidió, juntando las cejas para mostrar frustración. Alec parecía más triste que enojado cuando se molestaba, y viceversa, era medio raro.

—Ya, bajo. —Me rendí, reincorporándome fuera de la cama antes de pasar una mano sobre la playera blanca y asegurarme de que lucía sin manchas—, toma una foto o dos, no me gusta cuando me las tomas.

—Imbécil, las tomo bien, aparte necesitamos como 10. —Tiró de mi oreja, logrando que me pegara en el dedo pequeño al intentar bajar las escaleras de la litera. Lancé un codazo a su hombro sin conseguir darle.

—No es eso, me da pena que las tomes tú. No puedo mostrarme serio o genial contigo porque te ríes. —Aclaré, caminando a la pared blanca del frente. Entretanto, él solo giraba los ojos y configuraba la pequeña cámara—. Y vamos, bebé, que yo soy muy genial como para que me arruines el momento. Tengo potencial, solo no puedes verlo.

—Lo veo, siempre. —Murmuró, antes de pedirme que mirara en dirección a la ventana y levantara el mentón. Me quedé quieto un momento, desorientado—. ¿Ryan? Apúrate, no te hagas el difícil, imagina que estás con Tatyana, o yo que sé.

Sería una buena amiga, si habláramos de forma decente.

Traté de concentrarme en ello, mostrando una gran sonrisa para las fotos. Estaba ese sentimiento extraño que me mantenía alerta, yo era muy receptivo desde pequeño pues debía aprender a no abrir la boca en ocasiones variadas, también a comprender cuando mi madre necesitaba espacio, así que aunque las cosas parecieran marchar bien a mi alrededor terminaba con esa sensación extraña de haber absorbido sentimientos ajenos.

Y algo se sentía raro con Alec, aún después de contarme con una sonrisa que Chloe lo había besado y decidieron volver como pareja.

—¿Puedes acercarte un poco más a la luz? —Preguntó serio, imperturbable. Retrocedió sin apartar la vista del lente, elevó una mano como si fuera a decir algo pero nunca escuché que la cámara tomara la imagen.

—¿Todo bien? ¿No te gusta esta pose? —Giré, metí las manos en el bolsillo y elevé la cabeza al techo mientras le dejaba observar mi perfil—. ¿Esta te gusta más, cariño? Alec.

Sus manos claras sobre la cámara trataban de sostenerla, pensé que estaba cansado de ello pero no pude ver su rostro detrás. Lo miré por la colilla del rabillo, esperé sin moverme, hasta que no pude seguir en esa posición ni en ese silencio.

—Alec, ¿estás bien?

Bajó la cámara, su rostro me mostró una preocupación incesante que comenzaba a crecer junto a su sonrisa. Bajé la cabeza para mirarle claro, esperé a que hablara, parecía ido como los sonidos incompletos afuera de la ventana.

—Tengo que decirte algo.

—Hazlo, no lo dudes. —Traté de que las canas no comenzaran a crecerme, estaba preocupado pero saber que me diría lo que fuera me tranquilizó.

—Es sobre mi enfermedad.

Lo sé, solo puede ser eso.

—Yo... no, lo hablaremos luego. —Dejó de lado la charla, volviendo a levantar la cámara para indicarme otra pose. Apenas pude reaccionar.

—Skinner, no jodas.

—Hammer. —Me silenció, forzando a que continuáramos con las pocas fotos restantes.

Alec Skinner se calló todo ese tiempo, luego se excusó con estudios para no ir a emborracharse. Dije que iría Chloe, cosa que él negó pues ya había hablado con ella. Dije que Daniel nos pidió ir, a lo que también contrarió diciendo que estaba en su habitación estudiando. Le dije que me acompañara pero:

—Tú deberías estudiar también. —Con una sonrisa en su rostro habló, mandándome al carajo, otra vez.

Me puse mi chaqueta roja que estaba sobre su cama, y le arrojé una negra que tenía colgada a un costado para que se la pusiera. Me rogó que lo dejara así esta vez, pero yo quería que alguien me hiciera compañía, no iba a ir con una chica, el plan era distraerme pero él no aportaba nada más allá de su molestia. Tuve que pedirle como si le rezara a un santo.

—Somos amigos, ¿no? Anda, yo también haría lo que fuese por ti y lo sabes. —Traté de recordarle toda la ayuda que había entre ambos, desde hace meses: sin Alec estaría perdido y viceversa.

—Espero no me defraudes. —Forzó una sonrisa, arrojando su libreta sobre el escritorio para poder tomar la chaqueta de cuero.

Jamás, bebé.

~•~•~•~

Volver a las fiestas después de una racha de estudio me sacó de mi zona de confort. De repente fue como si me hubiera perdido de mucho. Kennie corría con otros estudiantes por el jardín de la casa de un casi egresado, pero de su mano iba una chica rubia de baja estatura que parecía echarle ojos de amor.

Aprecié la escena con una sonrisa. El rubio lucía feliz.

—Cuida que no descubra lo de tu hue... —Traté de molestar a mi amigo, consiguiendo un empujón suyo que me hizo dar el paso dentro de la casa.

—¡Ya lo sabe! —Gritó Conaway, riendo como tonto mientras arrojaba su vaso al césped y perseguía a su chica entre los árboles de la noche.

Qué.

Miré a los costados, peinando mi cabello que se sentía húmedo por lavarlo antes de salir. Los carros a lo lejos eran montados por fumadores, las residencias de las fraternidades tenían las luces apagadas pues todo se almacenaba dentro de la casa que tocaba buena música.

Alec no dejaba de verme con desagrado, usando mi chaqueta en la cual se reflejaban las luces amarillas y azules del interior.

—¿No es raro? —Balbucí.

—Ya déjalo. —Alec arrugó la nariz, sacudió un poco la cabeza para pedir que me apartara de la puerta.

—¿Saldrías con alguien que no tiene un huevo? —Se limitó a mirarme, antes de bajar el rostro en duda—. ¡¿Lo ves?! ¡No tiene sentido, Skinner, por Dios!

Puso su mano en mi hombro, torciendo una sonrisa con el rostro ligeramente inclinado. Pensé que soltaría algún chiste para bromear conmigo, él era peor cuando se trataba de estas cosas, como hacer chistes de poca hombría. Lo esperé como si fuese música para mis oídos, algo gracioso, algo suyo.

—Para ser alguien que adora la ficción romántica no crees mucho en la realidad. —Apenas se vio feliz, con esfuerzo. Después, entró para dejarme atrás.

Lo miré perderse entre algunos alumnos mientras empujaba con pesadez a quienes le estorbaban. No supe qué decir, desconocía si yo estaba molesto por lo que dijo o el hecho de que cada día lo veía peor, como si en lugar de sentirse esperanzado las cosas se fueran a un pozo.

Yo era bueno leyendo a las personas, ayudando no tanto.

Lo seguí después de liberar un poco de aire de mis pulmones, con las manos dentro de mi pantalón. Me paseé para ignorar mis pensamientos junto a los sonidos de borrachos, no entendía cómo yo era capaz de creer tanto en historias irreales pero no aceptarlas en la realidad. Como si todas esas personas bebedoras no fueran capaces de enamorarse, solo señalar cuando alguien lo hacía.

Un hombre debe ser amable pero no un enamorado.

Saludé a algunos conocidos que preguntaron por mi paradero ese tiempo. Traté de beber algo sin saber dónde se había metido Skinner, pero podía cuidarse solo. Yo quería dejar de sentirme ansioso por cosas ajenas, volver a centrarme en mí.

Tiempos de oro.

—Oye, ¿qué tal las cosas con la pelirroja? —Me preguntó un chico quemado por el sol al recargarse en el pilar detrás de mí. Volteé junto a otro compañero que me hablaba sobre una película en taquilla.

—¿Quién? —Me confundí.

—Katie, ¿no? —Inquirió, señalando la cocina a metros de distancia.

Miré de reojo a la chica que bebía, mientras su mano izquierda sostenía su propio suéter azul. Me sentía culpable de haberla hecho sentir como si solo fuera algo pasajero, pero tampoco sabía abrirme por completo cuando se trataba de personas que no me conocían a profundidad. Saltar a algo serio significaba descubrir una breve red de mentiras.

Pero al demonio, yo era un idiota, no un patán.

—Vuelvo en un minuto. —Informé antes de abrirme paso hacia el sitio.

Tatyana se cruzó en mi camino, chocamos hombros antes de reconocernos. Ella hizo que me perdiera varios segundos solo mirándola de frente antes de sonreír, obteniendo una mirada desaprobatoria de su parte que hizo destacar su labial rojo.

—Si buscas a tu amigo, está en la sala de arriba. —Informó a secas, posando su mano en mi hombro para alejarme pues la miraba desde alto.

—No, yo... —Me enredé, vagué con los ojos como si fueran la música que sonaba hasta cruzar miradas con Katie en el otro extremo. Tatyana observó detrás también.

—Sigue con tu camino, Hammer. —Habló la chica frente a mí, dio media vuelta para apartarse y seguir de largo. Mi indecisión no había sido desapercibida.

Había una incomodidad creciendo en mi estómago. Me daba miedo a veces saber que otros podían verla, que eran capaces de mirar las cosas que ocultaba detrás de mi apariencia. Yo era un imbécil, lo era, y odiaba que lo supieran y me lo hicieran evidente, como si ser tonto fuera mi decisión cuando peleaba con ello para comprender a los demás aunque tuviera que rogarles me hablaran.

Apenas me tambaleé a la cocina con el vaso en mi mano. Katie no parecía embonar con nadie, solo me miró con desagrado y tomó la prolifera palabra mientras limpiaba un poco de su delineador como si no le importara correrlo. Me paré a un costado para no incomodarla, solo darle la voz a ella.

—¿Quieres disculparte? No finjas que eres un romántico, estoy cansada de que no decidan quién demonios son. —Escuché sus quejas en general, mientras rascaba sus manos con esfuerzo. No sabía mucho de ella más allá de que estaba harta de los hombres en su carrera y que la trataban de fácil por ser enamoradiza como yo—. ¿Qué les pasa? ¿Los cortan de la misma tela? ¿Tienen la misma personalidad que sus bisabuelos, abuelos y papás?

—Entiendo como te sientes, Katie. De verdad, pero...

—No, Ryan, eres un indeciso. No sabes lo que quieres. —Me señaló al rostro. Elevé las manos para intentar que bajara la voz que lograba que extraños nos miraran de reojo,

—Por favor, Katie... Espera...

—¿Quién eres, Hammer? —Entrecerró sus ojos. Bajó la mano para abrazarse a sí misma—. Parece que ni siquiera eres sincero contigo mismo. Solo olvídalo, no me hables, no hay nada entre ambos de todas formas. Apenas y me hablabas, o te acordabas de que existo.

Yo soy... el hijo de mi madre.

Ya, adiós.

Dejó su vaso sobre mi pecho. Lo agarré de inmediato mientras la veía retirarse por la puerta trasera de la cocina al exterior. Las cosas que me dijo se sintieron como un fuerte golpe que no me permitía ni mover los dedos, solo creaba ideas extrañas en mi cabeza. Porque al parecer yo ni siquiera me conocía a mí mismo.

Pensé que había aceptado que no todos iban a quererme, pero aún seguía ocultando tantas partes de mí por miedo a que me desaprobaran.

Quién demonios pensaba que era.

Arrojé el vaso contra la cocineta, logrando que salpicara a los alrededores hasta hacer alejar a un grupo de chicas y otro borracho. Estaba tan molesto que en lugar de una disculpa los miré con disgusto antes de alejarme. Mis pasos pesaban como si mi propio cuerpo fuera de piedra.

—¿Estás bien? Mojaste a todos... —Empujé el hombro del estudiante sin importarme quien era. Solo personas con las que bebía y tampoco sabían mi esfuerzo para ser alguien.

—Ah, lo siento. —Fingí que me importaba, encaminándome a las escaleras. Un grupo murmuró a mis espaldas al verme subir.

La siguiente música fue lenta, sintetizadores que se habían puesto de moda estos últimos años. Me sostuve de el marco de la segunda sala a observar a Alec, quien apenas movía los hombros y batallaba para no irse de boca con el alcohol en sus manos. Caminé despacio a su alrededor, no habían muchas personas cerca, seguro por la extraña imagen que daba.

Tomé asiento en el sofá junto a una ventana que daba hacia la noche. La mayoría estaba en el primer piso, y quienes estaban arriba comenzaron a bajar por la música como si se movieran a otra realidad, quizás acercarse al sitio más ruidoso lo volvía entretenido. Pero preferí quedarme allí, necesitaba respirar.

—Tal vez... tal vez es... —Skinner balbuceó, revolviendo su bebida mientras cantaba en bajo tono. Tenía la nariz roja y su ropa de verano combinaba con ese color.

Es horrible ser quien soy.

Posé una mano en mi rostro, forzándome a respirar con más fuerza. Si yo creía que me sentía bien, pasaría. Si tenia ese deseo de creer en mí, el universo se movía entorno a eso. Yo era positivo, aunque tuviera que forzarme con mentiras a entenderlo. Así que solo respiré, con una sonrisa para ignorar lo afectado que me haya dejado la conversación de hace un momento.

Eres Ryan Hammer, eres increíble, hombre. Eres genial, no eres como tu padre.

Suspiré, recargando mi rostro en la palma de mi mano mientras veía a Alec tambalearse dentro del mismo recuadro, echándome miradas repentinas. Le pregunté si estaba bien, que si quería podíamos irnos, yo no había bebido mas que unos sorbos así que podía manejar.

—¿Estás bien? —Pregunté al no ver respuesta de su parte. Sus pupilas eran enormes, no se veía en sus cabales.

—No es nada. —Murmuró.

Giró en sus tobillos hasta tropezarse y tirar el alcohol. Me recorrí en el sofá para evitar que cayera la bebida a mis pies. Skinner la observó con decepción, sus cabellos se fueron al frente, lo que le quitó años de edad aunque se veía más triste que contento. Bajé la mirada por inercia igual, esperando encontrar algo, quizás una grieta o lo que sea que lo paralizó.

—Parece un perro, mira. —Señalé la forma, con la espalda encorvada mientras trataba de tocar el suelo con los dedos.

Detuve mi mano cuando vi más gotas caer, pero eran transparentes. Levanté el rostro de inmediato al percatarme de que Alec estaba llorando.

—¿Qué? ¿Qué pasó? —Me asusté. Retrocediendo sobre mi posición para recargar mi espalda en el sofá. Él cubría su rostro pero seguía llorando sin importarle que lo viera, no quedaba nadie más en la sala, no supe qué decir en ese silencio—. ¿Qué tienes? ¿Por qué estás así?

—Le pediré en un mes que se case conmigo, si no es pronto no me curaré. —Escupió, sosteniéndose de el borde del asiento para no tropezarse.

—Pero no tienes porqué estar triste, la quieres también, ¿no? La señorita elegante, Alec. —Traté de sonreír, el sentimiento de preocupación a algo que sabía comenzó a molestarme con más fuerza. Elevé ambos brazos para calmarle—. Tampoco quiero perderte, ¿vale? Te ayudaré, eres mi mejor amigo si te soy sincero.

Alec era el único que conocía todas las cosas que me apenaban, y que aunque me juzgaba, sabíamos que el esfuerzo por apoyarnos mutuamente era sincero. Sus quejidos y expresión sufrida me dificultaban tener las cosas claras, Skinner no paraba de renegar contra mí, diciendo que no le comprendía.

Que yo era incapaz de hacerlo.

—¿Qué no entiendo, Skinner? —Pedí con el deseo de que solo soltara las cosas, se desahogara. Si yo lo hice, ¿por qué él no confiaba en mí?

Se dejó ir a un costado mío, en el sofá. Una de sus manos trataba de tomar la mía aunque su cabeza estaba clavada en la almohada, dijo que le pesaba el cerebro. Traté de recogerlo para que no se mareara más, pero lastimé su mejilla con el cierre de mi chaqueta.

Lo tomé de el rostro para apartarle el cabello y asegurarme de que no estuviera herido. Solo seguía lloriqueando, era el tipo de borracho sentimental, el bebé más triste de la habitación.

—¿Qué tienes. Alec? —Murmuré, apretando con más fuerza sus mejillas para hacerlo hablar. Comenzaba a preocuparme, hasta yo me sentí ebrio—. ¿Es por tu familia, dijeron algo? ¿O estás teniendo problemas por tu religión?

Alec Skinner tenía tantas contradicciones en su forma de ser, que comenzaba a ser doloroso siquiera verlo creer que esta vida no tenía ningún encanto.

—Por favor, dime qué tienes. Soy un poco imbécil y no entiendo si no me lo dices. —Insistí, tratando de contener con mis pulgares las lágrimas que se incrementaban en él—. Alec. Por favor, Alec. No me hagas sentir mal por no comprenderte, quiero hace...

—Mi enfermedad es que me gustan los hombres. —Escupió, ocultando su rostro en mi pecho mientras se aferraba a mis brazos y lloraba con más fuerza.

• • •
TODO SE DERRUMBÓ...
DENTRO DE MÍ.

Venga, que amo Oh Klahoma y qué mejor momento para usarla que el comienzo del final GAHAHAHA. Ayno, ya valió madres.

¿Qué piensan de la salud mental de Ryan?

¿Y cómo creen que tomará la "enfermedad" de Alec el borracho que no cuida lo que dice? Porque aquí ebrio solo había uno.

La verdad me pesa mucho la situación. Es horrible que muchas cosas que vemos en la superficie no son lo que está detrás. Ryan Hammer es alguien sensible, algo tonto, pero que busca entender las cosas, pero para no desencajar trata de mostrarse con encanto, cosa que a veces odia porque se ve reflejado en su padre señalado por jugar con mujeres.

Y Skinner, sin comentarios. :(

¡Espero leernos pronto! Gracias por todo. <3

~MMIvens.

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