C A P Í T U L O 56
Depresión.
Parte 2.
Sonic.
Llevo cuatro meses sin oír su voz o recibir alguna muestra de su cariño, llevo cuatro meses sin mi madre. Mi tío Chuck venía seguido, en algunas ocasiones traían a más familia, siempre esperé que cuando pronunciaran algo frente a ella, las máquinas mostraran toda su emoción al oírlos después de tanto tiempo de no acercarse a ellos. Pero nunca sucedió.
Me desesperaba el hecho de que probablemente nos entendiese y quisiera contestarnos, hacernos saber que estaba bien, que haría lo posible para volver con nosotros, sin embargo, no podía hacerlo.
La enfermera me había comentado acerca de la máquina de resonancia magnética funcional, tenían una en el hospital. Con ella podría ver la actividad del cerebro de mi madre, y por lo tanto, asegurarme si es que me escuchaba. Pero aquello resultaba muy caro y actualmente mi trabajo ya no me favorecía.
Los fines de semana seguía tocando en aquel café, los demás días era un repartidor de pizza, no era necesario tener una de esas motocicletas, con mi velocidad me bastaba. En una ocasión, tuve que hacer una entrega a una de las casas que habían en el vecindario de Amy, en su casa ahora había otro auto, me carcomía la curiosidad por saber de quién era. Quería convencerme de que ese vehículo era una reciente adquisición de sus padres, y no de algún sujeto.
Manic trabajaba como cajero en un centro comercial, siempre se quejaba de aquello. Sonia había sido contratada en un centro de atención al cliente, odiaba su trabajo, la mayoría de las ocasiones los clientes la trataban mal. Fue difícil encontrar empleo, aún si eran los más sencillos, todo se debía a nuestros horarios disponibles.
La costumbre que tenía Amy sobre preguntar por el estado de mi madre se había perdido, los días después a nuestro rompimiento lo hizo diariamente, luego paso a ser algo semanal, en otra ocasión me habló solamente una vez en todo un mes, y ahora... Ya no he tenido contacto con ella.
No existía razón para quejarme por eso. Yo también podía llamarle, no siempre tenía que ser ella la primera en escribirme. A pesar de eso, nunca me decidí a hacerlo. ¿Qué caso tenía hablarle ahora? Si no tenía a alguien ya, ¿para qué la ilusionaría con querer volver?
Cada día que pasaba sin tener respuesta alguna de mi madre sólo desvanecía aún más mis esperanzas.
Era de madrugada y mi turno recién había acabado. Decidí tomar una ducha rápida para despejarme un poco, ni siquiera el reconfortante agua caliente pudo arrancarme aquellos pensamientos depresivos.
Me sequé el cuerpo con una toalla de color beige, pasé a ponerme únicamente ropa interior y hundirme en el colchón. Físicamente, me sentía exhausto. Emocionalmente, estaba vacío y la vida parecía detenerse.
[...]
Desperté hasta la tarde, tomé mi celular ubicado en la mesita de al lado de mi cama. Tenía un mensaje de Manic pidiéndome que le comprara unas cuantas medicinas a Sonia, al parecer había pescado un resfriado.
Me senté en el borde de la cama, recargué mi rostro en mis manos. Me vestí y me miré al espejo que tenía por delante, me veía tan cambiado... Tan apagado.
El individuo que me devolvía la mirada no era más que un extraño, cansado y sin aires de vida. Mis ojos esmeraldas, generalmente vivaces, ahora eran borrosos. Éstos eran los mejores años de mi vida... Y estaba desperdiciándolos en tristezas y penas. Había empezado a descuidar mi imagen.
Salí a la calle para hacer aquel pedido, era un día soleado y en las calles avizoraba a gente muy animada. Cuando ellos parecían estar disfrutando de la vida, yo sólo podía verla a través de pesadillas.
Tardé un poco en llegar a la farmacia, había ido caminando, no corriendo. Las actividades que normalmente me provocaban placer ya no me interesaban.
—¿En qué puedo ayudarle? —Cuestionó la empleada con una sonrisa ensanchada.
—¿Qué medicamentos tiene para el resfriado?
Asintió con la cabeza y se adentró a los pasillos a recolectar cajas y cajas de medicinas. No tardó mucho en volver enseñándome y describiendo cada una. Sin embargo, ni siquiera pude concentrarme para tomar una decisión y terminé por llevarme tres de ellas.
Pagué y di media vuelta para marcharme. Pero paré en la acera, antes de cruzar la calle. Volví a la farmacia.
—¿Tiene algo para la depresión?
Tan sólo señaló el consultorio de al lado, aparentemente tenía que pasar con el doctor para recetarme el antidepresivo adecuado.
Tuve suerte, el médico no tenía mucha gente en su consultorio. Tan sólo una chica a la que ahora terminaba de atender. Tras unos minutos, conseguí entrar. Me hizo varias preguntas hasta finamente llegar a mi estado de ánimo.
—¿Qué es lo que siente exactamente?
—No lo sé, es una especie de tristeza profunda. Tengo muchos conflictos emocionales y bueno, no logro encontrar algo que me haga mejorar. —Confesé. Abriéndome por primera vez a alguien después de tanto tiempo.
—¿Esto cuánto lleva? ¿Más de dos semanas?
—Cuatro meses. —Enarcó sus cejas de manera sorpresiva por unos segundos.
—¿Tiene problemas para dormir?
—Demasiados.
—¿Pérdida de apetito?
—En ocasiones.
—¿Con qué frecuencia siente cansancio?
—A diario. —Mi interlocutor chasqueó su lengua.
—¿Alguna otra problemática?
—Últimamente estoy siendo muy irritable, soy terco y me siento culpable por todo.
—¿Siente algún dolor? No me refiero al estado emocional, sino físicamente.
—Sólo me duele la cabeza, pero no es tan frecuente. —Se acercó a mi silla, su mirada era firme y profunda.
—¿Ha tenido pensamientos relacionados a la muerte? —Soltó con suavidad.
—No. —Respondí arrugando mi frente.
Escribió en su libreta. Me cobró por la consulta y me entregó mi receta médica. Proseguí a despedirme cortés.
—Por cierto. —Su voz me detuvo de asir el picaporte.— Perdone si no le proporcioné la ayuda que usted necesita, pero yo no soy especialista en la materia. —Arrancó un trozo de papel de su libreta.— Quiero recomendarle a un colega, es un muy buen psicólogo. —Escribió.— Éste es su número, espero él pueda tratarlo.
—Gracias. —Sujeté el recado por mera educación.
Apenas salir, lo arrojé al bote de basura de la sala de espera. Apenas y puedo pagar el hospital como para atender esta idiotez.
Volví con la farmacéutica. Le entregué la lista de medicamentos. Le dio lectura y rápidamente me trajo un frasco de plástico con píldoras en su interior, me dio las indicaciones de su consumo, le agradecí y me marché.
[...]
Amy.
Centré mi vista en sus púas azules. A distancia podía engañar a un observador con la rigidez de su porte. Pero el constante desconcierto en su rostro y sus ojos perdidos, eran el síntoma inconfundible de la falta de gobierno en su mente.
—¿Qué pasa? —Indagó al verme tan atenta a la ventana del auto.
—No es nada. —Mentí.
Volteé a verlo sonriendo, escondiéndole el hecho de que ahí iba mi exnovio, no tenía nada de malo, pero Nathan se había convertido en alguien muy celoso.
—Bueno, ¿entonces qué dices del viaje? —Interrogó alegremente.
Quería hacer un viaje para tomar fotografías en una expedición a la selva que tenía agendada, la única diferencia es que ahora quería llevarme a mí.
—No lo sé. No estoy muy segura de querer ir.
—¿Y por qué no querrías? Va a ser genial, ¿tienes idea de las fotografías que se pueden tomar? Te enseñaré a tomarlas de forma aún más profesional. —Me sonrió ampliamente.
No quería ir. Hacer un viaje con motivo de tomar fotografías... Bueno, me era muy similar a las experiencias que tuve con Sonic y lo que ahora más añoraba era poder olvidarlo.
—No creo ir.
—Bien, yo salgo mañana, vuelvo la otra semana. Te llevo a tu casa, tengo una junta.
Manejó por las calles hasta llegar a mi hogar. Antes de que pudiese salir del automóvil, él me había tomado de los hombros para besarme vilmente en los labios. Correspondí.
Al termino me dejó irme. Nathan y yo habíamos comenzado a salir hace una semana y ya planeaba llevarme de viaje, le gustaba ir rápido en la relación, supe de una de sus exnovias a la que llegó a pedirle matrimonio con dos meses de pareja.
No quería llevar ese ritmo tan acelerado, pero tampoco separarme de él. Me daba temor el hecho de terminar, conociéndolo es capaz de despedirme únicamente por esa razón.
Escrito: 10/03/2018.
Publicado: 08/08/2019.
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