Capítulo 6 Parte 1

Un sueño, una pesadilla. Durante una noche tranquila de Noviembre Tláloc vio entre sueños momentos que había olvidado hace mucho, escenarios enterrados bajo recuerdos mundanos y repetitivos. La memoria se erosiona con la cotidianidad y para un dios con miles de años en su haber, la nostalgia era cosa de todos los días. En su pesadilla, Tláloc se hallaba en medio de la selva veracruzana, rodeado de hombres que le adoraban. Ellos vestidos de algodón blanco, cargando mosquetes con bayonetas listas. La lluvia arreciaba por la furia de Tláloc, como si deseara que el mundo entero se ahogara hasta que sólo los organismos con agallas sobrevivieran a la tempestad. Un disparo se escuchó en la lejanía y todos guardaron silencio. Tláloc dio la orden de avanzar en dirección del ruido y blandiendo su espada dorada en forma de rayo, dejó caer los relámpagos del cielo para iluminar la selva entera. Los súbditos del Dios de la Lluvia vieron escondidos entre la maleza a varios soldados del virrey, amontonados sobre el lecho seco de un río que ahora estaba cubierto por matorrales altos.

Sin piedad en el corazón, Tláloc ordenó con un grito en náhuatl la muerte de los soldados. Sus súbditos se lanzaron contra los soldados, con la única iluminación de los rayos en el cielo y las detonaciones de pólvora. El grito de los soldados leales a la corona española era como música para el Señor de la Lluvia, avanzando entre los cuerpos sin vida de los enemigos. Un ser humano que era capaz de dar la vida por Tláloc se acercó desde atrás de unos árboles, cargando en mano un estandarte con el dibujo de Quetzalcóatl sobre la tela. Tláloc le arrebató el estandarte y con un silbido llamó a un caballo para que le asistiera en su marcha hacia el cuartel de los soldados del virrey.

Se le conocía como el Ejército del Rayo, y a pesar de contar con muy pocos soldados, sus hazañas se estaban haciendo conocidas por todo Veracruz. Enfrentarse a ellos era peligroso y nadie deseaba hacerlo. Se sabía que existía alguna conexión con ese ejército y el mundo sobrenatural, pero nadie tenía una idea clara. Una vez se veía el estandarte avanzar hacia uno, los rayos caerían desde el cielo, causando la muerte de muchos. Esa noche no era la excepción, pues cuando la lluvia se detuvo y los soldados pensaron que la lluvia se había detenido, los truenos rugieron en las nubes y el primer rayo impactó contra el asta bandera que portaba la enseña de la Nueva España.

El fuerte de los soldados del virrey estaba ubicado en un pequeño pueblo indígena de la zona. Construyeron muros de madera para impedir el avance de los enemigos, y desde torres altas vigilaban las copas de los árboles en busca de señales. Las llamas consumieron la bandera esa noche y un segundo rayo destruyó una de las torres de vigilancia, poniendo alerta al pueblo entero. El mandamás de los soldados mandó a despertar a cada varón del pueblo que fuese mayor de doce años y les informó que debían de presentarse con cualquier arma en mano. Hachas, palos de madera, palas y piedras fueron el armamento de la milicia improvisada que marcharía junto a los hombres del virrey para proteger el destacamento.

La gente de Tláloc cabalgó hasta el muro de madera que funcionaba como barricada y con la ayuda de los rayos incendiaron la puerta Oeste, esperando a que esta colapsara para poder entrar todos. Las balas se cruzaron unas con otras cuando los maderos chamuscados colapsaron sobre sí. Gritos de guerra, silbatos de obsidiana y el bufar de una caracola anunciaron la llegada del dios, quien derrotó con facilidad a los mosqueteros con su espada eléctrica. Cuando el ejército regular se redujo a cadáveres, los milicianos, meros civiles con palos y piedras, se vieron los unos a los otros. Alguien propuso abrirles paso a los invasores y dejarles pasar, llevándose lo que quisieran pero sin dejar víctimas mortales entre la población. Ya estaban acostumbrados a los saqueos por parte de los insurgentes, pero esta vez era diferente. Estaban frente al ejército del rayo y no pensaban morir. El pueblo entero vio la entrada triunfal de Tláloc hacia la plaza del pueblo, sosteniendo el estandarte de Quetzalcóatl en mano. Vio a lo lejos, del otro lado de la plaza, una vieja iglesia construida por secciones. La primera era de piedra, edificada por los primeros misioneros que llegaron a la zona. La segunda era de madera, una ampliación necesaria en tiempos de guerra, pues los soldados y los lugareños debían de rezar y no todos cabían en la pequeña iglesia.

Tláloc vio la cruz de madera en el techo y dio a sus hombres una orden usando tanto el náhuatl como el español, a fin de que todos los presentes entendieran. Sus súbditos obedecieron y marcharon hacia la iglesia, forzando la puerta. Entraron y con sus mosquetes comenzaron a disparar contra las figuras de yeso que representaban santos. Tláloc mismo descolgó del altar el crucifijo con el hijo de Dios en él, haciéndolo caer boca abajo. La cabeza del cristo se partió en dos y su corona de espinas rodó unos metros antes de quedar inmóvil. Tláloc la recogió del suelo y la colocó sobre su cabeza, listo para dar su siguiente orden. Una figura de madera de la virgen María conoció las llamas maliciosas del fuego encendido por los súbditos de Tláloc. Las lenguas de fuego consumieron los manteles del altar y pronto la zona sur de la iglesia, aquella construida en madera, ardía con violencia. Tláloc abandonó el lugar junto a su ejército, usando la puerta principal. Se topó entonces con un pueblo encolerizado, donde todos le arrojaban piedras. Se protegió con ambas manos, y después hizo que un rayo cayera cerca de la gente. La turba se dispersó en todas direcciones, buscando refugio.

Algunos hombres se aventuraron a internarse en la iglesia, protegidos por una fe ciega. Rescataron los restos de algunas figuras de yeso, levantaron la cruz entre las llamas y a pesar de sufrir quemaduras, se les veía satisfechos. Las mujeres no paraban de rezar e incluso una tuvo el valor de acercarse a Tláloc con sumo cuidado, agachando la cabeza y con ambas manos juntas, suplicando misericordia.

—Señor—dijo la mujer—¿podría regresar la corona de Cristo?

El Señor de la Lluvia tomó la corona con ambas manos y la entregó a la mujer. El rostro de la deidad lucía distinto, estupefacto. Sin decir ni una palabra subió al caballo y con un gesto de mano llamó a sus hombres. Le siguieron en silencio, sabiendo que algo dentro del dios había cambiado en ese momento. El fuego crepitó en la iglesia, derrumbándose una de las torres de madera que se habían edificado hace poco. Tláloc entonces mostró su misericordia y dejó que la lluvia se precipitara sobre el incendio para apagarlo. Las llamas dieron paso al humo blanco, y nadie más volvió a ver a Tláloc por esos rumbos.

El dios despertó a mitad de la madrugada, sudoroso y temblando un poco ante el recuerdo. Se lavó el rostro con agua fría y sin poder conciliar el sueño, se colocó al lado de la Laguna Encantada, observando el reflejo de la luna sobre el agua. Los grillos cantaban en la lejanía junto a los sapos, incitando a Tláloc a hacer lo mismo. Prefirió quedarse en silencio para ser el único despierto a esas horas, sin contar que otra deidad se hallaba deambulando a esas horas. Era la monja Lupita, acercándose con lentitud y semblante de paz interior, manos juntas para orar. Cerró los ojos y habló con Tláloc, colocándose a su costado.

—Fue un mal sueño, ¿no es así?—preguntó ella.

—No, fue un amargo recuerdo. Ojalá hubiese sido sólo un sueño. Ese día murieron muchos descendientes de aquellos que en antaño me adoraron, seguidores de Quetzalcóatl también. No me arrepiento de las muertes de todos los que nacieron del otro lado del mar, pero aquellos con el mismo tono de piel que yo; sus muertes son las que me duelen hasta el día de hoy. Mestizos, se les llamaba. ¿Tienes momento para una pregunta?

Lupita asintió y dejó que Tláloc desahogara la congoja de su pecho, como un nudo que se deshace poco a poco hasta que la cuerda ya no está tensa.

—¿Cómo es que aceptaste la derrota tan pronto?

—Lo que debes preguntarte no es eso. Claro que hubo derrota, pero no todos la sufrieron. Los poderosos sufrieron porque perdieron su reino, sus esclavos, sus riquezas y mujeres. Pero los gobernados, los que seguían a sus líderes, ellos perderían de todas formas. Pagar tributo, las guerras, los sacrificios, la esclavitud. Todos ellos sufrirían bajo el yugo mexica o el español.

—Entonces, ¿cuál es el sentido de la existencia humana? Digo, a fin de cuentas siempre han de sufrir.

—Tú no eres humano y sufres. Pero no sufres solo, y es por eso que la vida tiene un sentido para ti. Y cuando el ser humano no encuentra sentido en su existencia, reza. Reza a algún dios que le muestre el camino, que le haga sentir protegido. Esa es mi misión, es el objetivo de toda madre. Bajo el imperio mexica los protegí de las guerras, el hambre y el abuso. Bajo la Nueva España les protegería de la esclavitud, de la enfermedad y la pobreza. Siempre hay alguien a quien proteger. Tú no lo ves, pero tu misión es mucho más que hacer que llueva. Estás aquí para que nadie deba sufrir en soledad mientras puedan rezarte.

Esa noche fue una jornada de insomnio para Tláloc, quedándose con el mensaje de Lupita en la mente por horas, dándole vueltas y preguntándose si en verdad la razón de su existencia estaba en los hombres y no en la naturaleza misma. Los días siguientes, Quetzalli se aseguró de que Tláloc demostrara a Tezcatlipoca lo maravilloso que era el mundo exterior. Para demostrarlo, hizo que se llevara electricidad a Casa Tláloc. Se logró usando el poder de convencimiento de Quetzalli, quien tras hablar un rato con algunas personas influyentes en San Andrés, recibió en la zona de la Laguna Encantada a un par de técnicos que colocaron el cableado para cada una de las casitas. De inmediato ordenó a Marina que fuese a comprar una línea de luces de navidad, y comenzó la decoración de Casa Tláloc. Focos de varios colores se colocaron en las fachadas de las casas, algunos emitiendo música incluso. Los Tlaloques se quedaron unas cuantas horas admirando las luces, inventando letra a las melodías de las líneas de focos.

—¿Qué se hace en Navidad?—preguntó Opo, la Tlaloque mayor.

Lupita se sentó con ellos y les habló de las dos caras de la celebración. Les contó sobre el nacimiento de Jesús, y como los reyes magos le visitaron en un pesebre, guiados por una estrella. También les narró sobre Santa Claus, y la forma en que volaba por todo el mundo en su trineo, repartiendo regalos a los niños que se portaban bien. Los tlaloques se impacientaron, sin creer que faltaba todavía más de un mes para la visita de ese extraño señor que llevaría juguetes a Casa Tláloc. Tláloc guardó silencio, desviando su atención a las risas y emoción de sus hijos. Los niños se veían contentos, pidiendo a Lupita y Quetzalli que les enseñaran las letras de las canciones de la línea de focos.

"Ande, ande, ande La Marimorena. Ande, ande, ande que es la Nochebuena" cantaban los tlaloques al unísono mientras danzaban en círculo alrededor del Pájaro Moán, al que le colocaron un gorro rojo de Santa Claus. Tláloc también se benefició de la electricidad, pero no le fue evidente al principio. Sentía que era vanidad humana rivalizar con el poder del rayo, pero después de ver por primera vez la televisión en su casa, quedó maravillado. Se quedó viendo un programa de concursos en donde la gente debía de responder preguntas de conocimiento general, y al no poder responder nada, terminó por sentarse frente al televisor con una libreta para anotar todo lo que fuese posible. Era interrumpido por los villancicos de los tlaloques, y de vez en cuando sentía que las palabras que salían de la boca de los niños eran profanas.

—Esta caja—dijo Tláloc a Marina, hablando sobre la televisión—es un completo azar. Se puede aprender mucho del mundo, pero también está llena de estupideces. No puedo entenderla.

De vez en cuando, después de ver una hora de televisión, salía a estirar las piernas alrededor de la laguna, tratando de darle sentido a la abrumadora cantidad de información que había recibido.

—Los enemigos saben más que yo—le dijo a Doña Ameyalli antes de irse a dormir—ese Tezcatlipoca es un experto en este mundo exterior. Debo saber lo necesario para que no me agarre de tonto.

—Dices "los enemigos" cuando Quetzi dijo que estamos en tiempos de paz. Así nunca se demostrará que en tu corazón no hay más odio.

El siguiente paso para la modernización de Casa Tláloc estaba claro. Quetzalli mandó a instalar una conexión a internet, mostrando a Marina las maravillas de tener un teléfono celular con acceso a la red. Ayudó a la diosa de la sal a crear perfiles para las redes sociales más populares, le enseñó a tomarse fotografías con el dispositivo y a usar los filtros disponibles para la cámara. No hubo cosa en Casa Tláloc que no fuese fotografiada, incluyendo la segunda fotografía de Tláloc en existencia, siendo la primera un daguerrotipo viejo de 1840, en donde se le retrató como un veterano de la guerra de independencia.

Los tlaloques pasaban horas en una Tablet, viendo videos y peleando por ser el siguiente en turno para usarla. Doña Ameyalli encontró en el internet un vasto mundo de recetas culinarias y pudo acceder a canciones que no fueran el son jarocho que sonaba en su hogar todos los días. Barría la casa con música de fondo en una bocina que Quetzalli le enseño a configurar. "Ya lo ves, la vida es así. Tú te vas y yo me quedó aquí..." cantaba Doña Ameyalli exprimiendo el trapeador en una cubeta, lista para dejar el piso reluciente.

Tonatiuh degustó todas las recetas que la esposa de Tláloc obtuvo de internet, y después de un rato emprendió la tarea de hacer una reseña para cada restaurante, fonda y puesto de comida en la región de Los Tuxtlas. Ixtab por su parte escribía un blog sobre prevención del suicidio, tratando de canalizar a sus lectores deprimidos con profesionales de la salud mental. Coyote Viejo abrió una cuenta en un sitio de internet donde le era permitido vender fotos explícitas de sí mismo, amasando una fortuna casi de inmediato, transformándose en el motor financiero de Casa Tláloc. El Señor de la Lluvia apenas y pudo comprender los cambios que ocurrían a toda velocidad en su entorno, y un día, sin previo aviso, desapareció. Doña Ameyalli lo buscó por los alrededores y cuando sospechó que algo había ocurrido con su esposo, fue directamente hasta donde estaba Tezcatlipoca. Antes de poder entablar conversación con él al respecto, la puerta de la choza del Espejo Humeante se abrió. Era Quetzalli, quien ya había notificado a su hermano del incidente.

—No ha sido obra de Tezcatlipoca—dijo la muchacha—se ha retirado por cuenta propia. Coyote Viejo ha salido también a buscarle, usando su olfato para dar con él. Moán también le busca desde el aire.

—¿Y ahora que haremos?—preguntó la preocupada esposa.

—Esperarlo. Envíe a Coyote a buscarlo sólo para calmar un poco el miedo que usted siente en este momento. Pero estoy segura de que Tláloc regresara, es sólo que todo esto es muy difícil para él. Debemos darle tiempo y demostrarle que le tenemos confianza. Después de todo, yo confió en él. ¿Usted también?

Doña Ameyalli se secó las lágrimas mientras asentía. Quetzalli le consoló y al fondo, en una hamaca, Xipe Tótec escuchó las noticias. Estaba leyendo un libro y dejó su lectura para ponerse de pie y buscar a Xilonen, esposa de Tezcatlipoca. La diosa cepillaba su cabello frente a un espejo en una habitación pequeña a la cual se entraba al atravesar una cortina que mantenía a los mosquitos fuera. En cuanto la mujer vio a Xipe, se lanzó a sus brazos para mantener el romance secreto que ambos sostenían. Después de unos cuantos besos, el dios con aspecto de hombre vencido por los años contó las noticias sobre Tláloc a la mujer. Ella escuchó con atención los pormenores de la situación y cuando Xipe Tótec terminó, hizo una pregunta.

—¿Y qué es lo que harás al respecto?

—Sé que Tezcatlipoca ganará, lo he sabido desde siempre; recuerda que esto fue mi plan. Pero no esperaré hasta fin de año para ver la primavera llegar, las mariposas están ansiosas de emprender su vuelo. Debo de hacer algo para adelantar este proceso, y así aventajar. Es ahora o nunca.

—Entonces, ¿qué te detiene?

— Quetzalcóatl. Nunca fue parte de mis planes, él hace todo más difícil. Podría aliarse con Tezcatlipoca y evitar que le traicionemos. Y si Quetzalcóatl toca primero el Espejo Humeante, estamos arruinados. Todo mi plan depende de tocar ese espejo primero. Necesito ayuda.

Xilonen se pasó un dedo por los labios, pensando por unos segundos hasta dar con una respuesta.

—No muy lejos de aquí hay un poblado llamado Catemaco. En ese sitio viven los mejores brujos y brujas de todo el país. Sabiduría ancestral corre en sus árboles genealógicos. Quizás ellos tengan una forma de que logres traer el renacimiento a estas tierras. No debe haber en kilómetros personas más conectadas con la naturaleza que estos brujos y brujas. La naturaleza siempre tiene las respuestas, pero tú y yo vivimos alejados de ella por mucho tiempo. Atrapados en casas grises y torres de cristal, en ríos de concreto por donde avanzan pesados armatostes de metal. Por ello hemos dejado de escuchar el mensaje del cenzontle, hemos perdido la habilidad de oír la sabiduría en el rugido del jaguar. Y si existe alguien que nos haga escuchar de nuevo, puede ser en esas tierras.

Xipe Tótec sostuvo a su amada con firmeza, deseando el día en que pudiese dejar de preocuparse porque Tezcatlipoca lo atrapara.

—Traer a Tezcatlipoca de regreso fue mi idea—dijo Xipe Tótec—porque supe desde el principio que soy yo quien tiene el control de la situación. Cree que es todopoderoso, pero no tiene ni idea de lo que soy capaz. Yo sacrifiqué la paz en la que vivíamos tú y yo por la gloria de reinar sobre este mundo. Y no te decepcionaré, lo prometo.

Lejos de allí, un hombre vestido con chamarra azul y anteojos redondos del mismo color, mostraba un boleto de autobús a una persona en la central de camiones. No llevaba equipaje consigo, así que fue de los primeros en subir y tomar asiento. Se sintió todavía más nervioso de lo que ya estaba cuando la puerta del camión se cerró de golpe y el motor echó a andar. La lluvia comenzó afuera, como siguiendo al camión en su travesía. No llovería en San Andrés durante algún tiempo. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top