Capítulo 2, Parte 2
Doña Ameyalli tuvo que pedir ayuda a las Gentes de las Nubes para saciar el enorme apetito del dios del sol Tonatiuh, quien ahora se hacía llamar Tony. En el pasado el dios había consumido enormes cantidades de corazones humanos como sacrificios que aplacaran su insaciable naturaleza destructiva, capaz de ocasionar sequías. Ahora, cuando los sacrificios humanos estaban bien enterrados en el pasado y no quedaba de ellos más que un amargo recuerdo de una época salvaje de la cual había que sentirse avergonzado.
La Casa Tláloc no estaba lista para la llegada de un comensal de estas dimensiones, y siguiendo las instrucciones de Doña Ameyalli, la gente de las nubes se dedicó a cocinar algunos pollos del corral, al punto en que las gallinas en los corrales expresaban su miedo al atrincherarse todas en una esquina debajo de los lavaderos de piedra. Si los vegetales de la huerta tuvieran la facultad de correr y esconderse probablemente lo hubiese hecho también, aterrados ante el glotón astronómico que todo lo devoraba. Un árbol de chicozapote se llevó también una ingrata sorpresa cuando la mole conocida como Tonatiuh sacudió su tronco con fuerza sobrehumana, dejando caer sus frutos después de luchar por mantenerlos en sus ramas.
Después de dejar que Ixtab y Tonatiuh se asentaran en las inmediaciones de la casita azul, Tláloc tuvo que confrontarlos. No tanto por la voracidad del astro rey, sino también por un asunto que le inquietaba y que después de todo, había sido la razón principal por la que el Señor de la Lluvia había llamado a los demás dioses. Antes de tener una cena opípara con sus invitados, Tláloc ordenó a la Gente de las Nubes para que fuesen al cerro, recolectaran algo de rocas y las trajeran de regreso para construir pequeños templos a los dioses. Uno de los siervos de Tláloc le informó que no era necesario tal esfuerzo, pues fácilmente podrían ir a comprar materiales de construcción. Una hora después de que partieran los hombres, regresaron con un camión cargado de materiales para construcción tales como ladrillos, adoquines, cemento, algunas tablas de madera, varillas y mallas metálicas.
Coyote Viejo no soportó ver la forma en que Tláloc se sentaba en una silla a tomar un vaso de agua de chagalapoli mientras observaba a sus súbditos construir los templos en miniatura en un terreno desocupado de la propiedad. Hicieron primero un tejabán para proteger los templos, y después construyeron pequeños altares que asemejaban diminutas pirámides escalonadas. Uno de los súbditos modeló en barro esculturas de los dioses, tal y como debieron de ser representados en épocas antiguas, y cuando estos estuvieron listos el señor Tláloc ordenó que se ofrendara comida y artículos a los dioses. Coyote Viejo recibió muchos artículos asociados a la mujer tales como esmalte para uñas, zapatos de tacón y algunos otros más asociados a la polaridad masculina, como sombreros con plumas y cinturones con hebillas grandes y toscas.
Ixtab recibía ofrendas con diferentes tipos de cuerdas, desde aquellas sintéticas hasta las más naturales hechas de cáñamo. Y a Tonatiuh se le ofrendaron primero dos codornices y un guajolote, que fueron sacrificados casi como se hubiese hecho con un ser humano en el pasado, siguiendo la tradición ritualista y ceremoniosa de siempre. Una vez los dioses contemplaron sus altares no pudieron sentirse más contentos y agradecieron a Tláloc, quien les invitó a la cena más grandiosa que se hubiese hecho jamás en Casa Tláloc. Se sirvieron frutas y verduras de toda la región, se sirvieron memelas de carne y nopal, se sirvió un platillo llamado carne de chango que en realidad estaba hecho con carne de puerco, sopa de hormigas chicatanas y hasta tamales de iguana. La colección de botellas de licor de nanche de Tláloc se ofreció a los invitados y estos disfrutaron como nunca de la cena.
Fue en el calor de la celebración que Tláloc interrumpió después de un brindis propuesto por Tonatiuh. Se mostraba algo nervioso, pensando en la forma más sutil de conseguir la información que necesitaba. Había aprendido ya que la mejor forma de iniciar una conversación es dejando que la gente hable primero, y que cuenten aquello que ellos consideran importante para sí mismos. Fue por esto que Tláloc hizo una pregunta que parecía inocente.
—Así que dime, Tony. ¿Qué han estado haciendo todo este tiempo?
—De todo—respondió el glotón—pero lo último que hice fue vivir en el estado de Quintana Roo, en un pequeño pueblo llamado Mahahual. Allí guiaba a los turistas por las atracciones más interesantes de la zona y les llevaba incluso a bucear en los arrecifes de coral. Aprendí a hablar inglés y todo.
—¿Y qué hay de Ixtab?
Todos echaron una mirada a la mujer de la cuerda, quien estaba sentada en silencio comiendo una alita de pollo. Ella vio a Tonatiuh, pidiéndole ayuda para que él hablara en su lugar, pero el dios solar no quiso hacerlo. Era hora de que ella hablara por sí misma, así que guardaron silencio para intentar ejercer presión sobre ella. Al final la técnica funcionó y la mujer dio una breve explicación de sus actividades.
—Hago retratos.
Todos aceptaron eso como una explicación y no hicieron más preguntas, decididos a seguir comiendo sin parar. Entonces fue que Tláloc sintió la necesidad de ir sobre sus verdaderas intenciones, no ocultando nada a los que le rodeaban. Sabía muy bien que tarde o temprano tendría que hacer la pregunta, pues no quitaría el dedo del renglón y dejaría su meta principal a la deriva. Así pues, el Señor de la Lluvia fue sobre la pareja de invitados y mientras se servía un vaso de licor de nanche con aparente casualidad, hizo la pregunta que le incomodaba en la garganta.
—¿Y ustedes no han sabido nada acerca de Quetzalcóatl?
El silencio durante la cena no pudo ser más incómodo. Marina Atzin y Doña Ameyalli estuvieron casi a punto de llevarse la mano contra la frente en un gesto de frustración, pero encontraron en la tensión del aire la fuerza para quedarse quietas y fingir que observaban la comida en sus platos con interés.
—¿Nos permiten un momento?—se puso de pie Tonatiuh, acercándose a Tláloc—quisiera hablar esto afuera.
El sol ya había caído y la noche había tomado las horas del día. El manto de la noche estaba repleto de estrellas dado que la falta de energía eléctrica y contaminación en la zona hacía de la Laguna Encantada un sitio perfecto para divisar los astros en la frontera del cielo. Tonatiuh sacó de su bolsillo un encendedor y con él prendió la punta de un cigarro que puso en su boca. Inhaló el humo por la boca y después lo dejó escapar hasta por la nariz, suspirando con dolor por los recuerdos en la mente, quemándole al grado de querer olvidarlos.
—Oye, Tláloc—empezó Tonatiuh—sé lo difícil que ha sido para ti todo esto. Ya sabes mi respuesta de antemano, no he hallado a Quetzi en ninguna parte. Se fue, nos ha abandonado y no creo que vaya a regresar. Sé que fuiste de aquellos que creyó que entre los conquistadores venía Quetzalcóatl a proteger a su pueblo. Sé que has protegido a la humanidad que él creó, y sé lo mucho que valoras el sacrificio que él hizo cuando descendió al inframundo a buscar los ingredientes para crear a los humanos. Sé que fue tu mentor y el de tu esposa, cuando les demostró que los hombres que vivieron durante la época en que ustedes fueron el sol estaban defectuosos y necesitaban ser creados desde cero. Pero debes dejarlo ir, así lo quiso él.
—Él amaba a su creación—espetó Tláloc, con el ceño fruncido y el puño cerrado—no los abandonaría sólo porque alguien le alteró la bebida y lo hizo quedar en ridículo. Si te crees ese cuento bien por ti, pero él no es la clase de persona que huye después de avergonzarse en una borrachera. Es mejor que eso y tú también lo sabes, así que si me permites, yo lo seguiré buscando hasta que pueda seguir haciéndolo.
—¿Y vas a perderte la oportunidad de vivir tu propia vida?
Tláloc golpeó el suelo con el pie y en cielo se escuchó un trueno que retumbó en las nubes, y el viento comenzó a soplar con mayor fuerza. Las nubes cubrieron el firmamento y la noche pasó de ser una despejada a una de tormenta. Tonatiuh se quedó en silencio, viendo al hombre que caminaba bajo la lluvia hacia el establo en donde descansaban los caballos. Tláloc dejó el pueblo de San Andrés bajo una tormenta de granizo fuerte, que dejaba saber a todos su mal estado de ánimo. Doña Ameyalli observaba a través de la ventana, preocupada por su marido y preguntándose a dónde había ido aquel hombre en su caballo. La mujer no dejaba de disculparse con sus invitados por el incidente. Coyote Viejo adoptó su forma de animal y en cuatro patas salió a andar bajo el granizo, buscando al Señor de la Lluvia.
Algunas personas en el pueblo vieron al hombre solitario sobre su caballo andando a galope lento, con la lluvia como el simbolismo de su tristeza. Le vieron detenerse en una tienda local a comprar una botella de vodka barato, y anduvo bebiendo sobre su caballo por varios minutos, sobre la carretera que llevaba hasta el pueblo vecino de Santiago Tuxtla. El sitio era una localidad aún más pequeña que San Andrés, en donde el parque central era un sitio tan simple en el que unas pocas bancas rodeaban la atracción principal del pueblo, la cual era una gran cabeza esculpida en piedra por una cultura milenaria conocida como Olmeca. Nada se sabía de ese pueblo, o al menos eso era lo que pensaban los arqueólogos de la zona, pues Tláloc bien que conocía a ese pueblo.
Las cabezas eran entes antiguos que lo habían visto todo. Se conectaban las unas a las otras por medio de una red del pensamiento colectivo, y cada vez que alguien esculpía su forma sobre cualquier superficie, estaba invitando a los antiguos entes a apoderarse de aquella cabeza. De esta forma hasta las réplicas de las cabezas olmecas poseían el conocimiento sobre lo antiguo y lo actual, desde la réplica de museo hasta el llavero de la tienda de recuerditos. Tláloc bajo del caballo y avanzó con pasos lentos hasta la cabeza de piedra, aun con la botella en la mano. Se sentó frente a la enorme cabeza, que estaba protegida por un cerco para que los turistas no la dañaran. Suspiró y vio al antiguo ente, listo para hablar con él.
—Cabeza Colosal—dijo el Señor de la Lluvia—sé que ya te he preguntado cientos de veces por Quetzalcóatl y su paradero, así que cambiaré la pregunta. ¿Qué tan probable es que Quetzalcóatl siga aquí entre la humanidad?
La enorme cabeza de piedra abrió sus pesados labios y emitió el sonido de una voz grave y cavernosa, como la de un gigante.
—¿Qué harías si lo encontraras?—preguntó el ente antiguo de la cabeza de piedra.
—Pedirle ayuda para que nos guíe. Después de todo, él creó a estas personas que nos adoran. Él podría convencerles de que dejasen de adorar a los dioses nuevos y que regresarán al pasado. Así que dime, ¿lo encontraré alguna vez?
—Hemos hablado entre nosotros—dijo la cabeza—y hemos llegado a la conclusión de que si tuvieras a Quetzalcóatl frente a ti, no serías capaz de darte cuenta. Todos los dioses han buscado nuevos significados para sus existencias, menos tú. Creemos que la Serpiente Emplumada no sería la excepción y que quizás ahora mismo se halle teniendo una vida común. Ve por ejemplo a Tonatiuh, a Ixtab o a Coyote Viejo. ¿Por qué no vas a disfrutar de tu esposa y tu hija en casa?
Tláloc arrojó la botella de vodka a la cabeza de piedra, muy molesto. El granizo se hizo tan fuerte que comenzó a dañar el cristal de algunos autos aledaños.
—¡Ya sabía yo que una piedra chismosa como tú no entendería la gravedad de este asunto! ¿En verdad vamos a dejar que la conquista siga creciendo cada día más? Ya no sólo son los dioses españoles, sino también los de otros lados. He visto a unos hombres calvos vestidos con túnicas anaranjadas viajando a pie y hablando de un tal Buda, he visto a una familia hablarle al mundo de un libro sagrado llamado Torá y no falta poco para que vengan y nos invadan más dioses. Yo no me quedaré de brazos cruzados y voy a luchar contra esto. Y Quetzalcóatl me entenderá y estará de acuerdo conmigo, no como todos los demás cobardes que se hacen llamar dioses y llevan vida de humanos. ¡Son una maldita vergüenza! La Serpiente Emplumada se consideró no digna para gobernar a su gente, pero de seguro que ha madurado y ahora todo es diferente. Si algo he aprendido es a cultivar la paciencia y por ende voy a seguir esperando.
Tláloc se fue del parque y subió a su caballo, caminando hacia el sitio en donde estaba un restaurante que atraía a diario a cientos de turistas. En la pared de la entrada estaba pintado un mural que mostraba a Quetzalcóatl en su forma de serpiente emplumada, tan majestuosa como Tláloc la recordaba. El hombre desmontó de su animal y dando tumbos de borracho posó su mano sobre el mural, como si deseara sentir la textura de las escamas y las plumas de la criatura. Se desplomó llorando bajo la lluvia, cayendo a la acera sin dejar de ver el rostro del dios en el muro.
—Señor, ¿por qué no has regresado?—preguntó a la imagen—te necesito, más que nunca. He logrado reunir a varios dioses en un sólo sitio, y quisiera que más de ellos llegaran aquí para poder hablar con ellos. ¿No tienes algo que quieras decirle a todos? Este es el mejor momento de aparecer ante nosotros, señor. Te lo ruego, te lo suplico...sin ti, no hay nadie que lidere a los demás. Tu humanidad necesita ser educada y esa es una labor que sólo tú puedes hacer. Por favor, en verdad quiero verte y estar contigo. Deseo que el día en que esté frente a ti llegue. ¿Acaso dejarás que Tezcatlipoca gobierne sobre los hombres? Sin ti no somos nada. Yo no soy nada.
Tláloc se puso de pie con cuidado y al comprobar que no podía subir a su caballo, se limitó a guiarlo de la correa mientras caminaba calle abajo entre los cúmulos de granizo. Y mientras daba la espalda al mural, habría jurado que vio a la serpiente dibujada reptar sobre la pared a través del rabillo del ojo, pero cuando se giró para comprobarlo el dibujo estaba tan estático como siempre. Decepcionado emprendió el camino de regreso a casa, sabiendo que su esposa le regañaría por su actitud con los invitados. Enfrentaría entonces las consecuencias de sus actos, quizás pediría disculpas y se iría a dormir envuelto entre las sábanas, la vergüenza y el auto desprecio. Pero como Señor de la Lluvia que era había aprendido después de tantos siglos que siempre después de la tormenta venía la calma de nuevo, y que la lluvia no era eterna.
Se encontró con Coyote Viejo en el camino y juntos caminaron hasta la casita azul, sin dirigirse la palabra el uno al otro, pero sintiendo ambos que las cosas no andaban bien. Coyote se transformó en una mujer de aspecto similar a Ameyalli, y abrazó a Tláloc mientras caminaban juntos, llevándolo del brazo como una mujer que acaba de sacar a su marido de una cantina a altas horas de la noche, regresando a casa en donde tendrían muchos problemas maritales.
Cuando Tonatiuh intentó al día siguiente disipar las nubes, no le fue posible. Una fuerza que no provenía de Tláloc le hizo frente y desplegaba nubes por todo el cielo, a través de vientos despiadados que después de unas cuantas horas se habían vuelto voraces. Levantaban los techos de lámina de las casas, derrumbaban palmeras y amenazaban con desbordar los ríos y arroyos. Doña Ameyalli vio el calendario sobre la pared, aquel que le habían regalado como obsequio de año nuevo en una carnicería local. Estaba pronta una fecha que se hallaba marcada con un enorme círculo rojo hecho con un bolígrafo, y que todos menos Tonatiuh conocían su significado.
Y así fue como después de las lluvias ocasionadas por Tláloc vino la temporada de fuertes vientos, haciéndole saber al dios de la lluvia que se acercaba la temporada más difícil de todo el año, aquella en que debía de enfrentarse contra uno de los seres más destructivos que conocía: Tajín, el huracán.
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