"Pierde la pelea y pierdes a la chica..."


Volví a nuestro sector, con ganas de tomar el centro de mesa y estrellarlo contra la cabeza del abogado.

Solamente Ethan se encontraba allí, sentado. Los demás se habían retirado, probablemente a bailar ya que todos estaban en pareja, con excepción de Brittany, pero con seguridad no le costaría conseguir una.

—Su baile no duró mucho —me dijo él. Había estado bebiendo vino hasta que yo llegué.

—Querrás decir que no duró nada —le corregí—. De hecho, ni siquiera bailamos, solo hablamos. Ése tipo es detestable —me crucé de brazos.

—No te preocupes, no tendrás que volver a tu casa con él. Yo te llevaré —dijo, para mi alivio. No quería saber nada de tener que volver a ver a Marco.

—¿Estás seguro? ¿No tienes que quedarte a "comer postre" con Cindy Preston?

Sin querer, lo dije con evidente molestia. Enseguida me entró la duda de si fueron tan evidentes mis celos, porque Ethan curvó los labios hacia un costado, negando con la cabeza y entrecerrando los ojos.

Ni siquiera sabía por qué lo hice, pero no quería que él piense que yo estaba jugando a dos puntas. Así que me decidí a aclararle lo de Benjamín cuanto antes.

—Tenemos que hablar.

Él me miró y se puso de pie. Llevó la mano izquierda a su bolsillo y me ofreció la derecha.

—Vamos afuera —propuso.

Me puse de pie pero sin aceptar su mano. La aparición de Cindy todavía seguía haciendo efecto en mis adentros. Además, ahora que sabía que Marco escudriñaba cada detalle de mi comportamiento cuando estaba con Ethan, preferí que nos viera tomar distancia. Él me siguió mientras salía a un gran balcón de estilo antiguo. Esos que tienen las barandas gruesas de piedra y lucen muy elegantes.

Nos ubicamos en uno de los extremos. La vista nocturna era magnífica con las luces a lo lejos cortando la oscuridad del cielo.

—Sé lo que vas a decirme —empezó él, antes de que yo siquiera pensara en hablar. Me había detenido en el hermoso paisaje que nos acompañaba —. Que no quieres que te lleve a tu casa porque eso va a molestarle a ese novio que tienes.

—Ethan...

Era la primera vez que él me hablaba en serio de Benjamín desde el sábado pasado. Así que intenté no perderme de cada gesto, cada movimiento que hacía con la mano y que me demostraba que en realidad esta conversación le resultaba muy incómoda.

—Y por una parte lo entiendo. Pero por otra, pienso que deberías explicarle que no pasa nada entre nosotros. O sea, entre tú y yo —se corrigió de inmediato.

—Ethan.

—Y prometo no volver a pelear con él, por muchas ganas que tenga de estamparlo contra la pared.

—Ethan, déjame hablar —le dije con gracia debido a sus últimas palabras. Ni siquiera me había mirado al expresarlas.

Él hizo silencio, pero siguió evitando encontrar sus ojos con los míos. Fingía observar la lejanía que se extendía a mi costado.

—Benjamín no es mi novio.

Sus ojos se abrieron levemente por un segundo, pero volvieron a entrecerrarse enseguida.

—Y no lo será —agregué—. Norman le pagó para que interfiriera.

Estuve a punto de decir "para que interfiriera entre nosotros", pero me pareció que ya estaba implícito y no quise ser demasiado directa al respecto. Especialmente luego de que él se hubiera retractado de usar esa palabra y la reemplazó por otras con menor cercanía.

—¿Norman? —repitió, perplejo, entonces sí volvió a encontrar sus ojos con los míos.

Asentí. Ya había aprendido a no ocultarle las cosas que su tío hacía.

—Demonios —se quejó en un susurro—. Le dije que se mantuviera lejos de ti.

Mi intención había sido que se sintiera mejor, pero mi revelación tuvo el efecto contrario en él.

—¿Ahora qué pasa? —le consulté al ver que su expresión había empeorado.

—Te lastimaron —dijo y llevó una mano a mi rostro, acariciándolo.

Su ingenuidad me llenó de ternura. Negué.

—No hay forma de que me lastime, porque no me gusta él —le aclaré.

El que me gusta eres tú. Me moría por decirlo, me apretaban tanto en el pecho esas palabras, pero las reprimí.

—Jackie —se me acercó más, como si no me creyera—, puedes decirme la verdad. No soy un niño llorón. Y te vi con él de la mano en una foto.

Se mostró algo ofendido de pensar que yo lo consideraba un muñeco de porcelana.

—Sí, pero no es como piensas. No estoy dolida ni nada por el estilo.

—Sólo te haces de la fuerte... —bajó su mano hasta mi hombro, apretándolo con firmeza como cuando intentas consolar a tu amigo que acaba de aplazarse en el último examen.

—No, Ethan. Te hablo en serio —él no me creía que Benjamín me daba igual—. No siento nada por él.

—Sólo volvamos... —dijo, y eso me molestó. Se movió en dirección al salón.

—¿Por qué no me crees? —le reclamé. No podía soportar que piense que sería tan tonta en volver a sentir algo por un idiota como Benjamín.

—No me gusta que me lo quieras ocultar —se quejó—. No me voy a romper por el hecho de que te guste otra persona —volteó de nuevo como para irse, pero se detuvo en seco y giró el hombro de nuevo hacia mí. —La vida es así, no siempre sale todo como uno espera. Lo que se hace en estos momentos es olvidar y seguir adelante.

Olvidar. Esa palabra me golpeó algo dentro.

Entonces caí en cuenta de que Marco tenía razón: Ethan no era alguien que se dejaba estancar por mucho tiempo. Él podría superarme en cualquier momento. Él podía hacerme a un lado y seguir adelante.

Mi respiración comenzó a emerger de forma entrecortada.

—No me gusta Benjamín —insistí. No sabía qué más decir para no perderlo.

—Eso no cambia nada si tampoco te gusto yo —soltó, acercándose de nuevo hacia mí.

Dejé de contenerme por un momento y me lancé a sus brazos.

—¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? —exterioricé mientras me aferraba a él, ocultando mi rostro contra su pecho.

—No lo es, Jackie. De hecho, es muy simple —contestó, devolviéndome el abrazo—. Si tienes claro lo que quieres, te enfocas en eso y ya.

Negué.

—Siempre tuve claro lo que quería, hasta que te conocí y me di cuenta de que no es tan simple. Al menos no si una de las cosas que quieres interfiere con la otra.

Él subió sus manos hasta mi rostro y lo levantó, haciendo que lo mire.

—¿Qué es lo que quieres, Jackie? —preguntó con sinceridad en la voz.

—No quiero perder mi hogar, ni quiero perderte a ti —revelé agobiada—. Y no hay forma de conservar a uno sin perder al otro.

—Estás complicando algo que en realidad es muy sencillo... —acusó. —No vas a perderme a mí, siempre voy a ser tu amigo.

No era eso lo que yo quería. Ni siquiera estaba segura de poder decir que alguna vez fuimos amigos. Y él lo sabía también, probablemente sólo lo dijo para tranquilizarme.

—No lo estoy complicando —solté hastiada y me aparté de él— Es complicado —reiteré.

Él rodó los ojos. Tal vez estuviera pensando que soy una niña caprichosa.

—Para mí no es nada complicado —aseguró—. Sé lo que siento por ti, y después del sábado me quedó claro que no sientes lo mismo —me miraba a los ojos, sin ninguna duda en todo lo que estaba expresando—. Y es verdad, me molesté al comienzo, me molesté mucho. Pero no contigo, sino conmigo. Porque fui un idiota al haber malinterpretado todo, me equivoqué —yo nada más lo miraba con atención—. Pero me tomé estos días para asumirlo y seguir adelante, es lo que estoy intentando ahora. Así que, por favor no me lo hagas más difícil.

Asentí con tristeza. ¿Qué más le podía decir?

Una lágrima se me escapó sin avisar, y él la frotó con sus dedos.

—No llores, Jackie. Vamos a estar bien —me mostró una sonrisa tímida.

Volví a asentir, sin decir nada, pero forzándome a sonreír también. Entonces pasó su brazo sobre mi hombro y me llevó de nuevo adentro.

Definitivamente bailar no era lo mío. Y bailar con él me demostró ser incluso más complicado, porque lo hacía muy bien y sus pasos me obligaban a seguirle el ritmo. La parte en que sonó salsa fue la que más me costó, porque me hizo girar tantas veces que tuvo que sostener mi cuerpo en varias oportunidades, para evitar que fuera al suelo. Aun así, me di cuenta de que se estaba conteniendo, respetando el hecho de que yo no supiera bailar en absoluto. Como ya lo había visto hacerlo con Trisha en el cumpleaños de Jacob, que por cierto fue el baile más genial que pude presenciar en mi vida, sabía que él podía hacerlo mucho mejor de lo que lo estaba haciendo conmigo.

—¿Dónde aprendiste a bailar? —le consulté, al cabo de una hora, mientras nos dirigíamos de vuelta a la mesa. Había comenzado a sonar bachata y eso fue mucho más de lo que mis pasos podían soportar. Y mi temperatura corporal, puesto que él se veía demasiado bien haciéndolo.

—Cindy me enseñó, hace años —contestó con naturalidad.

"Cindy". Ese nombre parecía estar directamente relacionado al de él.

—Ustedes sí que tienen una historia —solté, como quien no quiere la cosa e invitando a que me cuente más al respecto.

—Bueno, ella ha sido amiga de Brittany desde siempre, así que nos vemos a menudo —se encogió de hombros levemente.

—¿Y cada vez que te ve tiene que darte un beso?

No iba a dejar que, indirectamente, me convenciera de que solamente su prima lo unía a ella. Lamentablemente para Ethan, yo no era una tonta de las que se tragaba cualquier cosa.

No sabría decir si lo tomó como celos de mi parte, pero le causó bastante gracia mi comentario.

—No cuando tengo novia.

—Pero cuando no, es algo así como tu amante —me crucé de brazos, insistiendo en que me lo confesara.

—¿Qué? Claro que no. Es sólo una amiga...

—No te besas así con tus amigas —repliqué. En realidad, no sabía que Ethan tuviera amigas, pero supuse que no se besaba así con las que pudiera tener.

—Porque en realidad yo no me beso con Cindy, más bien ella lo hace...

Rodé los ojos.

—¡Pobre Ethan! ¡Acosado y abusado por la amiga supermodelo de su prima! —ironicé.

Él volvió a reír, esta vez echando la cabeza levemente hacia atrás.

—No estoy diciendo que no disfrute cuando lo hace —me miró de reojo, como esperando una reacción de mi parte.

No iba a darle el gusto de mostrar celos, pero tampoco quise seguir conversando sobre esa mujer, aunque yo misma hubiera traído el tema a colación. Así que ubiqué visualmente los sanitarios y moví mi cuerpo hacia ellos.

—Ya vuelvo —le dije.

Él se sentó a esperarme con David y Evelyn, quienes estaban de nuevo en nuestro sector.

Apenas me había ubicado frente al espejo del tocador para chequear mi aspecto cuando Brittany ingresó, seguida por Cindy y Danna. La última cerró la puerta y se ubicó delante de ésta en forma de guardia. Hasta ahora no había considerado a la novia de Jason como una de las "secuaces" de Brittany, pero aparentemente me había equivocado.

—Sin importar cuánto te arregles, nunca estarás a la altura de mi primo. Ya deberías saberlo —me dijo la rubia en tono de burla. Se había detenido a mi costado, con los brazos cruzados y una mirada amenazante. —Tal vez deberías considerar volver a nacer.

—Ya déjame en paz, Brittany —le exigí, encontrando mis ojos con los suyos a través del espejo.

—No lo haré. No hasta que tú lo dejes en paz a él.

Ella abrió una canilla y apuntó el chorro de agua hacia mí, empapando mi vestido en la zona del estómago. Me alejé de un salto, con miedo a resbalar por el movimiento brusco que hice y el agua que chorreó directo bajo mis pies.

—¿Qué demonios te pasa? —la encaré, apoyando una mano en el lavadero para mantener el equilibrio.

—¡Ethan no es tu juguete, Jacqueline! —De pronto se hizo una furia, acercándoseme tanto como pudo—. No puedes tenerlo así. ¡No tienes idea del daño que le haces!

—No estoy jugando con él —le dije—. ¡Y tú no tienes derecho a decirme qué hacer! ¿Qué demonios se creen tú y tu padre?

—No hables de mi padre. Al menos yo tengo uno —contestó con malicia, volviendo a su lugar original, cruzando los brazos y forzando una mueca burlesca.

—Te voy a arrancar todas las extensiones —juré, acercándome esta vez yo a ella, desafiante.

—Hazlo —me retó, con tanta seguridad en sus verdes ojos que me hizo detenerme—. Al menos así Ethan verá que sólo eres una salvaje manipuladora.

La puerta se abrió en ese momento, apartando a Danna a un costado. Evelyn ingresó. A juzgar por su expresión, ya sabía que estaba ocurriendo algo malo.

—Jackie, Ethan me pidió que venga a buscarte —dijo con calma, analizando la situación.

—Hablando de manipuladoras... —soltó Brittany con una sonrisa de suficiencia, pero se hizo a un lado para dejarme pasar. Crucé por su lado, sin sacarle los ojos de encima, hasta que salí del baño con Evelyn detrás de mí.

—¿Estás bien? —me preguntó ella.

—Sí, pero la detesto.

Ethan y David estaban parados a unos pasos del baño, atentos a nosotras.

—¿Qué pasó? —me preguntaron.

—Brittany es una arpía —declaré con rabia.

—Lo siento, —expresó Ethan, acercándose a mí y colocando sus manos en la parte mojada de mi vestido— voy a hablar con ella.

Negué.

—Sólo llévame a casa —le pedí y él asintió.

Nos despedimos de Evelyn y David, quienes también se retiraron de la gala en ese momento.

Ethan me pasó el brazo por detrás de la nuca, de camino a la limusina.

—Lamento que te haya puesto de mal humor —expresó.

—No es por ella, sino por lo que me dijo —le expliqué—. Piensa que sólo estoy jugando contigo.

—¿Y lo estás haciendo? —preguntó, con una sonrisa irónica.

—¡Claro que no!

Él rio.

—Entonces no te preocupes por lo que ella diga.

Agaché la cabeza.

—No es porque me lo haya dicho, sino porque es lo que ella cree. Y me hizo pensar que tal vez así se ve desde afuera.

—No entiendo... —me abrió la puerta de la limusina.

—Que tal vez no deberíamos estar así —le dije—. Abrazados... o tomados de la mano —aclaré, al ver que no me comprendía.

Él dejó de abrazarme apenas lo dije. Entonces aproveché para entrar en el carro. Se dio la vuelta alrededor e ingresó por el lado contrario, sentándose a mi lado.

Recién volvió a hablar cuando el chofer nos puso en marcha.

—Si lo que quieres es que guardemos distancia, eso haremos.

Asentí. En cierta forma, Brittany tuvo razón. Ethan había querido ser mi novio, yo no iba a tener nada con él, y comportarnos como si lo fuéramos, sólo iba a ilusionarnos más a ambos.

—Está bien —contesté.

Él rodó los ojos.

—Sólo no caigas en el error de pensar que lo haces por mí.

—Lo estoy haciendo por mí —aseguré, en cierta forma era verdad.

—Bien —fue lo último que dijo hasta que llegamos a mi casa.

Bajé de la limusina sólo para llevarme una sorpresa inesperada. Benjamín se encontraba recostado por la reja de mi casa... ¿a las dos de la mañana?

—¿Qué demonios haces aquí? —le pregunté.

Ethan se bajó a prisa y se ubicó a mi lado, pero dos pasos más adelante.

Benjamín me devolvió una mirada engreída.

—Así que me mandaste a volar para estar con este idiota niño de papá —denunció, escupiendo al piso, casi cerca de nosotros.

—Si te largas de aquí ahora, tal vez pueda olvidar que me llamaste así —amenazó Ethan. Había extendido una mano hacia mí, como si quisiera resguardarme.

—¿Y si no lo hago...? —lo provocó el otro.

Ethan dio un paso más hacia él, pero me moví también, tomando su brazo para detenerlo.

—No —imploré. Benjamín era capaz de cualquier cosa y yo lo sabía. Ethan no lo conocía como yo. Pero éste se soltó de mi agarre y se acercó aún más al otro.

—Más te vale que dejes a Jackie en paz. Porque si no lo haces, ni todo el dinero que te pagó mi tío servirá para arreglarte la cara después de que termine contigo.

Benjamín rio con sorna.

—¿Tú? ¿O tu niñera? —preguntó al ver que Clovis bajaba del asiento del copiloto.

Al ver al guardaespaldas volvió a entrar aire a mis pulmones. Como en la limusina no se lo tenía a la vista, por unos momentos me olvidé de que viajaba con nosotros.

Si bien Ethan era más alto que Benjamín por unos centímetros, yo sabía que ese idiota estaba acostumbrado a las peleas callejeras. Él y su estúpido amigo Axel solían apostar de vez en cuando y acostumbraban a quedarse en los bares hasta el amanecer, que era cuando todos los borrachos buscaban cualquier excusa para romperse sillas en las cabezas. Benjamín no tendría ningún problema en hacerle frente a cualquiera en una pelea mano a mano.

Ethan le dio una mirada de reojo a su guardaespaldas. —Sube a Jackie al auto y no te metas en esto —le ordenó.

—Ni se te ocurra tocarme —le advertí a Clovis, quien había dudado por un segundo, pero al final optó por seguir las órdenes de su jefe. Me adelanté a Ethan, colocándome entre los dos adversarios—. Benjamín, vete por favor.

Tratar de razonar con él era mejor que permitir que ambos se enfrenten. Pero me preocupé aún más cuando me llegó el hedor a alcohol que éste desprendía.

—Tengo una idea mejor —contestó—. Que el niño rico desaparezca de aquí, y tú y yo nos vamos a nuestro motel favorito.

Su expresión dio a entender que ya habíamos estado allí. Yo sabía que no era verdad, pero Ethan pasó por mi lado tan rápido que no me dio tiempo de detenerlo. Se abalanzó contra Benjamín, quien reía a carcajadas mientras se defendía de los golpes. Lancé un grito ahogado y llevé mi vista a Clovis.

—¡Haz algo! —le dije. El tamaño de su cuerpo era más que suficiente para meterse entre los dos, a separarlos. Pero él se mantuvo en su sitio de todas formas. —¡Deténganse! —les grité, pero ninguno de los dos me hizo caso. Se estaban golpeando con tantas ganas que me dio temor acercarme. Mi discusión con Brittany en el baño no había sido nada comparado con esto. Sus puños estaban rojos de tantos golpes—. ¡Ethan, por favor! —hice un nuevo intento, pero éste trató de tomar del cuello a Benjamín y recibió a cambio una patada en el estómago. Y luego otra, y otra.

Cayó al suelo y unas gotas de sangre fueron a parar a mis pies. Me congelé al ver que Benjamín sacó de su costado un cuchillo, antes de posicionarse sobre Ethan.

Afortunadamente, esto bastó para que el guardaespaldas intervenga. Como una bala empujó a Benjamín, haciendo que la navaja rodara por el suelo. Luego se acercó con la intención de inmovilizarlo, pero éste se fue corriendo al ver que lo superaron en número.

—¡Volveré por ti, nena! —me gritó, mientras corría hasta perderse en la oscuridad.

—¡Demonios Clovis! ¡Te dije que te mantuvieras al margen! —lo reprochó Ethan. Intentaba volver a incorporase, con dificultad.

—Estaba armado, señor —se justificó el otro.

—¿Y por eso tienes que hacerme ver como un cobarde? —le gritó de nuevo y se soltó del intento de Clovis por mantenerlo en pie.

—Cálmate —susurré. Pero él siguió reclamando, sin oírme.

—¡¿Cómo pudiste dejarme mal frente a ese tipo?! —los restos del vidrio de su reloj de pulsera se esparcieron por la vereda.

—¡Ya cálmate Ethan! —lo regañé, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos.

Él volteó a verme, un hilo de sangre corría desde su nariz hasta su mentón. Me acerqué, tomé su barbilla y miré de cerca sus golpes.

—¿Está rota? —pregunté, refiriéndome al golpe en su nariz.

—No —contestó seco.

—¿Seguro?

—Estoy seguro, Jackie —se quejó.

—Señor, tengo que llamar a su padre y llevarlo al sanatorio —nos interrumpió el guardaespaldas.

Ethan lo miró con molestia.

—Estoy bien —le contestó —. Y espero que ni mi padre ni Norman se enteren de esto. No trabajas para ellos.

Clovis asintió.

—Puedes irte, yo me quedaré aquí —le dijo.

—¿Aquí dónde? —lo frené.

—Aquí contigo —aseguró —. No voy a arriesgarme a que vuelva y te haga daño.

—No puedes quedarte a dormir en mi casa, Ethan —me apresuré en avisar.

—¿Por qué no?

Contuve todo lo que había en mi interior para evitar sonrojarme en un momento tan delicado como éste.

—Porque dijimos que guardaríamos distancia —fue lo único que se me ocurrió decir.

—Bien —respondió éste —. Entonces me quedaré a dormir aquí, en la calle.

Fruncí el ceño.

—¡No puedes dormir en la calle!

Él arqueó una ceja y me sonrió, como diciendo "rétame a hacerlo". Al menos verlo sonreír de nuevo me reconfortó y me ayudó a darme cuenta de que en verdad no tenía la nariz rota. Nadie podría sonreír después de romperse la nariz.

—¡Urgh! Está bien, pasa —accedí incómoda, sacándole el candado a la reja.

Él ingresó detrás de mí. Al menos ya parecía habérsele pasado más el aturdimiento y daba pasos certeros. Estábamos a mitad de camino del jardín cuando oímos a la limusina alejarse.

—¿Crees que le digan a David o a Norman sobre lo que pasó? —le pregunté, refiriéndome al chofer y al guardaespaldas.

—Es probable —contestó él, mientras yo abría la puerta de casa —. De alguna manera Norman se las ingenia para enterarse de todo.

Llevé mi mano a la frente y luego me froté los ojos.

—Genial, otro motivo más para que tu tío me odie.

—Fue culpa mía, no tuya —contestó mientras ingresamos al estar.

Cerré la puerta con llave y me fui a la cocina a buscar un trapo y agua para limpiarle la cara.

Cuando regresé, él estaba sentado en el sofá.

—Dormiré aquí —decidió.

Me senté a su lado y coloqué el bol sobre mi regazo. Saqué el paño del agua, lo estrujé y lo llevé con cuidado debajo de su nariz, para sacar los rastros de sangre que tenía.

—¿Por qué peleaste con Benjamín? —le pregunté, mientras me percataba de un pequeño corte que tenía en la barbilla.

—Nunca detesté a nadie como a él —confesó.

—Creí que habías dicho esta misma noche que no ibas a "estamparlo contra la pared" —agregué, imitando sus palabras con gracia.

—Eso fue antes de saber que no es tu novio —aclaró—. Si no sientes nada por él, no tiene nada de malo que me saque las ganas de matarlo que tengo desde el sábado.

—Por favor no vuelvas a pelear con él —pedí—. Ni con nadie —reí con curiosidad—. Ni siquiera sabía que eras la clase de chico que se pelea en la calle.

—No lo soy —declaró—. Te habrás dado cuenta por la paliza que me dio —lo dijo con rabia hacia sí mismo.

Acerqué mi rostro más al suyo, porque necesitaba ver si la mancha que estaba intentando borrar con el trapo, debajo de su labio inferior, era sangre u otro raspón más.

—¿Te duele? —pregunté, pero él no me estaba escuchando. Su respiración se había agitado de repente. Subí mi mirada hasta encontrarla con sus ojos, que me observaban concentrados. Él llevó su mano a mi mentón, levantándolo con delicadeza.

Me iba a besar.

—Ethan —murmuré, haciéndolo entrar en razón.

Parpadeó varias veces y llevó la vista a otro lado.

—No... no me duele —contestó al fin.

—Bien —dije. Los dos nos apartamos y nos quedamos sentados en el sofá por unos segundos, sin decir nada, sin mirarnos siquiera.

Al cabo de un rato él apoyó el codo en su muslo y sujetó su cabeza, agachándola y riendo más para sí mismo que otra cosa.

—¿Qué? —le pregunté.

Siguió con el mismo gesto, pero negando esta vez.

—Que ahora tiene sentido para mí una frase que siempre decía mi abuelo.

Lo miré intrigada.

—Pierde la pelea y pierdes a la chica —recitó—. Él se refería al éxito en general, y a que a nadie le gustan los perdedores, pero supongo que se aplica más en este caso.

—No perdiste la pelea —le dije.

—Lo hubiera hecho si no fuera por Clovis —bufó.

Coloqué mi mano sobre la suya. Sus nudillos estaban marcados aún y presentaban muchos raspones encimados.

—No puedes dormir aquí —rompí el silencio un rato después. Me puse de pie —Dormirás en mi habitación. —Me miró con sorpresa, sin disimular, haciendo que cayera en cuenta de mis palabras—. No conmigo —aclaré de inmediato.

Se puso de pie, riendo. —No es como si no hubiéramos dormido en la misma cama antes —me recordó. Comenzó a seguirme por el pasillo.

Habíamos dormido en la misma cama el fin de semana que nos quedamos en la quinta del tío Jack. Pero la situación era totalmente diferente. Y nuestra relación también en ese entonces.

—No fue por elección mía —me defendí —. Ahora sí puedo elegir. Dormiré en la recámara de mis padres.

—Esa primera noche te acercaste tanto al borde de la cama, para alejarte de mí, que tuve que sujetarte a la madrugada por miedo a que cayeras del otro lado —comentó entre risas.

Recordé que me había despertado al día siguiente con su mano en mi cintura y ese día creí que lo había hecho de pura perversión. Reí en mis adentros con ternura.

Ingresé a mi habitación, con Ethan siguiendo mis pasos. Me dirigí al peinador y me senté delante del espejo. Busqué un algodón, mi loción y comencé a sacarme el maquillaje que había traído puesto, mientras miraba su reflejo.

Él llevó las manos a los bolsillos y se acercó a contemplar la foto del buró. Mostraba la imagen de cuando yo era una niña pequeña y me gustaba andar en patines por la vereda. Me caía mucho en ese entonces y papá nunca me levantaba porque tenía que aprender a hacerlo por mí misma. Después de varios dolores y pataleos, aprendí.

—Eras tan tierna de pequeña —comentó él, tomando la fotografía—, que si no supiera que eras hija única pensaría que se trataba de otra persona.

Su comentario me hizo gracia, a pesar de todo.

—¿O sea que ya no soy nada tierna...? —objeté.

Lo vi reír.

—Eres tan tierna como un cocodrilo, Jackie —expuso, dejando el retrato donde había estado antes—. Y probablemente más aterradora.

Reí con él.

Tomé mi pijama del cajón y dejé la habitación.

—Buenas noches Ethan —le dije mientras me retiraba, cerrando la puerta tras de mí al tiempo que él comenzaba a desprenderse la camisa.

Salí del baño anexado a la recámara de mis padres, con el pijama puesto y aseada para dormir. Pero las paredes comenzaron a hablarme del pasado. Sus cuadros me mostraron la boda de mis padres, los dos con una radiante sonrisa, mamá en su vestido, preciosa, y papá en un traje, blanco también. En el cuadro siguiente, mamá en una silla con su panza enorme por el embarazo, papá de fondo con sus manos en los hombros de ella. Luego la foto de nuestra casa, cuando todavía no estaba refaccionada, y otras imágenes que lograron que me abrume la nostalgia en un segundo. Me acerqué a la cama e hice un gran esfuerzo por acostarme, pero no podía evitar verlos allí, como los domingos por la mañana cuando de chica me acercaba corriendo y me abalanzaba entre los dos para despertarlos.

Destapé la frazada rosada que tanto le había gustado a mamá. Papá se quejaba entre risas diciendo que se sentía poco varonil durmiendo debajo de ella. Sonreí al recordar, pero una sonrisa amarga, de esas que duelen aún más que las lágrimas. Y entonces entendí que no estaba preparada para dormir allí y probablemente no lo estaría nunca.

Coloqué la frazada de nuevo como había estado y cerré la puerta al salir.

Entré a mi habitación sin prender la luz y me dirigí a mi cama. Ethan estaba acostado ahí, boca arriba. Corrí la manta, sin decirle nada, y me metí en ella. En principio él se sobresaltó, pero luego se hizo un poco más a un lado para dejarme espacio.

Su brazo izquierdo había quedado extendido de mi lado, así que recosté mi cabeza sobre ese hombro y lo abracé. Su cuerpo tenía el calor necesario para contenerme en un momento como éste.

—No puedo dormir allá —le dije en un susurro. Mis lágrimas corrieron hasta toparse con su piel.

Él asintió con delicadeza, podíamos ver levemente nuestros rostros en la penumbra.

Usando el brazo que tenía libre, me cubrió con la manta y abrazó mi cuerpo por debajo de ésta. Tenía el torso desnudo, pero se había dejado el pantalón puesto. Lo supe porque mi pierna izquierda se acomodó casi encima de la suya.

—No siempre tienes que ser fuerte —me contestó, y me dio un beso en la frente, dejando sus labios posados ahí por unos segundos más. Pero, en realidad, sentí que necesitaría mucha fuerza de voluntad para estar así con él sin que pase nada entre nosotros.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top