El regalo perfecto (Capítulo Especial-E. Welles)
Sin importar qué tanto trabajo me esperara en la Corporación, lo tarde que se me estuviera haciendo o el nivel de estrés que tuviera con respecto a mi proyecto, todas las mañanas me aseguraba de tomarme un minuto para contemplarla mientras dormía. A veces me demoraba dos o tres, cuando no dormía en mi cama o yo en la suya, y tenía que trasladarme a su departamento. Pero nunca dejaba de hacerlo. Se había convertido en una rutina muy agradable.
Sus labios.
Eran lo que más me gustaba de su rostro. En especial cuando sonreía.
El sol recién comenzaba a asomarse. La forma en que se deslizaba entre los pliegues de su ropa y las hebras de su cabello, me provocaron acariciarla.
Moví la cabeza para dejar de perderme en ella y me alisté para ir a la oficina.
Tuve que mover de lugar unas cuantas cosas de la mesa de noche; para que, cuando despierte, pudiera saber que estuve allí.
Las veces en que ella se acostaba antes de que yo volviera y se levantaba después de que me fuera, se ponía de un humor extraño. No podía decir que se enojara, pero tampoco le agradaba y supe que la semana anterior le preguntó a Jason si yo no estaba interesándome en alguna otra mujer.
Tal vez la duda le surgió porque Brittany le dijo que me estaba reuniendo con varias propietarias, en relación a los alquileres de locales del Centro Comercial.
Por supuesto que no había otra. Pero me estaba costando balancear mi trabajo y mi relación con Jackie.
En especial porque la obra del proyecto estaba avanzando con atrasos, y ya debería estar cerrando los contratos de alquileres.
Antes de estar con ella era sencillo para mí, porque no tenía a nadie que estuviera pendiente de mi regreso de la oficina. Me encantaba llevar trabajo a casa y terminarlo sin la presión que sentía en la Corporación, sin que me interrumpan o me surjan reuniones que me corten la concentración.
Sin embargo, desde que era mi novia, prefería no trasladar los quehaceres al departamento. Me costaba enfocarme con ella ahí. Especialmente porque sabía que se sentía culpable de que yo tuviera tanto trabajo extra debido a que se me había atrasado por completo el cronograma por su negativa a vender el terreno. Así que me quedaba en la oficina hasta tarde, a veces hasta pasada la medianoche. No me agradaba dejar las cosas inconclusas hasta la jornada siguiente.
Subí al descapotable y manejé hacia la oficina. Prefería dejarle la limusina a Jackie, puesto que era más segura. No me agradaba para nada que se trasladara en bus. Aunque a veces lo hacía de todos modos, cuando me ganaba su terquedad o cuando se molestaba conmigo y se negaba a usarla.
Afortunadamente, eso se acabaría al día siguiente. El día de su cumpleaños.
Era una sorpresa para ella y sabía que pensaría que era demasiado. Pero, en verdad, necesitaba un auto.
Ya no podía esperar a mostrárselo.
Brittany me había ayudado a elegir el modelo y el color. Desde que decidió venir a trabajar conmigo en la Corporación, me traía más problemas que otra cosa. Pero esto era algo en lo que fue de gran ayuda, ya que no tenía demasiado tiempo para dedicarle al regalo.
—¡Ethan! —empujó la puerta de mi despacho, cerca de las doce del día—. ¡Necesito un secretario nuevo! ¡El que escogieron para mí es un inútil!
Suspiré, apesadumbrado. Sus berrinches ya se estaban volviendo cotidianos.
—¡Hazme caso! ¡Te estoy hablando, hermano!
Hermano.
Que Britt me llame así era lo único bueno que había resultado de todo ese enredo familiar.
Me sentía realmente contento cada vez que lo hacía.
Giré la vista de mi computadora. Estaba completamente furiosa. Y a sus espaldas, el secretario con más cara de tonto del planeta, temblando de miedo.
Ella podía haber ido directamente a quejarse a Recursos Humanos, pero prefirió estar ahí, interrumpiendo mi trabajo. Aun así, no podía decirle que no. Menos aún, sabiendo que se moría por lograr que perdone a Norman, y no pensaba hacerlo.
Me sentía muy mal conmigo mismo por no poder consentirla en eso. Entonces le daba todo, absolutamente todo lo demás que me pedía.
—Bien —le dije. Acto seguido, moví la cabeza en dirección al secretario—. Estás despedido.
—Pe... Pero Sr. Welles —intentó defenderse—. Ella me pidió un bolígrafo rosado. Y no encontré ninguno...
Lo interrumpí, severo.
—Si ella te hubiera pedido un pony rosado, también deberías de haberlo conseguido.
Le señalé la puerta abierta, para que se retire. Britanny me miraba satisfecha y su alegría era todo lo que necesitaba para no sentirme tan mal por el hecho de estar despidiendo a alguien sólo por no haber sido capaz de consentir a mi hermana menor.
Entonces Jackie irrumpió en mi oficina. Se veía con ese humor extraño otra vez. Probablemente por haber despertado sin mí por tercer día consecutivo en la semana.
Saludó a Brittany y me puse de pie para darle un beso. Pero se percató del sujeto angustiado, sollozando al costado de mi escritorio.
—¿Todo bien? —le preguntó.
—No —le contestó el otro—. Acabo de ser despedido por no poder conseguir un bolígrafo. Y ahora no podré pagar mis estudios.
Jackie abrió la boca, afligida. Luego me miró con su peor expresión de disgusto.
¿Acaso podía ser peor?
—Y, además, mi madre está enferma —él siguió sollozando y cubriéndose el rostro.
Sí, claro que podía ser peor.
Entonces mi novia comenzó a largar un sermón en el cual yo era el peor jefe, demasiado estricto, injusto, excesivamente cruel y despiadado. Aseguró que estaba desilusionada de mí y David también lo estaría. Dejé de escucharla al cabo de cinco minutos. Lo supe porque miré mi reloj y eso sólo hizo que se molestara más.
—Está bien —intenté hablar por encima de su regaño. Ya se me estaba haciendo tarde. Miré al sujeto, antes de hablar otra vez—. Ve a Recursos Humanos y solicita tu traslado a otro departamento. ¿Entendido?
Asintió y se retiró agradecido. Le sonreí a Jackie, sólo para comprobar que ya me había perdonado. Ella dudó un segundo, pero me devolvió el gesto enseguida.
Entonces Norman ingresó, como si fuera el dueño de todo eso, como siempre.
—Hola, Jacqueline —la saludó.
Me desagradaba verlo en mi oficina. Y sabía que sólo venía para forzarme a dirigirle la palabra, lo cual no había hecho desde el casamiento de David y Evelyn. Un mes atrás.
—¡Hola, Norman! —ella volteó, alegre.
Se habían acercado mucho más desde ese día. Hablaban al menos dos veces por semana, muy a mi pesar.
—Me alegra tanto que hayas venido —le dijo él—. Así puedo decirte en persona que no podré asistir a tu fiesta de cumpleaños, mañana —me lanzó una rápida mirada por encima de ella, como advirtiendo que me delataría.
Ella lo miró con desilusión.
—¿Por qué no?
Él se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
—Resulta ser que el Director General —ése era yo— me asignó un viaje al extranjero.
Resoplé, al momento en que Jackie volteaba a verme de nuevo, con la misma cara de decepción que antes.
—No puedo creer que me hagas esto —acusó. Norman esbozó una sonrisa, por detrás—. ¡Se trata de mi cumpleaños, Ethan! Sabes que quiero que Norman esté allí.
Estaba a punto de empezar un nuevo sermón, pero la detuve con un gesto. Tomé el teléfono y marqué el interno de la oficina de Lydia.
—Hazme el favor de atrasar el vuelo de Norman un día más —le pedí a mi secretaria. Cualquier cosa era mejor que empezar una discusión en la que sabía que Jackie ganaría. Tendría que aguantar que asistiera, porque ella lo apreciaba. Sin embargo, no iba a dejar que él me derrote así nada más, no después de hacerme quedar mal delante de ella—. Sin embargo, modifica su itinerario de manera que se quede allá durante un mes entero.
Ahora fui yo el que enarcó una sonrisa, al ver la de Norman borrarse.
—Un mes allá —se quejó, por lo bajo, mientras yo cortaba el teléfono—. Maldito seas, Ethan.
Jackie se cruzó de brazos. No le agradó lo que hice, pero no me dijo nada. Probablemente no quería volver a discutir.
Me acerqué para darle un beso y la enredé en mis brazos. Ella hizo lo mismo, al tiempo en que Brittany dejaba mi despacho.
Norman nos lanzó una última mirada y se dio la vuelta como para salir.
—Ah, Jacqueline —se detuvo en la puerta. Debí suponer que no se iría sin vengarse primero—. Ethan va a regalarte un automóvil.
¡Diablos! Maldito hijo de...
Ella me miró asombrada y se apartó de golpe.
—¡Ethan! No irás a hacer eso, ¿o sí?
No contesté. Aunque no tenía sentido intentar ocultarlo, la sorpresa ya estaba arruinada.
—¡Es demasiado! —insistió ella.
—Pero...
Replicar era en vano.
—No —me interrumpió—. Me compraste un departamento, estás pagando por mis estudios. ¿Y ahora me quieres dar un auto? ¡Cualquiera va a decir que estoy contigo sólo por eso!
—Yo sé que no es así...
—No, Ethan. No voy a aceptarlo —sentenció.
Me crucé de brazos. La sorpresa que había estado preparando desde hacía una semana, se arruinó en un segundo. Y no tenía idea de qué regalarle en lugar de eso. Tendría que romperme el cráneo pensando.
Llevé la mano a la sien y la apreté con fuerza.
Ella pareció sentir mi frustración y me abrazó.
—No tienes que darme nada —dijo, aferrándose a mi saco—. Sólo quiero estar contigo.
Rodé los ojos. No podía dejar de regalarle algo en su cumpleaños.
—Tengo un almuerzo, Jackie. Debo irme —le dije.
Quería apartarme y pensar qué hacer al respecto.
—¿Mañana sí almorzarás conmigo? —preguntó, agrandando sus ojos marrones y deshaciendo mi interior.
No sabía de dónde sacaría el tiempo para hacerlo, pero no podía decepcionarla tantas veces en menos de una hora.
—Mañana sí —contesté y besé sus labios de vuelta.
Tomé mi celular, una vez que ella se retiró, y abrí el chat que tenía con los primos. Había más de cien notificaciones. No me detuve a leer lo que estaba escrito. Les pedí ayuda con respecto al nuevo regalo que tenía que conseguir.
Pero, cuando salí del almuerzo de negocios, había otras cien más.
Eché un vistazo rápido, y pronto entendí que no serviría de nada. No hubo un solo mensaje que valga la pena. Ni siquiera Jason me pudo ayudar a encontrar un obsequio sustituto.
Lo peor de todo es que tendría al menos cuatro reuniones más esa tarde y, por ende, el tiempo para dedicarle a eso sería exageradamente escaso.
Le escribí a Trisha, para que me llame cuando no esté con Jackie.
No recibí respuesta. Probablemente estaban con mucho movimiento en el refugio.
Sabía que no podía hablar con Kurt. Cualquier cosa que le dijera, era seguro que él se lo contaría a Jackie.
Entonces llamé a Oliver, cuando tuve un tiempo libre, más entrada la tarde.
—Ya te estaba extrañando, niño de oro —saludó sarcástico.
Odiaba que me llame así, pero lo dejé pasar porque necesitaba una mano.
—¿Qué le regalarías a Cindy en su cumpleaños? —pregunté, sin rodeos.
Estalló en risas durante al menos treinta segundos, lo cual ya era demasiado para mi salud mental.
—¡No sabes qué regalarle a Jackie! —se burló—. ¡Necesitas mis consejos sobre chicas!
—No "sobre chicas", sino sobre qué obsequiarle a mi novia —expliqué.
—Mmmm —fingió pensar—. ¿Qué tal si le regalas mejores gustos? Así se fija en alguien como yo.
—Oliver, te recuerdo que estás con Cindy.
—Tengo suficiente amor para las dos.
Hice una mueca de cansancio, aunque no la pudiera ver.
—Eres inservible —me quejé—. Hablamos.
—¡No! Espera, Ethan. Se me ocurrió una idea genial, en serio.
—Te escucho... —contesté, sin demasiada confianza.
—Regálale una noche de placer... conmigo.
Corté la llamada, sabiendo que no tenía sentido darle el gusto de objetar.
No sé en qué estaba pensando al haber recurrido a él. Supongo que lo hice porque era lo más parecido a un mejor amigo que tenía. Y lo bueno fue que ya no podría caer más bajo, así que mi siguiente jugada fue llamar a Evelyn.
—No tengo regalo para Jackie —resumí.
—Podemos salir a buscar algo contigo —ofreció.
—Tampoco tengo tiempo.
Y, definitivamente, no me agradó la idea de salir con ellos.
—Oh... Pues... ¡Justo aquí viene David! —alejó el aparato, antes de que pudiera replicar—. Mi vida, Ethan necesita tu ayuda —oí que le dijo.
—¡Hola, Ethan! —me saludó, feliz de que yo buscara, supuestamente, hablar con él.
—Hola, tío David —contesté, sin una pizca de efusión en la voz.
Me aseguraba de llamarlo "tío" cada vez que hablábamos, aun sabiendo que lo agobiaba.
Acostumbrarme a usar esa palabra con él me ayudaba a superarlo. Además, era mi forma de castigarlo por todo el tiempo que me ocultó la verdad.
—Sabes que a Jacqueline le gustaría cualquier cosa que tú le des —afirmó absurdamente—. Yo diría que le regales algo simbólico.
—Pues, ¡qué maravillosa idea! — repuse, sarcástico—. Lástima que no sepa de dónde comprar algo así.
—Justamente me refiero a que le des algo que no puedas comprar, Ethan...
Me quedé en silencio, porque debía entrar a la siguiente reunión y no tendría sentido volver a decirle que su idea era pésima.
Él se aclaró la garganta. Prefería no discutir conmigo, así que cambió de tema.
—¿Ya te dijo Evelyn la noticia? —preguntó. Pude percibir ilusión en su voz.
—No, y preferiría no enterarme —colgué sin despedirme.
Sea lo que fuera, no me interesaba.
O al menos no debería.
Trisha me llamó después de salir del refugio. Eran las siete de la tarde. El sol ya se había puesto y yo tecleaba unos escritos en la computadora.
—Trish, por fin —la puse en altavoz para poder seguir escribiendo.
—Lo siento. Jackie no se alejó de mí en todo el día y supuse que querías hablar de su regalo.
—¿Cómo lo supiste?
Ella rio.
—Me contó lo del auto...
Gruñí.
—¿Tanto le desagradó la idea?
—No le desagrada el hecho de tener un auto. Pero se lo comprará ella sola. No quiere que sea un regalo de tu parte.
—Entonces... ¿qué le voy a regalar? Trisha, tienes que ayudarme —insistí, empezando a sentir la desesperación —. No sé qué comprarle y sólo me quedan unas horas antes de su cumpleaños.
—Cálmate —me pidió ella —. Ya he pensado en el regalo perfecto.
—¿De verdad? —volví a respirar, aliviado —. ¡Eres la mejor!
—No lo soy, porque no te lo diré —aseguró, para mi asombro.
—Dime que estás bromeando...
—No, Ethan. Sólo debes saber que hay algo que a Jackie le gustaría más que nada en el mundo. No te diré qué es, debes darte cuenta por ti mismo. Pero como soy puro amor y golosinas, te daré una pista —confirmó, divertida.
Suspiré, volviendo a dejarme arrastrar por la desesperación. No podía seguir pensando.
—Está bien, al menos dime la pista —acepté. Eso sonaba mejor que nada.
—Es algo que, tal vez, te cueste dinero, pero que no puedes comprar.
Me descoloqué.
—Trish, en verdad no estoy para acertijos ahora...
—Eso es todo lo que te voy a decir. Piénsalo.
Cortó el teléfono, dejándome perplejo.
"Algo que me cueste dinero, pero que no podré comprar" repetí en mi mente.
¿Qué podría querer Jackie, que se ajustara a esa descripción?
Pensé y pensé, durante las siguientes cuatro horas. Busqué en internet, sin encontrar nada que me ayude a salir de la duda.
Trisha sí que me lo había puesto difícil.
Tuve que volver al departamento, sin una solución a mi problema. Ya era el cumpleaños de Jackie y, al menos, debería estar ahí con ella.
Llegué cansado, frustrado por no tener su regalo y angustiado porque se me había pasado la hora en vano. Molesto con Norman, también, por haberme arruinado la sorpresa, y conmigo mismo por haber pensado, durante toda la semana, en un regalo que ni siquiera habría aceptado, aunque se lo hubiera dado.
Ella no estaba en mi departamento. Probablemente se había apartado porque no llegué para recibir con ella su día. Así que me alisté para dormir, lo antes posible, y me dirigí a su habitación.
Estaba por ingresar, cuando escuché que hablaba por teléfono.
—Ni siquiera sé en dónde está ahora —le decía a la persona del otro lado—. Seguro no lo veré hasta el festejo, mañana en la noche —sonaba apenada—. Toda la semana fue igual.
Mi corazón se estrujó. Me recosté suavemente contra la puerta.
—No lo sé, Curi —continuó ella—. Sabes que lo quiero, pero ahora entiendo lo difícil que es estar a su lado. Hoy fui para almorzar con él. Y tenía algo programado, por lo que terminé comiendo sola, en la calle.
Sola... Dejé a Jackie sola...
No pude evitar recordar a mamá. David la dejaba sola a menudo.
Demonios. Yo no quería eso para Jackie.
Quería que sea feliz conmigo.
Ya no podía quedarme allí. Abrí la puerta y la miré. Ella me observó, algo sorprendida.
—Ethan llegó, hablamos mañana —le dijo a Kurt.
Cortó el teléfono y lo dejó sobre la mesa de luz.
Cerré la puerta, detrás de mí. Me subí a la cama y la abracé, hasta acomodarla debajo de mi cuerpo, sin apoyar todo mi peso.
—Lo siento —le dije.
Y lo hacía. Lo sentía de verdad. El hecho de estar tan ocupado, de hacerla sentir triste, de no haber estado con ella para felicitarla antes que nadie más. Lamenté, más que nada, estar equivocándome con ella de la misma forma en que lo hice con las anteriores.
Me arrepentí de no dedicarle el tiempo que ella merecía.
Tiempo.
Algo que, tal vez, me costara dinero, pero que no podía comprar.
Trisha se había referido a eso.
Comencé a besarla y luego me acerqué a su oído. No necesité pensar en nada más que en ella.
—No iré a la oficina mañana, pasaré el día entero contigo —susurré, sacándole una hermosa sonrisa.
—¿Y qué hay de tu trabajo? —preguntó ilusionada.
—Tú eres más importante —aseguré—. Será mi regalo de cumpleaños.
Ella me abrazó con fuerza.
—Es lo que más quiero —contestó.
Sonreí también. Tal vez dejar de lado el auto no fue tan mala idea.
—Feliz cumpleaños, mi amor.
Esa noche decidí que debería enfocarme más en hacerla feliz.
Su sonrisa tan radiante, llena de ternura, y que me impulsaba a ser cada vez mejor persona, era lo que quería cuidar el resto de mi vida.
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¡Hola! Ahora solo nos queda el epílogo. Voy a subirlo el fin de semana y con eso nos despedimos de esta historia ❤ ¡Gracias como siempre a los/as que votan y dejan sus comentarios para conocernos mejor!
¡Saludos!
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