Puse la alarma, para despertar antes de que el sol apareciera. De ninguna manera, pensaba arriesgarme a que los rayos disiparan la niebla.

Tomé las tijeras del aparador y salí a la vereda. El vaporoso velo de novia, lo cubría todo, cuando mis ojos ávidos iniciaron la búsqueda minuciosa; palmo a palmo revisé la etérea superficie...hasta que ¡Lo encontré! Colgado de la espuma y brillante como un abalorio, descansaba tu beso, el que me tiraste desde la esquina antes de irte, antes de que el taxista que no te vio, terminara con tu vida. "La culpa fue de la niebla"—declaró.

Ahora, sintiéndose mal por mi pérdida, la niebla me guardó tu último beso entre su espesa trama; lo recorto con cuidado y lo guardo en un pañuelo. Es una ofrenda de paz, que nos reconcilia y nos hermana en tu recuerdo.