XXXIII

Camus no había podido dormir durante la noche, la curiosidad de leer la carta era más fuerte de lo que el creía, allí estaba él, sentado en el refilón de su cama con la carta en sus manos, cerró los ojos y sonrió, le reconfortaba saber que Milo le amaba así como él también le amaba. Una traviesa lágrima se escapó de sus orbes acompañada de una sonrisa, pensó que tal vez si le hubiese confesado su amor a Milo las cosas hubieran sido diferentes, se quedó allí viendo a la nada con aquella sonrisa en su rostro, sin embargo tardó en caer en cuenta de que Milo se iría, miró su reloj, eran las 5:35, corrió por una maleta y metió lo primero que estaba a su alcance. Para cuando terminó faltaban diez minutos para las 6, lo que hizo que saliera corriendo pues le quedaban 10 casas por bajar.

Mientras tanto, en la entrada del santuario, Milo esperaba la llegada de Camus con su maleta en mano y su armadura en la espalda, ese día la mañana era fresca, el rosio bañaba el pasto de la entrada, el viento sopló alborotando sus cabellos y con él, el olor a tierra mojada llego a sus fosas nasales, soltó un suspiro, miró su reloj de mano, 6:10 a.m. ya era tarde, Camus no llegaría.

-Adiós amor mío.- susurró para dar media vuelta y comenzar a caminar, sus ojos se encontraban vacíos, había perdido a lo que más amaba y todo por idiota, tal vez Camus no lo había perdonado, tal vez no quería verle de nuevo, tal vez lo odioba... Tal vez ya no le amaba...

Para cuando Camus llegó no vio a nadie, corrió hacia las afueras en donde pudo divisar la figura de Milo alejarse, corrió, corrió todo lo que sus piernas le daban si no lo alcanzaba lo perdería, no lo vería en un mes y eso era un "lujo" que no quería ganar.

-¡Milo! ¡Milo!- el mencionado volteo la mirada, fue cuando alguien lo había envuelto en un cálido abrazo, al principio no se había dado de quien se trataba, pero al ver los cabellos aguamarinas del otro danzar con el viento supo de inmediato quien era, no lo dudó ni dos veces y apretó el cuerpo de acuario atrayéndolo al suyo, pequeñas lágrimas caían de los ojos de Camus, estaba feliz, se separó de él para verle a los ojos.

-Camus...- un golpe a puño cerrado fue lo que recibió el peli azúl.

-Idiota...- musitó aun con lágrimas desdordando de sus orbes.

-Lo sé Camus, soy un idota y me meresco el golpe y muchos más, pero recuerda que soy el idota que te adora.- Con su mano derecha acuno el rostro del francés y con la izquierda lo tomó de la cintura, poco a poco acortó la distancia hasta que ambos labios se encontraron en lo que se volvió un beso lleno de amor, donde ambos se olvidaban de todo, solo eran ellos y nada más.

-Te amo Milo.- dijo durante el beso.

-Te amo Camus.-Cuando el aire les hizo falta ambos se separaron, juntaron sus frentes y respiraron con tranquilidad.- Camus, caballero dorado de la onceava casa, acuario... ¿quieres estar con un idiota como yo?

-Si Milo, si quiero.- nuevamente atrapó los labios de su ahora novio, el griego estaba tan feliz de que por fin estaría con su amado.
Después del beso ambos partieron a su destino, tendría un mes entero para amarse y conocerse aún más de lo que ya hacian...


Bueno, esto no es el final, aun faltan algunas cositas que pasaran entre ellos dos 7u7

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