Última declaración.
Mi Alba:
La melancolía me sobrecoge el alma y es inevitable que, una vez más, piense en ti.
Dicen que las buenas memorias no se extinguen; tú eres de las que vale la pena recordar aunque duela porque, a pesar del paso incesante del tiempo, continúas grabada en lo más profundo de mi ser.
Mañana es el día y tengo miedo. Recogí todas mis pertenencias y las empaqué, ordené la habitación del hotel, entregué la llave y me despedí. Iván me invitó a pasar la noche en su casa y acepté, así no le doy tantas vueltas al asunto y me distraigo. Tenemos varios planes para esta noche: iremos al cine, tomaremos capuccino, visitaremos el puerto para observar los barcos y escucharemos música clásica. Presiento que será algo memorable. Me siento más optimista, animado, por primera vez las penas no me envuelven y la culpa no me tortura.
En cada carta que te he escrito dejé un pedazo de mí, han sido mi vía de escape a la realidad, mi método de redención; creo que, finalmente, estoy encontrando la paz ansiada.
Te amo, Alba, nada cambió ni cambiará eso jamás. Serás siempre la única a la que le pude revelar mis penas y alegrías, mis secretos más ocultos, la única con la que fui mi versión auténtica. Contigo me sentí completo, valorado, deseado. El futuro no nos quiso juntos, separó nuestros caminos, mas me confortan los buenos momentos que vivimos, que te hice feliz y que me hiciste el hombre más afortunado del mundo.
Si no te escribo más, sabrás que mi momento de partir llegó; pero no te aflijas, en tus sueños, mientras duermes, vendré a visitarte y te susurraré al oído miles de palabras de amor.
Tuyo, Carlos.
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