Carta 9. Ocho días después

Querida:


Afuera no es tan malo como pensé, mi piel no se quemó de inmediato como me había imaginado. Según lo que pude observar y experimentar en carne propia, el sol se ha apiadado de este pobre planeta tan duramente golpeado por el ser más evolucionado que llegó a habitarlo.

Sí, ¿lo has adivinado ya? Salí del domo. No podría describirte como fue de una forma en que pudieras imaginar lo que significó para mí, comenzaré por relatarte mi aventura. Esa mañana desperté animado como hacía mucho tiempo no lo estaba. El sol brillaba maravillosamente afuera del domo, se veía tan amigable, tan extrañamente acogedor que pensé: este es un buen día, si ha de matarme que sea con su mejor sonrisa.

Me vestí para la ocasión, encontré lo necesario en las bodegas, un vestuario paramilitar de esos hombres sin patria ni ideología que la Corporación contrató en aquel entonces para proteger lo que creía su mayor inversión. También logré hacerme con un arma de fuego y un cuchillo de caza. Yo, vestido para una exploración por la sabana africana, para mí fue la imagen de la mayor burla. No era que tuviera miedo a la muerte, será que el ser humano lleva ya escrito en su código genético el prepararse para cualquier contingencia. No soy especialmente un espécimen digno de admirar físicamente, en la escala que rige los estándares más primitivos del ser humano, esa que nos coloca al nivel de otros primates por fuerza y habilidad física, yo estaría muy por debajo. Soy más alto que lo que fue el promedio de los hombres en el mundo, tengo la ascendencia para serlo y estoy en buena forma, con mucho tiempo para todo, cuidar mi salud ha sido algo que me ha evitado horas pensando en mi penosa situación. Pero, pese a todo eso, mis músculos, mis huesos, y todo en mí se preparó siempre para razonar, para meditar, para estar sentado por horas en un laboratorio. Para el combate, para la supervivencia más elemental, tengo sin duda escasas si no es que nulas posibilidades.

Seguiré y espero que a este punto aun no te hayas reído de mí lo suficiente. Primero atravesé la puerta de acero fortificado y me encontré en la pequeña sala de descontaminación. Ahí estuve por horas, no sé cuántas, no me animaba a atravesar esa otra puerta que me separaba del mundo exterior. Esa entrada se convirtió en mi adversario más temido; aquel que, si lograba vencer, significaría la liberación deseada o la destrucción temida. Sudé frío, temblé, incluso creo que lloré. Miedo, ansiedad, emoción, la adrenalina corría por mis venas a una velocidad que agudizaba mis sentidos.

Al final lo hice, abrí el portal y me encontré en un mundo desconocido. Besé el suelo, contemplé el cielo, claro, radiante, infinitamente natural y apacible a un grado que me conmocionó. No encontré ahí el silencio que reinaba en el interior del domo. Allá afuera todo es sonido, hermoso, cadencioso, la más bella melodía, la de la naturaleza. Permití que mis oídos se llenasen con el susurro del viento que se desplazaba por mi piel, acariciándome de un modo que me hizo suspirar varias veces. Oí a las bestias correr libres, respirar, beber agua, vivir al fin como les dicta su instinto y por un instante me sentí parte de tanta magnificencia. Que ciego estuve antes, ¿por qué no disfruté de algo así cuando todavía había alguien con quien compartir tanta paz? No lo hice porque soy un necio, como tantos otros hubo, un pobre miserable, un grano de arena que se creyó vasto desierto, soy en realidad nada.


Hans

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top