Carta 3. Un mes después
Estimado amigo inexistente:
Perdón por llamarte así, no nos conocemos de nada y nunca lo haremos pero estoy tan desesperado, que no me importa dejar las cortesías de lado. Tú eres mi amigo, el único, aunque no existas y aunque no te pueda ver, te necesito. Necesito ese apego que tantas veces me fastidió antes, en otra vida y en otro tiempo. Perdón por hacerte esperar, hoy no me iré a dormir sin revelarte lo que sucedió, no puedo darte cada detalle, son demasiados y no pretendo enumerarlos, pero te diré lo necesario para que entiendas mi tragedia.
Nació el último niño y tardamos en saber la causa. ¿Quiénes? Seguramente te preguntas. Pues mis colegas y yo, un selecto grupo de hombres y mujeres de ciencia, investigadores deseosos de llegar a la verdad y descubrir ese misterio que amenazaba a la raza humana. Genetistas, químicos, biólogos, médicos, epidemiólogos, especialistas en degeneración celular y muchos más. Un valioso equipo de ciento sesenta cerebros inflados de conocimiento, eruditos cada uno en la rama de la ciencia a la que habíamos decidido entregar nuestra existencia. La tarea era a todas luces la más importante misión de nuestras vidas y aquella que nos lanzaría al pilar de los nombres inmortalizados (perdón si rio de ironía en esta parte, ya luego me comprenderás) si lográbamos cumplirla.
Procedíamos de todas partes del mundo, eso ya no importa mucho, pero es un buen dato para amenizarte la historia. Aquellos que se encargaron de buscarnos fueron claros en lo que esperaban: debíamos descubrir la causa para la esterilidad mundial y la forma de curarla, por decirlo de alguna manera. Trabajamos día y noche, el tiempo apremiaba. Tiempo, como soñaba yo entonces con tenerlo de sobra, a manos llenas, perdón, pero otra vez la ironía me hace reír a carcajadas que de escucharlas te darías cuenta pertenecen a un hombre desquiciado o a punto de estarlo.
Y sabes, al final, lo peor fue que lo logramos, descubrimos lo que causó el fin de la especie humana. Un virus, pero no creado por la naturaleza, la naturaleza no es tan cruel y además es mucho más sabia, siempre lo fue. Era un arma biológica, diseñada para el exterminio étnico de una forma más contundente y sin necesidad de masacres ni genocidios, simplemente evitando la propagación de esos genes considerados una amenaza por cultura, ideologías y otra sarta de tonterías.
¿Quién fue el culpable? No creo que valga la pena en realidad señalarlo pero puedes imaginar a un gobierno codicioso, amante del poder, hambriento de ambiciones, corrupto hasta la médula y fiel seguidor de la guerra, además de irresponsable. Esa no fue su primera arma, y tal vez tampoco la más devastadora, el problema fue que como tantas otras cosas, fue incapaz de controlarla. El virus mutó inesperadamente, el código impreso en su cadena molecular y que supuestamente debía dirigirlo solamente a ciertas porciones de humanidad, falló irremediablemente. Somos humanos, solo a unos necios pudo ocurrírseles que era sencillo hacer distinción racial. Al final, en lo más básico, somos iguales, siempre lo fuimos.
Hans
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