Carta 2. Tres días después
A mi estimado lector inexistente:
Primero una disculpa por hacerte esperar, no tengo justificación, los días transcurren a veces sin que llegué a levantarme del colchón que me sirve de lecho pero que ya no cumple su función pues no me proporciona descanso alguno sino un enorme deseo de convertirlo en mi tumba. Pero dejemos eso de lado, es hora de que lo sepas, lo que me tiene en este sitio que ya no sé si es hogar, infierno, purgatorio o qué realmente. Sucedió hace demasiado, el año exacto no lo recuerdo, mis memorias se han comenzado a empañar a causa de los años o también puede deberse al suero. Supongo que debería haber anotado estás lagunas en mi memoria como un efecto secundario de ese maldito suero pero me olvidé de hacerlo y ahora es ya demasiado tarde para empezar. No tengo perdón, soy un pésimo investigador, un pésimo ejemplo de hombre de ciencia. Fui excelente, a mis treinta años ya muchos me describían como una eminencia, pero ya no más, ya no queda nada.
Estoy divagando otra vez, debe ser otro efecto secundario, además de la locura que a ratos se apodera de mí y se lleva mis ideas, dejándome un vacío más hondo cada vez. Bien, como te iba diciendo, el año no lo recuerdo con certeza, el día mucho menos, únicamente sé que fue un terrible atardecer a principios del siglo 23. Todo eso debe estar en mis notas, cientos que he recopilado desde entonces pero simplemente ese dato en particular se ha extraviado, junto a mi voluntad. Lo relevante es que esa maldita tarde se terminó. El anuncio llegó meses después, estaba comprobado: el último ser humano había nacido. Era un niño varón en algún lugar olvidado del mundo que yo jamás conocí, siempre me pregunté cómo esa gente desfavorecida era la que más se reproducía, eso también llegó a su fin antes de que pudiera obtener respuesta.
En fin, estoy seguro de que este niño murió poco después víctima de la pobreza, guardé celosamente esa información entre mis anotaciones de mayor trascendencia y todavía las conservo a mi lado. Fue el último y después de él, las mujeres dejaron de parir y no había ninguna preñada, fue una alerta comprobada a nivel mundial. Las grandes organizaciones, los gobiernos de los países más empoderados, todos se manifestaron con una gran interrogante que clamaban fuera respondida. A los únicos que no pareció conmocionarles este hecho fue a esa porción de la raza humana que seguía luchando contra el hambre, la pobreza y la ignorancia. Sí, la ignorancia que al igual que la guerra, nunca cesó, primero nos acabamos nosotros.
Nunca pensé que ese fuera nuestro fin. Estériles, una raza que por siglos se reprodujo exitosamente, tanto que yo mismo llegué a considerarnos plaga, de pronto, un día y sin más, ya no pudo hacerlo. Supongo que Dios después de todo sí existe y luego de vernos destruirnos, simplemente se cansó y decidió poner fin a nuestra ignominia. Otra vez mis pensamientos me traicionan, culpar a un divino creador en el que he creído poco nunca ha estado en mi carácter pero creo que hasta eso he perdido. No, no fue Dios, fuimos nosotros, fue ese virus, creado para el exterminio y que al final, cumplió cabalmente su propósito. Me despido, estoy agotado, mañana será otro día.
Dr. Hans Niemann
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top