Silencio

Hola lector.

Bueno quería decirte que hace mucho que no te escribo nada, pero también hace mucho que tú no me dices nada a mí.

Hoy quería contarte algo que probablemente te haya pasado: estaba en el coche, eran las doce de la noche y las farolas pasaban una a una iluminado mi ventana lentamente. No quería pensar en nada, pero era inevitable. Ansiaba poner la radio para romper ese silencio que me ahogaba, pero no podía hacerlo. Y es que, a veces, tememos al silencio, porque sólo él ayuda a la conciencia, él es la causa de que nos metamos allá en el desván que es nuestra mente y revisemos todos esos recuerdos que guardamos bajo las sábanas. ¿No es así? Yo diría que sí. Muchas veces tememos al silencio por eso mismo, porque tememos adentrarnos en nuestra mente.

Eso es lo que me ha pasado y, viendo las casas pasar, una a una, manzana a manzana, subí esas escaleras carcomidas y abrí una puerta, muchos de esos recuerdos se me echaron encima e intenté recordar alguna canción para perderme, pero no se me ocurrió ninguna. Y, entonces, como si me cayese la manzana de Newton en la cabeza, pensé en escribirte.

Por eso estoy aquí haciendo esto, intentando evadir esos recuerdos, esos pensamientos....

Y la luz sigue iluminándome, y las casas pasando, hasta que el coche gira en una esquina y, por fin, mi piloto enciende la radio. La puerta se cierra, las escaleras desaparecen y yo, querido lector, termino esta carta.

Hasta luego. Y recordemos barrer de vez en cuando ese desván, que, a veces, lo necesita.

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