Capítulo 8
8
Hoy la cosa está... incómoda.
No quiero cruzarme con Thai por vergüenza y, honestamente, si me cruzo con Stef puedo morirme directamente.
Estamos dramáticas.
Tengo relativa suerte a lo largo del día; solo los veo de lejos y ellos no me ven a mí. Sigo con mi trabajo sin hablar con nadie y me llevo alguna que otra propina de los turistas que atiendo, que nunca viene mal. Como el ambiente sigue un poco gris por los días de lluvia que hemos tenido, tampoco es que haya muchas cosas por hacer. Para un día que me encantaría tener mucho trabajo...
Mi último turno consiste en recoger las cosas de la playa y devolverlas a la caseta de las tablas. Suele ser la parte más rutinaria del día, pero hoy tengo un pequeño cambio. Resulta que me falta una de las pelotas de voleibol. No recuerdo que nadie haya jugado, así que me resulta un poco raro.
Cuando entro en la caseta, estoy tan ensimismada que no me doy cuenta de que no soy la única aquí dentro. Stef deja de limar la tabla en cuanto me ve.
Su expresión es completamente neutral, pero aun así, en medio del pánico, se me cae el flotador al suelo.
—Em... —No sé qué decir—. Hola, ¿qué tal?
Recojo el flotador, lo dejo en su sitio y salgo corriendo antes de que pueda decir nada.
Muy valiente.
Aliviada, me detengo fuera de la caseta y apoyo la espalda en la pared. Tomo una inspiración profunda. Vale, quizá estoy exagerando. Quizá para Thai no fue más que un juego estúpido y Stef no lo vio. O quizá Stef lo vio y le da absolutamente igual, que también es una opción bastante viable.
—¡Mira quién es! —La voz de Thai me provoca un respingo de alarma—. ¿Todo bien? Estás roja.
Me llevo inconscientemente una mano a la cara. Las mejillas me arden. Lo que me faltaba.
Él, por cierto, vuelve a llevar su uniforme habitual. La actitud despreocupada que suele lucir ha vuelto, también. Por su forma de hablarme, nadie diría que recuerda lo del estúpido beso. Menos mal.
—Estoy bien —aseguro con toda la calma que puedo reunir—. ¿Y... em... tú?
Thai parece un poco confuso por mi incapacidad de tener una conversación normal, pero casi prefiero experimentar esto con él que con Stef. Con Thai, por lo menos, tengo la seguridad de que podré abrir la boca y soltar algo coherente. Con don libretitas, no.
—Bien —asegura, mucho más tranquilo que yo—. Me preguntaba dónde te habías metido, la verdad. Durante el almuerzo no te he visto.
Será porque ha comido escondida en el cuartito de las escobas.
—Estaba muy ocupada —digo a pesar de que la playa está medio vacía—. Bueno..., tengo que ir a ducharme y eso.
—¿No quieres que vaya contigo?
Ya estaba empezando a avanzar, pero me detengo de golpe y me doy la vuelta para mirarlo. ¿Acaba de decir eso de verdad?
Thai está apoyado con un hombro en la caseta. Su cara es de satisfacción absoluta. La de Stef, que acaba de salir y está justo a su lado, es más bien la contraria.
Empieza lo bueno.
—E-em... —empiezo, medio en pánico.
Por suerte —o desgracia, no estoy muy segura—, Stef carraspea antes de que Thai pueda decir alguna tontería más. Este último lo contempla, alarmado, y se aleja tres pasos de la caseta.
—¡Jefe! —exclama con alegría fingida.
—¿No deberías estar trabajando, Thai?
La voz de Stef suena casi tan neutral como la primera vez que lo conocí, y no sé si eso me gusta. Thai me echa una miradita en busca de ayuda.
Yo, por cierto, no sé dónde puñetas meterme.
Transcurren unos segundos de silencio muy incómodo en los que se miran el uno al otro. Stef lo hace con irritación, Thai con confusión. Al final, coordinados, se vuelven hacia mí como si me tocara dar algún tipo de respuesta.
Mierda.
—Em... —repito como una idiota—. Yo... debería ir a ducharme.
—Esa parte nos ha quedado clara —repone Stef, cruzándose de brazos.
Thai no se atreve a ofrecerse otra vez, así que se mete las manos en los bolsillos.
—Solo estábamos hablando, jefe —asegura con una sonrisa.
—Según recuerdo, no te pago para que hables, sino para que trabajes. Y tu compañera tiene que terminar de entrar las cosas y cerrar la caseta.
¿Su compañera? Será idiota. Tengo nombre.
Thai vuelve a mirarme, pero enseguida se da cuenta de que no puedo hacer nada para echarle una mano. Derrotado, decide alejarse sin añadir nada más.
Ahora a solas con Stef, desearía tener un buen hoyo en el que esconderme. Sin embargo, lo único que puedo hacer es juguetear con mis propios dedos. Es un gesto nervioso que mi madre siempre ha detestado pero que nunca he podido evitar.
Sigue faltando una pelota, por cierto, pero no me atrevo a decírselo. No creo que hoy se lo tome demasiado bien.
—Ya he terminado de recoger las cosas —informo con toda la formalidad que puedo reunir ahora mismo.
Stef se limita a asentir y a acercarse a la puerta para cerrarla. Es demasiado alta para mí, así que le ayudo a empujar la madera hasta que queda bien fijada. Acto seguido, la sujeto mientras él asegura el cierre más alto. Intercambiamos los papeles —de forma silenciosa— al agacharme yo a por el cierre del suelo.
Una vez cerrada, me vuelvo para decir algo más, pero Stef ya se está marchando en dirección contraria.
Vaya.
Sin otra cosa que hacer, decido volver a mi cabaña y encerrarme todo el tiempo que pueda. Eso de limitar la interacción social suena prometedor.
Sin embargo, apenas he alcanzado el final de la playa cuando me parece ver la pelota que me faltaba. Esa que debería estar guardada bajo llave. Y los pequeños ladronzuelos —cómo no— son Lia y Luca. Se encuentran junto a la orilla jugando a lanzársela a la cabeza, cosa que no me parece demasiado segura. Bruno, que está sentado a su lado, se conforma dibujando en un cuadernito abierto que tiene sobre las piernas.
Podría dejarlo pasar, pero decido acercarme con pasos mucho más decididos que antes y plantarme a su lado. Los pillo justo cuando Luca se agacha para tener la cabeza en la trayectoria correcta y Lia apunta para darle bien fuerte.
Qué tiernos.
Carraspeo con fuerza.
—Vaya, vaya... si son mis pequeños delincuentes favoritos —comento—. ¿Qué tienes ahí escondido, Lia?
Pese a no entender mi idioma, mi mano extendida es bastante universal. Lia pone mala cara y, tras intercambiar una mirada con su hermano, me pone la pelota en la mano. Cualquiera diría que les he arruinado la vida.
—Sabéis quién tendría un problema si os pillaran, ¿no? —musito—. Que mi bisabuelo no es el dueño del resort. Solo falta que me despidan... Y, por como estoy con mi jefe, creo que es bastante probable. ¿Os gustaría que me despidieran por vuestra culpa?, ¿eh?
Ellos agachan la cabeza pese a no estar enterándose de nada, a lo que Bruno sonríe y vuelve a sus dibujos.
Bueno, quizá me estoy pasando un poco. Después de todo, solo es una pelota. Lo considero unos instantes. Arni y yo solíamos hacer cosas así de pequeños y tampoco pasaba nada, ¿no? Mientras sea por solo un rato... Total, ya he cerrado la caseta.
Qué rapido nos corrompemos.
—Bueeeno... —Suspiro—. Venga, vale. Pero ¡nada de lanzársela a la cabeza! Y solo durante cinco min...
No puedo terminar la frase. De pronto, alguien me quita la pelota de la mano. Las caras de Lia y Luca se quedan blancas, y Bruno da un pequeño brinco. ¿Se puede saber qué pasa?
En cuanto me vuelvo y veo al policía del otro día, empiezo a entenderlo.
—Oh. —Es lo único que me sale, tristemente.
El policía amargado —que habla un español perfecto—, me mira de arriba abajo. No parece muy satisfecho por el resultado. De hecho, arruga la nariz para dejarlo bien clarito. Qué alegría.
—Claudia, ¿verdad? —pregunta, aunque dudo que necesite una respuesta—. Como ya te dije, me gustaría hacerte unas preguntas.
—Es que... em... justo estoy atendiendo...
—Puede esperar. Vamos.
Sin esperar una respuesta, me hace un gesto para que empiece a andar delante de él. Los tres niños nos observan con preocupación, pero no me queda otra que hacer lo que me dice. Después de todo, es un policía y tiene toda la razón al sospechar de mí. Mejor no molestarle mucho.
Empezamos a andar en completo silencio, cosa que ya es bastante incómoda de por sí. Y va empeorando a cada paso.
Justo cuando creo que no puede ir a peor, decide demostrarme que sí.
—Un hurto con violencia es un tema muy serio, Claudia —comenta con una tranquilidad que no me gusta en absoluto—. Podrías meterte en un buen lío.
Estoy tentada a decirle que no fue violento, pero es justo lo que quiere; paso de darle la satisfacción.
—Si dijeras la verdad —prosigue, todavía detrás de mí—, nos ahorrarías problemas a todos. Incluyéndote a ti misma.
—No sé de qué me habla —aseguro en voz baja.
—¿Es que quieres que te abramos una ficha policial?, ¿y a Stefano? ¿No te parece un poco injusto que os castiguemos a ambos cuando solo uno debería tener la culpa?
Aprieto los labios con fuerza y acelero el paso.
—No sé de qué me habla —repito.
—Creo que sí que lo sabes. He estado investigando un poco y no me ha sorprendido ver que ya han fichado a tu hermano en más de una ocasión. Rubén, ¿no? Supongo que te viene de familia...
Al oír el nombre de mi hermano mayor, me detengo de forma automática y me vuelvo hacia el policía. No sé cuál será mi cara, pero la suya es de satisfacción. Está consiguiendo justo lo que pretendía y no puedo evitarlo.
—¿Qué ha dicho? —pregunto en voz baja.
—No pareces muy sorprendida. Me pregunto qué pensarán tus padres cuando...
—Deja de hablar de mi familia —advierto, y por un momento se me olvida con quien estoy hablando.
El hombre enarca una ceja, ahora un poco sorprendido. Creo que no esperaba una reacción tan frontal.
—Solo hablo de lo que he visto en su ficha —repone, calmado—. Varios hurtos con violencia, allanamiento de morada... Siempre lo he dicho: los críos que lo habéis tenido todo termináis siendo los peores.
¿Alguna vez he dicho que tengo un pequeño problema de contención cuando se trata de mi hermano?
Bueno, si no lo he dicho... aquí tenéis una prueba.
No me atrevo a pegarle a un policía. Puede que esté un poco zumbada, pero no me arriesgo a tanto. Lo que sí hago, sin embargo, es quitarle la pelota de un manotazo. El golpe es tan seco que el ruido flota entre nosotros durante unos segundos. Unos segundos muy, muy largos.
Y entonces veo la satisfacción en sus ojos y soy consciente de lo que he hecho. Doy un paso atrás, un poco asustada, pero ya es tarde. El hombre ya está sacando las esposas del cinturón.
—¿Agresión policial? Eso es todavía peor.
—N-no... —Mierda, ahora que se me ha pasado el enfado, solo me queda miedo—. ¡No he agredido a nadie, y tampoco he robado nada!
—Eso cuéntanoslo en la celda, Claudia.
Intento decir algo más, pero me agarra del brazo antes de que pueda resistirme. El frío del metal contra mis muñecas me pone los pelos de punta. Trato de liberarme, pero pronto se hace con el otro brazo. Termino con ambas manos esposadas en la parte baja de la espalda. Y entonces él empieza a arrastrarme de un brazo para que avance más rápido.
Todavía medio desorientada por lo rápido que está escalando la situación, intento retorcerme para que me suelte. Lo único que consigo es que me agarre con más fuerza.
—¿Quieres un consejo, Claudia? No pongas las cosas más difíciles de lo que ya están.
Para entonces, ya hemos alcanzado la entrada del resort. La mujer del vestíbulo me mira con la boca abierta. Fabrizio, el abuelo de Stef, deja de hablar con el otro policía en cuanto oye el alboroto. También parece perplejo ante la escena. Trato de buscar más ayuda con la mirada, pero todo sucede demasiado rápido y no consigo pensar con claridad.
—¿Se puede saber qué te he hecho? —pregunto al puñetero policía, desesperada.
—Solo cumplo con mi trabajo.
—¡No, estás abusando de él!
Cuando se detiene de golpe, llego a pensar que lo he convencido de que esto es un abuso. Pero no. Me vuelvo y, cuando veo que Stef se ha plantado en medio de su camino, no puedo evitar un suspiro de alivio.
Stef, mucho menos neutral que antes, intercambia una mirada entre nosotros. La que me dirige a mí es tensa, pero la que le dirige al policía es bastante peor.
—¿Qué ha pasado?
—Apártate —advierte el hombre.
—No. No puedes llevártela así como así.
—Me ha agredido. ¿No crees que ese es motivo suficiente como para llevármela a comisaría?
—¡No he agredido a nadie! —chillo, furiosa.
—¡Cállate! —salta el policía de repente, y luego se vuelve hacia Stef—. Búscate otra novia un poco menos violenta, que vas de mal en peor.
No sé qué me cabrea más, si lo de novia o lo de que soy violenta. Será cabrón.
Por suerte, Stef tiene más capacidad de contención que yo y tarda unos segundos en reaccionar. Entonces empieza a fruncir lentamente el ceño y da un paso en dirección del policía.
—Quien tomó prestada la lupa fui yo —dice con un tono calmado a pesar de su expresión—. Esta mañana he ido a devolverla y la dueña de la joyería me ha dicho que está todo aclarado. No hay hurto, así que no hay delito.
Quiero abrir la boca para decir que no se eche toda la culpa, pero Stef se vuelve como si supiera exactamente cuáles son mis intenciones. Solo por la mirada de advertencia que me echa, me quedo totalmente muda.
El policía, de mientras —y sin soltarme—, considera sus palabras.
—No es verdad —dice al final.
—Puedes llamar a la joyería y preguntar.
Parece que duda, pero al final hace un gesto a su compañero. Este se acerca y, tras intercambiar unas cuantas palabras en italiano, se aleja un poco para llamar por teléfono. De mientras, el puñetero policía pesado tira más de mi brazo, como si fuera a escaparme.
Apenas un minuto más tarde, el policía del teléfono dice algo a su compañero. No suena muy bien, pero Stef parece satisfecho, así que me permito relajarme un poco.
—¿Lo ves? —murmura Stef.
El policía aprieta los dientes.
—No sé qué le has hecho a esa mujer para...
—Tan solo he hecho lo que debía. Ahora, haz el favor de soltar a Claudia.
El hombre me echa una miradita bastante tenebrosa y, lejos de soltarme, me agarra con todavía más fuerza.
—Me ha agredido.
—¿Y vas a llorar mucho rato? —mascullo.
—Ten cuidado o pasarás mucho más tiempo en la celda.
—¡Le he dado a la pelota, no a ti!
—¡Porque lo he esquivado!
—Sí, claro, el ninja...
Furioso, hace un gesto de avanzar conmigo, pero Stef vuelve a ponerse en medio. Esta vez, la situación parece mucho más agresiva que antes. Llego a pensar que va a pasar algo peor, y entonces llega un muy acelerado Fabrizio a poner paz.
Como no sé qué están diciendo, no puedo hacer otra cosa que esperar y juzgar sus reacciones. El policía y Stef se siguen mirando fijamente, como si fueran a darse un cabezazo mutuo en cualquier momento. Fabrizio gesticula y habla a toda velocidad. Es todo muy confuso.
Y entonces, por fin, el policía saca la llave de su bolsillo y me quita las esposas. Apenas tengo tiempo de disfrutar de la libertad cuando me empuja con el hombro para que me aleje de él. Choco directamente con Stef, pero a él no parece importarle. De hecho, me sujeta del brazo para estabilizarme.
—¿Estás bien? —pregunta.
Todavía frotándome las muñecas, asiento y echo una mirada rencorosa al puñetero policía. Este le suelta algo agresivo a Fabrizio y, acto seguido, vuelve al coche patrulla. Su compañero no tarda en seguirlo.
Una vez se han alejado, me permito relajarme un poco. Tengo a Stef y Fabrizio a cada lado, y ambos parece igual de inquietos que yo.
—¿Se puede saber de qué iba todo eso? —pregunto de mala gana—. ¿Y quién es ese tío que se cree que puede hacer lo que quiera? Menudo...
Me guardo la palabrota porque Fabrizio está delante, pero a él no parece importarle demasiado. De hecho, me pone las manos en los hombros. Es la primera vez que no sonríe; está preocupado.
—¿Tú bien? —pregunta.
—Estoy bien —insisto—. Lo único que ha hecho ha sido molestarme.
—Él poco profesional —admite Fabrizio con un suspiro—. No primera vez... Si vuelve, tu si dici. ¿Sí?
—Sí, os avisaré... A no ser que le lance arena a la cara antes.
Quizá me he pasado de sincera, pero Fabrizio sonríe y me da un apretoncito en la nariz. Es un gesto de esos que hacen los abuelos de forma inconsciente, pero aun así consigue que me relaje al instante y le ofrezca una pequeña sonrisa.
Más tranquilo, se vuelve hacia su nieto y deduzco que le hace las mismas preguntas. Después, me señala y vuelve con la recepcionista.
—¿Qué ha dicho? —pregunto, frotándome las muñecas otra vez.
Todavía me escuecen. ¿Por qué me las ha apretado tanto?
—Que hoy te has ganado una bebida gratis —explica Stef—. Y que vayas a descansar, que hablar con Roberto nunca es fácil.
—Así que el cabrón tiene nombre...
—Todo el mundo tiene nombre, amore. Incluso los cabrones.
—Me gusta más cabrón.
Cualquiera de estos días habría sonreído, pero ahora se limita a contemplarme unos instantes.
El silencio no se hace muy pesado, pero sí que me parece muy sonoro. Debería darle las gracias por ayudarme, pero después de lo incómodo que ha sido todo hoy... no sé ni por dónde empezar.
De pronto, es él quien corta el silencio. Lo hace sin mirarme.
—Mi abuelo tiene razón con lo de que descanses. Ya nos veremos mañana.
En cuanto se da la vuelta y empieza a alejarse, me encuentro a mí misma avanzando a pasitos pequeños tras él.
—Espera... e-em...
Mierda, se ha girado tan rápido que me he quedado en blanco. ¿Qué iba a decirle?
Así vamos.
Stef, que ahora vuelve a mirarme, enarca una ceja. En otro momento diría que es impaciencia, pero creo que también tiene parte de curiosidad.
—No sé de qué iba todo eso —digo al final—. Parecía personal.
—No es contigo, sino conmigo. No te sientas culpable.
Cuando hace un gesto de volverse, carraspeo y le obligo a mirarme otra vez.
—Gracias por defenderme —añado con torpeza.
En esta ocasión, Stef parece dudar sobre qué decirme. No sé si es buena o mala señal. Casi espero una broma sobre que me estoy ablandando o una burla directa. Pero no. Ni siquiera me sonríe.
—De nada —dice, simplemente, y esta vez se aleja sin que le detenga.
Auch.
Vaaale, duele un poquito. No sé si es por el beso —que lo dudo— o porque está enfadado por lo del policía. Ha sido una situación tensa, así que entiendo que necesite un tiempo a solas. Lo único que me remueve un poco es que no me haya pedido que vayamos a las rocas a fumar, como ha hecho estos días.
Me encantaría volver a la cabaña, pero ahora mismo no me siento con fuerzas para enfrentarme a la noruega, ni siquiera cuando ya estamos de buen humor. Así que en lugar de eso opto por darme la ducha que he prometido hace un buen rato que me daría. En pijama se piensa mejor, ¿no? A mí me suele funcionar.
Una vez tumbada en la cama y con los tiktoks de la noruega de fondo, me permito mirar el móvil por primera vez en lo que parece una eternidad. Respondo al pobre Arni, que lleva en leído desde ayer, y decido entrar a Instagram para ver que absolutamente nadie más me ha dicho nada. Tengo una gran vida social.
Espera, ¿eso es un mensaje nuevo?
Como si el día no fuera lo suficientemente complicado, mi querida exnovia decide hacer su cameo con un mensaje bastante lamentable.
Marina: Hola
¿Hola? ¡¿Hola?! ¡¡¡¿¿¿Y ya está????!!!
Será aburrida.
No sé qué siento al ver que me ha hablado. No es positivo, eso lo tengo claro. Y también tengo muy claro que, después de esa estúpida foto con otra, no me apetece hablar con ella.
Pero, como todas las veces que llama a mi puerta, termino respondiendo porque soy una idiota.
Claudia: ¿Qué quieres?
Marina: Veo que estamos simpáticas...
Claudia: En su momento te di toda mi simpatía y no supiste apreciarlo
Marina: Mira, déjalo, no sé ni para qué te hablo
Claudia: Ni yo tampoco
Como tengo asumido que no me hablará más, decido bloquear el móvil. No obstante, antes de darle al botoncito, Marina vuelve a escribir.
Marina: Solo quiero saber cómo estás
Claudia: Estoy bien, adiós
Marina: Hoy he visto a Arni
Pues espero que te haya pegado una patada.
Claudia: Felicidades
Marina: Vamos, Clau, sois como dos gemelos... Si Arni no me habla, sé que es porque estás enfadada conmigo
Claudia: No siento nada por ti, ni bueno ni malo
Marina: ¿Has visto la foto? ¿Es eso?
Claudia: Me la pelan tus fotos
Marina: Antes de que te hagas ideas equivocadas, es solo una amiga
Se me escapa una risa irónica, a lo que la noruega me mira con curiosidad.
Después de esto, no quiero seguir hablando con ella. Y, antes de que pueda pensármelo mejor, decido apagar el móvil y esconderlo bajo la almohada. No quiero que me importe lo que hace o deja de hacer con su vida. Y lo que más me jode es que estoy segura de que esa chica no es su amiga, simplemente no le ha funcionado y está buscando una opción más fácil, que soy yo. Yo siempre soy su opción rápida. Su plan b.
Estoy harta de ser un segundo plato.
No quiero seguir en esta cabaña. Si lo hago, terminaré hablándole otra vez. Un poco alterada por todo lo de hoy, me pongo de pie sin siquiera pensar en que sigo en pijama.
Lo que no me espero, sin embargo, es que al abrir la puerta me encuentre una mano suspendida en el aire. Levanto la mirada para encontrar la de Stef, que parece igual de sorprendido que yo. Creo que lo he pillado justo antes de que llamara con los nudillos.
Vaaale, admito que no me esperaba volver a verlo hasta mañana.
La vida, que a veces da alegrías.
Stef se da cuenta de su gesto al cabo de unos segundos y da un paso atrás para no quedarse tan encima de mí. Luego ve mi pijama, que consiste en dos piezas de seda azul cielo; una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos. Los tengo en otros colores, pero este es el que más me gusta. Abre la boca para decir algo, pero al final vuelve a cerrarla y aparta la mirada.
—Dime que no ha vuelto el policía, por favor —mascullo.
Por un momento, vuelve a ser él y sonríe de manera mal disimulada.
—No, no ha vuelto.
—Menos mal.
Después de mis dos palabritas, me quedo esperando a que diga algo. Es él quien se ha acercado, ¿no? Eso es que quiere alguna cosa.
Pero Stef se toma su tiempo y, cuando empiezo a creer que se ha quedado mudo, desvía la mirada por encima de mi hombro. Yo también lo hago. La noruega nos observa con mucho interés.
—Um... —murmuro, volviéndome hacia él—. ¿Y si vamos a las rocas?
—Sí. Vale.
No le queda otra que esperar a que yo me ponga unos zapatos, y lo hace apoyado en el marco de la puerta. La noruega sigue intercambiando miradas con curiosidad, pero no dice nada. Cuando Stef carraspea, ella se apresura a centrarse en su móvil.
El camino hacia las rocas es silencioso, y yo meto las manos en los bolsillos de la sudadera que acabo de ponerme. No quiero congelarme; cuando se va el sol, el viento no es nada calentito. A Stef, que sigue yendo con el uniforme de manga corta, no parece importarle demasiado.
Una vez llegamos a las rocas, él saca la cajetilla de tabaco. Sin embargo, quien roba un cigarrillo y se lo pone en la boca soy yo. Stef contempla el gesto con media sonrisa un poco pasmada, pero no me detiene.
—¿Día duro? —pregunta, burlón.
—Qué va. Solo han intentado detenerme. Casi nada.
—Ya veo.
Le hago un gesto impaciente con la mano.
—Dame fuego.
—¿Ahora? Vas a tener que quitarte ese pijamita tan bonito.
—¿A que te meto la mano en el bolsillo y te robo el mechero?
—Pese a que sería una experiencia muy enriquecedora, lo tengo aquí. —Se lo saca del bolsillo del pecho—. De nada.
Le dirijo una miradita de advertencia y, acto seguido, enciendo el cigarrillo. Stef apoya el hombro en la roca y observa el proceso, pero no dice nada. Cuando hago un gesto de dejárselo, niega con la cabeza.
—Creo que hoy te lo has ganado tú —murmura.
—Como quieras. —Le doy otra calada. Tampoco es que me guste demasiado, pero es mejor que quedarme aquí quieta bajo su miradita escrutadora—. Bueno, ¿vas a decirme de una vez quién era ese señor que intentaba detenerme? Porque está claro que os conocéis de sobra.
El tema no le gusta y no se molesta en disimularlo. Stef suspira y aparta la mirada para clavarla en la playa. O en cualquier cosa que no sea yo, más bien.
—Sí..., he pensado que te debía una explicación. Roberto es el jefe de policía del pueblo —continúa—. Nos conoce a todos desde hace años, y... bueno, nunca ha tenido muy buena relación con mi abuelo. Dice que el resort no hace más que atraer turistas, y que por aquí no necesitamos mantenernos con el dinero de extranjeros.
Asiento con la cabeza mientras doy otra calada. Stef aprieta los labios y me mira de reojo.
—También es el padre de mi exnovia —añade.
—Oh.
De nuevo, tristemente, es lo único que me sale.
Él contempla mi reacción por unos instantes y luego se vuelve de nuevo hacia la playa.
—No encajó muy bien que lo dejáramos —prosigue—. No sé si Cinnia se lo ha explicado alguna vez, pero... bueno, supongo que ha asumido que el malo soy yo. Antes no nos llevábamos bien, pero desde que rompimos es insoportable. Hace lo que puede por joder a todo el mundo en el resort.
—Pues lo de joder no se le da mal —admito a regañadientes.
Stef esboza una sonrisa que no alcanza a cubrir su expresión. Desaparece enseguida.
—Siento que te haya tocado a ti —añade.
Me encojo de hombros, como si lo de que se disculpe conmigo no me afectara en absoluto.
—No es culpa tuya. Además, con lo de la lupa me has salvado. ¿Cómo la has devuelto si estaba en mi habitación?
—No la he devuelto, solo le he dicho a la joyera que lo haría mañana y ha accedido a cubrirnos.
—Vaya, Stef, por un momento he pensado que eras un pervertido que hurgaba entre mis cosas.
—No se te veía muy preocupada.
—Estaba a punto de quemarte con el cigarrillo.
—Lo dices como si no tuvieras experiencia en el tema.
—¡Fue sin querer!
—Pues no dejabas de sonreír.
Hago una risa irónica, pero se me corta en cuanto me quita el cigarrillo de la mano. Irritada, le echo una mirada rencorosa. Stef se lo coloca entre los labios sin arrepentirse ni un ápice.
—Tengo que volver al chiringuito —explica—. Solo quería asegurarme de que estabas bien..., ya me quedaré más tiempo otro día.
Mientras empieza a alejarse, yo me cruzo de brazos.
—Asumes que habrá otro día.
Stef se detiene y, tras pensarlo un momento, me dedica una mirada mucho más afilada que las anteriores.
—Depende.
—¿De qué? —pregunto, confusa.
—De si te entretienes besuqueándote con otros, porque entonces no te quedará tiempo para mí. Buenas noches, Claudia.
Tras una sonrisita irónica, Stef toma otra calada y se aleja por el caminito de piedra. Yo me quedo un rato más en las rocas. Vaya día.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top