Capítulo 16


16


—¿Está muerta?

—O dormida.

—Seguro que muerta.

—O dormida.

—Eres un aburrido.

—Y tú estás psicótica.

—Calla. ¡Claudia!

Cómo odio las mañanas. Y despertarme. Y todo lo relacionado con tener que madrugar. Pero lo detesto más cuando me despiertan personas como Miki y Blanca, que son de todo menos delicados.

Mi intención es levantarme lentamente, pero descarto la opción en cuanto Yara empieza a sacudirme por los hombros. Por la fuerza que ejerce, nadie diría que mide un metro cincuenta y tiene la masa muscular de un espagueti.

—Ya estoy despierta —aseguro, alarmada—. ¡YARA, QUE YA ESTOY DESPIERTA!

Por suerte, me suelta y vuelve a incorporarse. Tanto ella como Miki y Blanca están de pie junto a mi cama. Esta cabañita no está hecha para contener tanta humanidad, así que me siento un poco ahogada.

—Es que Yara estaba preocupada —explica Miki—. Llevamos aquí un rato y no te despertabas.

Blanca asiente.

—Tardas dos minutos más y empiezo a hacerte el boca a boca.

—Como si necesitaras una excusa para juntar la boca con otra persona —comenta él.

—Al menos, yo la uso para algo interesante.

—¿Decir tonterías?

Yara empieza a hablar con gestos espasmódicos. Aunque nadie la entiende, lo dice con toda su intensidad.

Suelto un suspiro.

—¿No habéis pensado que puedo estar agotada? —mascullo.

—Es más divertido pensar que estás muerta —comenta Blanca.

—Lo que quiere decir —interviene Miki—, es que si te mueres nos pondremos muy tristes.

—Ah, sí, también.

—Ayer fui de excursión —farfullo de mal humor—. Si no os importa, me gustaría dormir todo lo que pueda. Ni siquiera ha sonado la alarma.

—Es que son las seis menos cuarto —explica él—. Mauro ha estado llamando a todas las cabañas para que nos reuniéramos con él a las seis en punto.

—¿Tan temprano? ¿Para qué?

—Para joder —asegura Blanca.

Como no quiero suspirar otra vez, opto por un resoplido y, lentamente, cuelgo los pies fuera de la cama. Me duelen las piernas. No debí forzar tanto la marcha. Puñeteras agujetas. Esto es peor que la quemada que me hice los primeros días del resort. Aunque no tan humillante porque, al menos, soy la única que lo nota.

—Vale —murmuro—. Gracias por avisarme, chicos.

—Te esperamos fuera —añade Miki.

Mientras se marchan, asiento como si alguien fuera a prestarme atención. Estoy agotada, de verdad. Puñeteras excursiones, aunque sean divertidas.

De alguna forma, consigo quitarme la camiseta y ponerme el sujetador deportivo que suelo usar bajo el uniforme. Ya estoy pasándome la camiseta cuando, sin darme cuenta, cierro lentamente los ojos.

Los abro de golpe cuando la noruega, muy simpática, vierte el agua de su botella sobre mi pobre e inocente cabeza.

—¿Qué...? —chillo, incorporándome de un salto—. ¡¿Qué haces?!

Ella esboza una sonrisa poco arrepentida y se encoge de hombros.

—¡Ya estoy despierta! —espeto—. ¡Dejadme en paz!

No sé qué me da más rabia, su sonrisa o la forma en que sale de la cabaña tan orgullosa de sí misma. Cabrona.

Tú también lo habrías hecho.

¡Silencio!

Irritada, termino de vestirme y me ato el pelo —ahora mojado— en una coleta poco cuidadosa. Mis compañeros me esperan fuera. Echan a andar sin mediar palabra. Supongo que notan, en el aura que desprende mi ser lleno de furia, que no es un buen momento para hablarme.

Todos los voluntarios están en el chiringuito. A parte de en alguna fiesta y en las horas de comidas, no suelo verles a todos juntos y se me hace un poco extraño. Siempre se me olvida la cantidad de gente que trabaja en el resort. La mayoría, sin embargo, trabajan en las instalaciones interiores y no suelo cruzarme con ellos. Ni siquiera me resultan familiares.

Mauro aparece a las seis en punto. Para entonces, todos hemos tomado asiento en diferentes sillas y mesas del chiringuito, impacientes y nerviosos. Que Mauro quiera hablar con todo el mundo no es una buena señal. Y más si es tan temprano. Se me ocurre que quizá nos quiere medio dormidos para que no le ataquemos en masa como los orcos de la peli esa de los anillos.

Siempre puedes lanzarle una silla y empezar una guerra.

Como de costumbre, lleva sus bermudas, sus zapatitos marrones y su polo verde. También se ha peinado el pelo hacia atrás. La viva imagen de un señor. Se planta junto a la barra con la confianza de quien va a dar la mejor noticia de la historia. Solo que, dadas las circunstancias, sospecho que la única persona que va a disfrutar con esta historia es él.

—Está a la distancia perfecta para abuchearle —observa Blanca, que permanece sentada al otro lado de la mesa.

—Shhh —chista Miki—, que no oigo lo que dice.

—Oh, sí —ironiza ella—, no nos perdamos detalle del discurso de investidura del pequeño dictador.

—Gracias a todos por venir —anuncia Mauro en inglés, supongo que para que todo el mundo le entienda—. Como algunos ya sabéis y otros debéis suponer, a partir de ahora voy a ser el encargado de dirigir el resort. No es una posición que vaya a afectar a vuestro trabajo, todo seguirá igual, pero quería decirlo en persona para que pudiérais ponerme cara y quedaros tranquilos.

Yara tuerce el gesto. No sé si se está enterando de lo que dice y no le gusta, o simplemente no le gusta Mauro. Opto por la segunda opción.

—Dicho esto —añade Mauro, abriendo un papelito que lleva en la mano derecha—, sí que va a haber algunos cambios desde la administración. He estado unos días haciendo números, balance, revisando las cuentas..., y tanto yo como mis compañeros hemos llegado a la conclusión de que el programa de voluntariado ocupa mucho más espacio del necesario. Lamentablemente, vamos a tener que prescindir de los servicios de cinco personas.

La información cae sobre todos como un cubo de agua helada. Quizá es porque estoy cansada, pero tardo unos segundos en entender lo que ha dicho.

Despidos. Está despidiendo a cinco personas.

Contemplo a mis compañeros. Muchos se miran entre sí, preocupados, mientras que otros parecen muy seguros de sí mismos. Unos pocos cuchichean, otros se limitan a observar a Mauro con los labios entreabiertos. Nadie sabe qué hacer.

—La decisión ha sido tomada en base a varios factores —prosigue—, hemos tenido en cuenta el nivel de aportación al resort, el trato con el cliente, las ganas de evolucionar, la disponibilidad para ser contratado una vez termine el periodo de voluntariado, la facilidad de idiomas... Al ser un programa de intercambio, no vais a tener derecho a paga extra o a que os cubramos los gastos de transporte para llegar al aeropuerto. Espero que lo entendáis.

Para cuando llega a la última frase, varias voces han empezado a levantarse en señal de protesta. Mauro finge que no oye nada y, al abrir el papel, carraspea de forma ruidosa.

—Aliya, Steven, Melani, Yara y Claudia..., gracias por haber ayudado al resort, pero hemos decidido prescindir de vuestros servicios. Si tenéis alguna duda, podéis acercaros y hablar conmigo. Para el resto: hemos creado un nuevo horario que encontraréis en vuestras taquillas. Gracias a todos. A trabajar.

Parpadeo varias veces porque, honestamente, es lo único que puedo hacer ahora mismo. La primera mirada que encuentro es la de Yara, que ha oído su nombre pero no termina de entender lo que ha sucedido. Blanca y Miki intercambian una entre ellos, ambos pasmados. Y..., nadie sabe qué decir.

Estoy... ¿despedida?

Vaya.

Lo primero que me viene a la mente es la decepción de Arni. Lo segundo es la decepción que siento yo misma. Pensé que estaba haciendo un buen trabajo. No muchas veces me he implicado en cosas como esta y, de verdad, pensaba que lo estaba haciendo bien. Sé que parte del despido viene del rencor de Mauro, pero..., sí, quizá no soy tan buena como creía.

No conozco a Aliya, Steven y Melani, pero supongo que son las tres personas que van directas hacia Mauro y empiezan a protestar de forma airada. De mientras, yo sigo sentada con el sentimiento de derrota sobre los hombros. Me han despedido de mil trabajos, pero nunca me había sentido tan inútil.

—Vaya mierda —suelta Blanca de repente.

Miki, que había apoyado la cabeza en un puño, suspira.

—No empieces —advierte.

—¿Que no empiece? ¡No puede despedirles así como así!

—Es que no es un despido —murmuro—. Es un programa de voluntariado. En el contrato dejaba claro que, si no cumplíamos con las expectativas, podían prescindir de nosotros.

—¿Y qué expectativas son esas? —protesta Blanca—. ¡Las dos lo hacéis genial! No es justo.

—Díselo a Mauro —murmura Miki.

—¡Eso mismo voy a hacer!

Supongo que debería consolarme que alguien con carácter de Blanca esté de nuestra parte, pero lo cierto es que me desanima todavía más. Lo único que va a conseguir hablando con Mauro es enfadarse. Qué mierda, sí.

Todavía estamos a tiempo de lanzarle una silla.

Busco la mirada de Yara, que por fin parece entender lo que ha pasado. Quiero morirme de lástima. Sus ojos grandes parecen los de un cervatillo confuso. ¿En serio tenía que despedirla a ella? Puede que no la entendamos, pero no es mala persona. Y, a su manera, siempre nos hace sentir un poco mejor o nos hace pasar un buen rato. Puedo entender mi despido, pero el suyo me parece mucho más injusto.

—¿No vas a hablar con él? —me pregunta Miki.

—¿Para qué? No cambiará de opinión.

—Me refiero a Stef.

Lo cierto es que, hasta ahora, no he querido pensar en Stef. ¿Habrá tomado parte en la decisión? No, lo dudo mucho. Además, de haber sido así, me habría avisado antes. Estoy segura.

—No lo sé —admito—. Aunque le pidiera ayuda, solo conseguiría que se metiera en una bronca con su hermano.

Yara dice algo en su idioma que nadie entiende, pero sus hombros hundidos y su puchero dejan bastante claro lo que está pensando.

A estas alturas, todos los voluntarios que han salido indemnes empiezan a marcharse. Tienen sus trabajos, así que deberían ir empezando. Lo único que me sorprende es que algunos se queden atrás con sus amigos —es decir, nosotros, los despechados—, y traten de hablar con Mauro. El cual, por cierto, asiente a cada frase que le sueltan, pero parece estar disfrutando de cada segundo.

Una parte de mí sabe que está deseando que vaya a hablar con él y le suplique un puesto. No voy a hacerlo. Prefiero volver a España y tener que darle explicaciones a todo el mundo que tragarme el puñetero orgullo.

Lo que me lleva a pensar... Mierda, no tengo dinero para los billetes de vuelta. Ni siquiera sé qué pueden costar. Contaba con quedarme todo el verano y acumular propinas de sobra para pagarme el vuelo de vuelta, así que no sé qué hacer.

Bueno, sí que lo sé, pero ojalá no lo supiera. Voy a tener que llamar a mis puñeteros padres.

La hija del año.

Pese a que Blanca se queda discutiendo con Mauro, Miki sí que tiene que empezar a trabajar. Tengo que decírselo yo, porque él no tiene ninguna intención de dejarnos a solas. En cuanto consigo que se marche —y se asegure de que no es el siguiente despido—, me incorporo lentamente y miro a Yara.

—¿Tú también tienes que llamar a alguien para pedirle dinero de forma patética?

Yara suspira. No es una gran respuesta, pero me sigue hacia la recepción del resort, así que supongo que es un sí.

No he estado en la recepción desde la primera semana, así que se me hace un poco raro. La recepcionista nos mira con un toque de lástima, como si lo supiera todo, y señala el teléfono que hay en la pared. Oh, esto también parece el inicio de toda esta aventura. Qué mierda todo.

—¿Te importa que llame yo primero? —le pregunto a Yara.

Ella niega con la cabeza.

—¿Eso quiere decir que no te importa o que no tienes a nadie a quien llamar?

En cuanto enrojece, sé cuál es la respuesta. Tras un suspiro, le doy una palmadita en el hombro.

—A ver qué puedo hacer —murmuro.

Llamar a mis padres después de tanto tiempo es el mayor golpe en el orgullo que me he llevado en mucho tiempo. Marco el primer número con los hombros hundidos y muy pocas ganas, pero... ¿qué remedio? No voy a quedarme donde no me quieren. Bastante humillación es que me hayan despedido delante de todo el puto resort. Quiero irme de aquí. Y, a la vez, no quiero.

Bueeeno, lo que no quiero es despedirme. Odio las despedidas. Y más cuando son con personas que, genuinamente, me gustaría volver a ver. Es curioso que vaya a echar de menos a la familia de Stef. Les tengo mucho cariño, y eso que tampoco hemos pasado tanto tiempo juntos. A Davide, a Brunito... Oh, echaré mucho de menos a Bruno. Me da mucha lástima dejarle aquí con su padre. Sé que estará bien, pero ojalá no tuviera que dejarle atrás.

Y Stef... No sé por qué evito pensar en él de esta manera. O, mejor dicho, lo sé perfectamente.

Marco el segundo número, derrotada. No quiero irme. Qué mierda.

Antes de marcar el tercero, vuelvo a colgar el teléfono. Tanto la recepcionista como Yara me contemplan con curiosidad. Estoy teniendo un debate interno bastante fuerte.

Y, finalmente, descuelgo y marco un número distinto.

Hace mucho tiempo que no hablo con mi hermano Rubén; ni siquiera sé si ha cambiado de número. Si es así, esto va a ser la segunda derrota de hoy. Espero que no...

—¿Sí?

Durante unos instantes, me descoloca oír la voz de Rubén. Hace años que no sé de él, que no mantenemos contacto. Oír su voz es como abrir una puerta que ha permanecido cerrada durante tanto tiempo que has perdido la llave. Una oleada de recuerdos me invade y, honestamente, hace que me sienta un poco sensible.

Pasan los segundos y soy incapaz de decir nada. Al otro lado de la línea, se oye el característico sonido del tráfico de una ciudad ocupada. Y las voces de los transeúntes. Y la respiración de mi hermano. Por el sonido borroso, deduzco que se ha quitado el móvil de la oreja para revisar el número y comprobar que no lo conoce.

—¿Hola? —insiste.

Va a colgar. Tengo que decir algo. Lo que sea.

—Hola —susurro con un hilo de voz.

Creo que el silencio de Rubén es exactamente como el mío. Es... incómodo y tenso. Pero, a la vez, ambos sabemos perfectamente lo que está pensando el otro. Supongo que es de esas cosas que tienen los hermanos, por muy distanciados que estén.

—Hola —repite, sin ocultar su sorpresa.

—No sabía si todavía tendrías este número.

—Nunca lo cambié. —Hay una pausa, un momento de titubeo, antes de que siga hablando—. Por... no lo sé, por si algún día querías volver a hablar conmigo.

No sé si creerle, pero, en estos momentos, necesito hacerlo. Necesito pensar que alguien se ha tomado esa clase de molestia solo por mí. Al menos, podré arreglar mi pobre orgullo malherido.

—¿Qué...? —empieza otra vez, sin saber cómo seguir—. ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

—Estoy bien. Bueno, todos estamos bien.

—Oh, me... alegro.

—Recibí tus cartas —digo de sopetón, no sé por qué.

Rubén emite un sonido muy característico. Uno de esos que están a medio camino entre un suspiro y una risa nerviosa.

—Lo sé. Me respondiste.

—Ah, sí...

—Claudia, ¿qué pasa?

—Me han despedido.

Uf, decirlo en voz alta es todavía más humillante. Sin darme cuenta, he empezado a retorcer el cable del teléfono entre mis dedos. Y el silencio de Rubén no ayuda.

—¿Tienen algo en contra del talento? —pregunta al final.

Mi risa es muy parecida a la que él acaba de soltar; tensa de narices.

—Digamos que no le caigo muy bien a mi jefe —murmuro.

—Entiendo. ¿Necesitas un abogado?

¿Alguna vez he mencionado que Rubén se marchó de casa para estudiar derecho? Creo que es un buen momento para recordarlo.

—No. —Pese a que no puede verme, sacudo la cabeza—. Era un programa de voluntariado. Simplemente, han dicho que ya no me necesitan.

—¿Te lo han dicho así?

—Delante de todo el mundo.

—Vaya panda de cabrones.

—Un cabrón, sí.

Rubén suspira y, por el sonido, deduzco que está caminando hacia un lugar donde pueda hablar más tranquilo y sin tanto ruido de fondo.

—Si buscara bien —prosigue—, seguro que encontraría alguna cosa para meterles una denuncia.

—No, no es eso. La familia que lleva el resort me cae bien, no necesitan una denuncia. El problema es...

—Que necesitas dinero para volver a casa y no quieres pedírselo a papá y a mamá.

—Es... un buen resumen, sí.

—¿Cuánto quieres?

Vaya, si todo fuera así de fácil...

—No lo sé —admito—. No he mirado los billetes. Cuando encuentre uno que esté bien de precio, puedo pasártelo para que me digas...

—Claudia —interrumpe, firme pero suave—, yo me encargo. ¿Alguien más necesita ayuda?

—¿Eh?

—Si te han despedido a ti, dudo que seas la única.

—Bueno..., tengo una amiga que tampoco tiene como volver a casa y...

—No hay problema.

—Rubén, no tienes que hacer esto. Sé que te he pedido ayuda, pero no me refería a...

—Déjame ayudar —protesta—. ¿De dónde es tu amiga?

—Pues... ¿Hungría?

Lo sugiero mirando a Yara, que levanta ambos pulgares con una gran sonrisa.

—Hungría —confirmo.

—No hay problema —asegura Rubén—. Oye, me encantaría seguir hablando contigo, pero tengo una reunión en cinco minutos y...

—Está bien —aseguro—. Gracias por... responder a la llamada. Y por todo lo demás.

De nuevo, hay unos instantes de silencio.

—No hay de qué —murmura—. ¿Puedo llamar a este número cuando necesite hablar contigo?

—Sí, es el del resort. Hasta que me echen de una patada, no creo que pongan pegas.

Rubén se ríe entre dientes.

—Me alegra ver que no has cambiado. Ánimo, hermanita. Me... me ha gustado que hablar contigo.

No dice nada más. En cuanto cuelga el teléfono, yo hago lo mismo y, por un momento, contemplo la pared como si fuera lo más interesante de la historia.

Cuando me vuelvo hacia Yara, levanto los pulgares de la misma forma que ella. Empieza a aplaudir, encantada.

No consigo estar sola hasta que llego a mi cabaña. Sigue siendo muy temprano y la noruega está trabajando, así que me siento en mi camita con los codos en las rodillas y la mirada perdida. Supongo que debería hacer la maleta, pero no consigo encontrar las ganas de moverme. Quiero quedarme aquí, sentada y pequeñita, y dejar de existir durante un rato.

Y eso estoy haciendo cuando llaman a la puerta. No sé qué puede ser peor... ¿Blanca, Miki, la noruega...? No me apetece hablar con nadie. Y menos ahora que sé que tenemos una cuenta atrás sobre el tiempo que podremos pasar juntos. Joder, sí que estoy sensible.

Nadie te juzga.

Pero no es ninguno de ellos. En cuanto abro la puerta y veo a Stef, me quedo momentáneamente parada.

No sé por qué no he pensado en él. Llevo toda la mañana evitando hacerlo. Sin embargo, ahora que le tengo delante, me da mucha lástima tener que irme. No sé qué ha pasado entre nosotros, pero tenía la esperanza de poder explorarlo un poco más.

Y explorarle a él, también. ¿A quién quiero engañar?

Muy fina.

No trato de evitar la mueca de tensión. Y eso que su expresión, la verdad, parece tan aburrida como de costumbre. Al verme mejor, enarca una ceja.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—¿Tú qué crees?

Stef, que le estaba dando vueltas a una caja de cigarrillos, se detiene y echa la cabeza un poco hacia atrás.

—¿Qué he hecho ahora?

—Nada.

—¿Entonces?

Espera... ¿no lo sabe?

Mierda, no quiero decírselo yo. Esto es mucho peor. Respiro hondo y aprieto la manija de la cabaña entre mis dedos. Él debe darse cuenta de la tensión, porque frunce ligeramente el ceño.

—¿Qué? —pregunta en un tono distinto.

—Me han despedido.

Durante lo que parece una eternidad, Stef me contempla como si no hubiera procesado la información. Le da otra vuelta a la cajetilla, me mira de arriba a abajo... Creo que está calibrando si esto es una broma o no.

Al final, esboza media sonrisa.

—Seguro.

—No es una broma.

—Y no tiene gracia.

—No tiene gracia porque no es una broma —insisto, totalmente seria—. Mauro me ha despedido hace una hora. A mí y a otros cuatro voluntarios. Estaba a punto de hacer la maleta.

La sonrisa se evapora lentamente.

Stef, que normalmente es tan inexpresivo, se ha quedado sin palabras. Por lo menos, antes de irme, me llevo una expresión nueva. Voy coleccionándolas como si fueran lo más valioso que puedo llevarme de toda esta aventura. Qué tontería.

—Y una mierda —espeta de repente.

—Es lo que ha dicho.

—Ni se te ocurra hacer la maleta.

Es mi turno para enarcar una ceja. Me esperaba una despedida más dramática, no otra puñetera bronca.

—¿Y qué quieres que haga? —pregunto, a la defensiva—. ¿Le quemo la casa?

—Puedes quemarle a él. Yo me encargo la gasolina.

—Hablo en serio —insisto en tono sombrío—. No pasa nada, Stef. Solo queda un mes de verano. Me habría ido igualmente.

Por algún motivo, mis palabras solo consiguen encender todavía más su enfado.

—¿Y ya está? —pregunta.

—¿El qué?

—¿No vas a insistir? ¿No vas a hacer nada?

—¡Me ha despedido!

—¿Y qué? Te he visto robar una lupa, discutir con un policía, terminar el turno infernal sin un solo fallo y controlar a un puñado de críos maleducados todo el verano. ¿En serio lo que va a pararte es el idiota de mi hermano?

Vaaale, de nuevo, no me esperaba un brote de enfado. O, por lo menos, no lo esperaba contra mí. Me apoyo mejor en la puerta sin saber qué otra cosa hacer. Es la primera persona que hace que me replantee mi propia actitud.

—Lo que me gusta de ti es que no te rindes —insiste—. No dejas que te digan lo que puedes hacer o no. Eres la clase de persona que no se deja despedir así como así. O eso pensaba. —De pronto, vuelve a fruncir el ceño—. O... ¿quieres irte? ¿Es eso?

Es una buena pregunta. ¿Por eso no he insistido? Quizá, inconscientemente, no quiera pasar más tiempo aquí. Echo de menos a mis amigos, y mi ciudad, y mi vida. Pero..., ¿lo echo tanto de menos como para querer marcharme?

Stef sigue mirándome, solo que su expresión ha cambiado. Ya no está tan a la defensiva como antes. Incluso diría que está preocupado. Otra novedad, porque solo le vi preocupado con la colina. No esperaba que se preocupara por algo tan... trivial.

—No —admito en voz baja—. No quiero irme.

—Entonces, quédate.

—¿Contigo?

—Con... ¡con todos! Todos queremos que te quedes.

El ligero tono de esperanza en su voz hace que empiecen a aletear sentimientos que no debería permitir que crecieran tan rápido. Pero no puedo evitarlo. Le ofrezco una pequeña sonrisa. Creo que es la primera que he esbozado en toda la mañana.

—Está bien —murmuro.

—Vale. —Stef suspira como si llevara un rato conteniéndose—. Bien, entonces. Vamos.

—¿Ahora?

—Tengo que matar a mi hermano, amore.

—Espero que eso sí que sea una broma.

—Más o menos.

Como sigue esperándome, decido salir de la cabaña y cerrar la puerta detrás de mí. No sé qué tiene pensado, pero por lo menos tiene un plan. Ya es más de lo que tengo yo.

No obstante, cuando doy un paso en dirección a las escaleras, me choco de frente con él. Sospecho que ha sido a propósito, porque lo siguiente que noto es que me sujeta la cadera con una mano y vuelve a empujarme hacia la puerta. En cuanto mi espalda choca contra la superficie de madera, ya sé que va a besarme. Lo recibo con una sonrisa.

Este beso me recuerda al que me dio esa primera vez en la playa. Pese a que no pega su cuerpo al mío y no es tan bruto, percibo la misma ansiedad. Cierro los ojos e, inconscientemente, me sujeto en sus brazos, los mismos que me siguen sosteniendo por las caderas. Su piel es cálida y dura bajo mis dedos. Contrasta con la brisa fresca que flota cada mañana en la playa. Hace que se me ponga el vello de punta. O quizá sucedería lo mismo aunque estuviéramos dentro de la cabaña. De nuevo, ¿a quién pretendo engañar?

No es un beso largo, tampoco profundo, pero cuando se separa de mí, estoy sin respiración. Stef mantiene su rostro cerca del mío. Vuelve a parecer irritado.

—¿Ibas a hacer la maleta sin decirme nada? —pregunta en tono de reproche.

Lo único que me sale es una risa nerviosa.

—¿No puedes ser un poco romántico ni en un momento así?

—¿Y qué quieres que diga?

—No lo sé. Que te gustaría que me quedara, por ejemplo.

Durante un breve instante, creo que me va a soltar y ser el de siempre. Pero, no.

—Quiero que te quedes. Claro que lo quiero. ¿No es evidente?

—Quizá solo quería oírlo.

—Pues quiero que te quedes —repite, y titubea un momento—. Más de un mes. Más que todo el verano.

No esperaba una confesión de este calibre, pero no me deja margen para que la absorba. En cuanto ve que dudo, se apresura a separarse otra vez y a bajar los escalones.

Don libretitas nervioso... Adorable.

En cuanto pisa la arena de la playa, ya se ha ido el romanticismo y vuelve a ser el amarguras de siempre.

—¡Venga! —urge, irritado—. Tenemos un hermano al que matar.

—Sigo esperando que sea broma.

—Si me dejas ir solo, te aseguro que no lo será.

—Vale, vale. Ya voy.

Al llegar a su altura, me ofrece una mano que acepto sin dudar.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top