Capítulo 13


13


Sigo contemplando el techo de mi cabañita. Es lo más fascinante que he visto en mi vida. O eso debe parecer desde fuera, porque no he hecho otra cosa en toda la noche. Tan solo eso y repiquetear los dedos en mi abdomen.

Ah, y repasar cada momento de ayer una y otra vez.

Dura labor.

Mientras veo el reflejo de la luz de la mañana contra las vigas de la cabaña, puedo sentir el cosquilleo en los labios. Ese mismo que siento cada vez que me acuerdo del beso. No entiendo qué me pasa. Me he besado con mucha gente antes. Algunos mejores, otros peores. Algunos más memorables, otros que no recuerdo con mucho detalle. Pero, en este caso...

Suelto un suspiro.

Y con eso lo entendemos todo.

El carraspeo de la noruega me obliga a reaccionar. Está mirándome con los brazos en jarras. Ya lleva el uniforme puesto. Por su cara, parece impaciente.

—¿Ya es hora de trabajar? —pregunto, medio perdida.

Ella sigue mirándome fijamente, como si esperara una reacción. Tras otro suspiro, me incorporo y empiezo a quitarme el pijama. Satisfecha con su labor, la noruega sale de la cabaña para ir a desayunar.

Por supuesto, hoy me cuesta mucho centrarme. No ayuda que no vea a Stef en la hora del desayuno. O en el almuerzo. Tampoco veo a Davide o a Fabrizio, así que quizá estén todos juntos. Casi lo prefiero así. No sé qué podría ser peor, que Stef me sacara el tema del beso, que fingiera que no ha pasado... o que me diera uno más.

Si tengo que elegir, me quedo con la última opción. Aunque probablemente implosionaría antes incluso de disfrutarlo.

En cuanto una patata me da en la cara, reacciono y me centro en el resto de la mesa del almuerzo. Blanca, Miki y Thai me observan con curiosidad. Yara es la única que me habla, pero no entiendo nada de lo que me dice.

—¿Qué? —pregunto, parpadeando.

—¿Se puede saber qué te pasa? —inquiere Blanca—. Apenas has comido. Sé que no tiene buena pinta, pero se supone que a ti te gustan las cositas verdes, ¿no?

Pues sí. Sigo teniendo el menú vegetariano que me hacen cada día. Remuevo la pasta con el tenedor, todavía distraída.

—Estoy bien —aseguro de mientras.

—Está enamorada —bromea Miki.

Si tú supieras.

—De mí —añade Thai con una amplia sonrisa.

—Si tú supieras —se burla Blanca.

Thai va a protestar, pero su hermana le mete una patata en la boca para callarlo. Contento con el alimento, se limita a masticar y pronto olvida lo que iba a decir.

Puedo notar que Blanca me sigue mirando con curiosidad durante toda la comida, pero no vuelve a preguntar. A ver, podría contarle lo que pasó, pero... ¿se supone que debía pasar? Quiero decir, creo que no hay ningún inconveniente con que Stef me bese, no es mi jefe ni nada, pero... ¿podría meterse en un lío por mi culpa? ¿Y si su abuelo se entera y le echa del resort? Me cuesta imaginarme a Fabrizio enfadado, pero ¿quién sabe?

Así que permanezco en silencio durante toda la comida. Y prácticamente sigo igual durante todo el día, en todos mis turnos. Los niños del partido de voleibol, que normalmente me parecen lo más irritante del mundo, parecen desconfiados por mi falta de entusiasmo. Casi como si mi tranquilidad supusiera una amenaza.

Eres como un tigre preparándose para perseguir a su presa.

Hoy no hay llamada de Arni, por lo que me da tiempo a esconder todo el material sin ningún problema. De nuevo, no hay ni rastro de Stef. Tampoco es algo fuera de lo habitual; a veces, las clases de surf se alargan y tarda un poco en aparecer, por lo que me toca trabajar sin compañía.

Pero hoy no es el caso. No hay nadie en la playa, pero las tablas están esparcidas por la arena. Con el aprecio que les tiene y lo mucho que las cuida, me parece un poco raro. Dudo unos instantes. No le gusta que las toque, pero no está por ningún lado y me da miedo que alguno de los niños intente usar una y la rompa —si es que se pueden romper, que no tengo ni idea—. Al final, opto por ir entrándolas poco a poco. Pesan más de lo que parecía desde lejos.

Ya estoy colocando la última tabla cuando oigo pasitos en la entrada. Son demasiado ligeros para pertenecer a Stef, que siempre camina como si quisiera hundir el suelo bajo sus pies.

Qué romántica.

Y vaya si no es Stef. Se trata de Brunito, que se queda medio colgando en la puerta, como si dudara entre si entrar o no. Todavía lleva el colgante que le hice en su cumpleaños.

—¡Hola, Bruno! —exclamo—. ¿Te has escapado de Davide? No sé si le hará mucha gracia que estés por aquí en horario de trabajo.

Como de costumbre, no me entiende y se limita a balancearse con una mano en la puerta. Hay algo en su expresión que parece... ¿preocupación? Alarmada, me acerco a él.

—¿Va todo bien? —pregunto—. Tutto b-bene...?

Al oír mi triste intento de italiano, Bruno deja de balancearse. Por un momento, parece que le hace ilusión que entienda su idioma. Luego recuerda el motivo de su preocupación y vuelve a torcer el gesto.

A modo de respuesta, niega con la cabeza.

—¿No? —repito, confusa—. ¿Por qué?

No me entiende, pero parece que lo comprende. Tras dudar unos instantes, coge una de mis manos entre las suyas y tira de mí hacia la salida. Creo que tirar de mi mano le pone un poco nervioso, pero aun así está decidido a enseñarme lo que sea que le sucede.

Pequeñito, pero decidido.

Al final, resulta que no tenemos que andar demasiado. Bruno da la vuelta a la caseta sin soltarme la mano y no se detiene hasta que llegamos al otro extremo, que da de frente con el chiringuito y con la entrada del resort. No le presto demasiada atención, porque enseguida sé dónde me está guiando.

Stef está sentado en el suelo sin mucha preocupación. Tiene la espalda y la cabeza apoyadas en la pared del resort, un brazo sobre la rodilla y un cigarrillo en la mano. Está contemplando la entrada del resort, pero creo que no le presta atención a nada en concreto.

Bruno se detiene y me mira como si esperara que hiciera algo. Supongo que me toca a mí.

Vamos, españolita.

En cuanto me detengo delante de Stef, sé que me ha reconocido solo por las piernas. Sin embargo, no levanta la cabeza para mirarme a la cara.

—¿Qué haces aquí tirado? —pregunto, toda delicadeza.

Stef se encoge de hombros.

—Veo la vida pasar.

—¿Y tienes que hacerlo con un cigarrillo en la mano? No querías que tu familia se enterara de que fumas, ¿no?

Stef suelta algo parecido a una risa amarga y por fin levanta la mirada para encontrar la mía. Dadas las circunstancias, creo que es un mal momento para acordarme del beso otra vez. Pero es que no puedo evitarlo. Ni siquiera cuando me mira con la desgana que tiene ahora mismo.

—¿Por qué de repente me hablas como si fueras mi madre? —pregunta, más con curiosidad que con ganas de molestar.

—Oh, tienes suerte de que no lo sea. Se te acabaría la tontería enseguida.

Supongo que es la respuesta correcta, porque sonríe de medio lado.

Contempla el cigarrillo un momento, dudando, y al final me lo ofrece. Lo recojo entre los dedos, pero no me lo llevo a los labios.

—No te he visto en todo el día —observo, dubitativa.

No quiero sonar controladora o algo así. A Marina le ponía de los nervios. Sé que no son la misma persona, pero no quiero que Stef piense que soy irritante. O pesada. O intensa. Joder, espero que no se piense que soy intensa.

A ver, lo soy un poquito, pero ¡no necesita saberlo tan pronto!

Y por eso te queremos.

Por suerte, parece que él le da menos importancia a mis preguntas intrusivas. Vuelve a encogerse de hombros y apoya el otro brazo en la otra rodilla. Tras observarme unos segundos, termina por clavar la mirada en la entrada del resort otra vez.

—Tenemos visita —murmura.

—¿Visita?

—¿Quieres conocer a mi hermano mayor?

La pregunta suena tan amarga que me deja un poco confusa. Tardo un poco más de la cuenta en ver a quién se refiere. Y lo relaciono con el instante en que Bruno se acerca a mí y vuelve a abrazarse a mi pierna. Cualquiera diría que se está escondiendo.

Efectivamente, hay una persona nueva en el resort. Está en la entrada, hablando con Davide y con la madre de ambos, Greta. No sé de qué va la conversación porque, aunque el volumen es alto, es completamente en italiano. No parece demasiado positiva. Me sorprende ver a Davide crispado. Parece de esas personas que jamás conseguirían enfadarse.

Cuidado con despertar la furia de alguien tranquilito.

No sé cómo me imaginaba a Mauro, el hermano mayor de Davide y Stef, pero creí que sería un poco más joven. Debe tener treinta y muchos, es un poco más bajo que Davide y, aunque comparte los rasgos de sus hermanos —ojos claros, mandíbula marcada, piel morena—, su cabello negro está salpicado con alguna que otra cana. Además, en lugar de vestirse de forma despreocupada —como el resto—, lleva puesto un polo de marca y unas bermudas de color crema. Nada en su aspecto, a parte de los rasgos, podría relacionarle demasiado con su familia.

En estos momentos, por cierto, se da la vuelta sin terminar de oír lo que le está diciendo su madre. Al verlo, Davide le grita algo que no parece demasiado positivo, pero Mauro pasa de él y empieza a andar en línea recta... hacia nosotros, vaya.

Se viene lo bueno.

Pese a ser más bajo que Davide, sigue siendo mucho más alto que yo y sus pasos son gigantes. Por lo tanto, llega tan deprisa que no he podido ni siquiera canalizar mi reacción.

Mauro se queda de pie delante de nosotros y nos repasa uno a uno. Empieza por Stef, al que le dedica una mirada de irritación. Sigue por Bruno, aunque apenas puede verlo porque está escondido detrás de mí. Y termina por una servidora. No sé qué ve en mí, pero por su cara diría que no le ha gustado mucho.

Entonces ladra algo en italiano. Es demasiado rápido para que lo entienda, pero creo que va por la línea de preguntarle a Stef por qué no está haciendo nada.

El aludido suspira y me mira con cara de ¿ves por qué ni lo intento?.

—Claudia —murmura—, te presento a Mauro. Un encanto, como podrás observar.

Mauro pone mala cara ante el comentario, pero después se vuelve hacia mí.

—¿Tú quién eres? —pregunta.

Vaya, ya hay dos personas en la familia que hablan perfecto español.

Lástima que sea él y no Davide.

La pregunta suena tan agresiva que tardo un poco más de la cuenta en responder. Hacía mucho que no me despreciaban tanto y con tan pocas palabras.

Es un arte.

—Soy Claudia —digo, simplemente.

—¿Y qué haces en el resort, Claudia? —Echa una ojeada a Bruno—. ¿Te pagan por cuidar a mi hijo?

Bruno debe sentirse interpelado, porque sigue escondiéndose detrás de mí y jugueteando con su collar.

—Soy voluntaria —explico, un poco crispada.

—Ah, así que te pagan una miseria a cambio de que te pases el día en la playa con el resto de voluntarios, ¿no?

—Ya te he dicho que es un encanto —repite Stef, y pone los ojos en blanco.

—No estoy hablando contigo —replica su hermano mayor sin mirarlo. Sigue centrado en mí—. No necesito que escondas a mi hijo, ¿eh? Ya es bastante flojito por sí solo. No necesita ayuda de desconocidas.

Vaaale, no esperaba tanta hostilidad. Quizá por eso me quedo en blanco y no reacciono a tiempo. Mauro se acerca y coge a su hijo de la mano. Bruno parece un poco reticente, pero aun así se deja arrastrar hasta quedar al lado de su padre. Tiene la mirada clavada en el suelo.

—Y ya hablaremos del collar —añade, irritado.

—Fue un regalo —protesto.

—Si quiero que mi hijo lleve un collar, puedo comprárselo yo mismo.

—¿Te puedes callar un rato? —interviene Stef, ya enfadado—. Fue un regalo para él, no para ti.

—Es mi hijo.

—Y no tienes ni puta idea de lo que le gusta. Por lo menos, Claudia le hizo un regalo que no se ha quitado desde entonces. Deberías darle las gracias y callarte un rato, que ya empiezo a tener migraña y acabas de llegar.

He visto a Stef irritado más de una vez, pero nunca enfadado de esta manera. Y eso que no ha levantado la voz. Ni siquiera se ha puesto de pie. Pero, aun así, el aura que desprende hace que todos los demás nos quedemos en silencio durante unos instantes.

Mauro frunce ligeramente el ceño ante la reacción. Diría que, prácticamente, la está analizando.

Sea cual sea la conclusión, pronto se olvida de ella y vuelve a centrarse en mí.

—¿Quién te contrató? —pregunta—. ¿Éste?

—No, no fue Stef. Fue Fabrizio.

—Pues a partir de ahora yo soy tu jefe, no él.

—Y luego te despiertas... —murmura Stef.

—Es así.

—Claro. Desapareces durante una década, pero cuando vuelves tenemos que adaptarnos todos a tus gustos.

—El resort es mío, Stefano. —Su tono es de advertencia—. Puede gustarte más o menos, pero Fabrizio ya no está en condiciones de llevar nada. ¿O quieres que nos vayamos a la ruina?

—El abuelo está perfectamente.

—Está mayor. Y sabes que su salud no es de lo mejor. Quizá sean las consecuencias de haberse pasado toda la vida bebiendo. Y fumando.

Eso último lo dice señalando el cigarrillo que tengo en la mano. Mi primer instinto es esconderlo, pero termino por llevármelo a los labios. Mientras le doy una calada, a Mauro le da un tic irritado en un ojo.

Je, je.

Stef, a todo esto, me observa con un toque de diversión en los ojos. De hecho, incluso se pone de pie. Parece que, después de pasar completamente de la conversación, por fin ha decidido volver al mundo real.

—Vaya, amore —hace mucho hincapié en la palabra—, ¿qué vamos a hacer ahora sin nuestras quedadas para fumar?

—Mmm... —Finjo considerarlo—. Creo que tendremos que dejarlas. Parece que a mi nuevo jefe no le gustan mucho.

—Así que tu nuevo jefe es más importante que yo, ¿eh?

—Él me paga y tú no, lo siento.

—Menos mal que podremos seguir colándonos en las cabañas de los huéspedes.

—¿Para echar polvos ocasionales?

—Y ruidosos, espero.

—Ya se han quejado muchas veces de nosotros, Stef.

—Siempre podemos hacerlo en el sofá de mi casa.

—Veo que lo tenías planeado, ¿eh?

—Hay que estar preparado para todo, amore.

—Qué descarado. Puede entrar mi nuevo jefe y vernos.

—Oh, no sabría ni qué hacemos. Dudo que se acuerde.

—También puedes venirte a mi cabaña.

—Y ponemos al resto de voluntarios a mirar.

—Para que tomen apuntes.

—Exacto.

Mientras la conversación iba escalando, también lo ha hecho la cara de asco de Mauro. Ahora mismo, me preocupa que le estalle una vena del cuello. Pero también me da igual, porque Bruno no se ha enterado de nada, pero nuestras sonrisas se le han contagiado y parece menos incómodo que antes.

Mauro carraspea, incómodo y enfadado a partes iguales.

—¿Esto es lo que te dedicas a hacer con las voluntarias? —pregunta a su hermano.

—Solo con una.

—Como si eso fuera un gran consuelo.

—Para mí lo es —señalo.

Stef sonríe de medio lado, cosa que solo consigue irritar más a su hermano.

—¿No te bastó con Cinnia? —espeta, enfadado.

—¿Y tu qué sabes de Cinnia? Ni siquiera estabas por aquí.

—¿Te crees que no sé qué pasa en mi resort? Sigue con tus tonterías y verás que perderemos más empleadas por tu culpa.

—Por ahora, no tengo intenciones de irme —apunto, encogiéndome de hombros.

—¿Lo ves? —Stef me señala—. Está contenta. Estoy fidelizándola.

—¿Os creéis muy graciosos? —salta Mauro, ya sin ningún ápice de paciencia—. Tenemos un negocio que manejar, así que dejad las tonterías de una vez e id a trabajar. ¿O quieres que me ponga a despedir a voluntarios?

Tras esa frase, hay unos instantes de silencio. Stef deja de sonreír. No me gustaría que esa mirada que le está dedicando fuera para mí, la verdad. Creo que me encogería un poco.

Mauro parece satisfecho con la reacción. Sin embargo, no añade nada más en español. Sí que sigue hablando en italiano, pero ni siquiera intento entenderlo. Sé que no me va a gustar. Además, Stef responde con gruñidos poco interesados, así que deduzco que tampoco es muy interesante.

Tras una frase final, Mauro me echa una miradita de advertencia, da media vuelta y se marcha con su hijo todavía de la mano. Bruno parece un poco resignado, pero lo sigue de cerca.

Una vez a solas, no sé qué decir. Stef ya no parece tan despreocupado como ha estado fingiendo hasta ahora. De hecho, suelta un suspiro y sus hombros se hunden un poco. Me gustaría decirle alguna cosa que pudiera consolarle un poco, aunque no tengo ni idea de si eso sería peor. Yo misma sé que hay momentos en los que prefiero estar en silencio que recibir consuelo barato.

Al final, él es quien reacciona. Me quita el cigarrillo de la mano, le da una última calada y lo apaga antes de tirarlo a la basura, todavía a medio consumir. Intento no hacer ninguna bromita, porque no creo que sea el momento.

—¿Qué hora es? —pregunta entonces.

Como siempre, me saco el móvil de entre las tetas para verlo. Él lo ve y esboza media sonrisa, pero no hace ningún comentario.

—No muy tarde —admito—. Hemos terminado de recoger las cosas antes de tiempo. Un nuevo récord, ¿eh?

Eso último es un intento de broma, pero creo que no está por la labor. Stef asiente una vez y echa a andar hacia la entrada de la caseta. Lo sigo sin saber muy bien por qué. Y, en cuanto se queda de pie junto a la puerta, todavía lo entiendo menos. Parece... confuso.

—¿Qué? —pregunto.

—¿Has guardado las todas las tablas?

Que suene tan genuinamente sorprendido me provoca una sonrisa.

—¿Estás enfadado porque las he tocado sin tu permiso? —bromeo—. Sí, las he entrado yo. Como no estabas..., bueno, no sé. Con lo que las cuidas, no pensé que fuera a gustarte que se quedaran en medio de la play...

A mitad de la frase, suelta una palabra en italiano y se acerca a mí. Tardo unos instantes en entender sus intenciones, pero en cuanto se inclina en mi dirección, no puedo estar más encantada con el resultado.

El beso no es como el de ayer. Es mucho más corto y bastante menos intenso. Pero me da igual. Me gusta de todas maneras. Y también me gusta que, de nuevo, me ponga una mano tras la cabeza para sujetármela mientras me besa. Me dejo, encantada de la vida, aunque esta vez, por lo menos, tengo la capacidad de reaccionar y rodearle la cintura con un brazo. Stef no se aparta.

Sin embargo, separa sus labios de los míos apenas unos segundos después de haberlos unido.

—Gracias —dice, simplemente.

Vaya, vaya, ¿no hay quejas? Podría acostumbrarme a esto.

A mí me gusta más cuando hay conflicto.

Por un momento, mientras todavía me sujeta, parece que se le pasan varias cosas por la cabeza. Como si estuviera considerando qué toca hacer ahora. Mi preferencia es que vuelva a besarme, pero al final da un paso atrás y me suelta.

—Siento que hayas tenido que conocer a Mauro —añade en un tono un poco menos íntimo que el de antes.

—Bueeeno... Mario exótico está un poco amargado, pero no es nada que no pueda manejar. ¿Por qué ha decidido volver después de tanto tiempo?

No sé si es una pregunta un poco inapropiada. Estoy segura de que, hace un tiempo, me habría mandado a la mierda. Ahora mismo, sin embargo, se encoge de hombros y considera una respuesta.

—Es verdad que nuestro abuelo está mayor —admite en un tono que pretende ser indiferente, pero que no me convence del todo—. No es que esté especialmente mal, pero... Quizá es hora de que tenga un descanso. Y de que pueda disfrutar sin tener que trabajar tantas horas al día.

—No me imagino a Fabrizio cediendo el chiringuito a otra persona.

—Yo tampoco —murmura, ahora con una pequeña sonrisa—. Mi abuelo nunca dejará de trabajar. Es de esas personas que, si no tienen diez estímulos por minuto, no saben qué hacer. Pero quizá sí que podemos convencerlo de que reduzca el ritmo. Lástima que la única alternativa sea Mauro, claro.

Mientras dice eso último, sale de nuevo de la caseta. Me alegra que no vaya a comprobar que he dejado las tablas en buen lugar, porque al menos significa que confía un poco en mí. En silencio, le echo una mano para cerrar las dos puertas.

—¿Y no puede hacerlo Davide? —pregunto.

Stef cierra el candado de la caseta y suspira.

—Davide es muy bueno con la gente y todo eso, pero... No es tan responsable como parece. Llevar un resort conlleva mucho trabajo. No sacrificaría el tiempo con sus hijos para contentar a los huéspedes.

—¿Y tú?

Stef se yergue un poco más para mirarme, sorprendido.

—¿Yo? —repite. Parece que está a punto de reírse.

—¿Por qué no? Controlas el trabajo de todos los voluntarios.

—Gestionar a treinta trabajadores no es lo mismo que gestionar un resort entero —asegura, divertido—. Además, odio hablar con los huéspedes. Me ponen de mal humor.

—Vaya, y yo pensando que eras la persona más sociable del mundo...

Al menos, ahora sí que está de humor para bromas. Stef me ofrece una pequeña sonrisa mientras termina de cerrar la caseta.

La verdad es que no tengo nada más que decir. Y, por algún motivo, ahora mismo no me apetece quedarme en silencio con él. Supongo que tendrá mucho que aclarar, ahora que tiene la presencia de su hermano alrededor. O quizá querrá hablar con Davide, o con Fabrizio. Creo que debería dejarle solo.

—Bueno —murmuro, señalando el caminito de piedra—, pues ya nos veremos mañana, ¿eh?

Stef me lanza una mirada dubitativa, como si estuviera considerando algo. Sin embargo, se limita a asentir una vez con la cabeza y dejarme marchar.

No sé por qué, pero sé que va a detenerme en cuanto doy el primer paso. Es un poco satisfactorio, la verdad.

Lo sabemos.

—Espera —murmura.

Vaya, vaya. ¿Será otro beso? No me quejaría.

Mírala, haciéndose la difícil.

Sin embargo, cuando me doy la vuelta, no se ha acercado a mí. Sigue en el mismo lugar que antes, solo que con las manos en los bolsillos. Esos bolsillos que yo no tengo en el uniforme. Sigue dándome rabia.

—¿Qué pasa? —pregunto, toda inocencia.

Stef está teniendo el peor momento de su vida. O eso parece, al menos, porque necesita casi un minuto entero para pensarse bien la respuesta.

—¿Qué harás mañana? —murmura al final.

—Trabajar para ti, probablemente.

—Cuando termines esa parte.

—Oh, pues... tenía una cita pendiente con Thai, pero puedo posponerla.

—Muy graciosa.

—No te estás riendo.

—Porque, si fuera verdad, no me haría mucha gracia.

Eso no debería gustarme, pero lo hace. Esbozo una sonrisita satisfecha, pero él sigue con su postura incómoda.

—Supongo que no me has preguntado por simple curiosidad —aclaro cuando veo que no seguirá hablando.

—Mmm... no.

Enarco una ceja, expectante. Él suspira por enésima vez.

—Mis padres quieren ir de excursión con Davide, Nicola, los niños... —plantea de forma un poco vaga—. No sé si te acuerdas de la fuente de la que te hablé, la que está subiendo una de las colinas del resort.

Asiento lentamente.

—Me acuerdo.

—Bien. Pues...

Y... silencio otra vez.

Menos mal que tenemos paciencia.

—¿Quieres... ir? —pregunta al final.

Imaginaba que la conversación iría por ese camino, pero aun así me sorprende un poco. Stef, por su parte, parece que está a punto de explotar de incomodidad.

—¿Van a ir todos los voluntarios? —pregunto, un poco atontada.

Él enarca una ceja.

—No —aclara, como si fuera obvio.

—Así que es... una cosa de familia.

—Puedes decirlo sin que suenes alérgica al término, ¿eh?

Estoy tentada a reírme, pero me he puesto igual de nerviosa que él.

—¿Me estás invitando a pasar la tarde con tu familia? —pregunto, todavía pasmada.

—Técnicamente, te ha invitado mi madre.

Eso me deja todavía más confusa.

—Es decir —puntualizo—, que me invita tu madre, no tú.

—A ver, técnicamente, sí...

—¿Y tú quieres que vaya?

—Claro. Quiero decir..., no sé. Lo que quieras.

—Lo que quiero es que lo admitas.

Stef, un poco irritado, se cruza de brazos. Para lo tieso que suele estar, es un poco raro ver cómo se remueve en su lugar todo el rato.

—Te lo estás pasando genial con mi incomodad, ¿eh? —protesta.

—Pues sí. Es adorable.

—¿Adorable? Yo no soy eso.

—Ah, pues lo siento, pero yo solo acepto invitaciones de personas adorables.

Después de que ayer me dejara plantada en la playa, es un poco satisfactorio dar media vuelta y empezar a alejarme yo.

Apenas he llegado al inicio del caminito de piedra cuando noto que se acerca a mí. No intenta detenerme, sino que se pone a andar a mi lado. Cuando le echo una miradita inquisitiva, hace como que no se da cuenta. Vuelve a tener las manos en los bolsillos.

Para cuando habla de nuevo, ya estamos viendo la línea de inicio de las cabañas de empleados.

—No es que no quiera invitarte —aclara por fin—, es que no quería meterte en un compromiso. Sé que mi familia es un poco... intensa. Y últimamente lo son más.

—¿Por qué?

—No quieres saberlo.

En cuanto las palabritas mágicas salen de su boca, me detengo de golpe para mirarlo. Stef sabe que la ha cagado, porque no voy a dejar estar el tema hasta que lo suelte todo.

Como debe ser.

—Lia y Luca nos vieron —aclara, incómodo—. Ya sabes... ayer, en la playa.

Vale, igual habría preferido no saberlo.

—¿Y lo han contado? —pregunto entre titubeos.

—No exactamente, pero se han pasado el día entero haciendo bromitas sobre el tema, así que mi madre se lo imagina.

—¿No lo has hablado con ella?

—¿Tengo cara de ser el tipo de persona que habla de estas cosas?

Intento contener una risa, pero no me sale muy bien. Al verme tan divertida, él entrecierra los ojos.

—Puedes decir que no —concluye—. O decir que sí y aguantar las bromitas durante todo el día.

—Oh, pero tengo la sensación de que esas bromitas serán para ti, no para mí.

—Mmm..., es posible.

—¿Y pretendes que me pierda toda una tarde de burlarme un poquito de ti?

—Que disfrutes tanto de esto me preocupa.

—¡Porque es divertido! —aseguro, dándole un golpecito en el brazo—. Diles que sí, que estaré encantada de ir.

—Qué alegría... —murmura dramáticamente.

—No finjas que no te apetece. Si no fuera así, no me habrías propuesto nada.

—Puede ser.

—¿A qué hora nos vemos?, ¿y dónde?

—Pasaré a buscarte a la cabaña después del trabajo.

—Oh, me siento como una princesa. ¡Vienes a buscarme y todo!

—No estoy muy seguro de si eso es ironía o alegría.

—Un poco de ambas. ¡Hasta mañana!

Encantada de la vida, hago un ademán de ir a mi cabaña. Y, por tercera vez consecutiva en un mismo día, Stef me detiene. Solo que esta vez lo hace cogiéndome de la mano.

Al volverme de nuevo hacia él, me doy cuenta de que ha actuado más por impulso que por conciencia. Creo que la estrategia era detenerme, pero ahora que lo ha conseguido toca improvisar.

Oh, cómo me gusta que por una vez sea yo la que tiene la iniciativa.

Sin mediar una palabra, me acerco a él y me pongo de puntillas. Stef observa el proceso con el recelo de un animalillo salvaje, pero no se aparta de mí. Ni siquiera cuando le rodeo el cuello con los brazos. Todavía con las manos en los bolsillos, mantiene el equilibrio de ambos y me sostiene la mirada. Ahora, más de cerca, creo que por fin se ha relajado un poco.

—Con lo lanzado que estabas ayer —murmuro maliciosamente—, me sorprende un poco ver lo cortadito que estás hoy.

—No estoy cortado —protesta, aunque enseguida hace una mueca—. Lo de ayer fue... por impulso. No... mmm... no suelo hacer esas cosas.

—¿No? Pues qué lástima, porque me gustó.

—¿Te gustó?

Parece considerar mi respuesta como si fuera un acertijo. Es gracioso ver cómo se rompe la cabeza tratando de buscarle una explicación razonable a mis palabras.

—Es como si fueras un extraterrestre aprendiendo cómo funciona una relación —murmuro, divertida.

Lo he dicho en modo broma, pero, en cuanto veo que sus ojos se vuelven un poco tristes, me arrepiento. No sé qué he insinuado, pero está claro que ha tocado un punto sensible.

No quiero decir nada para solucionarlo. Se me ocurre algo mucho mejor. Termino de inclinarme sobre él y pego mis labios a los suyos.

Es la primera vez que soy la que lleva la iniciativa del beso, así que decido recrearme un poco. En lugar de ir a lo rápido y a lo bestia —aunque me guste mucho—, decido ir por un sendero un poquito más lento. Con los ojos cerrados, abro mis labios bajo los suyos y noto que él corresponde enseguida. Stef reacciona y por fin me pasa un brazo alrededor. Trazo la línea de su labio inferior con la punta de la lengua, a lo que él permanece muy quieto. Satisfecha, me separo un momento, lentamente, para volver a repetir el proceso. Para cuando termino, noto que su respiración se ha agitado. Muevo una de mis manos para acunar su nuca con ella, le coloco un poco la cabeza y me permito acariciar su lengua con la mía. La respuesta es inmediata, y me pasa el otro brazo alrededor.

En cuanto noto que intenta tomar el control del beso para volverlo mucho más intenso, esbozo una sonrisita malvada y atrapo su labio inferior con los míos. Me separo lentamente de él, todavía con mi presa, y Stef se inclina para seguir el movimiento. Sin embargo, lo suelto y echo la cabeza hacia atrás antes de que pueda volver a besarme.

Y, oh, pagaría porque alguien enmarcara la expresión frustrada que se le acaba de quedar. La misma que tuve yo ayer.

—¿Estás bien, amore? —pregunto con retintín.

No esperaba que se enfadara, pero tampoco la risa entre dientes que me ofrece. Creo que es la primera vez que oigo su risa. Es... revigorizante.

—Me lo tomaré como un sí —bromeo.

—Eres rencorosa, ¿eh?

—Nos vemos mañana, amore. Y no llegues tarde a recogerme.

De nuevo, empieza a reírse. Esta vez de forma mucho más abierta. Y, oh, tengo que irme de aquí antes de que me apetezca besarle de nuevo y pierda la baza ganadora que acabo de crear.

Y eso hago. Me separo de él, trato de recuperar el control sobre mí misma y me encamino hacia mi cabaña. Cuando llego y me doy la vuelta, veo que todavía sigue donde lo he dejado.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top