Capítulo 11


11


Si me paro a pensarlo, la situación es un poco surrealista. No sé en qué momento he pasado de sentarme en un rincón de la barra a ir de la manita con mi jefe. Aunque... técnicamente no es mi jefe, ¿no? Es el nieto de mi jefe. Si lo pienso así, quizá no sea tan raro.

Intento no mirar a Stef, aunque noto que camina muy cerca de mí. No ha hecho ningún ademán de entrelazar sus dedos con los míos, pero ha sido el primero en acercarse. Mi dedo índice tira suavemente de su dedo meñique, y ese es el único contacto entre nosotros. Aun así, las manos no dejan de sudarme y tengo una sensación muy rara en la parte baja del estómago.

Al final, no puedo seguir conteniéndome y echo una ojeada a mis espaldas. Stef camina tan cerca de mí como creía, pero no me está mirando. Observa al resto de voluntarios, todos ensimismados en sus conversaciones y juegos. Nadie nos presta atención, y creo que eso le calma un poco.

Debe notar que estoy mirando, porque se vuelve de forma inconsciente. Casi con la misma rapidez, yo vuelvo a mirar hacia delante.

Así, muy maduro todo.

—¿A esto os dedicáis cuando no estáis trabajando? —pregunta Stef entonces.

Supongo que es solo una forma de crear conversación porque habrá notado mi incomodidad.

—Los que somos divertidos, sí.

—Por eso a mí no suelen invitarme.

Creo que en otra ocasión me habría reído, pero ahora mismo estoy un poco tensa y tan solo puedo sacar una sonrisa.

Para entonces ya he sorteado a la mayoría de voluntarios y estamos junto a nuestro grupo de antes. Blanca, Yara y la noruega nos esperan con sus bebidas en las manos, y Miki todavía se está sentando. Menos mal que alguien se ha acordado de por qué habíamos ido al chiringuito desde el principio.

Él trae bebidas y tú traes a un italiano. Trato justo.

Carraspeo un poco, a lo que varios me miran. Miki el primero. Se queda con los ojos muy abiertos, sin saber cómo disimular. Yara sostiene la bebida delante de su boca pero no llega a beber. La noruega —que ya está más acostumbrada— sigue a lo suyo.

—Ya era hora —protesta Blanca, que es la única que no se ha enterado—. ¿Dónde has ido a por las bebidas? Por un momento pensaba que algún jefe amargado te había secuestr... ¡E-eh... hola, jefe!

El aludido, todavía de pie a mi lado, la contempla con los ojos entrecerrados.

—Yo también me alegro de verte, Blanca.

—Eso quería decir sí. Que es un placer verte. Como siempre.

Después de esa frase, Blanca me mira como si me pidiera explicaciones. No sé muy bien si debería dárselas, porque ni siquiera yo estoy muy segura de en qué momento ha pasado todo esto.

Aun así —y para que el silencio no siga alargándose—, tiro de Stef para sentarnos ambos en el hueco que queda en mi toalla. A estas alturas creo que los demás se han recuperado un poco de la impresión, porque siguen con sus cosas.

Vaya, la cosa está más tensa de lo que pensaba. Igual debería romper yo el hielo, porque no creo que ellos estén dispuestos a hacerlo.

—¿De qué estabais hablando antes de que llegáramos? —pregunto, tan casual como puedo.

Blanca echa una miradita furtiva a Stef, como si temiera un poco su reacción.

—Mmm... Queríamos volver a jugar a verdad o reto, pero...

—Pero con dos personas que no hablan nuestro idioma es complicado —concluye Miki antes de que ella pueda cagarla—. Así que lo hemos descartado.

—Exacto. Justo por eso.

—Por nada más.

—Nada, nadita.

—Es decir —interrumpe Stef, para mi sorpresa—, que os da vergüenza jugar delante de mí.

Contemplo a mis dos compañeros, que enrojecen de golpe e intercambian una mirada. Cualquier tipo de enfado que tuvieran acaba de desaparecer para convertirse en aliados.

—No es eso —murmura Blanca, poco disimulada.

—Para nada —asegura Miki, a su vez.

Esto no está yendo como quería y me da miedo que Stef se arrepienta de haber venido. Dudo unos instantes antes de volverme hacia él.

—Yo sí que quiero jugar.

Creo que mi querido acompañante no se esperaba una voluntaria, porque su fachada seria titubea por un momento. Con una ceja enarcada, analiza mi expresión durante unos instantes. Casi siento que me está poniendo a prueba.

—¿Sí? —pregunta al final.

—A no ser que seas tú quien se acobarde.

—Ya te gustaría. ¿Verdad o reto, am...?

Me sorprende que corte la palabra a último momento, pero cuando veo la miradita que echa a mis compañeros entiendo el por qué. Al final, Stef carraspea y vuelve a ponerse serio.

—¿Verdad o reto, Claudia?

—Reto.

Miki y Blanca están viendo el espectáculo con fascinación. Yara, en cambio, intenta comunicarse con una noruega que está mucho más interesada en su propia bebida y en pasar de nosotros.

Stef, de mientras, me observa con curiosidad. El hecho de que me esté mirando fijamente me intimida, pero intento que no se note. Me pregunto qué estará pensando. Su expresión no deja entrever absolutamente nada. Puede salir con un reto horrible o con el más suave del mundo.

Tras lo que parece una eternidad, se decide.

—Te reto... —empieza, y luego ladea la cabeza—. Te reto a acercarte al grupo del fondo, hacerte con un puñado de arena y soltársela en la cabeza a Thai.

Parpadeo, un poco pasmada. Blanca —que es la hermana de la víctima y debería estar preocupada— empieza a reírse a carcajadas.

—¡Eso, eso! —grita, encantada—. ¡¡¡Apoyo este reto!!!

—Con lo difícil que es quitarse la arena del pelo... —murmura Miki, no tan convencido.

Si Stef está preocupado por el pelo de Thai, lo disimula bastante bien. Yara aplaude felizmente por el entusiasmo de Blanca.

Cada día más surrealista que el anterior.

La sonrisita disimulada de Stef me pone un poco nerviosa, porque sabe que estoy dudando. Y no quiero acercarme a Thai; sigo con la vergüenza de la última vez. Estoy tentada a pedirle que cambie el reto para dejarme de dolores de cabeza, pero entonces estaría admitiendo una derrota.

Y nuestra españolita no debe ser derrotada.

Exacto.

En cuanto me pongo de pie, tanto Blanca como la noruega —para mi asombro— empiezan su uuuuuuuh malicioso. Miki niega con la cabeza. Yara todavía aplaude, aunque no debe saber el por qué. Stef es el único que observa con interés, pero sin decir nada.

Con todas esas miradas clavadas sobre mí, cruzo la parcela de playa que ocupamos y me acerco al grupo del fondo. Thai se ha quedado con el cumpleañero y está cantando una canción en italiano junto a él y el resto de sus amigos. No sé cómo intervenir, y por un momento me pregunto si debería lanzarle el puñado de arena directamente. Podría salir corriendo. No pasaría nada. No creo que mi jefe fuera a despedirme por ello, ¿no? Por algo ha sido idea suya.

Pero ese plan enseguida queda descartado, porque Thai me ve y esboza una gran sonrisa. No se ha dado cuenta del puñado de arena que tengo en la mano.

—¡Claudia! —exclama con su alegría habitual—. Joder, estás guapísima.

—Em... grac...

—¿Quieres quedarte con nosotros?

Miro por encima de su hombro. Los amigos que le acompañaban están a lo suyo y ni siquiera se han dado cuenta de mi presencia. Mejor.

Será rápido e indoloro.

—Me encantaría —aseguro, y doy un paso atrás para mantener la distancia que él ha ido reduciendo a cada segundo que pasaba—. Pero estoy con tu hermana y... bueno, unos cuantos amigos más.

Thai se queda mirando a mi grupo. En cuanto reconoce a Stef, arruga un poco el ceño.

—¿Quién ha convencido a Stef de unirse a la fiesta?

—Yo.

—¿Tú? —Sospesa la información, contrariado—. ¿Por qué?

—¿Por qué no? Es divertido.

—¿Diver...?

—Oye, Thai, tengo que hacer un reto. Uno que... em... te afecta.

Supongo que lo que le viene a la mente es el reto de la última vez, porque enseguida se le ilumina la mirada. Da un paso hacia mí, cortando toda la distancia que he puesto yo hace un momento.

—¿Qué clase de reto?

—No creo que te guste mucho.

—Seguro que sí. Además, si quieres que nos volvamos a besar solo tienes que pedirlo. No hace falta que siempre esperes a que te reten a ello.

Thai me cae bien, pero a veces siento que es un perfil que tengo demasiado visto; típico chico atractivo que es demasiado consciente de su carisma. Me he encontrado a muchos Thai en discotecas, cuando salía con mis amigas y nos retábamos para ver quién conseguía el número de más personas. Me he encontrado a muchos en mi día a día, también. Y sé que a los chicos como él les encanta la parte de ligar, pero que la mayoría se echan para atrás en cuanto las cosas se ponen un poco serias.

Por eso... no es que no me guste, es que ya lo tengo muy visto. Me da un poco de pena que no pueda gustarme un poco más, porque siento que esta conversación sería mucho más divertida. Ahora mismo, sin embargo, solo puedo sonreír y sacudir la cabeza.

—¿Nunca te han dicho que eres demasiado directo? —pregunto.

Thai se toma mi no-rechazo como una invitación de acercarse más. En cuanto da un paso hacia mí, yo suspiro y aprieto el puño lleno de arena. No sé cómo saldrá esto.

—¿Quién te ha retado a besarme? —pregunta, levantando y bajando las cejas—. Porque dudo mucho que sea Stef.

—El reto es suyo, pero no es precisamente besarnos.

—¿Y si lo hacemos igualmente? Solo para ver qué cara pone.

—Suena muy divertido, pero prefiero mi reto.

—¿Y cuál...?

No le dejo terminar la frase. Levanto la mano hasta que consigo ponerla por encima de su cabeza. Por suerte, consigo soltar la arena antes de que levante la mirada. Los granos se deslizan por los laterales de su cabeza y se meten en su camiseta. Los mechones de pelo oscuro, por otro lado, se quedan llenos de puntitos blancos.

Alarmado, Thai da un paso atrás y empieza a sacudirse la camiseta.

—¡Perdón! —exclamo.

Mientras sus amigos se ríen a carcajadas, aprovecho para salir corriendo en dirección contraria.

Reacción evasiva.

Espero que esta vez no se enfade. Tras echar una mirada sobre el hombro y ver que se ríe, deduzco que no será así. Menos mal.

Mi grupo me espera entre carcajadas y aplausos. Stef no aplaude —intenta ocultar media sonrisa, eso sí—. Se ha recostado sobre los codos y asiente con aprobación.

Divertida, les hago una pequeña reverencia.

—Este es mi juego —aseguro—. No vais a poder ganarme.

—¡Y una mierda! —salta Blanca enseguida—. Venga, te toca. Elige a alguien.

Y eso hago. Mi primera víctima es Miki, que elige verdad. Decido ser un poco buena y preguntarle, simplemente, si sigue enfadado con Blanca. Él dice que no y la elige a ella para dejar claro que vuelven a estar en buenos términos. Y así va avanzando el juego hasta el punto en el que Blanca ha ido a cantarle una canción romántica a un voluntario aleatorio, Yara ha hecho la croqueta por la arena —aunque no ha entendido su reto y eso ha sido improvisación—, la noruega nos ha enseñado una foto vergonzosa —básicamente, ella sin uno de sus dientes tras darse un golpe con la bicicleta—... entre otros muchos retos y verdades. Incluso hemos llegado al punto en el que se atreven a hacerle retos y preguntas a Stef, pero mucho más suaves que a los demás.

Por ahora, yo he sido la más afortunada. Stef no tiene piedad con los retos que pone a los demás, pero conmigo ha sido bastante bueno. De hecho, ahora mismo acaba de retarme a no decir nada durante un minuto entero.

—¡Venga ya! —protesta Miki, que ya va medio borracho porque justo antes le ha retado a terminarse la bebida.

—Nuestros retos son mucho más difíciles —sigue Blanca, también indignada.

Stef me señala con un gesto.

—Que ella se calle durante diez segundos es un reto difícil.

Quiero protestar, pero entonces probaría su argumento. Stef debe darse cuenta, porque me sonríe de manera mal disimulada.

Miki y Blanca me dirigen miraditas rencorosas, pero deciden no discutir. Sin embargo, mi paz no dura demasiado tiempo. En cuanto vuelve a tocarle a ella, me mira con los ojos entrecerrados con malicia.

—Clau —pronuncia cada letra con mucha intención—, ¿verdad o reto?

La idea de pedir una verdad para ahorrarme su reto malvado es tentadora, pero no quiero ser la cobarde después de proclamarme ganadora.

—Reto.

Ella chasquea la lengua y se inclina para decirle algo al oído a Miki. Este sonríe y sacude la cabeza. Para cuando Blanca vuelve a sentarse erguida, su mirada es todavía peor.

Tengo miedo.

Yo tengo ganas.

—Te reto a... —Durante unos segundos, hace como si se lo pensara—. Te reto a decirnos quién es la persona máááás atractiva de este resort.

Vaya, qué cabrona.

Estoy tentada a mirar a mi derecha, donde Stef sigue recostado sobre sus codos. Puedo notar que él me mira, aunque no sé de qué manera. Vale, me estoy poniendo un poco nerviosa.

Creo que está pasando demasiado tiempo, porque ya tengo la atención de todo el grupo. Cuanto más me observan, más nerviosa me pongo.

Justo cuando estoy a punto de responder —no sé con qué—, la voz de Stef me interrumpe.

—Eso es una pregunta. No vale como reto.

Blanca se cruza de brazos.

—¿Y quién dice eso?

—Yo.

—No me parece suficiente.

—Oye, que soy tu jefe.

—Ahora mismo, eres un participante más.

—Pues como participante opino que un reto debería ser un reto y no una pregunta. Si no, habría elegido una verdad.

Me atrevo a intercambiar una mirada entre ambos. No sé quién es más testarudo, pero me parece una competición bastante igualada.

—Está bien —cede Blanca al final—. Pues un reto.

Estoy tentada a darle las gracias a Stef, pero entonces veo la mirada de Blanca y me pregunto si no lo habrá empeorado todo.

—Claudia —vuelve a pronunciar mi nombre lentamente—, ya que quieres un reto... vuelve con Thai y dale otro beso en la boca.

Vaya, vaya.

No sé cómo tomármelo, así que se me escapa una risa tan divertida como estúpida. Miro a Miki en busca de ayuda, pero él le da sorbitos a su bebida y observa la reacción de nuestro jefe. Yara está ocupada canturreando una canción en su idioma, así que tampoco sirve de demasiada ayuda. Y la noruega no me ayudaría ni aunque quisiera, así que ni siquiera lo intento.

Por último miro a Stef. Él no ha movido un solo músculo. Cualquiera diría que no ha oído el reto de Blanca, porque ahora mismo es una estatua.

Una muy sexy.

—Puedes decir que no —ofrece Blanca, encantada con lo que está creando—. Pero, claro..., entonces no serías la ganadora del juego.

—¡No! —salto enseguida—. De eso nada.

Maldito sea mi orgullo y la incapacidad que tengo para dejarlo de lado en las situaciones donde sería bastante útil.

Contemplo el grupo de Thai. Creo que están lo suficiente borrachos como para no acordarse de lo de antes, aunque dudo que él me pusiera muchas pegas. Puedo darle un beso corto, ¿verdad? No creo que...

—Ya le propusiste eso una vez —interviene Stef entonces, con su voz de todomeimportaunbledo.

En cuanto él reacciona, a Blanca se le ilumina la mirada. Creo que es justo lo que quería.

—¿Y qué? —pregunta.

—Que no deberías repetir un reto. Es aburrido.

—Un beso nunca es aburrido.

—Depende del beso.

—Pero Claudia quiere hacerlo.

Todo el mundo vuelve a mirarme, Stef incluido. Casi lo hace como si me estuviera retando a admitirlo. Abrumada, levanto ambas manos en señal de rendición.

—¡Yo... no quiero hacer nada! —aseguro enseguida.

—¿Ves? —Stef me señala—. No quiere.

—Pero es un reto —insiste Blanca.

—Oh, venga, puedes ponerle cualquier otro.

—Pero quiero ver un beso.

—Muy bien, pues lo haré yo.

Durante unos segundos, sus palabras no tienen sentido. Contemplo a Stef con los ojos muy abiertos y los dedos temblorosos. ¿Está diciendo que me va a...?

Pero entonces se pone de pie y entiendo que no. Que va a besar a Thai.

No sé quién está más pasmada, si Blanca o yo. Ambas vemos cómo recorre todo el trozo de playa hasta llegar al grupo, que se queda en silencio absoluto nada más verlo. Stef le dice algo a Thai, que se pone de pie y se planta delante de él. Intercambian unas palabras, y entonces Stef nos señala con un gesto vago. No sé qué están diciendo, pero Thai empieza a reírse a carcajadas.

Entonces, Thai se inclina hacia delante y le da un beso en la boca. Parpadeo varias veces, tratando de recuperarme la imagen. Stef se echa hacia atrás en cuanto sus labios entran en contacto, pero Thai intenta alargarlo un poco más. Al final, Stef le da un empujón y suelta algo con aire enfadado. Thai no parece muy arrepentido.

Para cuando vuelve con nosotros, Stef parece tan indiferente como de costumbre. Mirando a Blanca, hace una pequeña reverencia igual que la mía.

—¿Satisfecha?

—Muchísimo —asegura ella, encantada.

—Pues buena suerte, porque ahora me toca a mí. ¿Verdad o reto?

A partir de ese momento, el juego se convierte en una competición entre Blanca y Stef para hacer sufrir a los demás. Blanca me pone retos imposibles que Stef termina haciendo, y él hace lo mismo con Miki para que Blanca termine haciéndolos. Resulta ser... extrañamente divertido. Y lo único que tengo que hacer es beber y ver cómo los demás se van emborrachando y pasándolo en grande. Incluso me parece que Stef deja de disimular lo bien que se lo está pasando.

No sé cuánto tiempo habrá pasado o cuántos retos llevamos, pero calculo que ya es medianoche. Miki está procediendo con terminarse su vaso, pero se detiene de golpe. No entiendo el por qué hasta que veo que alguien está corriendo en dirección a la orilla.

Y de pronto es como si hubieran abierto la veda. Considero hasta qué punto estoy borracha, porque lo siguiente que proceso es que la gente se está quitando la ropa.

Miki debe verme la cara de espanto, porque empieza a reírse a carcajadas.

—¡Vamos a bañarnos! —explica—. ¡Venga, todo el mundo lo hace!

—Um... creo que yo me quedo aquí.

—¿Tú sola? —pregunta Blanca, que ya se ha quitado la camiseta y procede con los pantalones.

—Me quedo con ella —responde Stef.

Eso parece dejarla más tranquila, porque termina de quitarse los pantalones y los lanza a la toalla. Ni siquiera llevaba sujetador, así que empieza a correr en dirección a la orilla con sus tatuajes de flores al aire. Miki no tarda en seguirla, y Yara sigue su ejemplo. La noruega considera sus posibilidades, y al final decide hacer lo propio.

En cuestión de segundos, todo el mundo está en el agua o en la orilla. Veo cómo se salpican entre ellos, divertidos, y se zambullen en la oscuridad. Sus risas hacen eco a nuestro alrededor. Especialmente ahora que el chiringuito está lleno de gente y se ríen con ellos.

Pero yo sigo en la toalla y no tengo ninguna intención de imitarles. Stef sigue a mi lado. Tiene los brazos apoyados en las rodillas y los contempla con la misma cara que yo.

—¿No te apetece empezar tus clases de natación? —pregunta con su habitual tono de burla.

—¿Entre voluntarios semidesnudos? No, gracias.

—Podría ser divertido.

—Todavía estás a tiempo de unirte.

Él me echa una breve ojeada. Tarda unos segundos en responder.

—No, estoy bien.

Me preocupa lo borracha que estoy. No sé qué clase de cosas puedo soltarle. Por lo tanto, mantengo un poco la distancia y la compostura. La única forma que se me ocurre de hacerlo es tumbarme de espaldas sobre la toalla.

Stef sigue en la misma postura que antes, observando a los voluntarios. Una parte de mí se pregunta si realmente les está prestando atención, porque su mirada parece perdida. A la otra parte le da igual, porque se contenta con observarlo ahora que él no se da cuenta. Me gusta que la luz del chiringuito perfile su silueta. Me gusta cómo las sombras cambian sus rasgos. Me gusta cómo el viento mueve ligeramente los mechones de pelo oscuro que le cubren las sienes. Me gusta la línea de su mandíbula. Me gustan sus labios, aunque ahora mismo estén apretados y no ofrezcan ningún tipo de simpatía. Y me gusta que sus ojos claros estén oscurecidos por la falta de luz, porque sé que cuando se vuelva y le dé de frente volverán a ser como antes.

Y... joder, sí que estoy borracha. Quizá no debería pensar estas cosas, porque terminaré diciéndolas en voz alta. Trato de apartar la mirada, pero no soy capaz de hacerlo.

—¿A que ha sido divertido? —pregunto al final.

Stef parece volver en sí y me echa un vistazo. Sus labios se curvan en media sonrisa.

—No ha estado mal —admite.

Creo que debería decir algo más, pero al final soy incapaz de pensar en nada original. Por suerte, no hace falta. Stef me echa una ojeada de arriba a abajo y termina por tumbarse a mi lado. Tengo que contener la respiración para que no se note que se ha acelerado. Especialmente cuando se pone tan cerca que nuestros brazos se quedan pegados.

Vaaale, no sé si lo de tumbarme ha sido una buena idea o la peor de la historia.

La mejor.

Él suelta un suspiro y se pasa el otro brazo por debajo de la cabeza como si fuera una almohada. Sé que no me está mirando, que está contemplando el cielo, pero aun así siento que está tan cerca que podría notar cualquiera de mis reacciones. Y ahora mismo estoy tan nerviosa que cualquiera se va a notar una barbaridad.

Supongo que esto será como de costumbre y tendré que romperme la cabeza en busca de un tema de conversación, porque él no...

—¿Echas de menos Barcelona? —pregunta de repente.

Que por una vez él sea quien pregunta y no al revés me pilla un poco desprevenida. Lo contemplo un momento, pero enseguida me arrepiento. Especialmente cuando veo que él me está mirando. Alarmada, vuelvo la vista al cielo.

—A veces —admito.

—¿No siempre?

—No.

—Bien.

Sin querer, se me escapa un sonidito que podría ser tanto una risa nerviosa como una burlona.

—¿Te alegras? —murmuro.

—Significa que te gusta el trabajo.

—Sí..., el trabajo no está mal.

Me mordisqueo los labios, tensa de pies a cabeza. No sé si mi piel está muy fría, pero la suya está muy caliente y el contraste de nuestra piel hace que se me pongan los pelos de punta. Me remuevo un poquito, tratando de ubicarme, y lo único que consigo es que la sensación se multiplique.

—¿Qué hacéis cuando se termina el verano? —pregunto, desesperada por romper el silencio. O por cortar mi flujo de pensamientos—. Imagino que los voluntarios se irán a casa, ¿no?

—Sí, en verano es cuando tenemos más huéspedes. Una vez desaparece el calor, el número se reduce mucho. No necesitamos tanta ayuda.

—Oh.

—Algunos se quedan —añade tras un instante—. Depende de lo que quiera el voluntario.

—Claro.

Lo único que me mantiene cuerda ahora mismo son las risas de mis compañeros, que me recuerdan dónde estoy. Si no fuera por ellos, probablemente ya habría perdido la cabeza. O me habría olvidado de dónde estoy y en qué contexto.

¿Y lo divertido que sería eso?

—¿Cómo es vivir aquí en invierno? —pregunto al final.

No sé si ha notado algo en mi tono, pero Stef me echa una ojeada curiosa.

—Está bien. Es mucho más tranquilo. No hace tanto frío como en el centro del país, pero aun así bajan mucho las temperaturas. Es la época en la que más se usa la zona del spa. Y la de las montañas, también. A la gente le encanta hacer senderismo e ir a la fuente.

—¿Qué fuente?

—La fuente de la sirena. De ahí viene el nombre del resort. Hay que andar unas cuantas horas y es casi todo cuesta arriba, pero en general suele gustar mucho. ¿Ves esa colina?

Estaba tan ensimismada que tardo unos instantes en buscar lo que señala. Supongo que tardo mucho, porque me pongo a buscar en dirección contraria. Stef suelta una especie de risa entre dientes y, para mi absoluto asombro, me toma el mentón con la mano para girarme la cabeza en dirección opuesta.

—Ahí —explica, ajeno al nido de emociones que acaba de provocar—. ¿Ves esa colina?, ¿la de la escalinata de piedra?

Honestamente, no veo una mierda, pero ahora mismo no puede darme más igual.

—Sí —miento.

Si se da cuenta, decide pasarlo por alto.

—Por ahí se sube. A Davide le encanta andar y parlotear, así que últimamente lo hace él.

—¿Últimamente? —repito—. ¿Antes lo hacías tú?

—No, no... Se encargaba Mauro. —Al ver que no le he entendido, sigue hablando—. Es mi otro hermano. El mayor.

—Oh. Mauro. Suena a... Mario, pero en versión exótica.

No solo es la primera vez que oigo ese nombre, también es la primera vez que Stef habla de él sin arrepentirse al segundo de mencionarlo. Me permito unos segundos para mirarlo. Esta vez, no me intimida tanto que me devuelva la mirada. Más que nada, porque parece divertido.

—Te mueres de ganas de preguntarme sobre él —murmura.

Ni siquiera lo ha preguntado, el puñetero.

—Un poco —admito.

—No es una historia muy interesante.

—¿Drama familiar? Por favor, esas siempre son las mejores.

Stef esboza una pequeña sonrisa.

—Hace unos años, él manejaba todo esto. Más que mi abuelo, incluso. Llegaron a pensar en dejarle el resort a él y no a mi padre. Por si alguna vez le pasa alguna cosa a mi abuelo y todo eso, ya sabes... Hay que estar tranquilos. Pero entonces... no sé, creo que fue desde que nació Bruno... dejó de gustarle. Se notaba que no disfrutaba de estar aquí, que quería marcharse. Decía que este lugar era demasiado pequeño para él y que le habían puesto muchas responsabilidades, que quería ver otros lugares antes de elegir dónde pasaría toda su vida.

—Bueno..., al menos fue sincero —murmuro.

—Sí, nunca ha tenido problemas con ser sincero —admite Stef, ahora un poco ausente—. Todos entendimos que necesitara su espacio, que quisiera alejarse de tantas responsabilidades... Si evitamos hablar de él no es porque se fuera, sino por cómo lo hizo. Desapareció de la noche a la mañana y ni siquiera se despidió de Bruno. Lo dejó aquí, con nosotros. Estuvimos más de un mes sin saber nada de su padre, y de pronto llamó a nuestro abuelo para decirle que no podía volver, que necesitaba alejarse de todo y empezar de cero. Desde entonces, no ha vuelto a pisar el resort.

La imagen de Bruno abandonado y solo... me parte el corazón en mil pedacitos. No sé cómo alguien podría hacerle daño a propósito.

—¿Y la madre de Bruno? —pregunto suavemente.

—Nunca estuvo presente. Mauro y ella se llevaban bien, pero nunca planearon que naciera. Al principio fingía que le interesaba, pero poco a poco fue desapareciendo. Terminó yéndose del pueblo. Dudo que Bruno se acuerde de ella, pero casi es mejor así... No era una buena persona. Ni un buen referente.

—Pobre Bruno.

No sé si lo he dicho de manera demasiado patética, porque Stef se vuelve hacia mí. Hace un pequeño movimiento, como si fuera a hacer alguna cosa más, pero al final decide quedarse en la posición en la que está.

—Se merece más de lo que tiene —admite—, pero te aseguro que nunca le faltará cariño. Nicola y Davide son como sus padres. Siempre se han comportado como si lo fueran, al menos. Y Bruno alguna vez les llama papá y mamá. A veces pregunta por Mauro, pero... creo que, en el fondo, sabe que quienes le quieren de verdad están aquí.

—Tú entre ellos —señalo.

—No es lo mismo.

—¿Cómo que no? Eres su tío divertido.

—Todo el rato me llamas divertido, pero no lo soy demasiado.

—Eso diría alguien divertido. —Al ver que no sonríe, me atrevo a chocar mi hombro con el suyo—. Gracias por contarme lo del Mario exótico.

—Habrías terminado enterándote de todas formas.

¿Tanto le ardería admitir que me lo ha contado porque confía un poquito en mí? Podría preguntárselo, pero decido pasarlo por alto.

—Yo también tengo un hermano mayor —me oigo decir a mí misma.

Mierda, no sé de dónde ha salido eso. Stef me observa con curiosidad, y estoy tan sorprendida con mi confesión que no me importa que esté tan cerca.

—Se llama Rubén —añado torpemente.

Él sigue observándome como si quisiera descifrarme. No sé qué ve en mis ojos, pero termina asintiendo con comprensión.

—Los hermanos mayores nunca son fáciles —murmura, dándome la oportunidad perfecta para elaborar o no, según lo que yo quiera.

—Todos menos Davide.

—Sí..., Davide es increíble.

—Seguro que le encantaría oír eso.

—Y por eso no se lo digo. Bastante creído es ya...

—Mira quién habla.

Alarmado por la acusación, Stef me frunce el ceño.

—No soy creído —protesta.

—Sí que lo eres.

—No.

—Sí.

—No.

—Creído y fumador secreto. Tienes todo lo malo de la sociedad.

Sorprendido, suelta un resoplido ofendido.

—Los creídos no suelen admitir que lo son —añado—. Y los fumadores tampoco.

—No soy fumador. Puedo dejarlo cuando quiera.

—No me digas.

—Te lo digo.

—Entonces, dame la cajetilla para que pueda tirarla a la basura.

—Mmm...

—¿Lo ves?

—¡Eso no demuestra nada!

—Vamos, Stef, es hora de que pongas a prueba tu capacidad de aguante.

—¿En qué...?

Cuando ve que estiro un brazo sobre él, se calla de golpe. Diría que se queda paralizado, incluso. Y entonces ve que solo tiro de la cajetilla de tabaco que se le sale por el bolsillo. Por suerte, no reacciona a tiempo y me hago con ella.

—Voy a hacerte un favor —informo.

Stef no tiene tiempo de reacción, porque cuando estira un brazo hacia mí yo ruedo para alejarme de él. Quizá no es la mejor estrategia del mundo, porque termino llenándome de arena. Si no estuviera ocupada riéndome, me importaría un poco más. Pero es que su cara es muy graciosa.

—¡Ven aquí! —protesta, irritado.

—Ven a buscarme.

—Oh, cuidado con lo que deseas.

Suelto una risita malvada y, en cuanto trata de alcanzarme, consigo ponerme de pie en tiempo récord.

Benditas clases de yoga.

Oigo alguna maldición en italiano, pero eso no evita lo bien que me lo estoy pasando. Y que salga corriendo en dirección al chiringuito. Echo una mirada sobre el hombro, y veo que Stef me sigue de cerca. En cuanto corta demasiada distancia, trato de acelerar y, presa del pánico, doy un salto para subirme a la plataforma del chiringuito.

—¡Claudia! —protesta, aunque no suena tan enfadado como antes.

—¡Te estoy ayudando!

—¡Me estás mareando!

El negocio está a reventar de gente, pero aun así me las apaño para corretear entre ellos. Consigo llegar a la barra en tiempo récord y me apoyo con la mano libre para recuperar el aliento, pero entonces Stef me alcanza y trata de robarme la cajetilla. Se me escapa un chillido un poco ridículo que hace que los clientes me miren con sorpresa, pero aun así me hace gracia. En medio del caos, me agacho y paso al otro lado de la barra.

Para cuando asciendo al otro lado, Stef me mira con ambas manos apoyadas en la barra. Ya no está enfadado, eso está claro. De hecho, sonríe con diversión.

—¿Te estás divirtiendo? —pregunta.

—Muuuucho.

—Genial. Ahora, devuélvemelo.

—¿O qué?

Salgo corriendo otra vez, y en esta ocasión tengo que esquivar a Fabrizio. Este sujeta sus botellas como puede y se aparta para dejarme pasar. En cuanto ve que Stef corre detrás de mí, se queda todavía más pasmado.

De alguna manera, consigo escaparme del chiringuito y aterrizo en el caminito de piedras que conduce a las cabañas. No necesito mirar atrás para saber que Stef me sigue de cerca, aunque cada vez tengo más ganas de que me pille.

Me preguntó para qué querrás que te alcance.

Considero la posibilidad de encerrarme en mi cabaña, aunque la perspectiva de que nos quedemos ahí solos me pone demasiado tensa. Al final, me desvío sin pensarlo y termino corriendo en dirección a las rocas donde solemos ir a fumar. Considero la posibilidad de rodearlas y tenerlo dando vueltas hasta mañana, y me detengo un momento para pensar en dónde esconderme.

Pero entonces es demasiado tarde. En cuanto noto su cuerpo chocando contra mi espalda y su brazo rodeándome el cuerpo, suelto otro chillido de alarma. Trato de zafarme, pero ya no me queda nada que hacer. Igual que el día del atraco, Stef me sujeta todavía mejor y me levanta del suelo. Parece que está cargando con un saco de patatas.

Antes de que pueda tratar de escabullirme, noto que el paquete de tabaco desaparece de entre mis dedos.

—¿Satisfecha? —me pregunta Stef con la respiración agitada.

—Ahora mismo, no.

Él suelta un jum burlón entre bocanadas de aire. Aun así, no me suelta y sigue cargando conmigo. No se detiene hasta llegar a la roca, donde me deja otra vez en el suelo. Pongo las manos en mis caderas y trato de recobrar la compostura. De mientras, él hace lo mismo con la espalda apoyada en la roca.

—Tus pulmones de fumador no pueden hacer nada contra mis pulmones de yogui —aseguro, intentando no ahogarme—. Me he dejado pillar porque ya estaba aburrida.

—Seguro, amore.

—Oh, ¿vuelvo a ser tu amore? Hasta ahora solo era Claudia.

Stef esboza una sonrisa y me mira de reojo.

—¿Lo echabas de menos?

—No digas tonterías.

—Nunca lo hago.

No sé qué responder, así que me limito a sacarle la lengua. Su sonrisa se acentúa. Al menos, hasta que hago un ademán de robarle la cajetilla otra vez.

Esta vez, su reacción es impulsiva. Durante un segundo estoy con el brazo estirado, y lo siguiente que sé es que tengo una mano en el hombro y mi espalda choca contra la roca. Parpadeo varias veces, pasmada, y echo la cabeza hacia atrás. Stef todavía me sujeta contra la roca. Su sonrisa ahora es distinta.

—Ya basta —dice, y su tono no admite discusión.

Trago saliva. Especialmente cuando me doy cuenta de lo cerca que está. Mis piernas se han quedado entre sus rodillas, y mi cadera prácticamente está pegada a la suya. Por no hablar de la mano que sigue aprisionándome el hombro.

Durante los pocos segundos que permanecemos en silencio, hay un pequeño cambio en el ambiente. No sé si me doy cuenta por mi propia reacción o por el hecho de que su sonrisa desaparece, pero la diversión ha desaparecido y se ha vuelto otra cosa muy distinta. Una mucho más cargada. Una que me dificulta pensar con claridad.

Stef ya no me mira a los ojos. Trago saliva otra vez, en esta ocasión con dificultad, y me doy cuenta de que está observando mis labios. Durante unos instantes, me pregunto si me va a besar. Me sorprende la reacción que eso provoca en mi cuerpo, porque mis labios se entreabren de forma involuntaria, casi como una invitación.

Su mano me suelta el hombro, pero no por ello se separa de mi piel. De hecho, su pulgar recorre un camino invisible entre la tira de mi camiseta y mi garganta, y termina colocándose justo en la nuez de mi cuello. Dejo de respirar al instante. Todos mis sentidos están centrados en esa mano y en lo que pueda hacer con ella, pero Stef se limita a ascender por el centro hasta que, de alguna manera, su mano entera me rodea el cuello. Es una sensación extraña, una mezcla entre compresión y calidez. Su pulgar asciende un poco más. Mi barbilla..., mis labios. En cuanto la punta de su dedo roza mi labio inferior, suelto una bocanada de aire contra su mano.

Durante unos segundos, mantenemos esta posición en completo silencio. Stef sigue observando mi boca, bebiendo de ella con su mirada. Pero no llega a inclinarse hacia mí. Y entonces, de nuevo, asciende hasta mirarme a los ojos. No sé si es por el alcohol, pero me cuesta un poco enfocarlo.

Su expresión cambia al verme la cara. Duda unos instantes, y al final sacude la cabeza.

—No —murmura.

—No..., ¿qué?

—No quiero que sea así.

El hecho de que yo no lo entienda le roba una pequeña sonrisa. Stef se inclina hacia delante. Noto, de forma fugaz, sus labios en mi frente. Entonces se separa de mí. Lo hace con un paso gigante, como si quisiera asegurarse de que hay una distancia segura entre nosotros. Y entonces me ofrece una mano.

—Si me dejas acompañarte a la cabaña, hoy no fumaré —ofrece.

Todavía estoy ubicándome en el universo, así que me cuesta encontrar una respuesta.

—Me parece... un buen trato —murmuro con la voz agitada.

Él toma mi mano de la misma forma que he usado yo antes y, liderando el camino, volvemos a mi cabaña.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top