˙·٠•●♥[ Disforia ]♥●•٠·˙



Su turno al fin había acabado y recién salió avanzó unos metros, sacó una caja de cigarros. Tenía hechos mierda los pulmones, eso es bastante seguro pero la disforia lo calcomia desde dentro.

Un cigarro, dos cigarros, tres cigarros, cuatro, cinco, seis, siete y al fin las náuseas, el mareo y la debilidad se fueron de su cuerpo.

La lluvia era imparable y ya no tenía sentido que siguiera debajo de ese pequeño techo, tiró al suelo la colilla y la aplastó desganado.

No quería llegar a su sucio departamento así que caminó lo más lento que pudo, en su mente iba haciendo cuentas de lo que gastaría para sobrevivir esa semana y como era de esperarse el sueldo le quedaba bastante justo.

—Puto trabajo de mierda.

Caminó bastante rato pensando en si podía ajustar su horario para un segundo trabajo y así no pasar tanta hambre, con aquella mancha en su expediente era difícil que lo recibieran en un trabajo bien pagado, gruñó rendido y miró al cielo casi rezando. Abrió los ojos de par en par cuando un hermoso y aterrador rayo iluminó el cielo, tan ensordecedor que sintió miedo.

Un empujón lo hizo bajar la mirada, casi juraba que sería un asalto pero lo que vio lo dejó aún más sorprendido.

O-chako. Ochako. Tartamudeo en su confundida mente.

Conforme la luz de la electricidad disminuía la imagen horrible y depresiva se iba esclareciendo ante sus ojos. El lodo, el saco, el olor, su mirada aterrada y las voces masculinas lo hicieron apretar la mandíbula.

No dudó en un segundo en quitarse la chamarra de cuero que al menos era un poco impermeable.

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.

Se sentía jodidamente preocupado.

Entró al callejón y los sujetos se detuvieron extrañados al no ver a la hermosa mujer que querían.

Cuando miró la cremallera abajo de dos de los imbéciles y el cinturón de alguno de ellos en el suelo no pudo evitar llevar una mano a su boca para no vomitar.
Comenzaba a sentirse mareado, nauseabundo y las fuerzas le fallaban.

—Asqueroso de mierda— gruñó lanzándose encima de ellos.

No pensaba de forma correcta, sus neuronas no conectaban de buena forma. Se concentraba en golpear duro los rostros hasta que los dientes comenzaran a moverse de lugar. Se llevó unas cuantas patadas y puñetazos pero ellos se habían llevado la peor parte.

Aturdido por la euforia del momento empezó a caminar hacia la salida del callejón, seguro de que ella ya no estaría ahí pero, se sorprendió cuando la vio parada esperando.

Limpió rápido su labio roto y la sangre en sus nudillos.
Nervioso como un pendejo crío caminó al lado ella.

Ochako sólo lo tomó de la mano y comenzó a caminar, Bakugou le siguió el paso confundido.

Su corazón latía demasiado rápido, se sentía caliente del rostro y juraría que estaba tan rojo como las fresas, sus manos empezaban a sudar y avergonzado intentó soltar el agarre pero ella simplemente dio un apretón.

"Me está tomando la mano, mierda". Gruñia en su interior para no perder su postura.

Sin darse cuenta estaban parados frente al departamento. El agarre se fue y el miró curioso y asustado.

Pobre Ochako, no podía si quiera meter la llave.
Cuando vea de nuevo a esos imbéciles se encargará de sacarle los dientes a cada uno de ellos y quizá dárselos de abono a sus plantas.
Nervioso y avergonzado tomó la mano de Ochako para ayudarla intentando ser lo más firme posible.


Se dejó caer al suelo rendido, aturdido y nervioso. Su sangre estaba demasiado caliente y su respiración parecía no poder controlarse, se agarró el pecho con la mano que había tomado Uraraka todo el tiempo y su corazón parecía querer salir por su boca.

Eufórico empezó a sacar un cigarro. Las manos le temblaban y el sudor le impedía encender el encendedor. Cinco minutos y logró prender el cigarro, inhaló y de forma inesperada empezó a ahogarse.
Cinco putos años fumando como enfermo y empezó a toser como principiante. De la asfixia abrumadora corrió al otro lado de la calle donde se apoyó en un poste y comenzó a vomitar.

Después de unos minutos empezó a calmarse pero el rojo en sus mejillas no se iba. Las mariposas en su vientre parecían querer comerse su estomago.

Alejó sus emociones y comenzó a buscar una farmacia a toda velocidad.

—¡Mierda, benditas sean las farmacias de las veinticuatro horas! —gritó entrando al establecimiento, aliviado y empapado.

La mujer de tercera edad sonrió amable —nunca se sabe cuando viene una emergencia. ¿Qué se le ofrece jovencito?

Bakugou retomó la compostura y asintió mirando con atención cada fármaco.
—Necesito algo para la fiebre y gasas, también algo de alcohol y curitas.

La anciana lo miró curiosa, empezó a guardar los medicamentos —¿le pasó algo a tu novia? —preguntó tranquila checando el precio.

Se le pusieron los cabellos de punta a Katsuki, de nuevo ese rojo en su rostro que lo hacia ver extraño con el ceño fruncido.

—Mira, este té es muy bueno para relajar el cuerpo, con esta lluvia vendría muy bien calientito.

Bakugou podría jurar que había flores y estrellitas al rededor de esa amable mujer. Nervioso, y enojado por estar nervioso, tomó las cosas y pagó para irse rápido, claro que antes dio un reverencia.

Corrió rápido y al llegar al departamento miró preocupado las llaves pegadas a la puerta. Abrió y las puso en la mesita de dentro.

Olia a ella, olía a Ochako, café amargo por todos lados, se detuvo aturdido a mirar todo. Las cortinas rosas, los sillones crema, el gato peludo negro dormitando sobre una pequeñita silla para gato. Se sentía extrañamente acogido. Nervioso empezó a buscar a la cara de Ángel.

Caminaba asustado, no quería incomodarla. El cuarto de lavado, la recamara, el cuarto de gatos, la cocina y no la encontraba. Comenzó a entrar en pánico hasta que logró captar el leve sonido de la regadera.

—Hey. O-chako —él mismo se sorprendió del tono de voz tan bajo que usó ¿era el cigarro? Aclaró su garganta de nuevo, —¿Ochako? Uraraka —nervios de nuevo.

Espero respuesta cinco minutos y el pánico lo hizo empujar la puerta del baño, ella ya estaba en la bañera, durmiendo a nada de ahogarse. La movió del hombro y al no recibir respuesta la movió de forma brusca.

Un grito lo hizo retroceder asustado —joder, lo siento, no estabas así que te hablé y no respondiste y yo —estaba entrando en pánico— puta madre, lo siento.

Uraraka miró atenta y aliviada, sólo era él —me asustaste, no me siento lo suficientemente limpia aún —dijo cansada.

—Si te duermes ahí podrías ahogarte, cara de ángel.

Lo pensó un segundo y le señaló la bata con estampado de vaca. Nervioso la tomó y se la dio dándole la espalda de inmediato. Escucho el movimiento del agua y las pisadas mojadas de Uraraka desnuda.

—Te vez bastante roja de la cara, tienes fiebre así que traje ibuprofeno.

Sin pensar mucho llevó su mano a la frente mojada de Uraraka, tan cerca. Podía mirar cada una de sus pestañas, era simplemente hermosa, como alguna clase de mariposa milenaria que debía encerrar en un frasco.

—Mmmh... gracias.




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