🥀MANOLO🥀
La vi por primera vez cuando tenía diecisiete años. Nunca antes había sentido a mi corazón palpitar de esa manera.
Yo estaba jugando a la pelota con los otros niños de la cuadra. Uno le dio una patada muy fuerte al balón y la pelota rebotó hasta quedar en la acera, justo en la entrada del jardín de una casa.
Corrí a buscarlo, me agaché para recogerlo y en ese momento escuché unas voces femeninas salir acercarse a la reja principal. Levanté mi cara y la vi.
Vi al ángel más hermoso que podría haber imaginando. Vistiendo un delicado vestido blanco que le llegaba poco antes de las rodillas. En el ruedo y las mangas tenían una especie de bordado azul con adornos de perlas que formaban unas flores repartidas en todo el el bajo.
Un cinturón color crema ajustaba su figura, marcando con gracia sus caderas. Su cabello rubio estaba suelto, ajustado con un listón verde en forma de cintillo. Sus ojos brillaban como el azul del mar en un día soleado.
Ella iba acompañada de su mamá, una mujer también rubia que aún guardaba rasgos de esa belleza juvenil. Juntas abrieron la puerta de jardín y pasaron por mi lado. Esa bella chica me dió la sonrisa más hermosa que había visto en mis dieciséis años de vida. Ni la de mi madre me pareció tan hermosa entonces.
Mi corazón de detuvo un instante antes de comenzar a latir desesperado, amenazando con salirse por mi boca. Yo estaba como un tonto, nunca me gustado tanto una chica; todas me parecían simples, pero ella era diferente. Podía sentirlo.
No lo pensé mucho antes de salir corriendo detrás de ella para preguntarle su nombre. La tomé de la mano, pero la sacudió y me miró extrañada. Pensé que no me respondería, pero aún así lo hizo. Me dijo que se llamaba Sara, y para mí fue el nombre de una princesa; estaba seguro de que ella era una y yo un simple plebeyo.
Desde ese día, pasaba por su casa intentando verla, o por lo menos escucharla.
Un día pasé y su risa hizo que me detuviera en una esquina. Nunca antes la había escuchado reír, pero sabía que era ella.
Fui siguiendo su voz hasta dar con una de las escenas más dolorosas de mi vida. Fue la primera vez que experimenté lo que eran los celos.
Ella estaba recostada a la pared y un tipo más o menos su misma edad le besaba el cuello. Sara se reía y lo apremiaba para que no hicieran ruidos. No pude moverme.
Me quedé allí plantado viendo como ellos se entregaban en un beso descontrolado. Tuve que haber hecho algún ruido porque ella se separó un momento de él y me vio directamente a los ojos.
No sé si fue vergüenza lo que percibí, pero su rostro de puso como un tomate. Mi interior ardía en una sensación desconocida, pero también había algo de curiosidad.
«¿Ese era el tipo de persona que a ella le gusta?», pensé mirándolo de arriba a abajo.
El hombre era alto y muy musculoso para tener solo veintiun años. El cabello engomado y con mucho volumen en la parte delantera. Una chaqueta de cuero y pantalones ajustados completaban su atuendo.
—Puaj
No pude evitar decirlo al ver que en su mano tenía un cigarrillo; siempre me han dado asco.
En ese momento tomé una decisión: sería mucho mejor que ese tipo y la conquistaría.
Claro, pensarlo fue más fácil que llevarlo a cabo. Ella no quería estar con un niño de diecisiete años cuando ya tenía pretendientes de veinte años. Pero, Mientras más difícil se ponía, yo estaba cada vez más enamorado.
Me dije que la conquistaría de a poco mientras esperaba a tener lo suficiente para declararme mi amor.
Hablé con mi padre y le dije que la quería, que quería que fuera mi esposa. Él me dijo que si ya estaba pensando en casarme debía comenzar a ahorrar y trabajar. Y eso hice. Todos los días después de la escuela trabajaba con mi padre en su taller de zapatos. Tenía que coser a mano más de diez pares de zapatos al día. Me acostaba cansado pero pensando en ella.
No tenía idea de cómo la conquistaría, no sabía qué le gustaba y qué no, pero vi que su jardín estaba lleno de claveles. Eso me dió la idea más brillante y estúpida que he tenido jamás.
Ya había pasado un año desde que la conocí. Una noche llegué hasta su casa sin que nadie me viera y llené su jardín de un polvo que había comprado en una floristería. Era para eliminar la mala hierba y se debía tener cuidado para no dañar las otras plantas, lo que era mi intención. Al día siguiente la mayoría de claveles amanecieron marchitos y otros estaban a medio morir.
Pasé por su casa como quien no quiere la cosa y enseguida me arrepientí de lo que había hecho. Sara estaba abrazada a su madre, llorando por la pérdida de sus flores. Me sentí muy mal al verla en ese estado, aunque sabía que yo mismo arreglaría el desastre que había hecho.
Fui a la escuela pensando en ella y no pude concentrarme en mis exámenes. Miraba el reloj en el escritorio del maestro a cada rato, contando los segundos para irme. La campana sonó anunciando el fin de la jornada y salí corriendo para comenzar la segunda parte del plan.
Llegué a la floristería y escogí los claveles más hermosos que tenían. Eran blancos con los bordes morados y con unas manchitas salpicando los pétalos. Los pagué y fui directo a la casa de Sara.
Se sorprendió al verme allí, pero le expliqué que la había visto llorando por su jardín y quise animarla. Ella tomó las flores y me sonrió como la primera vez. Hice eso a diario por casi un año. Cuando no estaba ella, le dejaba las flores con su madre.
Un viernes ella me estaba esperando. Me dijo que la tierra de su jardín ya se había recuperado y me invitó a plantar juntos nuevos claveles. Yo acepté emocionado, pensando que por fin estaba enamorándose de mí. Pero no, era una fiesta a la que estaban invitados también sus amigos… y su novio.
Era el mismo tipo de la otra vez. Al parecer la cosa iba enserio. Me sentí derrotado toda la mañana, hasta que llegó el padre de Sara. Él refunfuñó al vernos ahí, pero su molesto iba dirigida solo al novio de su hija.
—¿Qué pasó, suegrito? ¿Viene a ayudar? —dijo el novio de Sara, que hasta entonces se había mantenido tomando de una petaca que escondía en su chaqueta de cuero.
Dejé caer mi pala y el silencio se apoderó del jardín. La cosa no era conmigo, pero se me subieron los colores al rostro. Todos conocíamos el carácter fuerte del papá de Sara y lo que había dicho el novio de su hija era una falta de respeto.
—Tú no eres ni serás jamás mi yerno —respondió remarcando cada palabra con el índice en el hombro del novio de Sara—. Que te quede claro.
El tipo ni se inmutó, al contrario, comenzó a reír y a señalar a Sara.
—Eso no es lo que ella me ha demostrado.
Un sonido secó se escuchó en todo el jardín y el tipo cayó arrodillado, sobando su mejilla, la sangre comenzó a salir de sus labios cuando levantó la cara para ver al papá de Sara.
—De mi hija no vas a estar hablando. ¡TE ME LARGAS YA!
—Pero papá…—comenzó a hablar Sara.
—¡PERO PAPÁ NADA! —gruñó—. Te advertí que le daba una última oportunidad a este mequetrefe. Ahora se larga. Y será mejor que entres si no quieres lárgate con él —dijo dándole una mirada de rabia al tipo tirado en el suelo y entró. Así casa.
Sara rompió a llorar y se fue corriendo tras su padre, pero era inútil; su papá no cambiaría de opinión.
Yo me quedé allí esperando mientras el ex novio de Sara se iba. Sus amigos se fueron con él. No sabía qué hacer, pero supuse que podría terminar de arreglar el jardín que yo mismo había dañado. Planté nuevos claveles, hice un diseño con los colores de las flores que se podría apreciar desde la ventana del cuarto de Sara. Perdí la noción del tiempo hasta que la voz de Sara interrumpió mis pensamientos.
—Dice mi mamá que si quieres, puedes quedarte a cenar —dijo a mis espaldas.
Me giré para encontrarme con sus ojos hinchados. Había llorado por horas. Dejé la pala a un lado y tomé a Sara entre mis brazos. No era así como había imaginado nuestro primer abrazo, pero allí la tenía, conmigo. Ella gimió antes de alejarse y secarse las lágrimas, me dio una sonrisa triste y entró a su casa.
Todo estaba de cabeza, pero ahora Sara era libre y yo me había ganado la confianza de sus padres. Sabía que su hablaba con el papá de Sara, él me permitiría salir con su hija, quizás hasta concertar un matrimonio mediante mis padres. Sin embargo así no era cómo quería hacer las cosas.
Seguí por unos meses con mi rutina de visitarla a diario, pero ya no le llevaba flores, ahora la invitaba a pasear. Mi amor por ella era cada día más grande. Amaba escucharla hablar de un país en el Caribe al cual quería mudarse y dejar atrás los fríos inviernos de Europa. Nunca había ido a la playa y soñaba con vivir cerca de una. Yo la escuchaba en silencio, enamorándome de su sencillez, su dulzura y su calidez.
No sabía si ella me correspondía, pero decidí que le haría una propuesta. Preparé todo, compré un anillo de oro, muy sencillo pero elegante, con un pequeño diamante. Era todo lo que mis ahorros me permitían, tenía otros planes. Si ella me aceptaba, nos iríamos a su paraíso caribeño.
La invité al cine, me le declararía al finalizar la película. No le presté atención en lo absoluto, solo podía pensar en qué le diría. Estabamos juntos, uno al lado del otro en la sala de proyecciones, cuando sentí que tomaba mi mano izquierda entre las suyas. Me le quedé viendo sin saber interpretar su mirada, hasta que se me acercó, jaló con su mano derecha mi barbilla y unió nuestros labios, robándose mi primer beso.
Sentía que moriría de felicidad. Mis labios eran torpes e inexpertos, los de ella eran un fuego abrasador que calentaban todo mi ser. Mis manos abandonaron su lugar para buscar su cuello y atraerla más a mí. Nuestros besos se hicieron más apasionados, no podía respirar bien, pero eso no me importaba, lo único que deseaba era seguir sintiendo eso que ella estaba despertando en mí.
Supe que era el momento ideal, tenía que arriesgarme. Me separé de ella y le dije:
—Sara, ¿quieres casarte conmigo e irte conmigo a Venezuela?
Ella me miró con completamente diferente a todas las veces anteriores. Algo cálido acompañaba el azul de sus ojos y unas lágrimas bailaban en su mirada. Sonrió y con una sola palabra me hizo el hombre más feliz del mundo.
Nos casamos al año siguiente, cuando yo tenía veinte y ella veinticuatro años. Nos vinimos a Venezuela en plena luna de miel y aquí comenzamos nuestra vida. Llegamos a un apartamento chiquito, busqué trabajo cosiendo zapatos y ella se quedaba en casa. Íbamos a la playa cada fin de semana.
Al poco tiempo comenzaron a llegar los niños: Ricardo, Jorge y Ana. Sara fue una esposa maravillosa y una gran madre. Tuvimos una gran vida juntos hasta que el cáncer se la llevó. Y, créeme, si pudiera regresar el tiempo, la escogería mil veces, porque ella era de las que nacen solo una vez y para siempre.
🥀🥀🥀🥀🥀
¿Por qué escribí este capítulo de Manolo? No lo sé, un día se hizo presente en mi mente exigiendo contarme como conoció a su amada Sara, y ¿quién soy yo para negarme?
¿Encontraron una similitud entre las historias de Manolo y Sara y la de Marisol y Marco?
🚨Recuerden🚨
Nos vemos ahorita con el penúltimo capítulo.
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