🌻Capítulo 8🌻

—Si algo puede salir mal, saldrá mal —recita Manuel.

—¡Estúpida Ley de Murphy! —respondo enfadada.

Manuel y yo estamos en la floristería. Llegamos a la librería para encontrarnos con un cartel que decía que estaría cerrada por los próximos días.

—Debí confirmar con la librería antes de ponerme a armar los ramos —digo.

—Pero no es tu culpa, Marisol. Ellos te habían confirmado ayer —Manuel trata de calmarme—. Además, son cosas que podrían pasarle a cualquiera.

—Claro, que te hagan una inspección sorpresa del servicio de sanidad porque alguien denunció de manera anónima que hay ratas en tu librería es algo que puede pasarle a cualquiera —hablo con sarcasmo.

Manuel intenta mantenerse serio, pero estalla en carcajadas.

—Manuel, no te burles, vale —me quejo—. Lo peor es que no fue culpa de nadie: ellos se comunicaron con Andrea, que es la encargada de despachar los pedidos, pero, como se tomó un antialérgico, seguramente aún anda en el quinto sueño. Ellos le dejaron el mensaje, por eso no consideraron necesario llamarme a mí.

Camino de acá para allá en la floristería.

—Y, para colmo, Andrea se vino a enfermar hoy —continúo.

—Y la gente del vivero nada que aparece, ¿no? —comenta.

—Esa es otra...

El sonido de mi celular me interrumpe. Observo la pantalla deseando que sea mi amiga, pero son los distribuidores.

—Aló, Sakurasou, a la orden. Habla Marisol.

Al otro lado se escuchan bocinas y personas hablando en voz muy alta. Me parece escuchar alguna que otra maldición por ahí.

—Disculpe señora Marisol, soy Alexis, estamos llamando de parte del vivero. Somos los chicos de despacho —Su redundante explicación hace que voltee los ojos—, no hemos podido llegar porque tuvimos un choque cuando íbamos en camino...

—Pero, ¿están bien? —pregunto con preocupación. Un choque puede resultar muy peligroso en esta ciudad.

—Sí, gracias a Dios estamos bien, pero se nos complicó llamarle antes porque no teníamos señal telefónica —«Que raro que aquí no haya señal», pienso con sarcasmo—. Además, estábamos esperando a tránsito. Ya usted sabe cómo es todo —explica Alexis.

—¿Y el pedido? ¿Cómo haríamos?

No es que no me interese por ellos, pero también debo saber qué va a pasar, ya hice el pago.

—Las flores se voltearon y se echaron a perder. Claro, esto va por cuenta del seguro. Sin embargo, es mejor que hable con mi papá para que coordinen entre ustedes —propone.

—Claro, lo llamaré ahorita mismo. Gracias por avisar. Por favor, cuídense —me despido.

Después de colgar, le cuento a Manuel lo que pasó.

—La ley de Murphy, querida —responde con diversión.

Doy un respingo al oír el querida salir de sus labios. No puedo evitar verlo detenidamente. Hoy tiene una barba que pasa casi desapercibida por el tono dorado de su piel. Una argolla brillante adorna su lóbulo izquierdo. Completa el look con una chaqueta de cuero negra y roja.

A simple vista, es un chico malo, pero sus ojos me dicen otra cosa. Sin embargo, no sé qué es lo que me quieren decir.

—¿Sabes qué hay que hacer? —Su pregunta me saca de la ensoñación.

—No, dime —trato de no mostrar mi cara de tonta por quedarme viéndolo.

—Bueno, mi jefa no está. Hoy no tendrás ningún evento, y por lo visto tampoco recibirás tus pedidos...

—Gracias por lo obvio —digo algo ácida, procurando que no note lo de hace rato—, pero continúa.

—Bueno, como sea, ¿te gustaría cerrar temprano e ir a comer algo? ¿Helado tal vez? —propone Manuel, por primera vez desde que lo conozco se muestra algo tímido.

—¿Helado dónde? —La inquietud escapa por mi voz. «Por favor, no digas en el tercer piso», pido en mi mente.

—En la heladería del tercer piso.

«No». Ahí trabaja Román. No quiero que me vea llegar con Manuel.

—Ok, mejor hagamos esto: termino el papeleo de hoy, arreglo a tienda y nos vamos a comer comida china en la feria. Luego tengo que pasar por donde Andrea así que no me quedaré mucho —propongo ideando un plan que me aleje de Román.

Manuel parece pensarlo, pero se rinde rápido.

—Ok, te ayudo entonces —asegura.

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Pasado un rato, ya todo está listo. Ya hablé con quien me distribuye la mercancía, el señor Rivero, y cambié la fecha del pedido, agendé nuevamente a la librería y guardé los ramos de nuevo en el refrigerador.

—¿Nos vamos? —le pregunto a Manuel.

Este asiente y me tiende su brazo para que lo tome. Esto me hace sentir un poco incómoda, pero aun así acepto.

Al llegar a la feria nos dirigimos al final de la estancia para llegar al restaurante chino. Voy tan distraída, preguntándome porqué me incomoda tanto ir del brazo de Manuel, que casi golpeo a alguien que está delante de mí.

—Lo siento —me disculpo con rapidez.

—Tranquila, no se preocupe —responde un chico—. Oh, Marisol, hola.

Levanto la mirada para encontrarme con los ojos más azules que he visto en mi vida.

«No puede ser».

—¿Ro... Román? ¿Qué... qué haces aquí? —tartamudeo horrorizada.

Automáticamente suelto a Manuel y trato de marcar distancia entre los dos. Manuel me mira desconcertado, mientras que Román parece no haberse dado cuenta.

—Estoy aprovechando mi hora libre para invitar a comer a alguien muy especial. ¿Quieres conocerla? —Román sonríe tontamente al preguntar esto. Trato de no abrir los ojos ante la sorpresa. La gente siempre me dice que, si me callo, me salen subtítulos porque mis ojos hablan por mí. Lo único que hago es asentir. —Mi chica está por allá —Román señala la final en la entrada de la pizzería—. ¡Mamá!

Una mujer de cabello muy rubio y rizado se da la vuelta. Parece no tener más de cuarenta y cinco. Seguramente tuvo a Román muy joven.

Román hace una señal de saludo y la mujer devuelve el ademán.

—Pues, sí. Ella es mi mamá —Román mira con ternura y admiración a su madre—. Casi no viene al centro comercial y quise hacer algo especial.

—Y, ¿qué es más especial que comer pizza en el centro comercial? —digo con diversión.

Hablar con Román se siente natural, siempre sabe qué decir.

—Bueno, como a mí nadie me ha presentado, lo hago yo —interrumpe una voz—. Hola, soy Manuel, el futuro novio de Marisol.

Le lanzo una mirada incrédula a Manuel al oírlo decir esto.

—Eh, ¿mucho gusto? —pregunta Román, rascando su cabeza, visiblemente incómodo.

—Claro, el gusto es tuyo —replica Manuel—. Si nos disculpas, tenemos que irnos. Después de ti, Marisol.

Román mira de Manuel a mí, luego sacude la cabeza y se despide para ir a donde su mamá. Cuando estoy segura de que no puede escucharme, me volteo para enfrentarme a Manuel.

—¿A ti qué mosca te picó, futuro novio? —pregunto remarcando esto último con mis dedos.

La sonrisa ladeada de Manuel se dibuja en su rostro.

—¿Es enserio? —pregunta. Yo sigo sin comprender—. Marisol, es obvio. Ese niño quiere presentarte a toda su familia, y no en plan de: "oh, es mi amiga".

Miro con molestia a Manuel. Aunque sería lindo que fuera Román quién me envió las cartas, este no me dijo nada del collar. Fue como si no lo notara.

—¿Sabes qué? Vamos a terminar de llegar al restaurante, ya me muero de hambre —propongo. Prefiero hacerle caso a mi estómago, por lo menos él si sabe qué quiere.

—Ajá. Ya lo sabías, ¿no? —Manuel parece divertido con esta situación.

—Manuel, ya basta. Sigue así y te quedarás sin futura novia —amenazo sin seriedad y continúo caminando.

El restaurante chino es pequeño, por lo que Manuel y yo nos sentamos en unas mesas que están afuera del local. Yo me pongo a leer el menú mientras Manuel llama al mesero con un silbido.

—¿Por qué siempre que llaman al mesero tienen que silbar? —pregunto curiosa—. Nunca he entendido eso. ¿Es muy difícil es decir: «mesero»?

—Quizás en otro país funcione, pero aquí es una tradición ancestral. Intenta llamar de otro modo y nunca vendrán —Manuel se encoge de hombros.

—¡Bienvenidos al Gran Yen! ¿Están listos para ordenar? —La voz del mesero hace que despegue la vista del menú para verlo directo a los ojos.

—¡Marco Aurelio! —grito. En definitiva, el bendito Murphy está empeñado en hacer de las suyas el día de hoy. «¿A quién más me voy a encontrar? ¿A Chino y Nacho? Bueno eso no sería tan malo»—. No sabía que trabajabas aquí. ¿Desde cuándo?

—Pues, sí —acepta Marco—. Recuerda que mi papá no quiere "financiar mis ociosidades", así que la solución a la que llegamos fue que yo consiguiera el dinero para hacerlo. Tengo casi dos semanas trabajando aquí.

Frunzo el ceño por la declaración. Ayer cuando estuvo mi casa no me contó nada de esto. Después del partido jugamos dominó un rato y luego me dijo que tenía que irse porque le tocaba levantarse temprano. No imaginé que estuviera trabajando aquí.

Manuel carraspea, atrayendo la atención.

—Bueno, no puedo hablar mucho si no es de sus pedidos; mi jefe es bastante estricto —dice Marco—. Hablamos luego, Mari. ¿Qué desean ordenar?

Manuel y yo ordenamos el arroz chino, con lumpias y pollo agridulce.

—¿Sabías que este arroz chino realmente es venezolano? —comenta él mientras esperamos el pedido.

—Manuel, ¿cómo va a ser venezolano si es chino? —recalco esto último.

—Los pastores alemanes que nace aquí son pastores alemanes-venezolanos.

Entrecierro mis ojos en su dirección.

—Muy gracioso, Manuel. Fíjate que si no me lo dices no me doy cuenta. Supongo que los lobos siberianos que nacen aquí son venezolanos también, ¿no? —pregunto con fingida inocencia.

—Exacto. Ya estás entendiendo el punto. La cosa es que mis primos, que están fuera del país, me contaron que no se consigue el arroz chino tal cual como lo hacemos aquí, así que lo han hecho ellos mismos y lo llaman arroz chino-venezolano.

—Interesante. Todo un logro de la emigración. De seguir así, pronto habrá en Inglaterra una arepera llamada Petare, ¿te imaginas? —pregunto emocionada.

La verdad es que el hecho de que seamos conocidos en el extranjero por nuestra gastronomía es algo que me entusiasma bastante.

—Disculpen la demora —comenta Marco al llegar con nuestra comida.

—No te preocupes, tampoco es que hayamos esperado tanto. De ve delicioso. Muchas gracias —comento y él sonríe abiertamente, se nota que está feliz con su trabajo.

—Bueno, los dejo. Cualquier cosa, estoy a la orden —Marco se aleja de nosotros, y Manuel y yo pasamos el rato disfrutando de esta rica comida y hablando de trivialidades.

Pasadas unas horas, miro el reloj y me sorprende ver que ya son las cinco de la tarde.

—Vaya, ya es tarde. Tengo que pasar por donde Andrea —comento.

Manuel hace un gesto de decepción al escuchar esto, pero no dice nada para que me quede, todo lo contrario.

—Claro, déjame pagar la cuenta y te acompaño a la estación; no quiero que te vayan a robar —propone guiñándome un ojo.

—Está bien, ¿te parece si nos vemos en la entrada? Voy a comprarle algo de comer a Andrea.

Manuel asiente y se va al interior del restaurante, yo me voy en la dirección opuesta, buscando dónde comprar roles de canela, los favoritos de mi amiga.

Intento pensar en todo lo que pasó hoy. No sé por qué, pero me siento tan extraña con Manuel. No es la primera vez que compartimos. Con frecuencia echamos broma, mientras yo lo veo coqueteando con medio centro comercial. Siempre se muestra atento, dispuesto a ayuda a cualquier chica bonita que conozca, pero no había sido objeto de sus atenciones de manera tan directa.

Además, eso de futuro novio no ha dejado de dar vueltas en mí cabeza.

«¿Será posible?».

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Nota:

Hola, bellezas. Este capítulo me costó un poquito, lo reescribí varias veces y no terminaba confirme. Espero que lo hayan disfrutado. Mil gracias por estar aquí, l@s amo.

Como dato curioso, les cuento que sí hay una arepera en Londres llamada Petare, el cual es el nombre del barrio más grande de América Latina, ubicado al este de Caracas.

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