🌻Capítulo 5🌻
Han pasado tres días desde mi incidente con Pepe, pero sigo sintiéndome avergonzada por lo que pasó.
Ese sábado yo estaba hecha un mar de lágrimas. Me sentía como una tonta, no podía creer lo ilusa que había sido. Y, aunque intenté disimular, tenía las emociones a flor de piel.
Llegué corriendo a la floristería y no me preocupé por las dos señoras que estaban haciendo sus compras. Fui directo a encerrarme en la oficina hasta que, a los pocos minutos, sentí entrar a Andrea.
—Chama, ¿estás bien? —preguntó con cautela—. Llegaste llorando.
Después de contarle todo lo que había pasado, su reacción no sé hizo esperar:
—¡Ese perro desgraciado! ¿Para qué te busca si tiene novia? —dijo molesta, mientras yo me deshacía en llanto con mi cabeza en su hombro.
—No es su culpa. Fui yo quien se ilusionó. Fui tan tonta, chama —sollocé—. Era obvio que alguien como él no se fijaría en mí.
—¿Alguien como él? ¿Estás hablando en serio? —Pude notar la incredulidad en su voz.
Andrea se separó de mí y me tomó de los hombros para que pudiera verla directamente a los ojos.
—Marisol, escucha bien lo que te voy a decir: cualquiera tendría suerte de fijarse en alguien como tú. No dejes que ningún idiota te haga sentir menos de lo que realmente vales —recalcó—. Si alguien no puede notar lo maravillosa que eres, el que no vale la pena es esa otra persona.
Luego de decir eso, Andrea me dio una sonrisa sincera y las lágrimas siguieron saliendo, aunque ahora estaban mezcladas con un poco de alegría.
Bien dicen que, cuando le hacen daños tus amigos, te conviertes en una experta en armas, dispuesta a ir por el mundo protegiendo a los tuyos. Aunque es cierto que no vamos a matar a nadie, Andrea y yo nos defendemos con capa y espada la una a la otra.
—Al final de Willoughbys está lleno el mundo, ¿no? —dije en broma.
—No, no lo compares. Pepe es un idiota sin redención. En todo caso sería un Wickham. Ya no le compraré más a él —dijo seria—. Buscaré otro chico sexy al cual comprarle.
Y con eso se perdió toda la seriedad del momento. Yo reventé en una carcajada por su ocurrencia.
—¿Sabes que vamos a hacer? —pregunté, limpiando las lágrimas de mi cara.
—¿Regalarle un café con sal a Pepe? —propuso de manera inocente.
—Aunque suena tentador, mejor vamos a cerrar temprano y ahogar nuestras penas en...
—Cerveza... digo yo.
—En pollo frito y helados, Andrea, vamos a ahogar nuestras penas en pollo frito —concluí.
—Y después... ¡nos vamos a jugar bowling! —Mi amiga aplaudió feliz con los planes que acabamos de hacer.
—¡Eso! —celebré entusiasmada, teníamos tiempo sin salir juntas.
Chocamos el puñito, terminamos de arreglar la tienda para dejar todo listo para el lunes y nos fuimos. Fueron demasiadas emociones para tan pocas horas y necesitábamos un descanso.
En casa, mi mamá me preguntó que había ocurrido. Aunque ya no tenía cara de llorona, mi madre se dio cuenta de que algo me había pasado. «Las madres son brujas», eso es lo que dice Andrea todo el tiempo, y yo la secundo.
Le inventé una vaga excusa: que se me había dañado un pedido grande y me habían tratado mal. Estoy segura de que no me creyó, pero lo dejó pasar. Pasamos el domingo juntas, me hizo sopa de pollo para el «mal de amores», según ella, y para el inicio de semana ya me sentía mejor.
Ya es martes y no me he encontrado con Pepe en lo que va de semana. La distancia que separa nuestras tiendas siempre me había molestado porque no podía verlo con tanta frecuencia, pero hoy lo agradezco.
El trabajo los primeros días de la semana es más relajado, es media mañana y solo hemos tenido un par de clientes hasta ahora.
—¡Vamos, chama! Canta conmigo —propone Andrea. Ha pasado toda la mañana escuchando canciones para, según ella, animarme, aunque creo que lo que busca es deprimirme.
—Send my love to your new lover. Treat her better. We've gotta let go of all of our ghosts. We both know we ain't kids no more...—cantamos juntas.
—No hay nada mejor para pasar un despecho que escuchar a Adele —afirma con seguridad.
—Yo no estoy tan segura. Lo mejor es comerse un pote de helado de chocolate —contradigo.
Andrea se voltea y me ve con los ojos entrecerrados.
—Claro, te aprovechas de mí porque no puedo comer chocolate.
Le saco la lengua en respuesta. Lo cierto es que no como chocolate cuando estoy con ella para cuidarla. Es alérgica y, a menos que quiera verla medio muerta, es mejor mantenerla alejada de todo lo que contenga cacao.
—¡Hola! ¿Está abierto?
Una chica joven está en la entrada de la floristería. Le doy un vistazo breve antes de responderle.
—Sí, claro, adelante. ¿Buscas algo en particular? —me dirijo a ella con una sonrisa de bienvenida.
—Por ahora no, solo voy a mirar, ¿está bien eso?
Asiento y aprovecho que se distrae para observarla mejor.
Parece algo tímida, la forma en la que ambas manos se aferra a su bolso cruzado de lado me lo confirma. Viste unos jeans clásicos y una franela blanca, acompañada con un chaleco de mezclilla. El cabello negro le cae en ondas suaves a mitad de la espalda y combina a la perfección con el tono oliva de su piel. Sus ojos son almendrados y de un color café intenso.
—¿Irá a comprar? —susurra Andrea a mi lado y yo alzo mis hombros en respuesta. Ambas estamos viéndola recorrer los pasillos de la tienda hasta que se detiene frente a unos ramos de jazmines blancos.
La chica sonríe al verlos, no logro descifrar por completo lo que siente, pero me transmite mucha melancólica. Espero un rato antes de acercarme a ella.
—Son hermosos, ¿no te parece? —digo, tratando de iniciar una conversación.
—Sí, lo son. De hecho, son mis flores favoritas —confiesa la chica.
Tardo solo unos segundos en pensarlo, pero mi cuerpo y mi boca reaccionan antes que yo. Tomo uno de los ramos y se lo ofrezco.
—Si gustas, puedes llevártelo —propongo.
Ella abre los ojos con sorpresa y empieza a negar con la cabeza.
—No, no. Me da mucha pena —niega y con sus manos empuja el ramo de vuelta a mí.
—Insisto. Para mañana debemos reemplazarlos, que alguien se los lleve es darles una segunda oportunidad —explico—. Tómalo, es tuyo.
Ella observa el ramo y me da las gracias tan bajo que lo escucho como un susurro. La dejo allí para que siga observando las flores y me dirijo a la barra con Andrea. Para muchos quizás sea extraño entrar a una floristería y perder el tiempo entre las plantas. Pero para mí no, por lo que puedo entenderla.
Hace algunos años, cuando estaba en bachillerato, me gustaba ir a un vivero que quedaba en un municipio de Caracas llamado, Chacao, cerca de la plaza principal. El lugar era bastante grande, lo suficiente como para ocupar poco menos de media cuadra. En la entrada siempre estaba una chica muy amable que te invitaba a pasar y disfrutar un rato observando las flores.
Lo que más me gustaba de ese lugar es la sensación de tranquilidad que lograba transmitirme. Al estar allí, yo perdía la noción del tiempo, hasta que mi madre me llamaba por el celular para recordarme que se estaba haciendo tarde y que debía volver a casa.
—Chao, gracias por todo, de verdad. Han hecho que mi día estuviera mucho mejor —se despide la chica al cabo de un rato.
Andrea vuelve a escuchar su música y yo estoy pensando en a quien escribirle una carta, cuando un niño como de diez años entra a la tienda y se detiene frente a mí.
—¿Te puedo ayudar? —digo, tratando de sonar amable, sin embargo, no me gustan mucho que los niños entren a la tienda sin sus padres porque a la mayoría les gusta hacer desastres.
—Estoy buscando a Marisol, ¿eres tú? —pregunta el niño, mostrando una sonrisa a la que le faltan dos dientes.
Sonrío en respuesta, pero la desconfianza hace su trabajo y trato de pensar en qué decirle cuando Andrea se hace cargo de la situación.
—Soy yo. Dime, ¿qué deseas?
El niño nos mira con duda, casi adivinando que le hemos mentido, pero se encoge de hombros sin darle mucha importancia y le da un paquete a Andrea.
—Me dijeron que preguntara por Marisol y le entregara esto.
El paquete es pequeño, como del tamaño de la caja de celular. Andrea y yo intercambiamos miradas.
—¿Quién te pidió eso? —pregunto al niño.
—No puedo decirle porque me pagaron precisamente para eso —dice con complicidad—. Ve voy.
Antes de poder preguntarle algo más, el niño sale corriendo. Salgo de detrás del mostrador e intento alcanzarlo, pero se me pierde al verlo salir del centro comercial. Además, no puedo andar por ahí correteando a un niño sin que la gente me vea raro. Me regreso a la tienda y me encuentro a Andrea con el paquete en la mano.
—Vamos, ábrelo —pide emocionada al entregarme la caja—. Quiero saber que tiene.
Nos sentamos de nuevo en el mostrador y observo el paquete al dejarlo sobre la encimera. Está forrado con un papel de regalo azul cielo con diminutas flores blancas y un bonito lazo plateado adorna una de las esquinas. Lo tomo entre mis manos y lo sacudo, pero no logro adivinar que hay adentro.
Con cuidado, empiezo a quitar el papel de regalo, tratando de no romperlo. Al hacerlo, veo que es una caja marrón, sin ningún tipo de detalles. Quito la tapa de la caja y me encuentro con un sobre de cartulina que tiene mi nombre escrito en una preciosa caligrafía de letras doradas. Rompo el sello dorado que cierra el sobre y, al abrirlo, me quedo sin palabras.
—Wow —dice Andrea—. Es hermoso.
Yo me he quedado sin habla.
El sobre en realidad, el sobre es un porta collares, y de él cuelga una cadena que finaliza con un pequeño girasol tallado en plata envejecida acompañado por un dije con letra "M".
No puedo dejar de mirarlo.
—Hace unos años vi un collar parecido, pero en color dorado. Quise comprarlo, pero no tenían en color plateado. Luego de eso, estuve buscando uno parecido, pero no volví a verlo hasta el día de hoy —confieso.
Dejo escapar la respiración que no sabía que estaba conteniendo y siento un cosquilleo en mi estómago al notar que en la caja hay una carta. Coloco el collar a un lado y tomo la carta. El sobre que la contiene es completamente blanco, no tiene nombres. Mi corazón empieza a palpitar con fuerza a medida que lo abro, imaginado quien es el remitente.
Caracas - Venezuela
Octubre 2020
Querida chica Girasol:
Me disculpo por el atrevimiento. Hace unos días vi este collar y pensé en ti. Es un relicario, se abre en medio de los pétalos centrales. Espero de todo corazón que te guste.
He estado muy preocupado por ti. El sábado estaba en la feria, aprovechando la hora del almuerzo, cuando te vi llegar. Por un momento pensé que me reconocerías, pero pasaste de largo hasta la banca. No te quise espiar, pero no podía dejar de verte. Ese vestido verde que usabas era muy bonito. Deberías usarlo más seguido. Como sea, el punto es que te vi llegar hasta donde estaba una pareja. No hablaron mucho pero cuando pasaste nuevamente por mi lado noté que estabas llorando.
Marisol, de verdad, perdóname por no seguirte. No supe qué hacer. Pensé que te asustaría si te seguía. He ido estos tres días seguidos a la feria con la intención de verte, creía que me responderías y tenía la esperanza de ver cuándo lo hicieras.
Sé que te sorprendió mi carta anterior, pero no te preocupes, no le diré a nadie tu identidad. Entiendo que no quieras hablarme, que no quieras responderme. Estoy seguro de que no era eso lo que estabas buscando al escribirme. De ser así, habrías dejado tus datos, o me habrías buscado mucho antes. Por favor, perdóname por eso. No volverá a suceder. Sin poder decir nada más, me despido.
Recuerda que alguien te ama en secreto.
Atentamente, el chico Olivo.
—¡Andrea, Andrea, no era Pepe el de la carta! —digo emocionada, prácticamente saltando con la carta pegada a mi pecho.
—¿Cómo que no es Pepe? Entonces, ¿de quién es la carta? —pregunta ella sin entender nada.
Le extiendo la carta para que la lea y me pongo a observar el collar. En efecto, es un relicario. Al abrirse me encuentro con un dije circular que dice: "Te amo". Un suspiro se escapa de mí y comienzo a saltar de alegría.
—Chama, ¿te das cuenta de que no te va a escribir más? —pregunta mi amiga al terminar de leer la carta.
Detengo mi baile al caer en cuenta de eso.
—¡Él cree que no quise responderle! —grito. La alegría se esfuma y un cosquilleo fastidioso en la base de mi espalda comienza a recorrerme la columna—. Andrea, tengo que hacer algo, no puedo dejar las cosas así —digo agarrando las cosas para salir de la tienda.
Andrea me detiene sujetándome por el brazo.
—Chama, ya va. Bájale dos a la emoción —aconseja—. Vamos a pensar las cosas un momento.
Queda claro que la voz de la sabiduría en esta relación no soy yo. Soy bastante emocional, no pienso las cosas dos veces antes de hacerlas. Prefiero pedir perdón que pedir permiso. «¿Y si me dicen que no?». Por culpa de eso ya me he metido en problemas en el pasado, sin embargo, es algo que no he podido cambiar.
Andrea, en cambio, no hace algo hasta que no ha planeado hasta el último detalle. Prevé cada escenario posible y actúa en consecuencia. Juntas hacemos un buen equipo. La miro mordiéndome los labios y me vuelvo a sentar a su lado como una niña regañada.
—Entonces... —comienzo.
—Entonces, Marisol, ¿no estabas locamente enamorada de Pepe hasta hace tres días? —cuestiona.
Trato de hacer uso de mis facultades mentales antes de responder.
—Pues sí. O sea, me gusta —«¿A quién no le gustaría un tipo que bien podría ser parte del cast de "Vikingos"?»—. Pero él tiene novia, y eso es más como un amor platónico, ya sabes, de esos que ves de lejos sabiendo que nunca serán tuyos.
—Un amor platónico al que le regalaste un disco de tu banda favorita y le escribiste varias cartas —me reclama.
—Si, bueno, nunca he dicho que soy la persona más sensata del universo —admito con descaro.
—Marisol, yo no quiero que sufras por enamorarte de alguien que no conoces —suplica Andrea.
En eso ella tiene razón, no lo conozco; aunque si lo pienso bien...
—En realidad sí lo conozco —aseguro—. Ya le he escribí antes. Lo que tengo que hacer es recordar a quien le he escrito y listo.
La expresión facial favorita de Andrea es entrecerrar los ojos; en parte es por su miopía y en parte también es su capacidad para desconfiar de todo. Mirándome así me dice:
—¿Y listo? ¿Tienes alguna idea de quién es o planeas lanzarte de nuevo en un barranco?
Hago un mohín al oír eso. Tengo casi una semana pensándolo. He descubierto algunas cosas.
—Aún no puedo asegurar quién es, pero—Uso mis dedos para enumerar—: Primero, es hombre, eso descarta a varias personas y segundo, trabaja aquí, en el centro comercial. La mayoría de las personas a quienes le escribí viven cerca de la casa. De aquí sólo le he escrito a cinco personas: dos de ellas son mujeres y ya descartamos a Pepe.
—Eso nos deja a dos. ¿Quiénes son? —Andrea busca un lápiz y papel, lista para sacar cuentas.
—Manuel, el de la tienda de discos y...
—... ¿y?
—Román.
—¿El de la heladería? —pregunta con sorpresa. Yo asiento—. Por lo menos tendremos helados gratis.
—Ya ves. Ellos dos son mis opciones.
Juntas nos ponemos a pensar en quién podrá ser. De pronto algo se me viene a la mente.
—Chama, ¿cómo rayos voy a responderle si él ya no me va a escribir? —pregunto al recordar ese detalle.
—Ja, eso déjamelo a mí —pide Andrea, y una sonrisa maquiavélica se dibuja en su rostro.
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Hola bellezas tropicales.
Este es el capítulo más largo que he escrito hasta ahora. Como sabrán, estoy comenzando con la escritura y, en lo personal, me siento muy orgullosa de esto. Sé que, comparado con otros, esto no es nada, pero comparado conmigo misma es bastante.
Gracias por su apoyo a la historia. Amo sus comentarios, me divierto un mundo con ellos ♥️♥️
¿Tienen teorías? ¿Qué planea Andrea? ¿Será Manuel o Román?
Nos vemos pronto. Besos 😘♥️
Tengo problemas con los guiones. Por favor, avísenme como se les ve ♥️♥️
⭐Gracias por sus votos⭐
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