🌻Capítulo 19🌻


Capítulo dedicado a LUCEROGORDILLOPAZ0 por su apoyo a la historia.

De antemano, mil gracias por sus votos y comentarios.
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La canción que el chico Olivo me dedicó ha estado dando vueltas en mi cabeza por muchos días.

La he repetido una y otra vez, hasta aprendermela. La letra y la melodía generan en mí un estado risueño que no pasa desapercibido para nadie. Sobretodo porque me la paso tarareándola la mayor parte del tiempo.

Hasta mi papá, que es el doble de despistado que yo, lo notó y me lo hizo saber; a su manera, claro está.

—¿Y a ti qué te pasó? ¿Cuál de tus novios literarios se te declaró? —preguntó durante el desayuno esta mañana.

Me encogí de hombros en contestación y él continuó leyendo su periódico, pero con una leve sonrisa dibujada en su rostro.

Hoy es el aniversario de plata de mis padres, sus veinticinco años juntos. Amándose la mayor parte del tiempo y queriendo matarse mutuamente el resto del mismo.

Según dice mi mamá, ellos pueden que lleguen a odiarse un poquito más cada día, pero nunca se querrán menos.

Aunque, a decir verdad, nunca los he escuchado discutir por cosas realmente graves. Más allá de las eterna pelea de mi mamá con mi papá para que él baje la tapa del inodoro y la respuesta de mi papá diciéndole que puede hacerlo ella misma si eso le causa molestia.

Pero eso ya es un caso perdido. A esta altura, creo que lo hacen solo para no perder la costumbre y tener algo por lo cual discutir.

Andrea y yo acordamos cerrar temprano la floristería para poder arreglar la casa antes de que mis padres lleguen.

Le pedí a Julián que se encargara de sacar a mi mamá de la casa y que la llevara a algún lugar bonito hasta que todo esté listo.

Hicimos una pequeña lista de invitados con algunos pocos amigos de mamá y papá, pero no le pedimos ayuda porque queríamos que todo quedara entre familia. Además, será una reunión sorpresa, y las sorpresas se dañan cuando se le informa a mucha gente.

Cargadas con listones, velas y muchas flores, mi amiga y yo comenzamos a preparar el lugar.

—¿Crees que así es suficiente? —pregunta Andrea cuando termina de decorar la sala mientras yo me encargo de hacer la salsa para los pasapalos.

La pobre se está mordiendo la uña del pulgar izquierdo mientras espera mi respuesta.

—Wao...

Es lo único que puedo exclamar al ver el maravilloso trabajo que hizo mi amiga.

Despejó el espacio de la sala de tal manera que al entrar a la casa lo primero que se ve es una pequeña mesa plateada decorada con velas aromáticas y pétalos de rosas blancas; las favoritas de mi mamá.

En el centro, iluminada por la luz de las velas, se encuentra un marco de plata con la fotografía de la boda de mis padres.

Fue una ceremonia muy sencilla, solo con poco amigos y familiares.

Mi mamá tenía un vestido tipo lapiz, largo, casi llegando a sus tobillo, se ajustaba a su cintura sin marcarla exageradamente, con tirantes gruesos y un escote en forma de corazón. El vestido era, por su puesto, de color negro, porque eso de las supersticiones no va con ella.

Un enorme tajo deja al descubierto una de sus piernas hasta el muslo. Es evidente que le encantaba ir al gimnasio cada vez que tenía la oportunidad. El cabello aún lo mantenía largo y con grandes ondas que caía como una cascada al rededor de su rostro hasta la espalda baja.

Mi padre vestía un traje gris a cuadros, acompañado de una camisa negra sin corbata. Su cabello castaño, la mayor añoranza de su juventud y que yo heredé, era abundante y espeso; mucho más lacio que el de mi mamá.

Ambos estaban abrazándose, como si no quisieran tener ninguna espacio entre los dos, sonriendo discretamente a la cámara. La felicidad de ambos aún es palpable, aunque la fotografía esté un poco amarillenta por el paso de los años.

—Andrea, esto es hermoso —digo conmovida, acercándome para darle un abrazo—, mucho más hermoso de lo yo podría haberlo hecho —gimoteo limpiando una lágrima que se escapa de mis ojos.

Últimamente me he sentido más emocional de lo normal. No sé si se debe al aniversario de mis padres, a la conversación que tuve con Manolo cuando lo ayudé con su propio aniversario, a mis conversaciones con el chico Olivo o si es porque estoy en mis días... tal vez sea todo junto.

Andrea me abraza en respuesta antes de mirarme con autosuficiencia y responder:

—Lo sé, nene, lo sé —dice, haciendo su mejor imitación de Edna Moda—. Pero me encanta que lo digas —ríe sin dejar de abrazarme—. ¿Cómo vas en la cocina?

«¡Ay! El pastel.»

Me suelto de mi amiga y corro hasta el horno para apagarlo.

—Creo que no se quemó —supiro aliviada—. Solo tengo que dejar que se enfríe para decorarlo. El resto de las cosas está lista —digo señalando la encimera de la cocina.

Andrea ya se encuentra ahí, picando de todo un poquito, probando los diferentes aperitivos.

Como estaba falta de tiempo, decidí comprar algunos pasapalos en una panadería cercana. Las salsas ya están lista. Solo nos queda darle algunos detalles a la decoración de la torta y todo estará listo.

—¿No sientes que falta como algo? —Andrea se sitúa entre la cocina y la sala, observando su propia decoración con un tequeño en la mano—. ¿Crees que debimos colocar globos?

Ruedo mis ojos de solo pensarlo.

—No, a mi mamá no le gustan. Dice que le recuerdan a fiestas infantiles —respondo—. La última vez que los usó fue en mi fiesta de graduación de bachillerato, y para ese entonces yo ya opinaba como ella.

Andrea asiente, no muy convencida.

—Aún así, siento que falta «algo».

Muerdo mis labios y me pongo a pensar en qué hará falta.

¿Comida? Listo.
¿Decoración? Listo.
¿Bebidas? Listo.
¿Regalo de mis padres? De eso se encarga mi papá, así que diré que está listo.

Viéndolos bien, no tenemos muchas cosas alusivas a los veinticinco años. Quizás si necesitamos unos de esos globos que se están usando ahora en forma de números, o talvez...

El sonido del timbre de la puerta me saca de mi ensoñación.

«¡NO!», pienso.

Aún es muy pronto para que mis padres lleguen, y si bien no falta mucho, sin duda no puedo dejar que pasen a la casa así.

Salgo corriendo hasta la puerta cuando escucho que comienzan a abrirla. La voz de Julián me pone alerta.

«¡Tenía solo un trabajo, mantener a mi mamá fuera de aquí!», me quejo mentalmente.

Intentan abrir la puerta, pero me recuesto contra ella usando todo mi peso para evitarlo.

—Por favor, váyanse —suplico—. Regresen en dos horas, no sé, pero ¡váyanse!

Julián continúa forcejeando conmigo y la puerta se abre por unos centímetros pero vuelve a cerrarse cuando Andrea me ayuda.

—¿¡MARISOL, ESTÁS LOCA!? Abre la puerta —grita Julián desde el otro lado—. O sea, yo sé que estás loca, pero necesito pasar. Abre.

Comienzan a tocar la puerta de manera deseperada, pero yo me afinco más para que no logren pasar.

—¡NO! —grito—. Solo tenía un trabajo, Julián, uno solo, que era mantener a mi mamá lejos de aquí, y no pudiste hacerlo, así que te quedas afuera hasta que yo termine.

Un bufido demuestra la frustración de mi hermano.

—Marisol, abre que necesito ir al baño —dice que con una voz calmada—. Además, mi mamá está con mi papá.

Decido rendirme y dejar de hacer fuerza. La puerta de abre de par en par debido a la presión acumulada y Julián casi cae de bruces al suelo, pero Marco lo agarra antes de que pueda lastimarse.

«¡MARCO!»

Abro mis ojos al ver a Marco.

Julián se levanta, me da una mirada molesta y se dirige, casi corriendo, por el pasillo al baño. Yo me quedo como una tonta al lado de Marco sin saber qué hacer. Mi amiga pasa por mi lado y abraza a Marco para saludarlo.

—Hey, ¿cómo sigues? Tenía tiempo sin verte —pregunta amable—. Ya estaba pensando que te habías perdido en el ropero camino a Narnia.

Marco deja salir una carcajada en respuesta y abraza a Andrea.

«"Pinsibi qii ti hibiis pirdidi cimini i Nirnii". Ni que hubiera sido tan divertido ese chiste», pienso volteando los ojos.

Cojo una bocanada de aire y pido internamente una dosis de paciencia.

No quiero estar de mal humor, pero la actitud que Marco ha tenido conmigo estos días no ayuda para nada.

Se supone que quienes sufren cambios de humor a lo largo del mes somos las mujeres por las hormonas y todo el cuento premenstrual, pero ¿cómo haces cuando tú «mejor amigo» tiene más cambios que un carro sincrónico?

Digo un buenas tardes casi inaudible y me dirijo a la cocina. Bien que tengo mucho trabajo por hacer y la repostería me distrae.

Saco el pastel del horno después de comprobar que está a temperatura ambiente.

Pongo a calentar agua y, mientras eso se hace, separo las claras de la yemas y a tamizo el azúcar para preparar el merengue suizo con el que voy a decorar el pastel de mis padres.

No soy muy amante del fondant. Pienso que tener que moder una masa dura y dulzona le quita todo lo sabroso a los pasteles. Por eso prefiero el merengue.

Comienzo a batir las claras con el azúcar hasta punto de nieve, cómo esto usando una batidora electrica no escucho que alguien entró a la cocina hasta que siento que un par de manos tapan mis ojos.

—Adivina quién soy —dice Marco.

Eso funcionaría si no supiera que es el único extraño en casa... o si no conociera su voz como si fuera la mía propia.

Apago la batidora antes de contestar.

—Mmm... No sé, ¿el señor Tomnus? —ironizo recordando las palabras de Andrea sobre Narnia.

Puedo sentir la risa de Marco resonar con su pecho en mi espalda.

—Puede ser. ¿Por qué? ¿Quisieras perderte conmigo? —pregunta Marco aún riéndose.

Puedo sentir el calor aumentar en la cocina, y no es precisamente por el horno, porque lo apagué hace mucho.

El sonido de una garganta aclarándose hace que Marco me destape los ojos, pero, casualmente, deja una de sus manos sobre la mía en la encimera.

«Si las miradas mataran, ya estuviese muerta», pienso.

Julián nos está viendo con evidente molestia, sobretodo a mí. Alzo las cejas en modo de pregunta.

—¿Puedo saber por qué te volviste como loca hace rato? —gruñe señalando la puerta.

Me encojo de hombros y retiro mi mano derecha de debajo de la de Marco para continuar batiendo antes de de se baje la mezcla.

—Ya te pudiste dar cuenta —grito para hacerme escuchar sobre el ruido de la batidora—: creí que venías con mamá y la casa aún no está lista.

Julián se relaja un poco.

—Marisol, no estoy loco —asegura—. Yo también quiero que esto salga lo mejor posible para nuestros padres —Se acerca a los pasapalos, toma un par y le ofrece a Marco uno.

»Hace días convencí a papá para que invitara a salir a mamá. Ambos fueron a pasear y, según papá, «a comer helado como cuando eran novios».

Sonrío ante la imagen de mis padres caminando por el boulevar, tomados de la mano mientras comen helado.

—¿Y dónde conseguiste a Marco? —pregunto mirando de reojo a este. No ha dicho nada más, pero está atento a lo que decimos Julián y yo.

—Me lo encontré cuando venía llegando, dijo que tiene algo que de seguro necesitarías para el aniversario —Julían le da otro mordisco al pasapalo—. Pero como no soy mandadero de nadie, él te puede decir mejor que yo qué es lo que trajo. Me voy a bañar y a arreglar porque los invitados no tardan en llegar.

Julián agarra otro aperitivo y sale corriendo antes de que pueda protestar por comérselos antes.

El silencio se instala en la cocina después de eso. Desde aquí puedo ver a mi amiga en la sala haciéndose la loca para no mirar en mi dirección.

Marco se acerca un poco más a mí y siento nuevamente que la cocina es un lugar demasiado pequeño para nosotros dos.

Me concentro en batir sobre agua tibia hasta que los cristales de azúcar se deshacen y el merengue comienza a montar.

—No me respondiste —suelta Marco de pronto. Lo miro confundida. No entiendo de qué habla y él lo nota—. Cuando te pregunté si querías escapar conmigo. ¿Es que no quieres?

Se acerca más a mí, de manera que quedamos frente a frente, solo separados por la mezcla que estoy batiendo. Teniéndolo tan cerca me pierdo en sus ojos, que hoy se ven más intensos que de costumbre, de un color chocolate puro.

Él estira su mano hasta dar con mi mejilla, pasa su pulgar cerca de mis labios y lo deja allí unos segundos. Mi corazón late deseperado en mi pecho al sentir su cálido toque. Luego retira con lentitud el dedo y se lo lleva hasta su boca para lamerlo.

—Lo siento, tenías un poco de merengue allí —dice señalando mi cara.

Siento mi rostro arder y no me doy cuenta de que dejé de batir hasta que él me da una media sonrisa y sale de la cocina.

Intento recuperar mi respiración y tratar de regular mi temperatura.

«¿Qué rayos acaba de pasar?».

Me quedo ahí, sola, pensando en eso y en qué la noche apenas comienza.

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Holis, bellezas.
En le multimedia dejé dos opciones para la portada. ¿Me ayudarían escogiendo su favorita?

¿Opiniones?
Han pasado 9 días desde que Marisol escuchó la canción del chico Olivo. ¿Qué creen que ha pasado estos días?

Lo iremos sabiendo de a poco.

Sé que dije que les daría dos capítulos, pero he tenido muchos problemas en casa con mi mami, mi hermano y mi cuñada enfermos. Aparte, mi abuelita falleció y ha sido todo un locura.
Escribí muchas palabras que luego borré, una y otra vez porque los personajes estaban resintiendo mi estado de ánimo y no era justo hacerles eso.

Hoy me tomé un tiempito para alejarme todo un rato y dedicarle tiempo a esta historia que amo con locura.

Gracias por estar aquí, amo a esas personas que siempre están a la espera de más locuras de Marisol.

¿Qué opinan de los banners?
Los hice en esas noches que me costaba dormir.
¿Cuál prefieren? ¿Azul o naranja?

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