🌻Capítulo 17🌻
Capítulo dedicado a tafycass por su apoyo a la historia. ❤️
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Estos tres días sin mi amiga en el local han sido una completa locura. No me doy a basto yo sola para estar atenta a los clientes que se pasean por la tienda y a los que llegan haciendo mil preguntas sin sentido para al final no comprar nada, además de hacer los cobros sin que les regale parte del dinero por anotar mal los datos.
—Al fin es sábado —suspiro cansada.
Ya son las seis de la tarde. Estoy terminando de acomodar la floristería para volver el lunes a primera hora.
Antes de salir, verifico que todo esté en orden: equipos desenchufados, las llaves de agua cerrada y la alarma de incendio activa. Apago las luces y me dirijo a la salida.
Voy tan distraída escribiendo un mensaje para Andrea que no me doy cuenta de la persona que tengo al frente hasta que choco con ella.
—Oh, disculpe… —me excuso—. ¿Manolo? ¿Cómo está? ¿Listo para irse a casa?
Las arrugas a los lados de los ojos de Manolo se hacen más visibles al sonreír para saludarme.
—Hola, niña. Estoy bien, gracias por preguntar. ¿Y tú?
Ambos seguimos caminando juntos y trato de retrasar mis pasos para ir a su ritmo. No había notado antes que cojeara.
—Estoy bien, disculpe, ¿se lastimó? —digo señalando indiscretamente su pierna derecha.
—Ya sabes, niña, cada día tengo dolores nuevos en este par de piernas viejas —dice encogiendo sus hombros, tratando de mantener el buen humor siempre—. Pero sí, me lastimé el día que se fue la luz. Me acerqué a la entrada de la zapatería para cerrar la puerta y no vi un estante que estaba cerca. Me tropecé y casi caigo. Gracias a Dios pude agarrarme a tiempo, pero el dolor persiste. Ya no tengo la misma flexibilidad de hace cincuenta años, y cualquier mal movimiento tarda días en curarse.
Yo asiento comprensiva, mis abuelos son solo un poco mayor que Manolo y me preocupa que vivan lejos, sin poder cuidarlos. Pero son testarudos y del pueblo no los saca nadie.
—Sabe que puede contar conmigo si lo necesita, ¿no?
Le ofrezco mi brazo para acompañarlo hasta la parada de autobuses; él lo toma sonriente apoyándose en mí.
—Lo sé, niña llorona, siempre has sido muy amable conmigo
Sonrío al escuchar nuevamente ese cariñoso apodo.
Cuando estaba pequeña, la guardería donde estudiaba con mi hermano estaba cerca de la casa de Manolo. No me gustaba ir a la escuela, por lo que siempre hacia ese recorrido llorando. Manolo me vio un día y comenzó a llamarme "Niña llorona"; y así me quedé.
Manolo y yo vamos caminando en silencio hasta llegar a la calle principal, poco a poco, como quien va contra el viento. Puedo sentir la fragilidad de sus huesos en cada esfuerzo que hace, pero no sé qué puedo decirle.
—De hecho —Manolo interrumpe mis pensamientos—, ahora que lo pienso sí podría necesitar ayuda tuya.
Me emociono al pensar en qué podría serle útil.
—Claro, dígame.
Manolo se detiene un momento, me hace seña para que lo espere, y busca algo en el bolsillo interno de su gruesa chaqueta de color caqui. Saca una foto y sonríe antes de enseñármela.
En la foto se ve a una pareja en el día de su boda. Aunque se encuentra en tonos sepia, se puede distinguir claramente las grandes sonrisas que adornan los rostros de los novios. Él es mucho más alto que ella. Sus hombros son amplios y su porte transmite mucha confianza y seguridad en sí mismo. Tiene el cabello largo, oscuro y abundante, a la altura de los hombros, muy típico de los años setenta, al mejor estilo de Barry Gibb, de los Bee Gees. Se lo ve muy orgulloso, como si hubiera ganado el mejor premio de mundo. El amor es sus ojos es palpable, puedo sentirlo incluso hasta aquí.
La novia lleva un vestido largo y amplio, sin ser sobrecargado, con amplias mangas largas, abombadas en las muñecas. El cuello alto de encaje hace un bonito escote falso. Una diadema de perlas adorna su cabello suelto con grandes ondas, cubierto con un velo corto que termina a la altura de los hombros. Ella es un poco más baja que el novio, pero eso parecer ser precisamente lo que hace que ambos se vean en armonía. Sus ojos están enfocados es su esposo, mirando en dirección a sus labios. Desde aquí puedo percibir su deseo por recibir un beso.
—¿Es su boda? —pregunto boquiabierta sin dejar de observar la fotografía.
Una sonrisa triste se dibuja en su rostro y asiente.
—Hace casi cuarenta y seis años de eso —La nostalgia en el ambiente es tangible, no sé qué decir así que le regreso la foto—. Necesito tu ayuda para el aniversario de este año.
En mi cara se hace evidente la confusión, pero Manolo no tarda de explicarme.
—Perdí a Sara hace casi cinco años por culpa del cáncer, eso lo sabes —Se detiene un momento para tomar aire y continuar—. Pero yo le prometí que me acordaría de nuestro aniversario hasta el día de mi muerte, y estos últimos años no han sido la excepción. Pienso cumplir mi promesa hasta que ya no pueda.
Siento un cálido sentimiento surgir en mi interior.
—Aún no sé cómo podré ayudarlo, pero cuenta conmigo —respondo conmovida.
Un autobús se detiene frente a nosotros y subo con Manolo. Lo ayudo a acomodarse en uno de los asientos delanteros y me dirijo al final del transporte, al otro asiento disponible. Vivimos a unas cuadras de distancia, tendré que tomar otro carro para llegar a mi casa, pero quiero asegurarme de que él llegue con bien a la suya.
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El aniversario de mis padres es en dos semanas. Julián y yo aún no tenemos idea de qué les vamos a regalar, así que invitamos a Andrea y a Marco para que nos ayuden con la planificación sin que mis padres sospechen.
—Entonces, ¿cómo te has sentido?
—Le pregunto a Andrea en la cocina de mi casa.
—Ya me siento mejor, creo que me hacía falta descansar y olvidarme de todo un ratito —Ella está batiendo la mezcla para hacer una torta mientras que yo la ayudo pasándole los ingredientes—. El lunes si vuelvo al trabajo y a fastidiarte la vida.
—¡Qué bueno! Me has hecho una falta increíble.
La envuelvo en un gran abrazo hasta que ella me regaña para que la deje en paz.
—¿Y tú? ¿Algo nuevo qué contarme? —Echa un vistazo hacia la sala, en dirección a Marco y Julián, quienes están jugando ocupados dominó con mi papá.
—No nada, el chico olivo aún sin hacerse presente —digo con aburrimiento, apoyando la barbilla en mis manos con los codos sobre la encimera—. Lo único diferente esta semana es que me fui con Marco en las mañanas —Andrea levanta una ceja pero no dice nada—. Pero no te emociones.
—¿Yo? —ríe, mirando de nuevo a la sala—. ¿Y tú, no te emocionas? Marco siempre ha estado enamorado de ti y tu lo sabes.
Siento el calor subir a mi cara, aparto la mirada de donde están los chicos y la enfoco en un sitio perdido de la pared detrás de Andrea.
—Andrea, eso no es posible. Somos como hermanos.
Al parecer la conversación le dio ánimos a Andrea porque comienza a batir la mezcla con más ahínco.
—Pero no son hermanos —se burla—. Y ya no es el mismo niño de hace unos años —Andrea le da una mirada descarada a Marco, intentando observar hasta el último detalle—. Y tú ya no lo ves del mismo modo, ¿o sí?
Cubro mi rostro con las mano y ahogó un quejido.
—No sé, Andrea —susurro—. Yo sé que le gusto, pero no se me hace justo darle ilusiones si no estoy segura de poder corresponderle —Vuelvo a mirar a Marco, está riendo y yo correspondo, aunque no es conmigo—. No podría vivir así, sabiendo que le hice daño. Por otro lado, él es menor que yo y es el mejor amigo se mi hermano. Son muchas cosas.
—Ja —bufa Andrea—. ¿Mayor que él? Un año y medio, Marisol. Y él no es un niño. Respóndeme esto, ¿si él tuviera tu edad, o fuera mayor, tendrías algún reparo? —Muerdo mi labio en respuesta—. Tienes que dejar esos tontos prejuicios de lado. Por otro lado, ¿el mejor amigo de tu hermano? Fue tu mejor amigo antes, eso me lo has dicho. ¿Muchas cosas? Tonterías.
Andrea me hace seña para que la ayude a servir la mezcla en el envase para meterla en el horno. Después, junto todo en en el fregadero y comienzo a lavar los utensilios sucios.
—¿Puedo preguntarte algo? —digo al cabo de un rato.
—Esa ya fue una pregunta, así que no.
—No seas gafa.
—No seas boba —dice y le saco la lengua. Ella me hace una seña para que le pregunte.
—¿Por qué tanto interés en Marco?
Andrea pone los ojos en blanco antes de responder.
—No se trata de Marco, Marisol, se trata de ti y de tus estúpidos prejuicios. Entiendo eso de no comenzar una relación sin estar segura, pero nunca has estado segura con otras personas y aún así lo intentaste —me recrimina.
—Marco es diferente —me defiendo—. No puedo hacerle eso.
Andrea me mira incrédula.
—¿Diferente? A ver, ¿qué lo hace diferente al resto de los hombres? —dice señalando a la sala—. ¿Estás segura de que no eres tú la que lo ve diferente?
Miro en dirección a la sala y lo pienso. ¿Qué es lo que hace a Marco tan diferente?
Él, sintiendo mi mirada, levanta sus ojos en mi dirección y yo sonrío, pero no me corresponde, de hecho, parpadea varias veces en señal de confusión y vuelve su mirada al juego.
Siento algo minúsculo romperse dentro de mí, pero aparto ese sentimiento y trato de concentrarme en qué lo hace tan diferente.
Para empezar, Andrea tiene razón. Fuimos los mejores amigos por muchos años, hasta que llegamos a la adolescencia, cuando él tenía trece años, y él comenzó a interesarse en las chicas. Hasta entonces, nos contábamos todo, pero cuando me dijo que yo le gustaba supe que algo debía cambiar si no quería hacerle daño.
Él era muy inocente y su vida no había sido fácil. Yo siempre lo he querido, pero no me sentí atraída por él. Para mí, seguía siendo ese niño que llegó a nuestra puerta unos años atrás, un niño que necesitaba protección, no que le rompieran el corazón.
En se momento sonreí e hice que no era la gran cosa, pero poco a poco nos fuimos alejando y él se fue acercando a Julián, hasta convertirse en su mejor amigo. Desde entonces, siempre nos hemos visto regularmente, pero la relación cambió, para protegerlo.
Marco no ha tenido novia, eso es otra cosa que me retiene. ¿A qué espera?
—Piénsalo mejor, Marisol —Andrea me toma del brazo y lo aprieta cariñosamente—. «No es justo que te pierdas de algo bueno por culpa de los miedos», es lo que siempre me dices. Hazle caso a tu propio consejo.
Dicho esto se dirige a la sala y se sienta con los chicos en la mesa. Me divierto escuchando la algarabía porque Andrea removió la partida, obligándolos a empezar de nuevo.
Aprovecho que estoy sola y comienzo a buscar en Pinterest ideas para el aniversario.
¿Cena romántica en casa? Muy íntimo, mejor no. Aunque podría decirle a mi papá que lo haga él con mamá, el pobre es más despistado que yo, capaz se le olvida el regalo. Sin embargo, este año la vinotinto juega ese día y vamos a estar todos en casa.
¿Pancartas? Podría ser, pero Andrea tendría que ayudarme; soy fatal dibujando. Podríamos dibujar a mi papá con cabello, hace años que se queja por estar pelón.
¿Hamburguesas? Me encanta la idea, pero no hamburguesas clásicas. Puede ser con panes mucho más grandes, algo exagerado, digno de unos veinticinco años.
¿Anillos? Este es su aniversario de plata y en esta fecha se acostumbra a regalar algo de este material. Un par de nuevas alianzas sería el regalo ideal.
Anoto algunas de mis ideas para compartirlas con los chicos.
El sonido del horno me indica que ya está lista la torta. La saco y dejo que se enfríe frente al pequeño ventilador que se encuentra al lado de la licuadora. Saco del gabinete unos platos y unos vasos. Sirvo el refresco y los pedazos de ponqué y los voy llevando a la sala uno a uno.
El primero se lo doy a mi papá y este se despide de nosotros para irse a la habitación con mi mamá. En el camino recoge dos trozos más de torta y se los lleva; sacudo mi cabeza fingiendo no verlo.
Andrea y Julián recibe su merienda dejando de lado el juego. Cuando es el turno de Marco, sonrío mostrando hasta el último diente, pero, por lo visto, eso lo asusta porque me mira serio.
«¿Y a este qué le dio hoy?», me quejo mentalmente.
Voy a la cocina y me siento a comer allí. Marco me ha estado ignorando desde que llegó, pensé que sentía mal, pero desde donde estoy puedo verlo reírse y divertirse con mi hermano y mi amiga. ¿Será que está molesto por algo que hice? ¿Habrá oído mi conversación con Andrea?
Mi ánimo decae un poco al pensar en todo eso, pero me como otro pedazo de dulce para alegrarme un poco. Las cosas no están yendo cómo imaginé cuando les dije que vinieran a ayudarme.
Marco se levanta de la mesa de juego, recoje los platos y los vasos de sus compañeros y de dirige hacia donde estoy. Mi corazón da un vuelco al pensar que me dirá algo para romper el hielo que se ha creado durante toda la velada, pero solo pasa de largo por mi lado hasta llegar al fregadero y depositar allí las cosas. Sigo su camino con mi mirada y clavo mis ojos en su espalda. Marco se remueve incómodo, pero no me dice nada y comienza a fregar con lentitud.
Sintiéndome completamente ignorada, doy un bufido y me voy hasta la sala, sentándome en el sofá al lado de la mesa, visiblemente molesta.
—¿Qué te pasa? —pregunta Andrea.
Pongo mis ojos en blanco y le hago una seña para cambiar de tema. Ella y Julián comienzan una nueva partida, yo saco mi celular para distraerme un poco y noto que tengo un mensaje que no había leído.
Chico Olivo
Sábado 31 de oct. 2020, 07:38 p.m.
Hola... ¿Cómo estás? :) Sé que hablamos hace rato, pero ya te extraño.
«Al menos alguien me extraña», me digo mentalmente, y me apresuro a responder, aunque el mensaje me lo enviaron casi una hora antes.
Chica Girasol
Sábado 31 de oct. 2020, 08:23 p.m.
¿Sí? ¿Qué tanto me extrañas? ;) Siento que también te extraño. ¿Se puede extrañar a alguien que no se conoce?
Respondo en un burdo intento de coqueteo porque no ando de ánimo para nada más, pero me quedo observando el teléfono a la espera de la respuesta.
—¿En serio te vas?
La voz de Julián me hace levantar la vista para encontrarme con Marco, quien luce apenado.
—Sí, eh... —titubea al verme—. No me siento bien, creo.
Me levanto con rapidez del sofá, dejando el teléfono allí, y me acerco a él.
—¿Qué tienes? ¿Te duele algo?
Toco su frente en busca de alguna evidencia de fiebre y el se estremece al sentir el contacto con su piel, aun así, su temperatura es normal.
—No, no es eso —Aparta mano de su rostro pero no la suelta—. Debo irme, ha sido un día largo.
Aprieta mi mano con suavidad y se acerca para darme un beso en la mejilla. Puedo sentir su cálido aliento sobre mi piel y un escalofrío recorre toda mi espalda, arrancándome un suspiro involuntario. Siento ruborizarme y bajo la mirada, abochornada.
Marco se aleja sonriendo y se despide de Andrea y Julián. Me da una última mirada antes de irse y cierra la puerta tras de sí, dejándome confundida y con un montón de preguntas.
«¿Qué rayos acaba de pasar?».
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Hola mis bellezas tropicales, ¿cómo los trata el clima? Por estos lados ha estado lloviendo mucho.
¿Qué les pareció el capítulo? Siempre lo pregunto, pero es que me encanta leer sus comentarios y sus teorías.
Gracias por el apoyo que le han dado a la historia, por sus votos y sus comentarios, los valoro mucho. Por eso quería pedirles que comentaran aquí su nombre si quieren que les dedique un capítulo (si no se los he dedicado ya). Tengo una lista con las personas que comentan y votan, pero a veces se me pierden. Así que si quieren un capítulo comenten aquí:
👉🏼👉🏼👉🏼
L@s amo. ❤️❤️
Nos vemos en el siguiente capítulo.
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