31. Tradición de amigos.

Hoy es fin de semana, y todos los fines de semana llegan las facturas que debo pagar. Me levanto un poco más tarde, para disfrutar de dormir aunque sea unos minutos más. Después de la extensa y abrumada semana que tuve, es necesario descansar un poco más de lo habitual, aprovechando que no debo ir al trabajo.

Me visto y salgo al buzón. Varias facturas y entre ellas... ¿Otra vez una carta de David? Comienzo a leerla mientras entro a la casa. ¿Quiere que nos veamos? Ay, no sé si quiera verlo, no después de todo lo que ha pasado. Pero quizás sirva para comprender un poco el motivo de por qué me enviaba todas esas cartas y por qué me hizo todo ese daño. Tampoco puedo seguir ocultando mis sentimientos, me estoy enamorando de él, pero lo sigo odiando por eso, porque él sabía lo que estaba haciendo y no me dijo quién era desde un principio.

Vuelvo a doblar la carta y la guardo en la mesa de noche, en donde aún tengo las demás cartas que me ha enviado David. ¿Por qué me pasa esto a mí? Todo esto solo pasa en las películas, que el "chico malo" se enamora de la "chica tímida. Pero eso pasa en la escuela, no después de tantos años. Me siento como una adolescente, enamorándose de quien no debe y negándose a sentir lo que siente. Si mi madre estuviera aquí, me aconsejaría, me diría que es lo que debo hacer... Necesito hablar con alguien.

Tomo mi celular y llamo a María, mi mejor amiga.

(Llamada)

—¡Amiga! ¿Cómo estás? —me saluda.

—¡María! Aquí, más o menos, ¿y tú?

—¿Mas o menos? ¿Por qué? ¿Qué te pasó? —me pregunta preocupada.

—¿Sabes si puedes venir a mi casa? Te lo contaré acá.

—Te escucho triste... claro que sí, amiga. En unos minutos estoy allá —corta la llamada.

De verdad que en estos momentos necesito a mi mejor amiga. Necesito de sus consejos.

Pasan algunos minutos y escucho que tocan la puerta. Ahí está María. Apenas me ve, observa mi rostro y me abraza. Nos separamos y nos sentamos en el sofá.

—¿Qué pasa, Helena? ¿Algo con tu familia?

—No, mi papá y Marco están bien. ¿Recuerdas que te conté sobre unas cartas que alguien me enviaba?

—Sí, y que te estabas enamorando de él... ¿se conocieron? —yo asiento. Ella abre la boca sorprendida— Y no me contaste nada. Que mala amiga, eh —ríe despacio. Yo le doy una media sonrisa.

—Todo pasó muy rápido. Nos juntamos hace algunos días y a que no adivinas quién es el estúpido... —ella niega, esperando que se lo diga— David, el chico que te había contado por quién tuve que ir a psicólogo en la adolescencia... ¿Puedes creerlo? Es irónico todo... —ella abre la boca sorprendida.

—¿Es en serio? ¿David? ¿Y te dio alguna explicación de por qué hizo todo eso?

—No, pero tampoco yo lo dejé hacerlo. No quería llorar frente a él, asi que corrí hacia la casa y no quise saber más de él.

—¿Y no te ha vuelto a contactar?

—Sí, me sigue enviando cartas... —digo mientras juego con mis dedos— ¿Qué hago, amiga? ¿Por qué tenía que ser él? —llevo las manos a mi rostro y cabello, frustrada, mientras doy un largo suspiro.

—Tranquila, amiga. Lo primero que debes hacer es conversar con él. Tienes que escucharlo, te tiene que dar una explicación por todo.

—Es que no puedo verlo. Yo creía que ya lo había superado, pero ahora me di cuenta que no del todo...

—Entonces lo primero que vamos a hacer es despejarnos de todo —dice alzando sus manos y poniéndose de pie. Yo la miro extrañada. ¿Qué se le habrá ocurrido?

—¿Despejarnos? ¿Cómo?

—En estos momentos tú necesitas a tus amigos. Voy a llamar a Paul, Thomas y Teresa, y llegarán en unos minutos —dice tomando su celular. Yo sólo le sonrío. Tal vez estar con mis amigos me ayude a despejarme un poco después de todo.

Después de unos minutos mis amigos entran por la puerta, con varias bolsas en sus manos. Cada uno de ellos me abraza y caminan hacia la cocina.

—¿Por qué tantas bolsas? ¿Qué traen? —les pregunto.

—¿Recuerdas cuando estábamos en la universidad lo que hacíamos cuando alguno de nosotros estaba triste o tenía algún problema? —Yo le sonrío, recordando.

—¡Ya traje todo lo necesario! —dice María, dejando las bolsas sobre la mesa— Paul y Thomas, escojan las canciones que cantaremos. Con Teresa cocinaremos.

—¿Y yo que hago? —pregunto.

—Tú tranquila. Hoy es tu noche —me responde Teresa— Hoy la que nos necesita eres tú. La noche de karaoke es por ti, para que no pienses en Daniel. Por hoy, olvídate de él, Helena.

La noche de karaoke era una de nuestras tradiciones entre amigos. Cada vez que alguien estaba triste o necesitaba despejarse de algún problema, era necesario cocinar la comida favorita de quien se sentía mal y cantar y pasarla bien entre amigos.

Cuando estuve de novia con Daniel, esta actividad entre nosotros se volvió una costumbre ya que después de todo lo que pasé con él frecuentemente tenía problemas con él, y allí estaban mis amigos, apoyándome.

Paul y Thomas caminan hacia el equipo de música y encienden la televisión, buscando la música para el karaoke. María y Teresa comienzan a cocinar la lasaña, mi comida favorita. Yo sólo las observo, sé que si les pregunto si puedo ayudarlas, no me dejarán, hoy la noche de karaoke es para mí. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top