Carta 26: El camino del río - Parte III
124 Mulberry St. - Little Italy, New York, martes
Piccolina:
Sí, lees bien, piccolina. Así es como me acaba de llamar el dueño del restaurante en el que estoy pasando la tarde. Adam está reunido con alguien en el centro, los demás están ocupados en sus cosas y yo estoy sentada aquí, tomando café italiano y deglutiendo masas secas. "¡¡Piccolina!!" grita el señor tras la barra cada vez que cruzo la puerta, e inmediatamente comienza a separar galletitas con chocolate. Yo sonrío, le lanzo besitos, y todos los mozos ríen. He venido aquí al menos diez veces desde que llegamos hace quince días, y cada vez me gusta más. A veces traigo a Domi, a veces a Adam, pero preferentemente vengo sola: mi amigo tras la barra no separa galletas cuando vienen los demás.
Estoy enamorada de la Pequeña Italia y todos los italianos que viven en ella.
Adoro este barrio. Es tan lindo, y la gente es tan amable, que creo que podría vivir aquí para siempre. Entiendo perfectamente a Benjamin y sus ganas de asentarse en este lugar. Se siente... como si uno fuera parte de una familia inmensa. Como si estar solo aquí no fuera tan solitario. Sé que no tiene mucho sentido, pero en la Pequeña Italia siempre habrá alguien para escucharte, darte un consejo gratuito y reconfortarte con un plato de comida caliente.
Pero aguarda, que no te he explicado nada y tal vez te confundas: estamos en Nueva York, Demon del pasado. No te das una idea lo mucho que se rió Adam el día que bajamos en el aeropuerto JFK y, totalmente desorientada, le comenté lo sorprendente que me resultaba notar que todo el mundo hablaba en inglés. Aún más increíble fue ver a Benjamin y Dominic esperándonos. No fue hasta que salí del aeropuerto y divisé la larga fila de taxis que noté lo evidente. "¡No estamos en Francia!" chillé indignada y los chicos estallaron en carcajadas.
Estamos quedándonos en un barrio que se llama NOLITA (North of Little Italy). No queda exactamente cerca de los grandes teatros de Broadway donde Benjamin está presentándose últimamente, pero sí queda en el vecindario de muchos teatros públicos y la Universidad de Nueva York. Me divierte mucho salir a hacer compras y ver cómo la gente lo reconoce y saluda; ahora es un reconocido actor del underground neoyorkino. Se siente extraño estar con Ben. Ha cambiado... pero creo que te contaré sobre eso en la próxima oportunidad.
¿Dónde me quedé la última vez? Oh sí, con la nota en la mano. En Gainesville.
Esa tarde tenía, en total, alrededor de cinco horas para conseguir un vehículo y largarme hacia el lago Seminole veloz como el viento. Las otras tres horas eran el tiempo de viaje. Recuerdo que tomé mi cartera, agua, al cachorro y una bolsa de golosinas para perro y me largué de Gainesville a buscar alguien que reuniera las tres características que necesitaba en ese preciso instante:
* Haría algo por mí sin pensarlo
* Haría algo por mí sin preguntar
* Tiene un medio de transporte
Me imaginé aquellos diagramas de Venn que nos enseñaban en el colegio: en la intersección de esas tres características, cumpliendo con todos los requisitos, había sólo una persona: Robert "Cachetes Preciosos" Kelley. Y, en un caluroso lunes por la tarde, no tuve que pensar demasiado en dónde se encontraba.
Llegué al campo de béisbol con la lengua afuera, sudada hasta las pestañas y la billetera al rojo vivo. Se escuchó un siniestro squiisshh cuando me despegué del asiento del taxi, y lo único que atiné a hacer al bajarme fue abanicarme disimuladamente las partes con la falda corta que llevaba puesta y beberme el agua de Cosmo. En cuanto estuve hidratada me até un enorme rodete de rulos, aseguré el pretal a la correa y me fui a buscar a mi buen amigo. Lo encontré sentado en la banca de su equipo, sudado y exhausto, en medio de la práctica. Se acercó trotando, sonriente, y vi que sus labios formaban un ¡Papita!.
Lo saludé pellizcándole las mejillas a través de la alambrada. —¡Vaya, no esperaba verte por aquí! —comentó extrañado, mientras le rascaba la barbilla a Cosmo.— ¿Buscas a Adam?
—No... estaba buscándote a ti, cariño. Vine a verte entrenar.
Me miró suspicaz, con los ojos entornados. —¿Ah sí? Si no te conociera desde hace años, diría casi con certeza que necesitas algo.
Estaba por poner cara de ofendida cuando sentí unas manos en la cadera y una risa conocida. Ay no no, ahora no. Adam me aferró cariñosamente por detrás, dándome un beso en el hombro derecho. Lo besé brevemente y mientras me acurrucaba en su pecho, pensé en cómo iba a distraerlo durante horas para irme con Robb. ¿Podré llevarlo conmigo? ¿Podré? No lo creo.
"¿Todo está bien?" me susurró cariñosamente al oído y yo asentí presurosa, comentando que necesitaba tomar un poco de aire y se me ocurrió visitar a Robbie. Frunció el ceño, descreído, y me besó la frente. "Eres muy mala mintiendo, conejita" susurró palmeándome el trasero y quise matarlo ahí mismo por haberse atrevido a compararme con un conejo.
Estuve un buen rato charlando con Adam y Robbie junto a la alambrada. Cosmo estaba cómodamente sentado sobre mi pie, barriendo el polvo del suelo con su colita peluda. Se levantó emocionado cuando Drew apareció caminando lentamente. Nos saludamos con una sonrisa, e inmediatamente Cosmo perdió la cabeza y comenzó a saltar y hacer alboroto. No estaba muy convencida, pero luego de cruzar una mirada fugaz con Adam, estiré la mano y le cedí a Drew la correa de mi perrito. No me gusta ser tan blanda, pero es evidente que los dos se adoran. Seguimos charlando y observándolos jugar en el suelo cuando el couch Tyler se unió a la reunión. Saludó cordialmente a Adam, y me guiñó un ojo con una sonrisita.
—¿Vienes a darle unos golpes a las bolas lentas que lanza tu amigo, McCann? —sugirió, y todos reímos por un instante. Luego, de la nada, Skylar se materializó junto al couch. Un escalofrío me recorrió la espalda. Me aferré aún más al pecho de Adam, que olía exquisito y no estaba nada pegajoso a pesar del calor.
Tal vez en ese momento debería haberla enfrentado. Lanzarle la nota de papel a la cara, darle uno o dos cachetazos y decirle que si se metía con mis amigas iba a lanzarle un maleficio terrible... pero no lo hice. Me quedé acurrucada observando su bolso horrendo de animal print apoyado en el suelo. Su bolso inmenso, abierto, de animal print. Quería enviarle un mensaje: no te tengo miedo, perra pero de seguro no iba a surtir un gran efecto si estaba rodeada de mi novio y amigos; pero aún así, quería hacerlo. Miré la hora, eran casi las nueve de la noche. Si quería llegar al lago debía irme en ese instante. Pero Skylar estaba ahí, y ninguna de las dos iba a llegar a la cita. Me puse a pensar, y me di cuenta que Skylar no pensaba ir a ningún lado: era evidente que era allí donde quería estar. Zorra astuta, tan astuta... si no hubiese ido al entrenamiento, probablemente hubiese intentado algo con Adam. Iba tener horas cerca de él sin que yo estuviera allí para rescatarlo. "Mi suerte empieza a cambiar", me dije, y suspiré de alivio. Casi caigo como una imbécil en los planes de esa víbora.
Y fue entonces que me separé de Adam. Me senté en las gradas, tomé un bolígrafo de mi cartera y detrás de la nota que dejó en mi puerta escribí en letras inmensas JÓDETE, PERRA. Usé mi labial favorito para pintarme la boca y, cuando no estaban mirándome, estampé un suculento beso en el papel. Hice una bola pequeña y la sostuve en el puño. Esperé a que nadie me viera y con mi súper puntería de bateadora experta lancé el papel a las fauces del bolso animal print. Cayó graciosamente describiendo una parábola y desapareció de la vista. Cuando estaba lista para levantarme y volver a abrazar la espalda de mi hermoso novio descubrí que mi crimen perfecto no era tan perfecto. Alguien me había visto... y se dirigía al bolso a toda velocidad.
Cosmo metió la cabeza en el bolso y comenzó a hurgar. Abrí la boca para llamarlo, pero Drew (que debía retenerlo... ¿cómo demonios se le pudo escapar?) se acercaba presuroso a disuadirlo. Skylar comenzó a chillar al verlo y Cosmo, que se dio cuenta que lo habían descubierto, gruñó con su cabeza atrapada en el acto. Antes de que pudiéramos hacer nada, se fue corriendo a la mayor velocidad que le permitió su cadera lastimada. Llevaba algo apretado firmemente entre los dientes. Sin dudarlo una milésima de segundo, se metió al campo de juego y comenzó a brincar entre los jugadores.
Se armó un pandemónium. Robb y el couch corrieron a atraparlo, mientras Drew intentaba atraerlo hacia la salida. Los ignoró por completo, trotando en círculos. Skylar observaba con cara de espanto, y yo no podía contener la risa, escondida detrás de Adam. Todos llamaban Cosmo, Cosmo, ven acá pero el cachorro de demonio sólo recibe órdenes de su tierno y nuevo papá. Adam silbó y se palmeó las piernas. Cosmo se giró y corrió a la alambrada, soltando su presa en el camino. Se paró en dos patitas cuando llegó a nosotros, orgulloso, y no pudimos más que reírnos y entretenerlo hasta que Drew logró enganchar su correa nuevamente. Nota de color: se debatió como una foca fuera del agua en cuanto lo levantaron en brazos para sacarlo del campo, mientras gruñía y sacudía la cola, sin parar de juguetear.
Hasta ahí, mi noche ya era una impagable victoria. Había escapado de una trampa y Cosmo había babeado el contenido del bolso de Skylar, además de haber desparramado todo en el suelo. WIN WIN. Robb se acercaba a la alambrada junto con el couch, mientras que Skylar rezongaba al lado. Los dos caminaban oteando el suelo, cuando de repente el couch desapareció de la vista y cayó de culo (no hay otra de decirlo). Se levantó abochornado, y levantó algo del pasto. Vi su cara de asco y la mirada desorientada de Robbie; luego los dos comenzaron reírse a carcajadas. No entendimos qué sucedía hasta que no los tuvimos al lado y vi cómo el couch le entregaba a Skylar una bolsa uniforme de color café.
—Ten, cariño —le dijo, serio — tu pecho falso me hizo resbalar.
Aguanté la risa cuanto pude, lo juro. Hice tanto esfuerzo que conseguí no reírme, pero me puse roja como un tomate. Cosmo había mordisqueado y babeado un relleno de silicona para el brassier y luego, como corolario, el couch se había resbalado con él. Skylar le lanzó una mirada asesina, se dio media vuelta y desapareció hecha una furia. El couch permaneció quieto, con una sonrisa leve en los labios. No sabe lo que le espera.
Al final de la noche, una vez terminado el entrenamiento y superado el ataque de risa, decidimos cenar en el restaurante de Drew para despedirnos de Atlanta por un tiempo. Estaba por subirme a la camioneta de Robbie cuando divisé a Skylar en el estacionamiento. Dejé mi cartera en el asiento de acompañante, le dije a Robbie que me aguardara, tomé la billetera y corrí a encontrarla.
Me observó llegar a su lado con los ojos entrecerrados y la boca fruncida. Esta mujer cree que no estoy a su altura, y quiere que lo note. —Aquí tienes —le dije, extendiendo mi mano con doscientos dólares— lamento que mi perro estropeara tus cosas.
Tomó el dinero, lo observó y luego cortó los billetes al medio. —Gracias por nada, cariño —agregó y luego giró la cabeza, ignorándome. —¿Qué haces ahí parada? ¿No tienes a nadie más que me tema para mandar al exterior con tus amigos ricos?
—Nadie te tiene miedo, Skylar
—Eso es lo que dices tú... ¿no me temes? Seguro que quieres que te denuncie también
—Oh no, créeme: lo único que siento por ti es pena.
Volvió a mirarme. Me acerqué lentamente y la miré a los ojos oscuros, sonriendo. —Tú... tú vas a caer, amiguita. Te lo prometo. Vas a pagar todas y cada una de las maldades que has hecho.
—¿Y quién va a obligarme, Dylan, ah? ¿Tú y las patéticas? —se rió tan malvadamente que parecía una villana de película.
—No, yo no... lo hará mi nueva amiga... la conoces bien —crucé mis brazos, y me dispuse a disfrutar del efecto de lo que iba a hacer. —Sientes que alguien ronda en tu casa, escuchas ruidos, pero nunca hay nadie. Sabes que te siguen cuando caminas. Estás siendo vigilada y eres tan, pero tan idiota, que crees que es Kate... ¡cuando en realidad es Victoria Belfort!
Se puso blanca. Tan blanca como una tiza. Y yo comencé a reír como una loca, cada vez con más ganas, porque me había dado cuenta sólo unos momentos antes de que lo que decía era verdad.
Robb apareció a un lado y a Skylar casi le da un infarto. Salió corriendo, disparada. Yo seguí riéndome sin parar hasta que llegué al restaurante de Drew, cuando tuve que componerme y portarme como una damisela el resto de la noche, a pesar de que necesitaba un buen baño y contarle a todas mis amigas que perdimos muchas batallas, pero puede que ganemos la guerra. No veo cómo podamos perder con una aliada como Victoria Belfort.
Hay una sola forma de romper la maldición... pero no creo que Skylar se atreva a considerarlo siquiera. Nah.
++Piccolina++
P.D: mi amigo italiano Roberto cree que estoy por enviar una carta y me pide que te envíe sus saludos. Así que... Roberto dice hola.
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