Carta 23: Un error honesto

Mansión "No te criamos para esto", Gainesville, domingo

Querida mía:

Estoy en Atlanta. ¡En casa otra vez!


Alabama on the boombox, baby

'bout to get a little boondock crazy (let's go)


Y como estoy en la casa de mamá, a pesar de tener casi treinta años, sigo recibiendo reprimendas de niña pequeña. La última (de hace diez minutos) fue por estar tirada de panza en el porsche, escribiendo. Supongo que el verdadero problema eran mis shorts de jean ajustados tratando de contener mi "masa traseril" en su lugar.

—¡DYLAN STEPHANIE McCANN! ¡Por todos los cielos, ten un poco de decoro! ¿Cómo puedes? ¡Ponte de pie ahora mismo!

—Mami, pero y—

—¡Ya mismo!—chilló en su modo irritado/aterrado usual— ¿Cómo puedes estar tirada con el trasero al aire apuntando a la puerta? ¡Tu padre, tus tíos y tu novio están por irse a pescar!

—Te aseguro que todos me vieron el culo, ma —contesté antes de pensarlo mucho, y por la cara de horror que puso, decidí que lo mejor era ponerme de pie y salir saltando a toda velocidad hacia la cocina. Tuve que atrincherarme en una despensa hasta que dejó de bramar.

Henos aquí reunidos junto al lago. Mamá y las tías están abanicándose y hablando de coser cortinas, yo estoy sentada decorosamente en el muelle tratando de escribir y mantener mi bronceado desfalleciente... mientras papá y el tío Bill pescan con Adam. Lo secuestraron desde que llegamos a pasar el día esta mañana. Lo tomaron alegremente de la mano, lo interrogaron sobre la salud de su padre y después de atiborrarlo de historias de señores que sufrían infartos y luego estaban igual o mejor que antes, le palmearon el hombro y le dijeron "prometiste que pescarías al volver, ¿recuerdas, hijo? bien... toma tu caña".     

Tal vez él no se ha dado cuenta, pero ellos le dicen hijo. Puede que no lo haya notado, pero no fue casualidad que esa caña y las botas estuvieran preparadas en el garage. Lo estaban esperando... los artilugios y las personas. 

No sé qué hizo o qué les dijo cuando estuvo aquí hace algunas semanas, pero lo cierto es que lo aman. Los conozco bien. Mi madre me mira ilusionada, y casi puedo leerle la mente: no lo arruines todo con éste. Pero es que yo nunca he querido arruinar nada con nadie, mami... ellos simplemente se van, y yo no tengo la capacidad de retener a nadie. No quieren quedarse conmigo, mami. Exceptuando a Adam.

Él quiere quedarse, sí. Está aquí, lejos de su casa, de su familia y de su zona de confort. Empecinado en demostrar que podemos salir adelante y retomar nuestra preciosa relación donde la dejamos, justo antes de que se convirtiera en un terrible cabrón y yo reaccionara haciéndolo todo al revés. Un error honesto; por desconocimiento, por inocencia... sólo un error.

Un error honesto. Eso fue lo que me repitió hasta el cansancio, con los ojos hinchados de llorar, tratando de parecer racional y mantenerse tranquilo. No pude ayudarlo mucho con eso de la cordura, porque estaba tan nerviosa y triste que lo único que hice fue llorar en silencio y observarlo completamente desesperanzada.

No estuvo hablando con Allison aquella noche. "Estuve hablando sobre ella, sí" comentó serio, "con Jano, su esposo". Aparentemente son amigos... aunque deberían odiarse a muerte, creo. Hay algo turbio que no tiene nada que ver con esa mujer entre ellos, y tal vez sería bueno que lo resolvieran entre los dos. "Hablamos de ella, del bebito que tienen, de trabajo... le conté de ti, de lo bien que iban las cosas entre nosotros... y Jano se alegró mucho, cariño, en verdad". Cortaron la llamada, Adam bajó a cenar, y el tiempo hacia el desastre comenzó a correr desbocado.

"Su nombre estaba rondando en mi cabeza, es verdad, pero no por las razones que crees... simplemente estaba ahí. No pensaba en ella, ni en Jano, ni en nadie, sólo en nosotros... pero todo se fue al demonio y me enfadé mucho, preciosa. Cuando estoy enojado me es difícil controlar lo que digo... me convierto en un maldito imbécil, lo sé, soy tremendamente cruel... es uno de mis peores defectos. Fue un error honesto, mi amor. No significa nada."

Asentí, llorona... pero no le creí. No dije una palabra, pero evidentemente me delató la mirada. Adam me miró enfadado... tal vez la palabra más correcta es herido. 

—No puedo entender cómo pudiste simplemente tomar tus cosas e irte, de un instante a otro, y dejarlo todo... huir tan rápido —dijo suavemente, con un tono de evidente reproche.

—¡No huí! ¿Por qué haría eso? —repliqué despacio.

—Salí a tomar aire y comprarte dulces, cariño... veintitrés minutos en total, y cuando llegué ya no estabas —musitó, y pude notar lo dolido que estaba— ¡Tardas media hora en la ducha! ¿Cómo puedes decir que no escapaste?

—¡No escapé! ¿Por qué quedarme, Adam, cielos? ¡Creí que no me querías! Tú saliste... saliste... y yo creí que... —me concentré en sus ojos claros, y entonces comprendí. Fue como si uno de esos rayos de luz divina de las películas me alumbrara en la cabeza. —Oohh...

No quise contárselo. Ni a él, ni a nadie, nunca. Porque es una herida que todavía me duele, y probablemente jamás lo comprenda. Estas cosas no le pasan a la gente como él.

Pero tuve que hacerlo.

Quise morirme. De hecho, creo que me morí un poco... de vergüenza. Y de viejas tristezas. Esos recuerdos penosos que nos marcan a fuego el alma. 

Miré la alfombra de la habitación y traté de hablar en voz alta. Fallé, una vez más. Crucé mis brazos con la vana esperanza de protegerme del pasado (como si se pudiera volver el tiempo atrás.... ilusa). —Me fui porque, bueno, porque quise que fuera fácil para ti... para los dos... nunca, no, yo no sé... yo... —tragué saliva y anhelé, con toda mi fuerza, sonar fuerte y para nada patética— nunca... nunca he estado en posición de decidir qué hacer, ¿sabes?... no he estado en una relación en la que no me hayan dejado; siempre me quedé sin nada y tú dijiste que no tendría una casa a la cual volver, así que... entendí...—Jebús querido, qué humillante — así que... me fui       

Me gustaría poder describirte la cara que puso, pero estaba demasiado ocupada tratando de contar las manchas en la alfombra entre las lágrimas. Intentó abrazarme, eso sí sé, pero no tenía ganas de consuelo. Di un salto en cuanto lo sentí tocarme y me fui al baño con cualquier excusa. Creo que si al mirarlo hubiese visto lástima en sus ojos no habría sido capaz de seguir a su lado, pero al volver estaba sentado en la cama, esperando tranquilo. Pidió permiso para ducharse, e inclusive sugirió tímidamente que lo acompañara. Obviamente me negué, y terminé envuelta en varias capas de manta, escondida en la esquina más remonta de un sillón pequeño.

Mientras escuchaba el agua caer en la lejanía, mi cerebro trabajaba a toda potencia. Creo que se me secó el cabello con el vapor que me salía de las orejas. Entonces... cometí un error, me dije. Debí haberme quedado a pelear. Hacer una escena, llorar, esas cosas de las películas. Él me explicaría que todo fue un malentendido, sin dudas tomándome dramáticamente del rostro, para luego besarme y morder mis labios. La fogosa reconciliación. Despertaríamos con la brillante luz del sol, y sin demora retomaríamos donde dejamos: justo entre mis piernas. 

Pero no. Me fui a casa. Ignoraba que pudiera hacerlo de otra manera... ¿cómo podía saberlo?.  

De pronto salió del baño a medio desvertirse, dando un portazo que me casi me produce un paro cardíaco. Logré sentarme en un instante, y observarlo asustada entre los pliegues de mi escondite.

—Basta ya, Dylan, es suficiente —me miró triste, pero decidido—. Basta de hacernos daño. Nos equivocamos... cometí un error y tú no sabías, mi amor, no sabías qué hacer. No quiero discutir más... lo quiero solucionar. 

Se acercó, tranquilo, y me ayudó a ponerme de pie. Desenvolvió la manta sin quitarme los ojos de encima. Sostuve su mirada, aún dudando. Le revelaste tu mayor debilidad, Demon, pedazo de alcornoque... sólo Jebús sabe cuánto daño podría hacerte si decidiera usarlo contra ti. 

Le hablé en un susurro, con el corazón en la mano. —Adam... tengo miedo, mucho miedo

Me abrazó abarcándome entera. Me hundí en su pecho desnudo, disfrutando el contacto que tanto deseaba. Algo en el interior de mi vientre estalló en llamas. Santo cielo. —Mi amor, te lo ruego... confía otra vez en mí

—Quiero ir a casa... quiero volver, pero no se puede volver atrás —lloriqueé frotándome frenéticamente en su cuello— llévame a casa

—Lo haré, preciosa... estamos juntos...—susurró en mi oído, comenzando a besar mi cuello y subiendo lentamente el vestidito— yo te llevaré a casa

Y lo hizo. Me acercó tanto como pudo a la paz de nuestro apartamento, a las noches de risas viendo las estrellas, a pasear con Cosmo en medio de la lluvia torrencial; a los chocolates en la esquina, reclinados junto a la barra mientras él lee un libro y yo observo a los que pasan tras la seguridad de las solapas de su abrigo. Mi casa. Le quité la ropa que le quedaba y me dediqué a olfatearlo entero. Eso no sólo lo divirtió, también lo excitó sobremanera. Me quitó el vestido, ansioso, y se entretuvo jugando con sus dedos bajo los volados de mi calzoncito mientras yo hacía otro tanto con sus bóxer. No necesitamos quitarnos la ropa interior: no hizo falta. Acabamos mirándonos a los ojos, con ese amor demente que nos tenemos brillando con furia. Luego nos sonreímos y nos acurrucamos en la cama, para despertar horas después con Dominic golpeando la puerta y riéndose por anticipado de lo que iba a encontrar dentro.

Un error honesto. No lo sé, Demon, no lo sé. Le creo, pero tengo miedo... es por eso que estamos aquí. Luego de pasar unos días en Positano decidimos intentarlo en Atlanta, mi antigua casa. No podemos vivir en mi viejo apartamento, así que rentamos un nuevo hogar. Hay que enmendarlo todo aquí; en donde las chicas quieren arrojarlo al río con una piedra atada al cuello y mis padres le dicen hijo. Robbie y Drew se alegraron de verlo, pero fruncieron el ceño en cuanto supieron que se quedaba.   

—¿Adam, aquí? Pero... él no pertenece, Papita... ¿estás segura de esto?   

No, Robbie, no estoy segura. Espero que no sea un error... ni honesto, ni de los otros.

++Demon++

P.D: papá está obnubilado con las habilidades para remar de Adam. La tía casi se desmaya de la emoción cuando dijo que es remero semi-profesional.






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