3. Sucesos de Mayo





Corría la madrugada del 4 de mayo de 1937 y Edward se desplazaba acelerado y con una actitud desesperada hacia unas de las pocas barricadas que no habían sido destruidas ya por la policía.

Miraba a su alrededor con frenesí y todos sus compañeros estaban muertos o gravemente heridos; al borde de la muerte si es que no la habían traspasado ya.
Empezó a sentirse rodeado por una tenebrosa situación de peligro, y la idea de que iba a aparecer muerto en los siguientes minutos se escabullía con fuerza en su mente negándole el pensamiento más racional.

No había escapatoria de esto, los guardias a su alrededor habían empezado a examinar todo el lugar, cuyo ambiente se respiraba tranquilo a pesar de los tiroteos de ametralladoras y explosiones que se escuchaban desde la distancia y comprobaban lo que quedaba de las barricadas y los milicianos. Pronto descubrirían su localización y se vería en un enfrentamiento para nada justo cuya decisión ya había sido tomada desde antes de que lo encontraran.
Su cabeza daba vueltas, los escuchaba hablar detrás suya pero a duras penas su mente comprendía el significado de sus palabras.

Ahora solo podía pensar en una cosa, y era, como única escapatoria a una muerte casi segura, en la huida.
A puertas de la muerte, el mecanismo de supervivencia de los humanos se activa y una gran fuerza de voluntad llena su cuerpo para lograr el deseo más ansiado en la situación más crítica, que era luchar para seguir viviendo el día de mañana. Para Edward no era transitorio el hecho de que se encontraba en unos de los lugares más peligrosos para alguien de su calaña en unos de los puntos más conflictivos de España; delante suya se encontraba un cuartel donde se resguardaba la Guardia de Asalto que su grupo había intentado atacar sin éxito, y a sus espaldas la nocturnidad de Barcelona le acompañaba en la melancolía de una noche que parecía no llegar a su fin jamás.

En los pequeñísimos segundos en los que se le acercaba un grupo de policías a pocos centímetros de él, Edward se armó de un valor que sacó de lugares que ni siquiera había conocido que existían dentro él y corrió. Lo hizo con todas sus fuerzas, apretando los músculos de sus piernas como si corriera la maratón más importante de la historia, y en cierta manera así se sentía para él. Había dejado su arma atrás para desplazarse con más ligereza y perseguía la luz de las farolas para llegar a algún callejón en el que pudiera esconderse y sentirse a salvo, quizá también provocar que los latidos de su corazón se calmaran y dejara de sentir como si le fuera a dar un infarto en cualquier momento.

No miró atrás, y con todo el ímpetu de correr hacia adelante ni siquiera se percató en el momento cuando una bala cayó sobre su espalda y él siguió desplazándose hacia la luz, sin darse cuenta de que todo su cuerpo caía de manera precipitada hacia el flemático y solitario asfalto de las calles de Barcelona, inundadas de muerte y sangre, y así se encontró perdiendo el conocimiento mientras a sus ojos ni siquiera le daban tiempo a cerrarse, y el paño rojo de su madre empezaba a iluminarse en su mente como una especie de despedida.

────────


Los últimos meses se habían sentido muy solitarios en la vida de Stede. Después del golpe militar de Barcelona por parte de los sublevados y su posterior fracaso, Cataluña había pasado a formar parte de las milicias izquierdistas y estaba más que claro que aquél lugar no era un sitio adecuado para la conservadora Liga Regionalista a la que habría pertenecido, pues había sido disuelta cuando los obreros y los anarcosindicalistas tomaron la zona.

La familia de Stede se había trasladado al suroeste de España, en busca de un lugar más seguro para ellos y sus ideales en las zonas que habían sido tomadas por los sublevados nacionales, pero sin embargo, Bonnet había decidido no renunciar a su ciudad y quedarse en Barcelona, aunque en parte no era una decisión suya pues cuando volvió a su casa se percató de que su familia se había ido sin él.
Probablemente le creerían muerto.

Como resultado, había estado casi todos los días escondido en su casa de los sonidos de las balas y los continuos enfrentamientos directos entre los dos bandos, que aún así con el tiempo se distanciaron y ahora en la misma izquierda peleaban y se mataban los unos a otros. Estuvo buscando refugio en la lectura pero se encontró fracasando luego la mayoría de las veces.
Hoy, 7 de Mayo, había sido recuperado por la Guardia de Asalto y otras ayudas externas el edificio de Telefónica de las redes de los anarcosindicalistas y los poumistas.

Stede siempre se acordaba de Edward cuando escuchaba aquellas noticias, que no eran justamente pocas, y le daba igual lo que sea que pretendieran hacer los sindicalistas de la CNT o los stalinistas del PCE; sólo deseaba que Edward estuviera bien, a salvo y alejado de toda la locura que se llevaba a cabo en Barcelona día sí y día también.

Aquél día había dado gracias a que la situación finalmente se tranquilizara, porque después del intento de Golpe de Estado se había visto obligado a mudarse de casa y calle, viviendo ahora en una mucho más pequeña y escondida, y ya casi no tenía reservas de comida. Por primera vez en su vida, Stede había pasado hambre y debía de regular las reservas si no deseaba algún día de estos acabar desmayándose por el hambre y no volver a despertar.

Se encontraba delante de unos de los edificios donde repartían comida cuando, de camino, se encontró con la desagradable vista de unas camillas de hospital en la calle ampliamente ocupadas por cientos de personas heridas. Estaban cerca de una local de la FAI, así que debían de ser heridos de los acontecimientos vividos con anterioridad en la ciudad.

Realmente no quería contemplar por demasiado tiempo la escena, era desagradable y más de cincuenta personas ensangrentadas, mutiladas o directamente fallecidas con una manta blanca encima suya eran alumbradas con penumbra y ecos de unos enfrentamientos violentos entre partidos y sindicatos que antes habían pertenecido al mismo bando y luchado mano a mano, pero un destello se apoderó de su mirada cuando observó a alguien conocido en unas de las camas.
Una sensación de intranquilidad invadió su cuerpo y no pudo detenerse cuando se encontró rápidamente corriendo hacia ella; el mismísimo Edward Teach estaba reposando en una camilla con los ojos cerrados y Stede sintió un gran miedo por primera vez en su vida como respuesta a la posibilidad de que el corazón del hombre ya no bombeara sangre por culpa de alguna cruel arma que había sentido que tenía la potestad de arrancarla la vida de su cuerpo.

No podía estar muerto, ¿verdad? Los últimos días había estado anotando poemas de sus libros de Cernuda, Vicente Aleixandre y Concha Méndez con la esperanza de que algún día pudiera recitarle esos versos, y no deseaba que aquellas palabras se quedaran hundidas en lo profundo de su corazón, sin poder otorgarles una salida o un consuelo.

—¿Edward? —preguntó él nada más llegar al lugar, con la voz rompiéndose a la sílaba de la mitad.

Stede se había sentido de un momento a otro tan amordazado por el presente de contemplar al hombre en un estado de fallecimiento que su labio incluso había empezado a temblar y su iris se había humedecido y ahora amenazaba con empaparse de lágrimas.
Llevaba tanto sin ver al hombre, y sin embargo cuando se reencontró con él había sido en aquella desdeñable posición.

Pero se había encariñado de él, no quería que falleciera y menos aún de manera tan burda. Puede ser que, como hubiera dicho su padre, el anarquista se lo hubiera buscado por la forma en la que participó en los últimos acontecimientos de la zona, pero a Stede todo eso no podía darle menos igual. Sólo quería que Edward siguiera vivo para volver a disfrutar de su reluciente y preciosa sonrisa que nunca se perdía cuando le miraba, a la que se había hecho adicto y que había otorgado gran brillo a su vida, uno que siempre había necesitado y esperado con gran anhelo.

Con las lágrimas empezando a derramarse por sus mejillas, acercó su mano a su pecho y de repente toda preocupación que poseía en su cuerpo y torturaba su corazón se desvaneció al sentir cómo su tacto ahora reconocía que el corazón del hombre bombeaba en su palma, encargándose así de transmitirle que Edward no había muerto. Y Stede finalmente se encontró rompiendo la cadena y llorando.



──────

Porque me arrastras y voy,

y me dices que me vuelva

y te sigo por el aire

como una brizna de hierba.”
Bodas de Sangre, 1931




Edward abrió los ojos y se preparó para enfrentarse a una situación de desalojo y gran soledad como habían sido los últimos meses de su vida, pero al momento vio cómo aquello se derrumbó fácilmente hacia abajo al observar al burgués catalán amante de Lorca y el teatro vanguardista a su lado.

No tenía ni idea de qué hacía allí, pero le otorgó unas de las sonrisas más amplias que dio en su vida a nadie.

—¡Stede! —exclamó, con debilidad culpa de las heridas que todavía ahondaban en él.

El hombre de los mechones áureos, que justo se había dado la vuelta cuando Edward había despertado, se dio rápidamente la vuelta y le devolvió la sonrisa.

Edward habría sido capaz de reconocer la luz de sus pupilas como si de un faro en medio de la oscuridad de la guerra civil se tratase.

—Ed, ¡Has despertado!

—Todavía tengo mucho por lo que vivir —se regocijó— ¿Qué haces aquí? Un edificio de la FAI era el último lugar en el que te imaginaba, amigo.

—Te vi a ti... Y pensé que debía acercarme. Me alegra verte de nuevo.

La felicidad invadió a los dos de manera intensa y mutua al mismo tiempo; el sentimiento era más que compartido por ellos.

—Parece que a la vida le gusta ponernos en el camino del otro siempre que estamos al borde de la muerte, ¿eh?

Stede asintió, aunque tuvo que darse un momento para responder al pensar en lo mucho que le había asustado pensar que hasta hace unas horas había estado tan cerca de perder a Edward, y ni siquiera había podido despedirse de él.

—Ed, yo... Pensaba que habías muerto cuando te vi en la camilla —explicó con tristeza y sintiéndose al borde del llanto de nuevo. Una mueca triste se posó en su rostro, aunque intentó esconderla al momento y no por ello detuvo la reacción de Edward, quién se preocupó por sus sentimientos.

—¿En serio? Stede...

La mano de Edward que salía de la manta encontró a la de Stede para ofrecerle consuelo, y ahora la sujetaba con cariño.

—Es verdad que los de la Guardia de Asalto me cogieron pero bien... No te preocupes por eso ahora, he sobrevivido y estoy aquí, a tu lado.

Edward le otorgó una mirada amable con la esperanza de que así le tranquilizara y la tristeza de sus labios recuperara el destello de júbilo que cada vez que observaba se sentía más capaz de quedarse quieto, mirándolo por horas sin hacer cualquier otra cosa en especial. Volver a contemplar aquello llenaba de bienestar el corazón de Edward.
Stede sonrió como respuesta y se quedó expectante a que el tiempo pasara para asimilar una idea en su cabeza que había aparecido con gran emoción y romanticismo, y que ahora le hacía encontrarse bastante nervioso por tener que proponérsela a su compañero.

—Ed, ¿Qué es lo que piensas hacer de ahora en adelante? —le preguntó con gran seriedad, y Edward le dio la misma expresión que ya se esperaba de él si aquella pregunta fuera la última que se esperaba que dirigiera hacia él en la situación actual.

—No lo sé —suspiró con aires de insuficiencia que en realidad luchaban por querer sentir todo lo contrario—. La verdad es que el sindicato está en las últimas, sobre todo después de lo que ha pasado... —la mente de Edward se encontró rodeada de un momento para otro por los recuerdos de sus amigos muertos y masacrados y le costó mucho seguir con sus palabras. Los sucesos habían sido traumáticos y ahora se traducían en unas arrugas en sus ojos que los apretaban con melancolía, aunque pudo sacar fuerza de dentro suya cuando Stede apretó más su mano entre la suya y sus ojos reflejaron compasión. Los contempló y sintió cómo le transmitían fuerzas para seguir adelante, algo que últimamente le había faltado—, y estos de la FAI parece que siguen un camino similar. No tengo nada en mente para los próximos días, supongo que sobrevivir como pueda.

Se formó un nudo en el corazón de Stede mientras se acercaba a contarle sobre lo que había pensado además del sufrimiento que había visto en la mirada de Edward. Sabía que no debía de haber sido fácil, y deseaba con todas sus fuerzas alejarle o curarle del mal que todo aquello le había causado. Si ya había pasado por sentir que perdía físicamente a Edward y se había encontrado al borde de una crisis sentimental, no se querría imaginar cómo sería si lo perdiera de forma emocional, despidiéndose de todo lo hermoso de él.

—Edward —le llamó para hacer una pausa dramática en la que ahora otra mano se había acercado a la suya que ya sujetaba de por sí la de Ed—, tengo una casa en el campo a pocos kilómetros de las afueras de Cataluña. Pensaba que quizá podríamos irnos los dos, ya que dices que no sabes a dónde ir. Me gustaría ofrecerte eso, seguro que encontramos la forma de vivir como podamos, y Edward yo... Realmente quiero estar contigo.

El anarquista ahora le sonreía con gran emoción. Joder, si no se lo proponía Stede iba a pedirle él mismo que le llevara con él a dónde sea que fuera; le daba igual el sitio si los dos conseguían estar juntos y expresar su amor con total libertad. No pedía nada más, y había algo demasiado encantador e irresistible en la idea de que Stede le enseñara sus versos favoritos de los poemarios de Lorca, que todavía tenía pendiente y Edward no se olvidó en ningún momento, porque ahora todo lo poético había cobrado sentido para él y le hacía acordarse del burgués.

—Pues claro que acepto, Stede. No sería yo si te dijera que no.







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Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua y el acento

que de noche me pone en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento.”
Sonetos del amor oscuro, 1983





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N/A: Me complace anunciar que ya se ha llegado a la mitad de capítulos de la fic! El siguiente será el más largo.

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