Leo y releo la carta con una sonrisa de oreja a oreja. No sé quién es, pero ya estoy enamorada...

Ese chico es un dulce, un encanto. ¡Y me conoce! Sabe que odio mi apodo, cómo soy... Si lo sabe es que está cerca de mí. Quizás compartamos alguna clase, o hayamos hablado, ¡o sea mi amigo! No lo sé.

Enfrascada en mis pensamientos, escucho voces de fondo. Alguien enfadado. Hasta que grita:

—¡Nata!

Grita tan fuerte que me despierto de mis ensoñaciones sobre ese chico perfecto.

Es mi hermano, que me mira muy, muy mal desde el asiento del conductor.

—¿Qué?—pregunto en el mismo tono.

—Hace diez minutos que te estoy llamando para que te bajes del coche. ¿Qué te pasa?

—Nada.

¿Tanto rato he estado pensando sobre el tema? ¿Me habré enamorado? No lo creo, lo conozco de una carta y ni siquiera me habla de él.

—Te recogeré a la vuelta.

—Vale. Hasta luego, David...

Abro la puerta y salgo del coche. Mi vida pasa por delante de mis ojos cuando una moto me pasa a dos centímetros. Mi hermano debió haberme avisado. Será rencoroso...

—¡Ten más cuidado, imbécil!

La persona de la moto se quita el caso y me mira, enfadado. Oh. No. Álvaro.

—¡Quizás la próxima vez deberías mirar antes de salir del coche! ¿Es qué no te han enseñado nada? Para lo lista que eres, no piensas bien.

—¡Idiota!

—¡Un placer!

Me hace una reverencia y se larga. Me hierve la sangre. No lo soporto.

Doy la vuelta al coche de mi hermano y me dirijo a Carlos y a Carla, mis mejores amigos. Lo sé, suena raro.

—¡Hola, chicos!

—Wow... ¿Qué ha sido eso?

—Un imbécil... ¿Dónde se ha metido Paula?

—Míralo tú misma.