Capítulo 12

MEW

Las once y media y Gulf no ha llegado. He llamado mil veces a la floristería para asegurarme que ha recibido mis rosas y mi mensaje. Después de que la dependienta me haya repetido hasta la saciedad que el recibo de entrega estaba firmado y sellado, me rindo a la posibilidad de que haya decidido no venir.

En el fondo sé que me lo he ganado a pulso, no he sabido tratarlo como se merece y ahora tengo que pensar en otro plan para volver a conquistarlo.

Me paseo de un lado a otro intentando tranquilizarme cuando la cortina se corre y Gulf me saluda desde la entrada del reservado. Está precioso, su chaqueta de cuero es lo más sexy que he visto nunca y ese jersey de cuello alto enmarca sus preciosas facciones como una obra de arte.

Siempre me deja sin palabras, me besa, me dice que no quiere a ningún dominante que no sea yo y se sienta en la silla después de quitarse la chaqueta. ¿Se dará cuenta de lo que produce en mí cada vez que me mira?

Me mira como esperando mi próximo movimiento, está aquí en busca de respuestas y de lo que yo le diga esta noche depende toda nuestra futura relación.

—He pedido un poco de vino para mí, para ti tienes agua y refrescos, escoge lo que quieras — le digo sirviéndome una copa, necesito algo de coraje líquido en mi cuerpo para lo que viene a continuación.

—Gracias – me dice bebiendo un sorbo de agua, está claro que no va a ponérmelo fácil.

—Siento mucho lo del domingo Gulf, de verdad – empiezo.

—Ya te dije que eso está olvidado – me dice escuetamente.

—Siempre he creído que soy un buen dominante, que llevo mucho tiempo en esto y que nada puede hacerme perder el control – le digo.

—Control, ¿es eso lo único que te preocupa? – me pregunta, sin acritud, con sincera curiosidad.

—Si controlo a las personas que me rodean controlo mi propia vida – le respondo sin pensarlo mucho.

—El control sin más es un sentimiento muy vacío Mew – me replica.

—No siempre ha sido así, pero cuando tu vida es una sucesión de acontecimientos horribles que no puedes controlar, solo sufrir sus consecuencias, aprendes a atacar primero y preguntar después – le resumo.

—Yo te conté por qué he estado tres años en un limbo existencial, la confianza tiene que ser mutua o esto no funcionará Mew – me responde muy tranquilo.

—Mi infancia no es algo que me guste recordar, fue una mala época que marcó mi carácter de manera permanente. Mi padre era un hombre posesivo y muy dominante en contraposición a mi madre que es todo dulzura y entrega. De esa disfuncional relación nací yo, y cuando eso sucedió mi padre pasó de dominante a dictador. Cada día era algo diferente, mi madre había olvidado algo que le había pedido, había pasado demasiado tiempo atendiéndome o simplemente no se vestía a su gusto, entonces estallaba la guerra. Al principio se limitaba a castigar a mi madre dentro de su cuarto de juegos, después dejó de esconder su maltrato. Me fui haciendo mayor y llegó el día que me interpuse entre ellos y acabé con un golpe bastante feo en la cabeza. No puedo decir que no me lo esperaba, pero me sorprendió lo que me dolió que mi padre, esa persona que se supone debe protegerte te ponga la mano encima.

No quiero hacerte esto muy largo, cuando cumplí quince años llegué a mi casa después de celebrarlo con mis amigos, ese mismo día le había contado a mi madre que era gay y no sé cómo mi padre se enteró de esa conversación. Los encontré en el salón, mi padre blandía un látigo de tiras de cuero negro, iba usarlo para dañar a mi madre y sin pensarlo cubrí su cuerpo con el mío. No puedo explicar con palabras la clase de dolor que sentí. Un calor abrasador me atravesó desde el hombro hasta la cadera. Cuando mi padre vio lo que había hecho me miró con odio y volvió a azotarme en el mismo sitio mientras me insultaba, me decía que era una deshonra tener un hijo maricón y ese segundo latigazo abrió mi carne como si fuese mantequilla. No recuerdo mucho más, solo el grito horrendo que salió de mi garganta y la detonación del arma que mi madre usó contra mi padre.

Y ahí está, lo que había pedido, la historia que he luchado por enterrar en lo más profundo de mi mente y la razón por la que el control es algo primordial para mí. El control hace que las situaciones no se salgan de los límites establecidos, que nadie salga herido, de atacar antes de sufrir.

Gulf ni siquiera ha abierto la boca, me mira como viéndome por primera vez. Esperaba ver compasión o algo de pena cuando le contara mi pasado, pero no hay nada de eso en sus cálidos ojos marrones.

— ¿Cuándo te hiciste el tatuaje? – me pregunta.

—Cuando cumplí veinte años y decidí que nunca más dejaría que nadie tuviese el control sobre mí o sobre mi vida – le respondo.

— ¿Cómo acabaste llevando este tipo de vida? – sigue su interrogatorio.

—Mi primera pareja, digamos estable, acudía a este club. Él me enseñó a ser un buen dominante, a velar por las necesidades de tu sumiso y ganarme su total confianza. Al principio no entendía bien la responsabilidad que carga un dominante, lo tomaba como un juego sexual que me encendía muchísimo. Pero un día no supe atender a un sumiso que volvió del sub—espacio asustado y gritando, le pegué una bofetada para que dejara de gritar y eso me costó una advertencia del dueño del local. No me echaron porque el sumiso me perdonó y porque Max se comprometió a educarme – le cuento.

— ¿Educarte? – parece muy interesado.

—Hacerme entender este mundo, sus reglas y como ser un buen dominante – le explico.

—Por lo que he oído tienes fama de buen amo, además del respeto que te tienen el resto de machos alfa de este sitio – me dice con una sonrisa.

— ¿Has preguntado por mí a otros sumisos? – le pregunto, sé que muchos buscan referencias antes de aceptar ser dominado por alguien.

—No me ha hecho falta, de camino a este reservado he podido comprobarlo. El rubio que me trajo hasta aquí es una prueba de ello – me dice con un mohín.

— ¿Celoso? – me arriesgo a preguntar.

— ¿Tengo que estarlo? – me interroga con una ceja levantada en un gesto adorable.

—Por supuesto que no, no me interesa ningún otro sumiso – le replico.

—No sé si yo soy un sumiso Mew. Por lo menos uno de la clase que tú necesitas – me responde con cierto nerviosismo.

—Ya te lo dije cuando nos conocimos, serías un sumiso perfecto, pero alguien debe enseñarte y sé que no estoy haciéndolo bien, pero quiero que me des otra oportunidad para demostrarte que puede funcionar, que lo nuestro puede funcionar – casi le suplico.

—Tengo que pensarlo Mew, no solo por lo que pasó el domingo. Tu reacción fue algo que no esperaba, pero nuestro encuentro sobre el piano tampoco entraba en mis planes. Esto tenía que ser una experiencia más, un revulsivo que me quitara este amodorramiento que llevo desde hace mucho. Pero creo que puedo estar sintiendo algo más por ti, algo que no sé si estoy preparado para sentir y algo que no sé si tú quieres aceptar – me confiesa, es un chico honesto, leal y perfecto, demasiado para alguien como yo.

—Gulf, eres una persona que ha hecho plantearme todo sobre mi vida, he roto límites contigo que nunca antes había roto con nadie. Eres extrañamente adictivo para mí y deseo con toda mi alma tenerte como mi sumiso. Muero porque firmes un contrato donde diga que me perteneces, que me entregas tu confianza por propia voluntad, nunca he deseado algo con tanta intensidad. Haces mi mundo trizas con tu sola presencia, y creo que nos debemos el intentar ver cómo nos va juntos – le digo.

Él sopesa mis palabras y veo que intenta tomar una decisión, su lucha interna es palpable.

—No tienes que responderme ahora, te mandaré el contrato por correo electrónico y podrás cambiar las cláusulas que no te gusten y añadir otras que podamos discutir – le planteo.

—Realmente es muy importante ese contrato para ti – no es una pregunta es una afirmación en toda regla.

—Lo es – le reafirmo su suposición.

—Está bien, mándame ese contrato y consideraré mis opciones – me dice y eso me suena a gloria, pensé que se negaría en redondo, y me lo habría merecido.

— ¿En serio? – todavía no me lo creo.

—Totalmente, si es tan importante para ti, lo menos que puedo hacer es sopesarlo – me responde.

—Gracias por darme esta oportunidad.

—No te prometo que funcionará, pero sí te prometo intentarlo.

—Eso es mucho más de lo que merezco.

— ¿Cómo te sientes ahora mismo? – me pregunta.

— ¿Con respecto a qué?

—Con haberme contado tu historia, con abrirte a mí – me responde.

—No ha sido tan terrible como había pensado, ya te he dicho que rompes todos mis límites Gulf, no sé qué voy a hacer contigo – le digo suspirando tranquilo por primera vez en dos semanas.

—Bien – me dice escuetamente.

Entonces se levanta, se acerca hasta mí y se sienta en mi regazo.

—Este reservado es diferente al que vinimos la primera vez – me dice pasando sus brazos por mi cuello.

—No quería que te sintieras presionado en un ambiente más, digamos, sexual – le explico.

—Hay gente follando en todos los rincones de este club – me dice con una sonrisa.

—Así es, pero aquí dentro solo estamos tú y yo.

¿Bailamos? – me pide levantándose y cogiendo mi mano para arrastrarme fuera de las cortinas.

En la pista hay mucha gente bailando, tocándose o besándose, pero Gulf parece no percibirlo. Me arrastra hasta el centro de la pista y pega su cuerpo al mío sin pudor, empieza a hacer mucho calor aquí. Bailamos pegados sin dejar de mirarnos y este acto tan sencillo es el momento más erótico de mi vida. Siento mis terminaciones nerviosas picar por la anticipación, quiero besarlo hasta perder el sentido, pero no me atrevo a dar el primer paso, no quiero volver a cagarla.

Después pasa algo que no me esperaba ni en mil años, si alguien me lo hubiese jurado nunca le hubiese creído. Gulf tira de mí y me lleva por los pasillos oscuros del club. En cada esquina hay alguien practicando sexo sin restricciones, llevo viniendo muchos años pero nunca me he parado a mirar a otras parejas, tenía un objetivo en mente y siempre los atrapaba detrás de una cortina cerrada.

—Mira esa pareja, ¿te gusta? – me dice Gulf parándose delante de un hombre y una mujer enredados encima de un sofá de terciopelo azul.

—No me gustan las mujeres – le digo.

—No me refiero a eso, la escena, el entorno, el momento – intenta explicarme mientras dirige mi mano hasta su dura erección.

Estoy en shock, en su lista lo de sexo en público estaba en la columna del tal vez, pero no esperaba que le gustara mirar, Gulf es una caja de sorpresas.

Lo miro a los ojos y veo la lujuria hirviendo en ellos, el color de su iris que normalmente es de un cálido color chocolate se han oscurecido hasta parecer casi negros, brillantes por la expectación.

— ¿Te gusta a ti? – le pregunto levantando una ceja.

—Sí – me responde algo avergonzado.

—Ven, creo que esta zona te gustará mucho más – le digo tirando de él por otro pasillo hasta una sala algo menos concurrida. Busco entre las telas que caen desde el techo y entonces los veo en la plataforma del fondo de la sala. Cerca hay un rincón más íntimo desde donde podremos mirar sin llamar mucho la atención.

Dos hombres se besan sin vergüenza subidos a la plataforma de madera, uno de ellos es fuerte y musculoso, sus brazos se perfilan a través de la camisa blanca que todavía lleva puesta. Tiene muchos tatuajes en sus brazos que lo hacen parecer peligroso, es sexy a rabiar. Su compañero es un chico menudo, de piel blanca y suave. Su pelo rubio y sus ojos azules le hacen parecer un ángel etéreo. El ángel y el demonio que lo tienta, esa es la imagen que dan, son tan jodidamente sensuales que mi entrepierna está a punto de reventar.

Entonces Gulf pega su precioso culo, embutido en esos vaqueros que le quedan de muerte, a mi dolorida polla que siento demasiado atrapada tras mis pantalones.

— ¿Qué te parece? – le susurro al oído.

— ¡Joder, son muy sexys!, ¿soy un pervertido por excitarme tanto? – me pregunta todavía cohibido por lo que siente.

—Ellos están ahí porque les gusta ser admirados, y nosotros estamos aquí porque nos gusta admirarlos, nadie hace daño a nadie, aquí todo es consentido. Somos adultos y sabemos lo que queremos, ahora podemos dedicarnos a disfrutar de esto o a cuestionarnos por qué nos sentimos así – le explico rodando mi lengua por su suave cuello. Él ladea su cabeza para dejarme más espacio y yo no lo pienso, rodeo su cintura con mis manos acercando más a mi entrepierna su terso trasero y me dedico a disfrutar del sabor de su piel.

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