Capítulo 37

A las dos treinta tengo en mi puerta a Vanesa. La quiero abrazar y besar por ser puntual.

—Ya no la soporto —dice, quitándose de encima su cazadora. Al mismo tiempo me sorprende verla vestida completamente de negro.

—¿A quién?

—Nicole.

—¿Nicole? —Medio le estoy poniendo atención porque estoy terminando de preparar mi maleta.

—La señorita Rock'n Rose Couture de Valentino. ¿Por qué siempre tengo que recordarte quién es ella? Hoy llegó tarde y Marco no le dijo nada.

Yo meto otros vaqueros en mi maleta. —Recuerdo que me has dicho que él tiene cero tolerancia a la impuntualidad. Ya le llegará su hora a Nicolasa.

—Viviré de esperanzas mientras tanto.

Vanesa se está sacando sus tacos altos para poner en su lugar unos converse también color negro. —Ella no llega a trabajar —sigue quejándose—, sólo a juzgarnos a los demás. No sé por qué Marco cree que la necesita en grupo M.

Y que ni siquiera se de cuenta de que Vanesa siempre llega temprano y rara vez toma un descanso. 

—¿No le molesto que te fueras temprano?

—No tienes idea. Ya me llamó llorando para que vuelva —responde mi amiga con sarcasmo.

Yo visto una sencilla pero coqueta blusa color gris, unos vaqueros y unas botas de cuero. También cepillé mi cabello y me apliqué un poco de maquillaje. Todo para que Daniel me mire bonita, pero a Vanesa sólo le falta algún tipo de pañuelo sobre la cara para parecer un ninja. ¿Qué rayos?

—¿Qué estás haciendo? —le pregunto cuando la veo intentar recoger su larga cabellera en una coleta.

Porque a Vanesa no le gusta utilizar coletas... o vestir de negro... o ponerse converse...

—Me pediste que te saque de aquí —dice como si tuviera que saber a qué viene tanto y se señala a si misma—. Es mi vestuario de huida. 

Pongo los ojos en blanco. —La idea es que mamá te vea cuando le diga que me iré un par de días. Algo tipo "Mamá, estaré donde Vanesa", "Está bien, hija".

—Imposible. No te dejará ir —chasquea Vanesa—. Sondeé a Nat y se las arreglarán para no dejarte salir de casa.

Me cruzo de brazos y me siento en cama. —Es increíble. Me tratan como si fuera una niña.

Mientras, Vanesa termina de acomodar su cabello. —No sé, supongo que piensan que harás alguna locura como escaparte con Daniel.

La mirada que me dirige ahora es de acusación.

—¿Y? Estoy en mi derecho.

—No lo conoces —repite por enésima vez.

—Esa es la idea... conocerlo.

—No a miles de kilómetros de tu casa, Caro —Mi amiga y cómplice en esto empieza a caminar de un lado al otro—. ¿Y si pasa algo y nadie está cerca para ayudarte?

—¡Es injusto que nadie pueda darme un poco de crédito! —exploto, cansada de que cada uno de mis movimientos sean supervisados—. ¡No soy idiota! ¡Yo puedo cuidarme sola!

—Oh, perdónanos por preocuparnos por ti —se burla ella. 

—"Demás", Vanesa. Preocuparse demás. Daniel y yo estamos bien —Me encojo de hombros—. Al menos por el momento.

—¿Qué pasó? —Ahora Vanesa se sienta a mi lado.

—Natalia le contó a Aníbal que Daniel es Alexander Donoso.

—En parte es mi culpa... supongo.

—Sí —enfatizo. 

—Mátame por preocuparme por ti.

—No es eso. Él sólo quiso ayudarme y ahora posiblemente lo metí en muchos líos.

Vanesa rasca su cabeza. —¿Y ya le avisaste?

—Quise decirle cuando me llamó a medio día, pero estaba ocupado y colgó rápido.

Ahora la frente de mi amiga se arruga. —¿Daniel estaba ocupado para Carolina?

¿Por qué ese golpe bajo? No puedo evitar sentir un agujero en el estómago. —No fue su culpa —intento defenderlo—. Creo que su amigo Armando está metido en algún tipo de lío.

—Sí, claro.

—¡Dale un poco de crédito!

—De acuerdo, de acuerdo... Mejor salgamos de aquí. 

De acuerdo al plan de Vanesa, tenemos que salir de mi casa a hurtadillas porque de otra manera no podremos huir. Ella se da ánimos, pero yo estoy nerviosa. 

—¿A quiénes viste cuando entraste? —pregunto.

—Tus sobrinos estaban en la sala y Natalia y tu madre en la cocina. Primero tenemos que despistar a tus sobrinos.

Mi amiga camina hacia mi puerta y la abre lentamente.

—Ta ta, ta ta tan tan —empieza a tararear, monitoreando que no haya nadie en el corredor—. Podemos salir —informe y continúa tarareando.

—Vanesa...

Acto seguido, se coloca unos guantes y un par de lentes. También coge el bate de beisbol que escondo en mi armario.

—¿Qué rayos? —grazno.

—Por si Natalia se nos atraviesa en el camino.

—¡Vanesa!

—¿Quieres salir de aquí o no? —me amenaza, saliendo con sigilo de mi habitación—. Sígueme. Trae tu maleta... Ta nanan, ta nanan...

—¿Es necesario que tararees la música de Misión imposible? 

—Sí y agradece que no te obligue a vestir de negro. Desentonas con el ambiente de misterio y fuga.

Otra vez pongo los ojos en blanco y la sigo, pero con reservas. —Y nada de violencia —insisto.

—Tú nunca me permites agregar a todo una dosis de dramatismo —se queja ella.

Las dos atravesamos el corredor caminando hombro con hombro. No parece haber nadie cerca, pero Vanesa insiste en que debemos ser precavidas.

—Tarara... tarara —sigue silbando por lo bajo, pese a que insisto en que haga silencio.

A continuación, lentamente y con la boca cerrada bajamos las escaleras. Trato de advertir algún movimiento, pero tampoco hay nadie cerca.

—Tal vez salieron —digo, esperanzada.

—Lo dudo. 

Mis manos sudan. Mi maleta es pequeña, pero por alguna razón la siento demasiado pesada.

Cabeza: Es tu conciencia.

Corazón: Vamos a la playa Oh oh oh oh. Vamos a la playa Oh oh oh oh.

Vanesa, mirando de un costado a otro, estira su brazo en mi dirección para que me arrime contra la pared más cercana.

—Echaré un vistazo en la sala —susurra y hace su camino hacia esa parte de la casa. Regresa en menos de un minuto—. Nadie —asegura.

Después hace lo mismo con el vestíbulo y la cocina.

—Nada.

—Y no escucho ruido. Tal vez salieron —insisto.

Mi amiga se muestra dudosa. —No. Tu madre y tu hermana parecían muy ocupadas cuando vine. Y si... ¡Oh, Dios! —De pronto Vanesa me obliga a ponerme en cuclillas—. ¿Y si planearon algún tipo de emboscada?

—¡Vanesa! —la codeo.

Pero ella continúa paranoica. —¿Y si ya saben todo y te enviarán lejos y a mí me entregarán a la policía? —Vanesa adora exagerar.

—¿Cómo crees? —niego—. Tal vez mamá y Nat están en la habitación de ella.

—Igual nos pusieron fácil tu huida de aquí —dice un poco más tranquila y otra vez nos ponemos de píe

Las dos caminamos hacia la puerta principal. ¿En serio será tan fácil? No obstante, cuando Vanesa abre la puerta las dos nos quedamos de piedra al ver a Natalia y a mamá de píe frente a nosotras, y ambas están mirando con el ceño fruncido mi maleta. Oh, no...

—Te dije que era una emboscada —traga saliva Vanesa.

Sin embargo, yo decido armarme de valor. —Con permiso —digo, seria, e intento abrirme paso entre las dos.

—Me estás decepcionando tanto, Carolina —dice mamá, molesta, e impide que yo de un paso más.

—¿Por qué? ¿Por intentar hacer mi vida? —chasqueo. 

—Por no hacerlo de la manera correcta.

—Sabes que mamá está enferma —dice Natalia.

¡No, no me van a chantajear!

Intento controlar mi enojo. —De todas formas, ¿quién les dijo que iba a escaparme? ¿Quién? —demando saber.

Mamá y Natalia se hacen un lado, e inmediatamente puedo ver a tía Inés de píe detrás de ellas. Oh, Dios. Y detrás de tía Inés, frente a nuestra casa, me percato de que está estacionada una camioneta negra.

—¿Tú también me encerrarás? —le pregunto, intentando contener las ganas de llorar.

Tía Inés no, por favor... Tía Inés no, por favor... Ella sí tiene que estar de nuestro lado.

—Leí los correos —me dice mi tía, precavida.

Cielo santo.  —¿Y por qué les dijiste? —Molesta, señalo a mamá y a Natalia, y esta vez si me pongo a llorar—. ¿Por qué nadie me apoya en esto?

—No des nada por sentado antes de que hablemos —A continuación, tía Inés hace un gesto con su mano para señalar la camioneta—. Por eso le pedí a él que viniera —dice. 

—¿A él? —pregunto, desconfiada.

—Si va a sacarte de aquí, por lo menos tendrá que darnos la cara a nosotros —dice seria mi tía.

Inmediatamente se abre una puerta de la camioneta. Lo primero que miro es una mata de cabello castaño, seguido de una perfecta efigie masculina. Lo observo de arriba abajo. Zapatos perfectamente lustrados. Pantalones de lino perfectamente estirados. Cinturón. Saco. Camisa. Corbata... Escucho que Vanesa emite un chillido cuando los ojos de él se encuentran con los míos.

Ahí está él. Daniel.

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Instagram: TatianaMAlonzo


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