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8/Jun/2022
5:36 a.m
El amanecer iluminaba la casa con un resplandor cálido que apenas lograba compensar la sensación de agotamiento que se reflejaba en el rostro de Mercurio. Sus ojos, enrojecidos y con profundas ojeras, delataban la noche casi en vela que había pasado. Sentado a la mesa del comedor, removía su plato de huevos revueltos sin mucho ánimo mientras el aroma del café recién hecho inundaba el aire. El Sol, su padre, tarareaba en la cocina mientras terminaba de preparar el desayuno. Parecía de buen humor, aunque su temperamento podía cambiar en cualquier momento.
-Come algo más, hijo -dijo el Sol, sirviendo un vaso de jugo de naranja frente a Mercurio-. Te ves fatal. No quiero que te desmayes por ahí, ¿entendido?
Mercurio asintió levemente, pero no levantó la mirada. Apenas podía mantenerse despierto. Cada músculo de su cuerpo parecía pesar el doble de lo normal, y su cabeza palpitaba por el cansancio acumulado de la noche anterior. La charla que había tenido con la Tierra e Higea seguía resonando en su mente, junto con los recuerdos de la extraña escena del trabajo en el restaurante. Intentaba no pensar demasiado en ello, pero algo no terminaba de encajar.
Venus, que acababa de bajar las escaleras impecablemente arreglado como siempre, se dejó caer en la silla junto a él. Vestía una camisa que claramente quería hacer notar y que contrastaba con el aspecto desaliñado de su hermano menor. Observó a Mercurio durante unos segundos, como si analizara cada detalle de su expresión cansada y su postura encorvada.
-¿Qué te pasa? -preguntó Venus, apoyando la barbilla en una mano y con un tono que oscilaba entre la burla y la curiosidad-. Pareces un zombie.
Mercurio no respondió de inmediato. Mordió un trozo de pan tostado con total desinterés y continuó removiendo los huevos en su plato. Después de un rato, soltó un suspiro que parecía más largo que su desayuno.
-¿Hola? ¿¡Te estoy hablando!? -insistió Venus, frunciendo el ceño cuando no obtuvo respuesta. Se inclinó hacia él y le dio un ligero golpe en el hombro-. ¿Te quedaste mudo o qué?
-¡Déjalo en paz, Venus! -intervino el Sol desde la cocina, girando brevemente la cabeza hacia ellos-. Si está cansado, seguramente tuvo sus razones.
Venus bufó, cruzándose de brazos mientras miraba a Mercurio, quien finalmente se levantó de la mesa sin decir una sola palabra. Caminó hacia la sala y encendió el televisor, esperando que el ruido de fondo lo ayudara a despejar su mente.
La pantalla mostró un noticiero matutino, con imágenes de paisajes urbanos de una ciudad extranjera, mientras la voz de una presentadora informaba sobre un suceso inquietante. Mercurio apenas prestó atención al principio, pero algo en el tono urgente de la mujer lo obligó a concentrarse.
-...un aumento alarmante en los casos de personas desaparecidas en varias ciudades del país. Las autoridades han declarado estado de emergencia y han solicitado la colaboración internacional para investigar estos incidentes.
Mercurio frunció el ceño. La imagen cambió a una calle vacía, donde un reportero explicaba cómo las desapariciones habían dejado barrios enteros casi desolados. El nombre de la ciudad apareció en la pantalla, y aunque no reconocía el lugar, el número de casos le parecía inusualmente alto.
-...hasta el momento, no hay evidencia concluyente de qué podría estar ocurriendo, pero los ciudadanos están comenzando a entrar en pánico. Los testigos describen comportamientos extraños antes de que las personas desaparezcan, y algunos han reportado ruidos inusuales durante la noche...
Mercurio inclinó la cabeza hacia un lado, intrigado. "Comportamientos extraños", pensó. Sus dedos tamborilearon inconscientemente contra el control remoto mientras trataba de entender por qué aquello le causaba tanta incomodidad.
-¿En serio estás viendo eso? -preguntó Venus, apareciendo en el umbral de la sala con un gesto de burla-. Qué deprimente. Prefiero no llenarme la cabeza con esas tonterías...
Mercurio lo ignoró nuevamente, aunque esta vez no por desdén, sino porque realmente estaba absorto en la noticia. Sin embargo, al cabo de unos minutos, apagó el televisor con un suspiro. No tenía tiempo para pensar en lo que estaba pasando en un país extranjero, por más inquietante que fuera. Había cosas más inmediatas en su vida que requerían su atención, como la escuela y el trabajo.
Se dirigió a la entrada, tomando su mochila mientras Venus lo seguía a regañadientes.
-Bueno, si no quieres contarme qué te pasa, está bien -dijo Venus, alzando los hombros-. Pero no te sorprendas si luego el Sol se entera y hace un escándalo por tu falta de energía.
Mercurio no respondió. Simplemente abrió la puerta, dejando que el frío matutino le diera la bienvenida al nuevo día. Mientras caminaba hacia la escuela, no podía evitar sentir que algo extraño se estaba gestando, aunque no supiera exactamente qué.
El aire fresco de la mañana golpeaba suavemente el rostro de Mercurio mientras se detenía en la acera, lejos de la bulliciosa avenida. Miró a ambos lados, asegurándose de que nadie estuviera cerca, y luego se inclinó para sacar algo de su mochila. Un par de patines relucientes, perfectamente ajustados para su tamaño, emergieron de su interior. Mercurio los colocó con precisión, apretando las hebillas y asegurándose de que estuvieran bien ajustados. Un atisbo de entusiasmo iluminó su rostro cansado mientras se levantaba y daba un par de pasos inestables para probar el equilibrio.
-Perfecto -murmuró para sí mismo, comenzando a deslizarse con movimientos fluidos.
Patinar siempre había sido una de sus mayores pasiones, y a pesar del cansancio, era imposible resistir la tentación de disfrutar el trayecto hacia la escuela. El pavimento bajo sus ruedas era una invitación a practicar los movimientos que tanto había ensayado en sus clases de patinaje. Primero una ligera curva, luego un giro rápido, seguido de un salto corto que aterrizó con una elegancia natural.
Mientras seguía avanzando, los edificios y árboles parecían pasar como un borrón. Mercurio sintió que su cuerpo se relajaba. Era casi como si todo lo demás desapareciera: el trabajo, las noticias, la extraña sensación que había tenido la noche anterior... todo quedaba en segundo plano cuando estaba patinando.
Un silbido familiar lo sacó de su concentración.
-¡Mercurio! ¡Espera!
Mercurio se giró justo a tiempo para ver a Luna, su mejor amigo, que venía acercándose con un par de patines que parecían tan desgastados como bien usados. Luna, con su cabello oscuro que caía ligeramente sobre sus ojos y su sonrisa confiada, era el único que podía igualar el entusiasmo de Mercurio por el patinaje.
-¡Sabía que no te resistirías a usar los patines! -exclamó Luna mientras lo alcanzaba, deslizando con facilidad sobre el pavimento.
-¿Y tú? -respondió Mercurio con una pequeña sonrisa, su ánimo mejorando al ver a su amigo-. ¿No que habías dicho que estabas practicando solo en el parque?
-Lo estaba, pero cuando te vi desde la esquina, decidí que sería más divertido si íbamos juntos.
Los dos continuaron patinando lado a lado, disfrutando de la libertad que les daba el movimiento fluido y rítmico. Mercurio decidió probar algunos trucos más complejos, como un giro de 180 grados mientras avanzaba, lo que provocó una risa impresionada de Luna.
-¡Mira nada más! -dijo Luna, levantando las cejas-. ¿Y desde cuándo te sale eso tan limpio?
-Lo estuve practicando la semana pasada -respondió Mercurio con un toque de orgullo-. Aunque todavía me falta perfeccionarlo.
-Pues parece que ya lo tienes dominado.
La conversación fluyó entre risas y desafíos sobre quién era mejor en ciertos trucos, pero finalmente, mientras el ritmo de sus patines disminuía al acercarse a un cruce, el tono cambió. Mercurio miró a Luna, dudando un momento antes de hablar.
-¿Supiste algo de lo que salió en las noticias esta mañana? -preguntó finalmente.
-¿Noticias? ¿Qué noticias? -respondió Luna, frunciendo el ceño.
-Esta mañana estaban hablando de un montón de desapariciones en un país extranjero. Era algo... raro.
-Oh, eso. Sí, lo escuché anoche mientras mi padre veía la televisión. Es una locura, ¿no? -Luna se encogió de hombros-. Aunque no me sorprende. Siempre pasan cosas raras, en otros países y aquí mismo.
Mercurio guardó silencio por un momento, mirando el suelo mientras sus ruedas continuaban rodando suavemente. Luego, sin levantar la mirada, agregó:
-Eso no es todo. Algo extraño pasó anoche en el restaurante donde trabajo.
Luna lo miró con curiosidad.
-¿Extraño? ¿Qué quieres decir?
Mercurio suspiró y comenzó a relatar lo sucedido: las especias inusuales, la sensación de que algo no estaba bien y cómo no se atrevió a decir nada. Luna escuchó con atención, su expresión cambiando de ligera curiosidad a preocupación a medida que Mercurio continuaba.
-Y lo peor es que esas especias no eran normales. No sé cómo explicarlo, pero había algo... fuera de lugar -concluyó Mercurio, finalmente mirando a Luna.
-Eso suena muy raro -admitió Luna, frunciendo el ceño-. ¿No le dijiste nada a tu jefe?
-No. Para ser honesto, no quiero meterme en problemas.
Luna asintió lentamente, como si procesara la información.
-Bueno, tal vez sea solo una coincidencia. Aunque... ahora que lo dices, esas desapariciones en las noticias...
-Exacto. Yo también lo pensé. -Mercurio se detuvo un momento, inclinando la cabeza-. No sé, tal vez estoy exagerando.
-O tal vez no. Tal vez deberías prestar más atención la próxima vez.
El silencio cayó entre ellos mientras los dos seguían avanzando. Finalmente, los edificios de la escuela comenzaron a aparecer a la distancia, y ambos se detuvieron frente a la entrada principal.
-Bueno, aquí estamos -dijo Luna, sacudiéndose el polvo imaginario de los patines antes de quitárselos-. ¿Listo para otro día de tortura académica?
Mercurio soltó una pequeña risa, aunque no del todo sincera.
-Sí, lo que sea.
Ambos se quitaron los patines y se pusieron sus zapatos normales antes de entrar al edificio. Pero mientras caminaban hacia sus clases, la mente de Mercurio seguía dando vueltas a las especias, las noticias y todo lo extraño que había estado ocurriendo últimamente. Algo en su interior le decía que esto era solo el comienzo.
5:52 a.m
La luz matutina se colaba a través de las cortinas mal ajustadas del cuarto de Mictlan, iluminando un espacio que parecía haber sobrevivido a una guerra entre la comodidad y el caos. La cama deshecha estaba a un lado, y el suelo estaba cubierto de una colección de libros, ropa y papeles amontonados al azar. Mictlan, enredado entre las sábanas como si fuera parte del mobiliario, soltó un gruñido bajo al sentir el calor del sol sobre su rostro.
-¿Qué hora es...? -murmuró mientras estiraba un brazo perezoso hacia el suelo, buscando a tientas su reloj. Al no encontrarlo, optó por darse por vencido y se dejó caer de la cama, aterrizando con un golpe sordo en el suelo de madera.
Después de reunir la energía suficiente para ponerse de pie, se tambaleó hacia el baño, se echó agua en la cara y se contempló en el espejo. Cabello despeinado, ojeras que parecían dibujadas con carbón, y una expresión que gritaba "no dormí lo suficiente".
-No inventes, parezco un vagabundo... Soy un maldito vagabundo -se dijo a sí mismo con una sonrisa burlona antes de encaminarse a la cocina.
El aroma del desayuno flotaba en el aire mientras Mictlan entraba al comedor. Allí estaban sus dos padres, Thot y Murray, ya sentados en la mesa. Thot, con su impecable camisa blanca y postura erguida, estaba terminando un plato sencillo de tostadas con mermelada y un vaso de café negro. Por otro lado, Murray, como siempre más informal, llevaba una camiseta sin mangas y estaba concentrado en devorar un pedazo de carne jugosa con sus colmillos, cortándola con una precisión casi depredadora.
-Por fin despierta el vagabundo... -comentó Thot con un tono entre sarcástico y crítico, sin apartar la mirada de su taza de café.
-Buenos días a ti también, papá -respondió Mictlan, dejándose caer en una silla como un saco de papas.
Murray soltó una carcajada, con un toque de burla.
-Siempre tan informal, hijo. ¿Qué tal dormiste? ¿O deberíamos preguntar si dormiste?
-Lo intenté, pero... bueno, aquí estoy. Supongo que eso cuenta.
Mientras Mictlan servía un plato de cereal para sí mismo, Thot lo observaba con una mirada calculadora, como si evaluara cada uno de sus movimientos.
-Mictlan, ¿podrías intentar comportarte con un poco más de... Decente? -dijo finalmente, con su tono característicamente autoritario pero no agresivo-. No es tan complicado sentarse correctamente y usar cubiertos.
Mictlan levantó una ceja mientras se llevaba una cucharada de cereal a la boca.
-¿Decente? Papá, estoy comiendo cereal, no filete mignon.
-No importa lo que comas -respondió Thot, entrelazando sus dedos frente a él-. La forma en que te presentas al mundo es importante.
-Claro, claro, lo que digas -murmuró Mictlan, rodando los ojos antes de concentrarse en su desayuno.
El ambiente era relajado, aunque impregnado del peculiar dinamismo entre Thot, siempre perfeccionista y crítico, y Murray, cuya actitud relajada y ligeramente salvaje siempre rompía con las formalidades. Mientras Mictlan comía, recordó lo que Mercurio le había contado la noche anterior.
-Ah, casi lo olvido -dijo finalmente, levantando la vista de su plato-. Mercurio me contó algo raro sobre unas especias en su trabajo... De uno de tus restaurantes.
Thot alzó una ceja, dejando su taza de café en la mesa con un movimiento meticuloso.
-¿Especias? ¿Qué clase de rareza?
-Dijo que eran extrañas. No sé, como si tuvieran algo fuera de lugar. Estaba trabajando en la tarde en el restaurante y las notó.
Murray dejó de masticar y miró a Mictlan con curiosidad, aunque no parecía demasiado interesado.
-¿Y qué hizo con esas especias? -preguntó Thot, su tono serio ahora cargado de una ligera preocupación.
-Nada, solo me lo mencionó porque le pareció raro. Pero... -Mictlan hizo una pausa, inclinándose ligeramente hacia adelante-. Solo dijo que las especias la recibieron de otra gran empresa de alimentos, y esa empresa también es tuya, papá.
La expresión de Thot se mantuvo inmutable, aunque sus ojos parecieron brillar con un destello de interés.
-Ah, ya veo. -Tomó otro sorbo de su café, pausado y deliberado-. No te preocupes por eso. Me aseguraré de que se investigue.
-¿Eso es todo? ¿No crees que deberías hablar con alguien? -insistió Mictlan.
-Mictlan, estas cosas suceden. Siempre hay anomalías en la cadena de suministro, pero mi equipo sabe cómo manejarlo. Por ahora, concéntrate en terminar tu desayuno y alistarte para la escuela.
El tono de Thot no dejaba lugar a discusión, así que Mictlan simplemente asintió y volvió a su plato. Murray, entretanto, volvió a concentrarse en su carne, como si nada hubiera pasado.
-Bueno, al menos ya sabes que tu papá lo resolverá -dijo Murray con una sonrisa mientras le daba otro mordisco a su comida-. Aunque te juro que no sé por qué le cuentas estas cosas antes de que desayune.
Mictlan sonrió levemente, pero no dijo nada más. A pesar de las palabras tranquilizadoras de Thot, había algo en todo esto que no podía quitarse de la cabeza. Sin embargo, tenía razón en una cosa: debía prepararse para otro día en la escuela.
Cuando terminó su desayuno, Mictlan se levantó, tomó su mochila y se despidió rápidamente antes de salir por la puerta. Aunque confiaba en que su padre Thot encontraría una solución, no podía evitar sentir que sentía algo extraño.
Mientras tanto, el sonido de los cubiertos resonaba suavemente en el comedor mientras Murray comía su porción de carne con evidente satisfacción. Thot, por su parte, estaba concentrado en dar delicados sorbos a su taza de café y pequeños mordiscos a su pan tostado, con la mirada fija en un punto indefinido de la pared, inmerso en sus propios pensamientos.
Murray dejó el tenedor sobre el plato con un golpe metálico, recostándose despreocupadamente en su silla mientras observaba a Thot con una mezcla de curiosidad y desdén.
-Entonces... -comenzó, rompiendo el silencio con un tono casual, casi burlón-, ¿ya sabías lo de las... especias raras?
Thot levantó la mirada de su café, arqueando una ceja con una expresión que combinaba incredulidad y fastidio.
-¿Debería haberlo sabido? -respondió con voz fría y calculada, dejando la taza en su platillo-. Mictlan apenas me lo mencionó hace unos minutos.
Murray sonrió, como si hubiera esperado esa respuesta.
-¿En serio? Pensé que tu perfecta empresa era inmune a cosas como esta -dijo, arrastrando deliberadamente la palabra "perfecta".- Pero parece que incluso el impecable Thot no puede controlarlo todo.
Thot frunció el ceño, pero no se dejó llevar por la provocación. En cambio, cruzó las manos sobre la mesa y fijó su mirada en Murray con una calma glacial.
-Es la primera vez que algo así sucede en mi empresa -respondió, subrayando la palabra "mi" con firmeza-. Y no pasará desapercibido, te lo aseguro.
Murray soltó una carcajada, afilada y llena de sorna.
-Ah, claro, seguro que ya tienes un plan maestro en mente, ¿no? Siempre tan predecible.
Thot se inclinó ligeramente hacia adelante, su tono ahora más bajo pero cargado de autoridad.
-No hay nada impredecible en la excelencia, Murray. Si algo está fallando dentro de mis dominios, lo identificaré y lo corregiré. Este incidente será resuelto rápidamente, y quien o lo que sea responsable enfrentará las consecuencias.
Murray dejó de reír, aunque su sonrisa burlona permaneció en su rostro. Agarró su vaso de agua y le dio un sorbo antes de hablar nuevamente.
-¿Y qué pasa si esto no es tan simple como crees? -preguntó, esta vez con un matiz más serio en su voz-. Tal vez tus estándares de perfección estén... obsoletos.
Thot se recostó en su silla, tomando la taza de café nuevamente.
-Mis estándares no están obsoletos -replicó con firmeza-. Si algo falló, fue porque alguien no siguió los procedimientos adecuados. Nada más.
Murray lo miró en silencio por un momento, como si estuviera midiendo el peso de sus palabras. Finalmente, dejó escapar un suspiro y se encogió de hombros.
-Bueno, tú sabrás. Pero ten cuidado, Thot. Incluso las máquinas mejor engrasadas tienen puntos débiles.
Thot no respondió de inmediato. En cambio, se quedó mirando su taza de café, su mente claramente trabajando en múltiples posibilidades.
-Eso ya lo sé -dijo al fin, con un tono que era casi un susurro-. Pero también sé cómo eliminarlos.
El silencio volvió a apoderarse del comedor mientras ambos hombres continuaban con su desayuno, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Aunque Murray parecía relajado, su mirada ocasional hacia Thot sugería que no estaba del todo convencido de la aparente calma de su esposo.
Por su parte, Thot estaba lejos de estar tranquilo. Si bien mantenía su exterior frío e imperturbable, dentro de él, su mente trabajaba a toda velocidad. Este incidente, por pequeño que pareciera, representaba un desafío a su imagen de perfección, y eso era algo que no estaba dispuesto a tolerar.
Cuando terminó su café, dejó la taza con un movimiento decidido y se levantó de la mesa.
-Tengo trabajo que hacer -anunció sin mirar a Murray, su tono tan cortante como una hoja afilada.
-Claro, cariño. Ve a salvar tu imperio -respondió Murray con una sonrisa sarcástica, observando cómo Thot salía del comedor con su usual paso firme y elegante.
La habitación quedó en silencio nuevamente, salvo por el sonido de los cubiertos de Murray mientras continuaba comiendo su carne con la despreocupación de alguien que, aunque disfruta provocar, sabe exactamente cuándo detenerse.
6:30 a.m
Mercurio tamborileaba los dedos sobre su pupitre mientras deslizaba su dedo por la pantalla de su teléfono, ojeando distraídamente un video sobre patinaje artístico que había encontrado en su red social favorita. Apenas levantaba la mirada mientras a su lado, Luna hablaba animadamente con Titán, un compañero conocido por su personalidad calmada pero alegre y entusiasmo desbordante.
-¡No, en serio! ¡Te lo juro! -decía Luna, gesticulando con energía-. Si lo intentas en una pendiente, el truco sale mucho más fluido.
-¿Estás seguro? -respondió Titán, ladeando la cabeza con escepticismo-. No quiero terminar rodando cuesta abajo como un barril.
Mientras tanto, Mercurio permanecía inmerso en su video hasta que un repentino "¡Bú!" lo sobresaltó desde atrás. Dio un brinco en su asiento, casi dejando caer el teléfono al suelo.
-¡Mictlan! -exclamó Mercurio, girándose para encontrarse con la risa contenida de la Tierra, quien estaba de pie detrás de él con una sonrisa maliciosa.
-Lo siento, no pude resistirlo -respondió Mictlan, dándole una palmada en el hombro mientras se acomodaba en su propio asiento junto a Mercurio.
-Algún día voy a vengarme -gruñó Mercurio, aunque no pudo evitar sonreír mientras ambos comenzaban a hablar.
-¿Ya viste el video del chico que hizo un backflip con patines en el techo de un edificio? -preguntó Mictlan, sacando su propio teléfono para buscar el video.
-¿En serio? Eso suena increíble -respondió Mercurio, inclinándose hacia él para mirar la pantalla.
Antes de que pudieran sumergirse en la conversación, el sonido de pasos firmes y decididos resonó en el pasillo. El bullicio del aula se apagó de inmediato cuando la imponente figura de Júpiter entró al salón, con su habitual aire de autoridad. Llevaba un portafolio y un libro de historia bajo el brazo.
-Buenos días, clase -dijo Júpiter con voz grave pero cálida, mirando a los alumnos mientras tomaba su lugar en el escritorio principal-. Hoy hablaremos sobre el imperio español, pero antes, pasemos lista.
Los estudiantes abrieron sus cuadernos y se sentaron correctamente, aunque Mercurio y Mictlan seguían compartiendo miradas cómplices. Júpiter tomó un bolígrafo y comenzó a leer los nombres desde una lista en su tablet.
-Esmeralda.
-Presente -respondió una voz femenina desde la primera fila.
-Luna.
-Presente -respondió su mejor amigo, levantando la mano con una sonrisa.
-Gally Fox.
-¡Presente! -dijo un joven con entusiasmo, levantando la mano.
-Tierra.
-Presente -respondió Mictlan con una voz despreocupada.
-Félix Sushel.
-Aquí -contestó otro estudiante al fondo del aula.
-Mercurio.
-Aquí -dijo Mercurio rápidamente, enderezándose un poco.
Todo iba con normalidad hasta que Júpiter mencionó un nombre en particular.
-Mark.
Un silencio tenso llenó el salón. Nadie respondió. Mercurio levantó la cabeza, frunciendo el ceño. Era extraño. Mark nunca faltaba a clase. Siempre estaba ahí, incluso cuando otros llegaban tarde o se ausentaban.
-Mark -repitió Júpiter, esta vez levantando ligeramente la vista de la lista para observar el aula. Al no obtener respuesta, simplemente hizo una marca en su tablet y continuó.
-¿No está aquí? Muy bien, sigamos -dijo con neutralidad, como si nada fuera inusual.
Mercurio no pudo evitar inclinarse hacia Mictlan.
-¿Es raro, no? Mark nunca falta -susurró.
-Sí, lo es -respondió Mictlan, aunque su atención ya estaba enfocada en la lección que estaba por empezar.
Júpiter terminó de pasar lista y dejó la tablet sobre el escritorio antes de empezar a hablar sobre los exploradores españoles. Pero en el fondo de su mente, Mercurio no podía sacarse de la cabeza ese extraño silencio que había envuelto al aula al mencionar el nombre de Mark. ¿Qué podría haberle pasado?
7/Jun/2022
10:54 p.m
La noche era fría y silenciosa, con solo el ocasional ulular del viento rompiendo la calma que cubría la ciudad. Mark caminaba apresuradamente por las calles desiertas, su mochila colgando del hombro y sus pasos resonando en el pavimento. El reloj en su teléfono marcaba las 10:30 p.m., un recordatorio de lo tarde que era. Su madre le había advertido varias veces sobre regresar a casa temprano, pero los deberes del club de ciencias siempre lo retenían más de lo planeado.
Mientras avanzaba por una avenida apenas iluminada por faroles parpadeantes, un ruido extraño llamó su atención. Vino de un callejón estrecho a su izquierda, un sonido que no podía identificar del todo. Algo entre un golpe húmedo y un crujido. Marik se detuvo en seco, girando lentamente la cabeza hacia el origen del sonido.
-¿Qué fue eso? -murmuró para sí mismo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
El callejón era oscuro, apenas visible, con un contenedor de basura volcado y algunos cartones apilados en un rincón. Mark se mordió el labio, debatiéndose entre su curiosidad y el sentido común que le decía que siguiera caminando. Pero cuando otro ruido extraño, esta vez un gemido bajo y entrecortado, rompió el silencio, su instinto lo empujó a dar un paso hacia el callejón.
-¿Hola, hay alguien ahí? -preguntó, su voz temblorosa, mientras encendía la linterna de su teléfono.
La luz iluminó parte del suelo sucio, revelando huellas extrañas, como si algo viscoso hubiera sido arrastrado por allí. Mark tragó saliva, su respiración acelerándose. Avanzó un poco más, la linterna temblando en su mano, y entonces lo escuchó: un sonido como si algo pesado y húmedo se arrastrara, acompañado de crujidos como huesos rompiéndose.
El miedo comenzó a apoderarse de él. Retrocedió un paso, convencido de que esto no era una buena idea. Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta y correr, un sonido aún más perturbador lo detuvo en seco: un gemido, esta vez más fuerte, casi humano, pero distorsionado, como si proviniera de una garganta que no estaba diseñada para emitir ese tipo de ruido.
Mark giró sobre sus talones, decidido a alejarse de ese lugar lo más rápido posible, pero antes de que pudiera dar dos pasos, algo salió disparado de la oscuridad. Era un brazo... o al menos algo que se parecía a un brazo. Alargado, pálido, cubierto de una sustancia pegajosa que reflejaba la tenue luz de la calle.
-¡¿Qué demonios?! -gritó Mark, cayendo de espaldas mientras el extraño apéndice se enroscaba alrededor de su pierna con una fuerza inhumana.
La criatura emergió del callejón con un movimiento lento pero aterrador. Su piel era translúcida y pálida, dejando ver órganos retorciéndose en su interior. Tenía extremidades adicionales que se extendían de forma antinatural, retorcidas y asimétricas, como si su propio cuerpo no entendiera cómo debía formarse. Su boca era enorme y alargada, ocupando casi la mitad de su rostro, con filas de dientes en lugares donde no debían estar y desordenados.
Mark gritó, pateando desesperadamente para liberarse, pero el "brazo" de la criatura lo arrastraba hacia el callejón con una facilidad espeluznante.
-¡Ayuda! ¡Por favor, alguien, ayúdeme! -gritó con todas sus fuerzas, pero las calles estaban vacías. Solo el eco de su propia voz le respondió.
La criatura lo arrastró más adentro del callejón, donde la oscuridad lo envolvió como un manto. Mark seguía luchando, golpeando y arañando el suelo en un intento desesperado por liberarse. Su teléfono cayó de su mano, arrastrándose por el suelo y proyectando sombras grotescas de la criatura contra las paredes.
-¡No, por favor! -gritó una última vez antes de que su voz fuera interrumpida por un sonido desgarrador.
El callejón quedó en silencio por un instante, solo roto por el ruido de algo húmedo y viscoso moviéndose, seguido por un crujido que resonó en la fría noche. La linterna de Mark seguía encendida, pero no había nadie para recogerla.
Lo último que se escuchó fueron los gemidos bajos y gorgoteantes de la criatura, acompañados de un ruido repulsivo que hacía pensar en carne siendo desgarrada. Luego, nada más. El callejón volvió a quedar en la penumbra, como si nunca hubiera ocurrido nada.
Que pendejo, no dura nada 👽
4504 palabras.
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