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7/Jun/2022
2:36 p.m
El sol ya comenzaba a bajar sobre la ciudad, su luz dorada tiñendo las calles de un tono cálido. Mercurio y Venus caminaban juntos hacia su casa después de un día de escuela, las mochilas pesadas sobre sus hombros. Aunque la tarde estaba tranquila, un aire de tensión flotaba entre ellos, como si todo fuera normal pero, al mismo tiempo, todo estuviera a punto de cambiar.
—Nos vemos en casa —dijo Venus sin mirarlo, girando hacia la derecha para tomar su propio camino.
Mercurio sintió cómo su estómago se apretaba al escuchar sus palabras. Siempre que el le hablaba de esa manera, ignorante y distante, el dolor de su inseguridad se hacía más grande. Él quería preguntarle si quería ir juntos, pero no se atrevió. Después de todo, Venus nunca lo hacía. Siempre estaba demasiado ocupado con sus propios intereses para prestarle atención a las pequeñas cosas que Mercurio intentaba hacer por el.
—Le avisaré al Sol —añadió Venus sin detenerse.
Mercurio asintió, aunque el ya no lo miraba. No esperaba que lo hiciera. Era, después de todo, el menor de los dos, y la dependencia con el Sol solo hacía que él se sintiera aún más pequeño, más insignificante en comparación con su hermano.
Suspiró, echando un vistazo a su reloj. Sabía que debía apresurarse, porque si no llegaba a tiempo, perdería su turno. Se dio vuelta y comenzó a caminar rápidamente por la calle, alejándose de la casa que compartían. Tenía que llegar al restaurante a tiempo para hacer su parte como repartidor y conserje. No era el trabajo de sus sueños, pero era el único que tenía para poder pagar las clases de atletismo y patinaje que tanto le gustaban. Los entrenamientos le daban una pequeña sensación de independencia, de ser algo más que la sombra de Venus.
Mercurio pasó frente a varias tiendas, caminando por las calles cada vez más vacías, y se dio cuenta de lo cansado que estaba. No solo físicamente, sino también emocionalmente. La vida le había dado un lugar en la sombra, como el planeta más pequeño, el más cercano al Sol, pero con una personalidad que no encajaba en el entorno. Pero lo que más le frustraba era esa sensación de no ser suficiente. El Sol siempre había sido carismático e irritable con el, a veces, casi con indiferencia, y a pesar de todos sus intentos, Mercurio seguía pensando que el Sol solo lo veía como un error.
Al llegar al restaurante, vio el letrero del gran empresa de platillos únicos, "Food Galaxy", que prometía un futuro brillante a sus empleados. Era un lugar prestigioso, con una amplia cadena de restaurantes de lujo, aunque no era precisamente el ambiente ideal para alguien como él. Mercurio no era el tipo de persona que hablaba de sus sueños o aspiraciones. En cambio, se conformaba con lo que tenía, sabiendo que eso le permitiría salir adelante en algún momento.
Entró al restaurante, que estaba relativamente tranquilo para ser una hora punta. La gran cocina se extendía hacia el fondo, llena de chefs y cocineros que movían los platos con destreza. Al fondo, se encontraban las puertas que llevaban al área de entrega, un espacio más modesto donde los repartidores y el personal de mantenimiento cumplían su trabajo. Mercurio fue directamente a esa zona, donde su supervisor, un hombre robusto llamado Javier, lo esperaba con una mirada cansada pero con una sonrisa obligada.
—Mercurio, ¿ya traes los pedidos? —preguntó Javier, sin levantar la vista de las hojas de su escritorio.
—Sí, ya los tengo listos —respondió Mercurio, dejando las cajas sobre el mostrador. Su voz era suave, casi inaudible, como siempre.
Javier asintió y comenzó a revisar las órdenes, mientras Mercurio se quedaba quieto, observando el lugar. El restaurante, aunque lujoso en apariencia, tenía un aire de frialdad, como si los empleados solo fueran engranajes en una enorme máquina. La comida que producían prometía un futuro brillante en la industria, pero Mercurio se preguntaba si realmente se sentían tan emocionados por lo que hacían. Para él, todo se trataba de sobrevivir, de cumplir con las expectativas, de pagar las clases y tratar de mantenerse en pie. No pensaba demasiado en el futuro.
Mientras Javier organizaba los pedidos, Mercurio miró por la ventana. Vió la ciudad desde allí, en su totalidad, los edificios reflejando la luz del sol que comenzaba a esconderse detrás de las nubes. La gente seguía su marcha sin mirar atrás, sin preguntarse qué tan frágil era el sistema en el que vivían. No sabían que las cosas estaban a punto de cambiar.
—Aquí tienes, Mercurio. Toma estos tres pedidos y asegúrate de entregarlos antes de las 8 —dijo Javier, cortando los pensamientos de Mercurio con su voz autoritaria.
—Gracias, señor Javier.
Mercurio tomó las cajas, organizándolas cuidadosamente antes de salir del restaurante y dirigir sus pasos hacia las calles de la ciudad. El frío de la tarde comenzaba a envolverlo, y una ligera sensación de ansiedad se apoderó de él. Sabía que este trabajo era importante, que dependía de él si quería seguir adelante, pero siempre sentía esa sensación de estar atrapado en un ciclo interminable. Ninguna de sus acciones parecía ser suficiente, y la idea de que todo era transitorio, que no había un propósito real, lo hacía sentirse cada vez más vacío.
Mientras caminaba hacia las primeras entregas, el sonido de sus pasos resonaba en las calles desiertas. En su mente, solo había espacio para pensamientos pequeños, pero recurrentes. Tal vez, algún día, algo cambiaría. Tal vez algún día, dejaría de ser solo el repartidor de un restaurante. Tal vez se atrevería a soñar más allá de lo que era capaz de ver. Pero, por ahora, solo tenía que cumplir con su turno. Cumplir con lo que le decían.
No sabía que desde ese simple día, esa rutina que tanto le costaba, marcaría el comienzo de algo mucho más grande. Algo que cambiaría la vida de todos.
5:30 p.m
Mercurio ajustó las cajas en sus brazos mientras las tomaba con algo de dificultad, las especias que le habían dado eran más pesadas de lo que había anticipado. No era un trabajo complicado, solo una de esas tareas que formaban parte de su rutina diaria en el restaurante, pero algo en el aire le parecía ligeramente diferente esa tarde. Quizás era la luz que se filtraba a través de las ventanas del restaurante, o quizás había algo en el ambiente que lo ponía más nervioso de lo habitual.
—¡Mercurio, ven aquí! —la voz de Javier, que no había levantado la cabeza del escritorio, interrumpió sus pensamientos. El supervisor, con su actitud siempre apática, le había dado la tarea de llevar las cajas de especias a la cocina. Era algo sencillo. Sin embargo, la pesadez de las cajas hacía que el trayecto hasta la cocina pareciera más largo de lo que realmente era.
Mercurio asintió y se encamino hacia el área de almacenamiento, donde las cajas estaban esperando. Tenía que llevarlas al fondo, junto a la estación de cocina, donde se almacenaba todo lo que necesitaban los chefs para preparar los platos. Sin pensarlo mucho más, levantó las cajas con esfuerzo y comenzó a caminar con paso apresurado por el pasillo del restaurante.
A medida que cruzaba por el pasillo, no pudo evitar notar el aire pesado que lo envolvía. No era un olor fuerte, pero sí algo inusual. Un leve perfume picante, demasiado denso, que provenía de las especias dentro de las cajas. Al principio, pensó que era un olor común de la cocina, algo que se mezclaba con el aire del restaurante, pero al inhalar más profundo, se dio cuenta de que algo no estaba bien. La mezcla de olores parecía más fuerte de lo habitual, algo áspero, metálico casi.
—¿Es esto normal? —se preguntó para sí mismo mientras avanzaba. Pero se limitó a seguir adelante, aunque algo en su interior le decía que debería haber hablado con Javier al respecto.
Finalmente llegó a la puerta trasera de la cocina, la cual era siempre un punto de entrada y salida frenética, especialmente durante las horas nocturnas, ya que era el tiempo en el que más clientes venían. Mercurio empujó la puerta con el hombro y entró. La calidez de la cocina lo envolvió de inmediato, pero a pesar del calor, una sensación extraña lo invadió, como si el ambiente estuviera más cargado de lo normal. Las luces brillaban intensamente sobre las estaciones de trabajo, donde los cocineros se movían con rapidez, casi como si no se detuvieran nunca.
Depositó las cajas en el suelo y se agachó para abrirlas. El aire dentro de la cocina olía diferente también, más ácido, menos fresco. Al abrir una de las cajas, Mercurio se inclinó ligeramente hacia atrás, aliviado por el frescor momentáneo de la caja que había estado guardando las especias. Pero a medida que comenzaba a sacar los paquetes, algo lo hizo fruncir el ceño.
Las especias estaban empaquetadas de manera extraña, diferente a la forma en que siempre las habían recibido en el restaurante. Normalmente, las hierbas y condimentos venían en envases con sellos perfectos, los colores vibrantes, todo impecable, listo para ser utilizado en las cocinas. Pero estas… estas no parecían tan normales.
Había algo ligeramente opaco en el exterior de los paquetes, como si las especias estuvieran envueltas en algo que no debería estar allí. Las etiquetas se veían distorsionadas, como si se hubieran impreso apresuradamente o de forma irregular. Uno de los frascos tenía una mancha marrón en una esquina, que parecía no encajar con el producto. No estaba seguro de si era tierra, suciedad o algo más.
Inmediatamente, Mercurio sintió un escalofrío recorrer su espalda. Pensó en el olor que había notado antes, el peculiar perfume metálico que se había impregnado en su nariz. No podía ignorarlo, no después de lo que estaba viendo. Las especias parecían estar contaminadas de alguna forma. Pero, ¿cómo podría ser posible? El restaurante estaba bajo una gran empresa, con altos estándares de calidad. La empresa de alimentos y restaurantes “Food Galaxy” siempre se jactaba de su meticulosidad en cuanto a sus ingredientes, ¿cómo podían haber dejado pasar algo así?
No dijo nada al principio. ¿Cómo iba a explicarlo? ¿Cómo podía enfrentarse a Javier, que ni siquiera le prestaba atención cuando necesitaba ayuda con otros problemas? Además, lo que Mercurio sentía en su pecho era una duda. ¿Realmente algo estaba mal, o solo estaba exagerando debido a su ansiedad habitual?
Miró las especias nuevamente, pero antes de poder hacer cualquier cosa, la puerta de la cocina se abrió de golpe y uno de los chefs pasó por el pasillo con prisa. Mercurio sintió cómo su corazón saltó por un momento. Había estado tan inmerso en su pensamiento que no se había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado. Sacudió la cabeza y rápidamente comenzó a colocar las especias en su lugar, con más prisa de la que debía.
—¿Puedo hacer algo más por ustedes? —preguntó a los cocineros, esperando que no lo notaran tan distraído.
El chef asintió brevemente, apenas mirando en su dirección.
—No, Mercurio, gracias —respondió de manera brusca.
Entonces, Mercurio hizo lo que había hecho tantas veces antes: ignoró la incomodidad, ignoró las dudas que comenzaron a aflorar en su mente y siguió con su trabajo, regresando a la zona de entrega para recoger otras tareas. La verdad era que, aunque algo no estaba bien, él no podía permitirse dudar. Necesitaba el dinero, y el trabajo era lo único que tenía.
A lo largo de la tarde, no pudo dejar de pensar en las especias. Pensó que tal vez estaba imaginando cosas. Quizá las etiquetas se habían impreso mal. Tal vez solo necesitaba descansar más, o había tenido un día demasiado largo y su mente estaba jugándole malas pasadas. Pero lo que Mercurio no sabía era que las especias que había visto, esas mismas que había tocado y olido, eran solo el comienzo de algo mucho más peligroso. Algo que cambiaría todo para siempre.
7:48 p.m
Las horas después de su trabajo parecieron alargarse hasta convertirse en una eterna caminata por las calles desiertas de la ciudad. Mercurio iba caminando, con la mente algo nublada, el cansancio se apoderaba de él mientras avanzaba lentamente hacia su casa. Su mochila colgaba pesadamente de su hombro, y la tarde, que inicialmente parecía prometedora, ahora se volvía gris y monótona. El aire, denso y frío, lo rodeaba, y la luz de la ciudad comenzaba a desvanecerse a medida que el sol descendía.
Había algo extraño en la atmósfera, algo que lo hacía sentir incómodo. Un frío en su nuca, como si alguien lo estuviera observando desde atrás. Al principio, pensó que solo era el cansancio, o tal vez su mente jugándole una broma, pero cuando volvió la vista atrás, no vio a nadie. Respiró con algo de alivio, continuó caminando, pero la sensación persistió.
El sonido de sus pasos sobre el asfalto, casi inaudibles bajo la capa de silencio, parecía aumentar de volumen conforme avanzaba, como si se convirtiera en el único sonido real en el vacío de la calle. Siguió caminando, pero esa sensación no lo dejaba. Estaba siendo seguido. O al menos, eso creía. El latido de su corazón acelerado retumbaba en su pecho, como si cada pulsación lo instara a mirar atrás una vez más. Pero no lo hacía. Solo mantenía la vista al frente, intentando racionalizarlo. “Es solo el cansancio,” pensó, “lo que pasa es que llevo mucho tiempo trabajando, mi mente está hecha un lío.”
Pero no. No era solo el cansancio. La sensación aumentaba, y el aire pesado a su alrededor parecía volverse aún más denso con cada paso. De repente, en un giro brusco de su cuerpo, Mercurio se giró, esperando ver a alguien o algo, un gato, un perro, o tal vez un desconocido. Pero no. Nada. Solo la oscuridad y el frío. El sonido de sus respiraciones agitadas llenaba el vacío mientras el miedo se apoderaba de él.
"¡¿Qué demonios está pasando?!" murmuró, con los ojos abiertos de par en par, y un sudor frío corriendo por su frente.
Siguió caminando apresuradamente, sin mirar atrás. Unos pasos resonaron detrás de él, imitando los suyos. La sensación era indescriptible, como si estuviera siendo perseguido por algo intangible, un presagio, o tal vez una broma macabra que su mente había inventado. Las sombras de los edificios parecían alargarse, como si la noche estuviera devorando todo lo que quedaba de luz.
Su respiración se aceleró aún más, y entonces escuchó un ruido en la calle, como si alguien corriera detrás de él, acercándose rápidamente. Fue en ese momento cuando algo —o alguien— salió de entre las sombras, de una de las calles laterales, justo en frente de él.
"¡Aaaaah!" Mercurio dio un salto hacia atrás, el corazón a punto de salirse de su pecho, mientras una risa inconfundible resonaba en sus oídos.
—¡Mercurio! —la voz de una chica lo sorprendió. Miró a su alrededor, completamente desorientado, hasta que sus ojos se centraron en dos figuras que se acercaban a él con una sonrisa traviesa.
La primera persona era una chica alta, de cabello largo y violeta oscuro, con una expresión risueña, mientras que la segunda persona caminaba justo detrás de ella, sonriendo también con una chispa traviesa en sus ojos. Mercurio soltó un suspiro de alivio al darse cuenta de que no era una amenaza, sino que eran sus primos, la Tierra, conocido también como Mictlan, y su prima Higea.
—¡Vaya, eso sí que te asustó! —dijo Higea, riendo mientras Mercurio aún trataba de recuperar el aliento. Higea tenía una mirada brillante y juguetona, una mezcla de inocencia y travesura que siempre lograba sacarles sonrisas a los demás.
Mercurio intentó sonreír con incomodidad mientras su respiración se calmaba.
—Eso no fue gracioso—dijo, casi entre dientes. Pero aunque lo decía en tono serio, en el fondo estaba aliviado de verlos, aunque un poco avergonzado por haber caído en la broma.
—¡Podrían haberme matado del susto! —dijo, tomando aire, aún con el pulso acelerado.
Ambos primos, Mictlan y Higea, se miraron entre ellos, y después Mictlan dio un pequeño empujón a Higea.
La Tierra, o Mictlan, se detuvo a su lado, observándolo con una ligera sonrisa. Tenía esa actitud tranquila y madura que a veces lo hacía parecer más un adulto que un adolescente, pero sabía cómo relajarse y hacer que los demás se sintieran en paz. A su lado, Higea era todo lo contrario, llena de energía y de bromas. Mictlan parecía ser el ancla de estabilidad entre la energía infinita de Higea y la inquietud interna de Mercurio.
—Te ves cansado —comentó Mictlan, observando con atención la mochila de Mercurio, la cual colgaba torpemente de su hombro.
—Largo día —respondió Mercurio con un suspiro, mirando al frente mientras comenzaba a caminar junto a ellos. Higea caminaba al lado de Mercurio, sin dejar de sonreír por la broma que acababa de hacer.
—¿Tanto? ¿Qué hiciste hoy, Mercurio? —preguntó Mictlan, con esa calma que siempre tenía, como si nada en el mundo pudiera alterarlo.
—Trabajé en el restaurante, como siempre—respondió él, mirando al suelo mientras caminaban por la calle desierta. Las luces de las farolas iluminaban el camino, pero el peso de la jornada seguía en su mente.
—¿Y qué tal? —insistió Higea, alzando una ceja mientras lo miraba de reojo, como si buscara algún tipo de secreto o detalle escondido detrás de su tono cansado.
—Estaba haciendo mi turno, como siempre. Y de repente, tuve que cargar unas cajas de especias, pero algo no estaba bien... los frascos no se veían como siempre. Eran raras, no tenían el mismo sello, y hasta había manchas en ellas. Además... el olor era raro, como si algo metálico estuviera mezclado con las especias. No estoy seguro de qué era, pero me dio mala espina —explicó Mercurio, mirando a sus primos mientras caminaban juntos.
Mictlan frunció el ceño, deteniéndose por un momento antes de hablar.
—Eso suena extraño. No me suena para nada como algo que normalmente ocurriría en un restaurante tan lujoso y de tan buena reputación. Pero... ¿dónde exactamente te dieron esas especias?
—En el sector de entregas de la empresa "Fresh Herbs"—respondió Mercurio—. Ahí fue donde me las entregaron, y las llevé a la cocina, pero tenía un mal presentimiento. Estaba demasiado cansado para pensar claramente, y la verdad, no dije nada.
Higea, que caminaba junto a ellos, frunció el ceño pensativo.
—¿Que no esa empresa de alimentos que provee esas especias... es parte de la propiedad de uno de los papás de Mictlan?
Mercurio lo miró, sorprendido. Su primo Mictlan asintió lentamente, como si no fuera algo que se dijera muy a menudo.
—Sí —dijo Mictlan, en tono serio—. Mi papá, Thot, es dueño de esa empresa que transporta y provee los alimentos a sus restaurantes. Tal vez por eso esa conexión. Pero, si realmente algo extraño pasó con esas especias... podría ser grave. Voy a hablar con él.
Mercurio miró a Mictlan con una expresión mezcla de preocupación y alivio.
—No sabía que tu papá era el dueño... —dijo, casi sin poder creerlo—. Pensé que solo era un cirujano plástico y un hombre de negocios, pero... guau, no esperaba esto.
Mictlan asintió, su expresión ahora más calmada.
—Sí, lo sé. A veces pasa algo y se nos escapa de nuestras narices, pero no quiero que eso afecte a mi padre. Él tiene mucho control sobre la empresa, y si algo está mal, se tiene que saber. Voy a hablar con él para ver qué pasa. Prometo que te avisaré, Mercurio.
Mercurio asintió, agradecido por la promesa de su primo, aunque su mente seguía ocupada con los extraños sucesos en el restaurante. Algo no estaba bien, y tenía la sensación de que lo que había ocurrido no era simplemente un mal día de trabajo.
—Gracias, Mictlan. Espero que hables con tu papá pronto.
Los tres continuaron caminando juntos, disfrutando de la compañía mientras las luces de la ciudad parpadeaban en el horizonte. Después de un rato, Mercurio, sintiendo que la noche había sido lo suficientemente larga, finalmente habló.
—Bueno, chicos... Aquí nos separamos. Es tarde y mañana tengo que seguir trabajando.
Mictlan asintió, dándole un abrazo ligero.
—Te veo mañana en la escuela, Mercurio. Cuídate.
—Adiós, Mercurio —dijo Higea, también con una sonrisa y un gran abrazo.
Los tres se separaron en ese momento, y Mercurio continuó su camino hacia su casa, pero ahora con una sensación menos pesada sobre sus hombros. A pesar de la rara situación en el restaurante, se sentía algo más aliviado por el apoyo de sus primos. Sin embargo, en el fondo de su mente, sabía que aún quedaba mucho por descubrir.
10:30 p.m
La noche había caído por completo, y el restaurante ya había cerrado sus puertas. Las luces se apagaron poco a poco, dejando solo una tenue luz proveniente de la cocina, donde un hombre de mediana edad, con el uniforme de chef, aún estaba terminando su turno. Había trabajado más horas de las que acostumbraba, pero algo en el aire esa noche le decía que debía quedarse a terminar todo a la perfección. La cocina estaba en silencio, solo interrumpido por el sonido ocasional de los cuchillos y las ollas al ser limpiados, el calor de las luces de la cocina aún reinando sobre su sudorosa piel.
Mientras se ocupaba en la limpieza, el chef notó algo extraño en la mesa. Un frasco de especias había quedado olvidado, tal vez por algún error de otros chefs. Eran las mismas especias que había visto horas antes, las mismas que Mercurio había transportado hasta la cocina. Algo en el frasco no parecía correcto. La etiqueta estaba mal puesta, y las marcas no eran las que él conocía.
Curioso y un poco distraído por el cansancio, el chef decidió inspeccionarlas un poco más de cerca. Al principio, el color de las especias parecía inofensivo: una mezcla entre tonos rojizos y amarillos, un tanto más opaca que las demás. Pero el olor que desprendían, esa mezcla rara entre lo dulce y lo ácido, le resultó peculiar. El chef, siempre abierto a probar nuevos ingredientes, pensó que tal vez era una receta especial que nunca había probado. Sin pensarlo mucho más, tomó una pequeña cantidad de las especias con la cuchara y la vertió en un plato, mezclándola con un poco de aceite para probarla.
El sabor fue extraño, muy extraño. Al principio, no pasó nada. El chef frunció el ceño, probando un poco más, buscando algo familiar. Pero, mientras lo hacía, la sensación en su boca empezó a intensificarse. El sabor era amargo, pero con algo metálico que le recorría la lengua, como si algo no estuviera bien. De pronto, un cosquilleo recorrió su garganta, algo que no pudo identificar pero que lo hizo tragar con dificultad.
Sin embargo, pensó que podría ser algún ingrediente raro, o tal vez la fatiga que lo hacía sentir más sensible a los sabores. Así que, sin darle demasiada importancia, se levantó de la mesa y comenzó a limpiarla. Pero pronto, el malestar se hizo presente.
Una ligera sensación de mareo lo invadió, y su estómago empezó a revolverse. El chef se detuvo, apoyándose en la mesa, sintiendo como si algo pesado lo estuviera aplastando por dentro. Su piel se volvió pálida y las manos, antes firmes, comenzaron a temblar levemente.
—¿Qué... qué pasa...? —murmuró para sí mismo, poniéndose en pie, aún luchando contra el sudor frío que le caía por la frente. Trató de tomar aire profundo, pero una oleada de náuseas lo atacó. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo de la cocina, decidido a llegar a la calle y respirar aire fresco, con la esperanza de que el malestar pasara.
Al llegar a la puerta, tropezó ligeramente, apenas manteniéndose en pie. El chef salió a la calle desierta y, al dar unos pasos, sintió que el aire fresco no era suficiente para calmar la horrible sensación en su estómago. El dolor se intensificó, como si algo estuviera retorciéndose dentro de él. La náusea lo golpeó con fuerza, y antes de que pudiera reaccionar, se agachó para vomitar en el fondo de un callejón cercano.
El líquido que salió de su boca no era normal. El chef observó con horror cómo el vómito se mezclaba con un color extraño, oscuro, como si su propio cuerpo estuviera rechazando lo que acababa de ingerir. Su respiración se volvió errática, y el dolor comenzó a ser insoportable. Su estómago no dejaba de retorcerse, y el sudor frío ya empapaba por completo su cuerpo. Un sentimiento de desesperación y terror lo invadió mientras caía de rodillas en el callejón, intentando encontrar algo de alivio. Pero el dolor solo aumentaba.
De repente, sintió un ardor abrasador recorrer su piel. Se tocó el rostro, notando que su piel comenzaba a irritarse, a arder. Se levantó en un intento por buscar ayuda, pero no pudo. Sus piernas no respondían como solían hacerlo. La visión se le nubló, y el mundo a su alrededor pareció volverse borroso. Su estómago se contrajo violentamente, y un grito de agonía se escapó de su garganta mientras su cuerpo comenzaba a retorcerse en el suelo del callejón.
Su piel, antes de un tono saludable, se volvía cada vez más pálida, casi grisácea, y entonces comenzó a hincharse. Los músculos de sus brazos y piernas se endurecieron, su piel se agrietaba como si estuviera a punto de romperse. El dolor era tan intenso que no podía pensar. Todo lo que podía sentir era el retorcijón de su estómago y los espasmos que lo hacían perder el control de su cuerpo. Los huesos crujían, y una sensación de incomodidad indescriptible le recorría cada centímetro de su piel.
Se desplomó de nuevo en el suelo, el rostro cubierto de sudor, la garganta llena de un grito mudo. Su cuerpo no era el mismo. Algo en su interior se estaba transformando, distorsionando su forma. Los músculos y los huesos crujían al cambiar, adaptándose a una nueva y desconocida forma. La agonía que experimentaba parecía interminable, y, en ese momento, supo que lo que acababa de probar, no era solo un ingrediente extraño.
Por pendejo 👻🤙
Nota de autor ✏️📄:
Nota 1._ Nuevo año, nuevo proyecto papus y mamus, perdón si estuve desconectada, es que he estado adelantando proyectos que tengo planeado publicar este año 2025 y también me uní a un nuevo fandom del juego para móviles llamado: Cookie Run Kingdoom, (no es un juegazo pero es adictivo de algún modo, y pesa bastante para el móvil 👽‼️).
También tenía pensado dedicarle un fanfic a ese juego pero, ¡Por motocristo en Jesucleta!, ¡La historia es de las más enredadas y confusas que he visto en toda mi joperra y miserable vida, está peor que todo el Lore de Cinco noches con Alfredo!
De todos modos aún no tengo una idea clara para el libro, así que por ahora solo quedará cómo un pensamiento que solo paso por mi cabeza y ya.
Nota 2._ Dejando de lado a Cookie Run Kingdoom, este libro va a tratar del típico apocalipsis (no-zombie) en donde el protagonista principal será Mercurio, veremos cómo el personaje pasa de ser el "planeta" que todos conocemos a un "planeta" totalmente diferente a lo que fue después de presenciar la miseria, muerte, dolor y perdida.
Espero que esté libro sea de su agrado y les deseo un buen año a todos ustedes y puedan cumplir las metas que se propusieron para este año 🌕✨.
Hasta la próxima actualización mis hermosas lunitas💞.
4592 palabras.
(Ignores los joperros dibujos que hice para este cap, es que me dio flojera dibujar pero ya luego los cambiaré por otros mejores xd).
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