mens sana in corpore sano
Mente sana en cuerpo sano
Mar es mi nombre, pero no es nombre de quien vive dentro de mí.
Jala las hebras de mi cabello hasta desprenderlas, rompe la delgada piel de la cabeza, truena mi cráneo en dos, escucha el sonido de la fragmentación y saca a cucharadas los sesos. Que ahí, recostado en el hueso occipital, está él.
Hide.
Hide es el hombre que comí. Según el cuento que más le agrada susurrarme, él jura que le arrebaté la vida. Lo miré a los ojos con una sonrisa traviesa y degusté un jugoso bocado de su brazo izquierdo. No lo recuerdo. No. Ni al sabor de su sangre, ni a mis dientes triturando la carne, ni a él. Pero, en su cuento, en el vaivén de las mareas de dolor, él perdió ante mi apetito y se rindió para ser parte de mí.
Le gusta arrullarme por las noches con esa historia. Según su relato, que siempre es detallado y sangriento, no dudé en disfrutar cada bocado. A veces narra cómo explotaron los ojos de su cráneo ante mis molares, a veces habla de la piel sin vida que colgaba desecha, a veces habla de mí mientras bebía su sangre. No tiene miedo de contar las cosas al revés. Tritura las palabras y vuelve a ponerlas de pie. No le importa confundirme, lo que le gusta es asegurarse de que le crea. Sobre todo, le encanta hacerme saber que lo último que disfruté en mi pecado, fue su mirada perdida en la oscuridad.
No lo sé, no soy capaz. No era capaz. No tengo, ni tuve, la fuerza para derrumbar un hombre de la nada. Y aunque en algunas ocasiones, cuando lo único que escucho es su voz y me causa cierto cosquilleo el pensamiento, no deseo hacerle daño a nadie.
Y le creo.
Hide fue un hombre, que una vez devorado, en el charco de su propia existencia, se volvió una masa endeble. Los restos de él que no se deshicieron, subieron hasta encontrar un lugar calmado donde pudieran dormir. Y ahí, en mi cabeza, hecho un ovillo sobre el occipital, se formó a sí mismo de poco a poco. Entre líquidos transparentes, pensamientos turbios y ventanas de un cielo que nunca es azul; entre el cráneo y la resonancia del tono áspero de mis palabras, existió de nuevo.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces. A veces siento que ha estado conmigo desde hace muchas primaveras atrás, a veces parece que cometí un crimen solo unas horas atrás. No sé. No, no sé. No. No sé por qué hay días eternos cuando me cuenta cosas. No sé por qué otros son efímeros cuando le siento palpitar.
A pesar de lo aterrador y lo grotesco que es el cuento. Me he acostumbrado tanto a Hide que lo he convertido en una especie de simbiosis. Solo así, poco a poco, se ha logrado desvanecer la escena del atroz crimen que he cometido contra él. Así como alguna vez yo me alimenté de él, ahora él come de mí.
Es demasiado tarde para desprenderlo. Y hay cosas de las cuales no estoy segura querer desprenderme. Como mi nombre susurrado por él cada noche antes de dormir, como sus esporádicas risas cuando escucha el sonido de la M. Ya no me molestan los escalofríos que me asaltan en ratos cuando el silencio es asesinado por su voz.
Me he acostumbrado tanto, tanto, tanto, que tengo miedo de que se vaya.
Me gusta creer que él siente lo mismo. Le agrada que le hable de vuelta. Quiere que siga el juego, pese a que en ocasiones no entienda el sentido. No sé qué tan real sea o no. No sé a quién le contesto a veces. No sé qué tanto de él pueda existir, ni qué tanto de mí existe en él.
Y cuando las dudas me absorben, me arrulla, me silencia, me regala un espacio rojo y tranquilo. Estar tan cerca mío le ha permitido escuchar mis pensamientos. Acariciarlos. Pellizcarlos.
Le encanta, le fascina, adora que intente buscarlo con el espejo de bolsillo brillante, el único que tengo en mi posesión. Fue mi pequeño reflejo lo primero que usé cuando comencé a escuchar los balbuceos de una voz torturada. Cuando sentía los golpecillos detrás de mi cabeza, le intentaba encontrar en mis ojos. Es una idea estúpida intentar encontrar algo tan diminuto escondido entre las pestañas. Sé que jamás se asomará, pero es algo que no voy a dejar de hacer.
Quiero verlo.
Acerco con mi mano el espejo hacia cualquiera de mis ojos hasta que se convierta en lo único que existe en el reflejo. Y con mis dedos libres estiro la línea de las pestañas inferiores hacia abajo. No parpadeo. Dejo que arda el ojo por la brisa fría hasta que se marquen las diminutas venas y enrojezcan. En ese espacio lo busco, en la rosada cuenca inferior. Hasta que arde. Hasta que duele.
Y cuando me rindo, como ahora, carcajea. Desquicia. Provoca ansias. Provoca delirios. Provoca ganas de doblar las orejas hasta quebrarlas. Me he quedado con este desquiciado remedio donde jalo el lóbulo de mi oreja con fuerza. Lo aprieto hasta que hormiguea y duele mientras lo estiro hacia abajo. A veces lo hago sangrar, pero es lo que queda para hacerlo callar. Tiene que doler.
Cuatro veces.
Cuatro se supone que es el número que no le agrada.
Una.
Dos.
—¿Te picó a ti también?
Regreso. Me sorprende la pregunta y a Hide también, lo sé porque dejó de carcajear. Julia está frente a mí deteniéndome por el brazo con tanta desesperación que no se da cuenta que me lastima. Con la mano libre se echa aire en el rostro. Tiene los ojos cristalinos y enrojecidos, pero son los más bonitos que he visto en mucho tiempo. Me imagino que cuando lloran se ven incluso más hermosos.
Caminamos juntas debajo de las jacarandas entre las sombras, donde a los insectos más les gusta volar. Se desprende de mí para sacudir los brazos y se da un par de golpes en la cabeza. Ja. Chilla y se queja.
Tres.
Pequeños insectos alargados y negros caminan sobre sus finos y desgraciados hombros desnudos. Los parásitos son diminutos, insignificantes. Tienen que moverse como una lombriz para desplazarse. Vienen de las copas de los árboles. Siempre están cayéndose de las hojas, pero específicamente les agrada caer en picada al medio día cuando el sol está sobre las copas.
Aterrizan en el cabello, la piel, les gusta besar el rostro, pasear entre los labios, nadar en los ojos. Julia ahora tiene un nuevo amigo en la cabeza. Uno que le arde. Uno que le duele. Uno que le hace lagrimear con fuerza y no le hará caso a ella, quien se talla los párpados con urgencia.
—Hay que sacarlo —hablo.
—Ayúdame. Dime si sigue ahí.
No quiero.
No tengo ganas de ver sus ojos preciosos para sentirme basura. Yo también cargo la misma desesperación que ella porque sobre mi ropa también caminan cosas extrañas. Los insectos buscan refugio entre mi piel. Tal vez si miro hacia arriba, alguno se anime a nadar dentro mío y lo encuentre a él.
Pero no voy a acercarme a ella porque me desagrada ver ojos de otras personas. Porque, según Hide, así fue como llegó a mí. Pasé demasiado tiempo en sus ojos. ¿Y si empiezo a devorarla? No soportaría escucharla.
Hide vuelve a reír. No sé si es por la idea de imaginarme a mí misma arrancando los pómulos de mi compañera mientras ella sigue buscando al insecto que la está devorando, o tal vez ríe por mi vergonzoso pensamiento donde Julia también tiene una persona dentro de la cabeza.
Vuelve a aferrarse a mi brazo. No hay remedio. Me acerco al rostro dolido con dudas. No lo toco. Parpadeo. Parpadeo demasiado. Solo no hay que verla por mucho tiempo y estaré bien. ¿Por qué tiene los ojos tan hermosos? Me asomo ligeramente a su mirada. La misma de siempre. Mi rostro jamás podrá verse como el de ella. No. No tengo esos ojos claros y profundos. Las palabras que salen de esos párpados son tan armoniosas. Clac. Clac. Me concentro en la esclerótica. No hay nada. ¿Tampoco tengo yo nada? Tal vez se ha imaginado todo. No, hay algo ahí. Rápido. Rápido. Clac. No, no hay nada.
—Ella también hizo cosas siniestras. Te las hizo a ti. También pudo haberse comido a alguien, ¿por qué no? Quizá, incluso, si ella comiera a alguien lo disfrutaría. Tal vez le gustaría comerte. Lo está pensando.
No.
—Ahí está. —Es un diminuto y alargado insecto que colea contento—. Ahí está.
Me asombro del diminuto ser que le provoca tanto dolor. Se mueve lento. Disfruta. Pasea tranquilo. Es precioso y tierno. Extraño.
—Sácalo.
—Tengo las manos sucias —susurro alejándome—. Ve al baño y échate agua. Saldrá solo.
O no.
En medio del pasillo de las jacarandas, Julia se talla el ojo con las uñas. Tiemblo. ¿No puede ser más cuidadosa? Me quejo yo más que ella y rasco entre mis nudillos. ¿Y si se daña por intentar eso? Vuelve a rascar otro par de veces mientras avanza a ciegas. Hide ya no ríe. Quizás también está observando. Quizás también le ha gustado el insecto. ¿Te ha gustado el insecto, Hide?
—Ya no lo siento. Ya no. ¿Y si se metió? —pregunta preocupada—. ¿Pasará algo si se metió?
—No.
Julia no ha hecho nada malo. Un rostro tan bello jamás podría crear dolor, no está hecho para ello. Si mi cuerpo carga heridas por su culpa, no lo recuerdo. Si estoy sangrando en mis memorias, es porque no he muerto. Es él quien ha escarbado entre el olvido para encontrar cosas que me ardan. Cosas que él pueda detestar gravemente.
Ella no puede ser mala.
—De repente, cuando la miras, tiemblas. Por miedo.
Por el cuarto oscuro. Por el olor a mierda. Por las risas detrás de la puerta. Por lo dulce que es su mirada. ¿Por qué pecamos desde que nacemos?
No importa, porque un día, Julia pidió perdón.
—O, tal vez —regreso a Julia—. Se quedará ahí dentro y comenzará a hablarte.
Me sonríe a medias. Agacho la cabeza, la he espantado. Le ayudo a quitarse los bichos. Ha dejado todo atrás. He dejado todo atrás. Si antes ella era un monstruo, ahora no queda rastro de este. Se ha desvanecido en mis propias manos porque yo lo he ahogado.
La dejo avanzar primero. Parece tan amable. Tan dulce. Sonríe con gracia, de tal manera, que la sangre en la comisura de sus labios se ve hermosa.
Tal vez un día le cuente nuestro secreto. O tal vez un día ella sea la que abra mi cabeza y encuentre a Hide.
Quiero saber las palabras que le dirigiría a ella. ¿Con qué tono empezaría? ¿Qué cuento la arrullaría?
¿Qué harías?
—La mordería fuerte.
*Notita de Noir*
(Bellísima portada anterior hecha por OMCourtly)
Hello.
Había tenido muchas ganas de publicar esto.
Es una historia un poquito más cruel que las anteriores que he escrito. Un poquito más cruda.
Hay escenas fuertes, feas.
Ojalá les guste.
Y no escuchen tanto a Hide.
Tampoco coman personas.
Ni arranquen ojos.
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