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Haz semejante


Las larvas se pegan a los tejidos, músculos, cerebro a veces a los ojos. No, no. Aquí clase en el edificio cercano a XXXXX. Este es mi preludio del encuentro tortuoso. Casi puede olerse el infierno desde acá. Si cierras los ojos e inhalas profundo, el azufre alcanza a penetrar. Aunque  quizá sea por tantas copias de mi cuerpo impresas en papel corriente, esas pegadas en el boletín de anuncios. ¿Copiar? Sí, sí. Copiar las letras del pizarrón y escuchar un rato banalidades de los demonios. 

Julia. Julia enfrente con corona de rosas. Ha sido bendecida. Podría afirmarlo con las manos sobre el fuego hasta que se llenara de ampollas la piel, hasta que se rompan todas y dancen en las llamas. La gente que es bella en este mundo es bendita. Lo es, lo es. ¿Acaso no es tan bella con ese perfil delgado? ¿Con ese cabello precioso? Huele a un perfume delicado y particular. Atrae. Incita a acercarte para apreciar la esencia y al hacerlo, puedes notar pequeñas lombrices atravesando su cornea y pasear por el iris.

—Julia se ve diferente.

Sonrío automáticamente. No pueden ser larvas, tendría que haber comido huevos propagados en superficies contaminadas con mierda. Mi cabeza está en otro lado. En muchos otros lados esparcidos alrededor del campus. No sabía que podía exhibirme con tanta facilidad entre tantos pequeños espacios. Uno de ellos, por ejemplo, es en el panfleto con el rectángulo sobre el cuerpo semi-desnudo debajo de nuestra mesa en el salón. La invitación a la exposición ha sido pisoteada, arrugada y quebrada. Putrefacta.

Tengo que abrazarme al pasar mi mirada por la hoja en el suelo. Luego debo sonreír porque alguien del equipo ha hecho un comentario acerca de la nueva blusa de Julia. Debo de mirar las preciosas mangas. Alguien más ha hecho un comentario acerca de la mancha color café que se esparce en su mejilla. Cualquiera de las dos cosas le sienta perfectamente a Julia.

—¿Te has perdido de algo?

Observo con discreción el aura alegre que de repente colma la mesa. Me sorprende, me abraza y me incomoda. ¿Por cuánto tiempo más tengo que sonreír si estoy sangrando? La infección puede ocurrir en todo el mundo, cisticercosis, encantadora palabra. Mis músculos se tensan ante el silencio y la memoria de mi dolor me golpea las piernas de repente. El salón no está callado. Están las pisadas de una mesa a otra, la conversación de la teoría de juegos, las grotescas carcajadas del fondo, los papeles pisoteados sobre todo el suelo; y todo concluye que mi sentir es erróneo. Nadie aquí es un cerdo.

—Te has perdido de algo.

Se me ha ido de las manos el hilo de la conversación, pero me aseguro de asentir cuando las demás asienten. Aplaudo con las demás y sonrío como las demás. Nunca tan hermoso como Julia. Nunca, nunca. Copio un par de cosas a mi libreta, pero no consigo babear ni gruñir como las demás. No notan que estoy admirando su piel rosácea por demasiado tiempo. Es tan real la faceta. Quistes en todo el cuerpo causados por una infestación de larvas solitarias. Subo las manos a mi rostro un instante para que mis dedos repasen mis labios. No, todavía no tengo un morro de cerdo como ellas, ni como el de los demás. Mis colmillos no han nacido aún.

Me he perdido porque estoy demasiado ocupada tratando de desaparecer las ganas de querer arrancar el anuncio con la fotografía de Pablo al lado de la mía. Esa que se encuentra en el tablón de anuncios del salón. Que se encuentra en los buzones de todos, en la cabeza de todos, en los labios de los cerdos. 

—Levántate. Podemos deshacernos de todos. Podemos caminar por las islas de comida, los salones, la biblioteca. Agarremos sutilmente cada uno. No es nada loco. Anda, atravesemos los edificios. Vamos a romperte por la mitad. Hay que prenderte en fuego y veamos la lluvia de cenizas de tu cuerpo que será libre.

El grupo ha dejado de mover sus labios y me observan. No dudo ni un segundo en bajar mi atención a mi cuerpo desnudo y maltratado en el suelo. Lo pateo con mis puntillas para intentar ocultarme a mí misma. El parásito se mantiene en las paredes de los intestinos, imperceptibles por uno, dos meses, hasta que la larva crece. ¿Ha hablado Hide en voz alta?

—¿Sí? —pregunto.

Ríen y chillan sin pena alguna. Siento la baba de sus hocicos llegar a mi cuello. Salpican la comisura de mis labios. Volteo a Julia, la bella Julia, la preciosa Julia. Su cuello está completamente lleno de algo grumoso y café. Apesta. ¿Es el infierno? Vuelvo a abrazarme con demasiada fuerza.

—Les estaba diciendo que tú también conoces al chico lindo de la clase de análisis. —Julia pone una mano encima de la mía. Sus dedos hinchados y morados me asquean—. El que siempre voltea a vernos. ¿Verdad que es extraño?

Aguanto las ganas de vomitar. 

Asiento de nuevo y sonrío. Son las lombrices que se multiplican en sus ojos las que me ponen nerviosa. Abarcan superficie una encima de cada otra en constante movimiento. Digo que sí varias veces, demasiadas, no debería estar viendo sus ojos. Ese es el problema. Incluso pueden pasar meses, años; y no sabría nadie de la infección.

Vuelvo a poner las manos sobre la mesa. Respiro profundamente. No pueden hacerme daño las fotografías. Son simples papeles. Solo eso. Ninguna de ellas lo ha notado: Lo terrible que se ve la imagen pisoteada. Lo que quizá me haga daño es el tremendo olor a mierda que se expande a través del salón.

No podemos hacer eso, Hide. No podemos llevarnos a nosotros mismos al fuego para quemarnos. No ahora. Pero sí, sí. Sí quiero arrancar cada rostro de Pablo sonriente. ¿Y las cámaras? ¿Y si alguien se da cuenta de ello? ¿Qué haríamos con tantas? ¿A dónde las llevaríamos? ¿Dónde esparciríamos las cenizas? ¿A quién le platicamos el síntoma de las convulsiones y el dolor de cabeza?

Es demasiado tarde. Muy, muy, muy, muy tarde. Está en todos lados. Estoy en todos lados.

—Podríamos alimentar a Pablo con las cenizas.

De pronto se levanta el par de chicas que nos acompañan. No recuerdo sus nombres, ni recuerdo si los tienen. No puedo distinguirlas. Sus cabezas tan deformes y las orejas puntiagudas no me permiten tener memorias de ellas. Miran con insistencia el reloj, babean, se quejan. Es hora de partir. Mis piernas tiemblan de nuevo, están ahí los moretones. Si antes podía entender su voz entre los graznidos de la gente que ha comido de mí, ahora no escucho nada de esta.

Julia me espera, pero me rehúso a levantarme. No podría explicarle a Julia que estoy tan ligera como el aire, y que mi cuerpo no quiere levantarse para ir a pisar las heces de todos quienes ya han huido. Levanto el rostro para ver ese parásito que la come desde adentro. El sonido de un goteo me hace temblar. Es su saliva cayendo sonoramente.

—Necesito hablarte —habla.

—¿Cómo lucen sus ojos si parpadea?

Caóticos. La escucho despacio, me quedan algunos minutos. Dos para llegar al edificio. XXXXX ya debería de estar esperándome a puerta cerrada. ¿También habrá cambiado su rostro como todos hoy?

—¿Qué pasa? —contesto. 

El olor que desprende es insoportable. Tengo que entrelazar mis nudillos y ponerlos frente a mis labios para oler el enjuague de las mangas de mi prenda. Confusión, problemas de equilibrio, ¿y si de repente sentimos una mordida en el cerebro? ¿A qué era lo que olía Julia antes de todo esto? ¿Siempre había olido a desperdicios?

—Vamos a reportar una queja por ecuaciones diferenciales —comienza en un tono calmado—, la verdad es que nadie está satisfecho con XXXXX.

No entiendo.

Concentro la mirada en sus labios intentando leerlos, parpadeo otro par de veces. Nada. Solo el sonido del viento que acompaña al goteo incesante de una salivación intensa. El hedor que cada vez parece más penetrante se intercala con el tejido de mis prendas. Me hace parte de él.

—Tal vez se ha maquillado con un labial diferente. ¿No se ven demasiado rojos sus labios?

Larvas paseando entre sus mejillas, entre los huecos de lo que alguna vez fue piel preciosa y ahora es un cuerpo moribundo y putrefacto lleno de mierda. Aprieto más los nudillos y bajo la mirada.

—¿Qué?

No entiendo. 

¿Cuánto tiempo me falta para dejar de verla así? Usualmente los síntomas se presentan cuando el quiste está muriendo.

—¿De verdad, Mar? ¿De verdad? —¿Cómo puede hablar en ese estado? Con la boca llena de plantas y tierra—. ¡Pues porque acabo de reprobar su examen! Porque voy reprobando la materia. Porque todos vamos reprobando. Todos excepto tú y Raúl.

¿Es Julia quien parpadea o es la ilusión de Julia?

Jamás la había visto tan extraña. Aunque sé que la esencia de Julia no es normal, por ejemplo, es extraño que me mantenga cerca de ella pese a su absoluta falta de confianza hacia mí. Le desagrado. Me odia. Me ha dejado olvidada en tierras desconocidas para, a mi regreso, envolverme en un abrazo.

Y yo jamás había buscado una mano putrefacta con tanta desesperación.

—No vale la pena. No necesitan hacerlo. No hagan nada —musito.

Chista. Voltea al suelo mira a la fotografía pisoteada con el nombre de Pablo, inclina su cabeza para observarla con más atención y luego la pisa sin temor alguno. Enseguida la suelto. He sentido un cosquilleo en el dorso, son los gusanos aclimatándose a mí. ¿Me ha visto?

—Mar, tengo beca condicionada. Me la han condicionado dos veces. ¡Dos veces! No puedo reprobar. Y a ese cabrón no le importa nada. —Se acerca a mí con secrecía—. Yo lo sé. Yo sé que vas a su oficina siempre. Sé que te mira y sé que lo miras de vuelta. Te conozco, no puedes ocultármelo. Te conozco, Mar. ¿Crees que nadie se ha dado cuenta? Lo que sea que hagas, no importa. A nadie le importa. Pero necesitamos las firmas de todos. No es la primera vez que pasa, no será la última. No te preocupes. Está bien.

Mi silencio le incomoda. Me toma de los hombros y luego sube su mano derecha a mi mejilla. La acaricia tiernamente. Sus labios recitan algo que yo no entiendo, pero mi cuerpo reacciona. 

La muerdo.


Parásitos.

Algo no está bien.

No.

Nada está bien.


Julia sale contrariada y llorando. Desde lejos la veo acariciar la herida superficial. Se le han caído un par de larvas frente a mí.


—¿No se supone que no podíamos morder a nadie?

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