November Rain

November Rain.

Bertha me amenazó con su espátula al momento de pisar la cafetería a la lejanía, realicé un saludo militar sin acercarme, ni de loca iba a arriesgarme. Por eso siempre preparaba mi comida una noche antes para luego no perecer por las mañanas de flojera.

Al sentarme frente a una mesa individual que logré alcanzar, saqué el tupper de comida junto a mi celular, si mataría el tiempo esperando a Jamie que saliera de su clase, sería leyendo dentro de una plataforma digital. Hace poco que la había descargado y en su momento solo me llegaban historias donde la protagonista de quince años ya tenía un Jeep de tal color, ¡Cielos! Yo a mis tantos años de edad no tenía ni una bicicleta para andar, tenía que sufrir por los aromas desconocidos que olía en el transporte público.

La pobreza me perseguía y a pesar de trabajar, el dinero era escaso para mantenerme. Cerré la app sin probar suerte.

—Uf, ¿a cuánto la noche desenfrenada?

La asquerosa voz de Marcus se hizo presente al dejarse caer sobre la silla frente a mí. Mi expresión de aburrimiento fue suficiente para manifestar como me sentía ante su presencia.

—Esfúmate antes de que patee tu trasero.

Si el chico fuera más cortés y lindo, quizás le hubiera dado una segunda oportunidad, pero no, él creyó que era una muñeca inflable que podía manejar a su antojo estando en la cama. Hombres como él me dan ganas de exterminarlos. ¡Todos tenemos corazón y sentimientos!

—¿Y qué harás, bonita? Conozco a las chicas como tú, unas viles putas que...

No le dejé terminar la oración. Me abalancé encima de él con tal de golpear su amadísimo rostro, nos fuimos directo al suelo, mis manos tomaron el control mientras intentaba rasguñarlo a pesar de que gritaba al hacer un intento por apartarme. No recuerdo con exactitud en ese momento, pero supongo que le dejé en claro la persona que era.

Que yo quisiera tener relaciones de manera abierta con un chico no me convertía en una cualquiera. Disfrutaba del sexo siempre y cuando la otra persona tuviera en claro la situación hasta llegar a un acuerdo. No lo hacía con el primero que se metía en mi camino. De eso siempre fui consiente.

Ninguna mujer es una puta o zorra por querer experimentar con su cuerpo esos placeres... ah, pero si se trata de un hombre, ¡le alaban el número de chicas con las que se acuesta!

Una fuerza me retuvo de los hombros. Mis uñas quisieron incrustarse en los brazos de Marcus para seguir dándole una lección. Pataleé cuando lograron alejarme. Me percaté que había armado una escena al estar rodeada del mar de estudiantes.

El individuo que me había sujetado, me envolvió entre sus brazos para que dejara de forcejear.

—¡Te estamparé mi suela en tu cara! —Chillé.

—¡Maldita bruja!

Gruñí. Por fortuna le había logrado rasguñar su mejilla donde brotó un hilo de sangre.

—Shhh, ya Nat —me congelé al escuchar la voz de Adam cerca de mi oído. Cuando nuestras miradas de encontraron, una molestia creció en mí y maldije —salgamos de aquí antes de que venga alguien de dirección.

No me dio tiempo de responder. De manera automática sujetó mis cosas para llevarme fuera del edificio en dirección a los jardines. Los ojos me picaron unos segundos, estaba echando humo por las orejas y descargué mi furia abriendo y cerrando las manos.

—Inhala amor, exhala odio —me dije cerrando los ojos —busca tu chi interior, mmm, inhala amor, exhala odio, mmm...

Me tragué la ira que estuvo a punto de salir por completo.

—Puedo ser tu saco de boxeo —se ofreció el chico para que lo golpeara.

Abrí un ojo y luego el otro. Me reí.

—Hay probabilidades de que termines con los huesos rotos, no seas voluntario —sorbí la nariz.

—Asumiré los riesgos.

Mi corazón dio un vuelco. La sensación que provocaba mi cuerpo erizarse era desesperante, me ponía en una situación donde no podía sacar mi lado atrevido.

Negué con la cabeza soltando una risa.

—Solo quiero largarme de este lugar.

Chasqueó la lengua y en un parpadeo ya me estaba llevando arrastras hacia otro lado del edificio. Al acceder, reconocí el camino y las escaleras. Nos dirigíamos al salón de música donde me había pillado. Fruncí el entrecejo desconcertada de su plan.

Subimos las escaleras, nuestras pisadas eran audibles en cada peldaño que pisábamos. Estudié de soslayo al pimpollo, su cabello le caía sobre la frente de una manera rebelde que me derretía, no sé porque amo esa mezcla de aspecto chico misterioso junto con dulzura. Mia tripas se retorcieron al igual que mi mente.

Las palmas de mis manos me sudaron cuando nos detuvimos frente al aula, Adam llevó su mano a la perilla para abrirla y darnos acceso. No sé si era buena idea quedarme ahí a solas con él, porque podía ser muy impulsiva en cualquiera momento.

—¿Te parece este lugar? Fue el primero que se me ocurrió —comentó con una media sonrisa.

Asentí y pasé a su lado para tomar asiento en lo que primero tuve a la vista: El piano, aunque, si hubiera sacado mi lado actriz, podría haber terminado sentada sobre su regazo con tal de que me consolara, pero no quería ser dramática.

Dejó mi mochila en el suelo con la suya. El lugar se sentía cálida aún con las ventanas semiabiertas. Ambos intercambiamos una fugaz mirada, antes de que sea la primera en apartarla y sentir todo mi ser arder.

Llevé la mano sobre la tapa del piano con tal de alzarla y tener la oportunidad de acariciar cada tecla. No era por presumir, pero de pequeña mi abuela me había enseñado a tocar una pieza muy famosa: November Rain.

Sí, mi abuela era una fanática del Rock y siempre lo demostró hasta el último día de su vida donde su petición fue que en su funeral fuera acompañada con dicha canción.

Coincidencia: Falleció en un noviembre lluvioso.

No dudé en tocar los primeros acordes, no me acordaba de cuáles eran con exactitud. Luego, Adam se incorporó tocando desde su lado a la vez que empezó a cantar en susurros.

Su voz fue el complemento para perder el control. Presioné los párpados por sentirme tan idiotamente enamorada.

—¿Adam?

Hablé cuando finalizó de cantar y volteé a verle. Hice un esfuerzo para que las mejillas no me traicionaran, pero los escasos centímetros que nos separaba no ayudaban.

¿Puedo besarte? Pensé.

—Gracias por no juzgarme...

—Conozco a Marcus y sé que es un hijo de fruta que no tiene sentimientos.

—¿Fruta? —reprimí una risa.

—Uh, no voy a decir tal palabra —sonrió a la vez que enarcó una ceja —y no me dejaré llevar por los comentarios sean ciertos o no, me pareces una persona estupenda que sabe tomar decisiones y qué hacer.

—No soy una santa —encogí los hombros al suspirar.

—Nadie en esta vida lo es, de vez en cuando tenemos que caer en tentación, ¿no lo crees?

Me imaginé que mis ojos se convertían en un par de corazones rozas que saltaban al estilo anime.

De repente mi mirada recayó en sus suaves labios, tuve el valor de tragar mi orgullo para inclinarme en su dirección, nuestras narices rozaron y de manera automática cerré los ojos con tal de dejarme llevar. No toqué sus labios, solo nos acariciamos de una manera suave como gatos. Lo abracé con fuerza, sentí sus manos rodearme poco después para corresponderme. 

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