El chico del bar


Por primera vez en mi vida comenzaré a trabajar, porque siento que ya no debo depender de mis padres, algo que ya no quiero hacer. Debo luchar por mi familia, quiero devolverles todos los favores que ellos me han hecho, quiero que se sientan honrados de la hija que tienen.

Si hay algo que tengo bien en claro es que ellos ya tienen cierta edad y no deberían estar en la calle trabajando para poder darme de comer. Por eso he tomado esta decisión. 

Algunas de las cosas que hago es estudiar música, tocar el piano y componer mis propios temas. 

¡Hago lo que más me gusta!

En la noche del sábado, estaba planeando y coordinando la ropa que usaría el día siguiente, domingo, en la mañana para salir a buscar un trabajo. Estaba entusiasmada, pero a la vez tenía miedo de cagarla. Pues sería la primera vez que trabajaría.

Optaría por vestirme con unos leggins negro y un top blanco. En los pies unas botas Carmelitas. El cabello amarrado en una coleta y mis lentes, que sin ellos no voy a ningún lado.

Luego de decidir lo que me pondría, decidí acostarme a dormir, esperando a que mañana fuese un gran día.

Suena mi despertador de mi celular. Al apagarlo me encuentro con mensaje de mi mejor amiga Anastasia. Una pelirroja de ojos azules. ¡La mejor amiga que puede existir en el mundo!

El mensaje decía: «Suerte, amiga. Espero que hoy encuentres lo que busques y fuerza.»

«Muchas gracias amiga, lo necesitaré…», no dudé en responderle.

Estaba tan emocionada.

Sin más que hacer, me preparé y salí de casa.

Llevaba en mi mano izquierda un panfleto de posibles lugares en los que podía conseguir trabajo. Esperaba a que me acepten.

*5 horas más tarde…*

Al parecer, ninguno de estos trabajos estaban hechos para mi. Mi estado de ánimo se vino abajo, pero justo en frente de mis ojos, un bar, con un cartel enorme muy bien decorado decía: 

«Se busca cantante, que pueda dedicarle todo su tiempo a esta profesión.»

Pues que tal, mi día había mejorado. Decidí entrar y hablar con el jefe:

—Perdón, señor. Vengo por la vacante de cantante. Me gustaría pertenecer a su equipo de trabajo.

—Umm. ¿Tienes experiencia cómo cantante o eres aprendiz? —interrogó el hombre.

—Si, señor. Tengo experiencia. He estudiado música por quince años; ya la llevo en la sangre.

—Muy bien. La vacante será suya, pero estarás aprueba. Necesito que mañana vengas a las ocho de la noche.

 —Muchas gracias por la oportunidad. Prometo que no lo defraudaré.

—Confío en su palabra —dijo seriamente.

—A propósito, ¿cómo se llama usted?

—Erick, me llamo Erick. ¿Y tú? Y por favor no me digas señor, me haces sentir viejo.

—Elizabeth, un gusto conocerlo, Erick. Hasta mañana, que tenga una linda tarde.

¡Si! Ya tengo un trabajo. Y lo perfecto es que haré lo que más me gusta dedicarle tiempo en mi vida.

Llegué a casa super estropeada. Me tiré  en la cama y caí en un profundo sueño.

(...)

Desperté a las tres de la tarde. ¡Qué demonios! Estaba exhausta. 

Hice la comida, hablé con mamá de hacia dónde me dirigía. Luego me cambié la ropa, por una limpia. Cuando miré el reloj me di cuenta que ya eran las siete y media, así que salí de casa.

Pasaron treinta y cinco minutos. Al llegar al lugar habían muchas personas, pero en la barra había un chico se me llamaba la atención. Era de piel trigueña, con unos ojos verdes.

Su rostro tenía una expresión muy sensual. Hasta habíamos intercambiado miradas. Pero todo ese momento se fue abajo, ¡ahí venía mi jefe! 

—¿Preparada? —preguntó.

—Por supuesto —afirmé segura.

—Entonces, adelante.

Subí al escenario. Las luces se apagaron y un reflector se encendió en mi. Comencé a cantar mi canción favorita, la canción que más sentimientos me traía, era de un familiar que apreciaba mucho. Esa canción me traía recuerdos, y hacía que eleve el ánimo. 

Al terminarla, a las personas, al parecer les había gustado. Aplaudían muy fuerte y gritaban que cantara otra, pero ya era demasiado tarde.

El chico de la mirada intensa tenía una sonrisa amplia, que ya me estaba intimidando.

Bajé del escenario y mi jefe estaba orgulloso con mi resultado, tanto que me dio un adelanto de sueldo.

Salí rápidamente del bar para llegar a casa lo antes posible, pero sentí que alguien me seguía:

—¡Hey! —gritó aquel desconocido.

—Eh, ¿te conozco?

—No, pero podrías. ¿Qué tal, hermosa? ¿Cómo te llamas?

—Sabes qué, ¡adiós! No hablo con desconocidos en la calle.

—Uy, que amargada. Pero ya volverás.

Creo que me pasé con aquel chico. 

¡Rayos Elizabeth! Así nunca conquistarás a nadie.

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