Capítulo 17
Hola amigos, os dejo uno de mis capítulos preferidos de esta historia. Espero que os guste. Un beso.
17 – La senda de los más fuertes
—¿Estás segura de que conoces el camino, Diane? —preguntó Barak Zane tras unos minutos de reflexión.
Hacía ya una hora que Diane les había dibujado en un mapa el camino a seguir a Zachary y a Zane. La joven había descrito los senderos y los obstáculos que encontrarían durante la travesía con todo lujo de detalle, pero incluso así la noticia era tan sorprendente que Barak no podía evitar tener ciertas dudas.
El líder de Carfax siempre había supuesto que tarde o temprano aquel momento llegaría, era cuestión de tiempo, pero jamás imaginó que se diese en aquellas circunstancias. Después de perder a tanta gente, Zane había llegado a temer haber sido maldito por el Fabricante. En aquel entonces, sin embargo, con aquel repentino cambio de acontecimientos, la evidencia les señalaba como lo que realmente siempre habían sido: los elegidos.
Los elegidos...
—Lo conozco —respondió ella con seguridad—. Y puedo llevaros. Es más: os llevaré, pero siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones, Barak. Esto es la recta final; la senda definitiva, y no cualquiera puede recorrerlo. El Fabricante nos va a poner a prueba para comprobar si somos dignos y tenemos que estar preparados.
—Preparados —repitió Zachary con apenas un hilo de voz. Durante la ausencia de la cronista había reflexionado mucho sobre sus últimas palabras, pero no había sido capaz de llegar a apoyarlas. En aquel entonces, sin embargo, con la buena nueva en manos de Diane, dudaba que su opinión importase lo más mínimo—. ¿Es así como nos agradece el Fabricante todos estos años de servicio? ¿Dejando en manos de una tirana nuestra supervivencia? —El anciano negó ligeramente con la cabeza, con los ojos ciegos llenos de lágrimas de impotencia—. Hubo un tiempo en el que llegué a dudarlo, pero ahora estoy más convencido que nunca: esta vida es un castigo.
A pesar de los insultos y el dramatismo del anciano, Diane ni tan siquiera se molestó en prestarle atención. No hacía falta que nadie le dijese que sus métodos no eran los más adecuados para saberlo. Sin embargo, no les quedaba otra opción. Si lo que quería Carfax era sobrevivir tendrían que tomar su mano, y para que ella la aceptase primero la compañía tenía que demostrar su lealtad.
—No pienso discutir. Sabéis cuales son mis condiciones: podéis tomarlas o dejarlas, pero creedme, no las voy a cambiar. No a estas alturas y mucho menos después de haber visto lo que he visto. Vuestra es la decisión: si queréis morir, adelante, lo estáis haciendo de fábula. Pero si lo que queréis es vivir...
—¡No estás siendo justa! —exclamó Zachary con furia—. ¡Tú antes no eras así, Diane Russ! ¡Aunque siempre demostraste tener un corazón de piedra, nunca fuiste tan cruel! ¿¡Qué demonios han hecho contigo!?
Diane sonrió para sí misma. El anciano tenía la razón. La Diane que en aquel entonces hablaba con tanta firmeza no era la misma que años atrás había surgido de la nada, desesperada y asustada. Las circunstancias de la vida la habían cambiado, y por mucho que había intentado mantenerse fiel a su espíritu, no había podido evitar que la dureza de la vida de supervivencia que el Fabricante le había reservado la convirtiese en lo que actualmente era. No había tenido otra opción. Si Diane seguía viva era gracias a aquel cambio, y ahora más que nunca se alegraba de no haber dudado.
—La supervivencia y tu absurda moralidad no son compatibles, Zachary —respondió ella con petulancia—. ¿Realmente hace falta que te peguen un tiro para darte cuenta de ello?
—Vamos, vamos —exclamó Zane alzando ambas manos en un intento por preservar la paz. Mientras que Diane se mostraba estremecedoramente tranquila, Zachary Frost estaba cada vez más y más nervioso—. Tranquilos los dos, ¿de acuerdo? Las circunstancias son demasiado complicadas como para plantearlas con la misma sencillez que hasta ahora.
Agradecido por el respiro ofrecido por Barak, Zachary aprovechó para ponerse en pie con la ayuda de su ayudante, Gwendolyn Fenn, e imprimir así más énfasis a su postura. A pesar de que su acompañante siempre se mantenía en un silencioso y neutro segundo plano, en aquella ocasión la expresión de su rostro ponía en evidencia que el tema a tratar la tenía consternada.
—Barak, tu eres un buen hombre —prosiguió el anciano—. Carfax ya ha perdido a demasiados hombres como para plantearnos siquiera lo que esta muchacha dice. Si dejamos atrás a parte de los nuestros estaremos abandonando a su suerte a parte de Carfax. Es como si... como si nos estuviésemos autodestruyendo.
—Al contrario —respondió Diane con rapidez—. Eliminar a los más débiles reforzará al resto, Zachary. Carfax lo que necesita. Aunque sean pocos, es gente fuerte que está preparada para sobrevivir. ¿Para qué queremos ser muchos si así ponemos en peligro nuestra propia supervivencia? —La cronista negó ligeramente la cabeza—. Lo siento pero no; no podemos permitírnoslo.
—Esto es un castigo cruel, Diane —se lamentó Frost con tristeza—. Demasiado cruel. Si pudieras llegar a entender la gravedad de lo que planteas...
La determinación de Ross se debilitó notablemente al ver el modo en el que el anciano se daba por vencido. Aunque en los últimos tiempos sus posiciones se hubiesen ido extremando hasta convertirles en personas con ideales prácticamente opuestos, Diane siempre había sentido una gran estima por aquel hombre. Zachary había sido uno de sus tres hermanos cronistas y como a tal lo había querido. Por desgracia no podía permitirse que la debilidad de un anciano diese al traste con el futuro de Carfax. La decisión debía tomarse, y no solo por ella, sino por el bienestar de todos, incluido el propio Frost.
—En realidad no es un castigo —intervino Zane dejando escapar un leve suspiro—. Es una criba, amigo mío, y no la ha impuesto Diane precisamente. Ahora lo veo claro. Aunque me duela admitirlo, creo que ella está en lo cierto.
Como si de un jarro de agua se tratase, Zachary respondió a la decisión de Barak dejándose caer pesadamente en su asiento, justo al lado de su ayudante que, perpleja ante las palabras del líder de Carfax, no podía parecer más asombrada.
—Es la recta final y necesitamos a nuestro lado a los más fuertes —prosiguió Zane—. El resto...
—El resto son un lastre que no podemos permitirnos llevar —simplificó Diane con crueldad.
—¿Lastre?
El rostro de Barak enrojeció de furia al escuchar aquellas palabras. Aunque había intentado respetar a la cronista debido a su privilegiada posición, no estaba dispuesto a pasar por alto aquel tipo de insolencias. Muy a su pesar, sin embargo, tampoco quería enfrentarse a ella. Diane tenía ahora el futuro de Carfax en sus manos y no quería ponerlo en peligro, y mucho menos sabiendo lo voluble que había regresado de su exploración. Así pues, obligándose a sí mismo a tragarse las palabras que en cualquier otra situación le habría recriminado, Barak simplemente le dirigió una mirada. Una larga y profunda mirada llena de significado frente a la cual Diane no pudo evitar sentirse abrumada.
Comprendió de inmediato que se había excedido.
—Tenemos que pensarlo con calma —prosiguió Zane con lentitud, eligiendo cuidadosamente todas y cada una de las palabras—. Middlebrook y Engels están haciendo un inventario sobre las provisiones que nos quedan... y analizando las circunstancias de todos y cada uno de los supervivientes. Una vez el registro esté finalizado, nos reuniremos para aclarar la situación, ¿de acuerdo? Démonos todos un tiempo para pensar... y también a Adam para que se recupere. No voy a tomar la decisión sin escuchar su opinión.
Adam sintió un desagradable hormigueo en la planta de las manos cuando, al atravesar la puerta de la tienda médica, comprobó que Maxwell no le había mentido. Los acontecimientos se habían precipitado en las últimas horas y, al igual que él, otros tantos entre los cuales se encontraba la propia Erika Cooper habían sufrido las consecuencias.
Tenía que haberlo imaginado. Merrick había oído todo tipo de rumores respecto a Bennet Priest; comentarios suficientemente graves como para eliminarlo de la compañía o, como mínimo, tenerlo vigilado. Sin embargo, jamás les había prestado atención. Como un cronista más, Adam había ignorado las habladurías y las había dejado en manos de Luther Ember y sus hombres. Lamentablemente, como en muchas otras ocasiones, Carfax había vuelto a fallar.
El cirujano en jefe decía que Cooper estaba estable; que estaba en coma pero que confiaba en que sobreviviría, pero Adam no sabía qué pensar. El instinto y sus vivencias le decían que aquella mujer estaría viva en el futuro, pero dadas las circunstancias en las que ahora se hallaba le costaba imaginarlo. Bennet había hecho un muy buen trabajo con ella antes de huir del campamento. No todo lo bueno que habría querido, pues las heridas evidenciaban que había intentado asesinarla, pero sí lo suficiente como para dejarla fuera de juego durante largo tiempo, si es que no era para siempre.
Claro que, llegado a aquel punto, ¿acaso importaba?
Ahora que Diane tenía la clave de la liberación de la compañía, Carfax se adentraba en su recta final. Aquellos eran los últimos días que les quedaban como nómadas sin hogar. Unos días largos y complicados teniendo en cuenta el horror vivido, pero que resultaban demasiado cortos al pensar que muchos de los que les rodeaban no podrían acompañarles.
Diane no se lo había querido decir abiertamente, y mucho menos después de enterarse de lo que le había pasado a Cooper, pero Merrick era consciente de las condiciones que iba a imponer. Su compañera era una mujer inteligente, demasiado inteligente incluso, y no estaba dispuesta a dejar ningún cabo suelto. Y Cooper, en aquel estado, les gustase o no, era uno de tantos cabos sueltos.
La pobre Cooper. Después de tanta lucha, ¿acaso aquel iba a ser su final?
Aunque le dolía aceptarlo, y más teniendo en cuenta que en los últimos tiempos había tenido bastante relación con ella, Adam era consciente de que la historia de la recolectora daba sus últimos coletazos. De haber podido elegir, Adam hubiese querido llevarla con él, y más teniendo en cuenta que seguía creyendo que ella era aquella mujer del futuro que había venido a avisarles. No obstante, visto lo visto, prefería ahorrarle más sufrimiento. Cuanto antes muriese, mejor.
Aún con los músculos engarrotados, Adam extrajo del interior de su sucio y raído abrigo la cadena que le había quitado al cadáver de Irina. Normalmente él no acostumbraba a saquear a los cadáveres, aunque siempre había hecho excepciones, claro, pero en aquella ocasión las circunstancias le habían obligado a hacerlo. Al ver la cadena en el cuello de Irina los recuerdos de la visita de la Erika del futuro habían avivado con sorprendente fuerza en su memoria y había sabido que tenía que recuperarla para ella. Al fin y al cabo, en su fugaz visita, antes de morir, ella la había llevado colgada, por lo que era de suponer que tarde o temprano la conseguiría. ¿Y qué mejor forma que entregársela él mismo?
Adam se la abrochó alrededor del cuello con toda la delicadeza que fue capaz de reunir. Las manos le habían empezado a temblar horas atrás, cuando el mundo a su alrededor se había llenado de luz radioactiva al hacer saltar por los aires a Irina y su arma, y desde entonces no había logrado que parasen.
—Cuídate, ¿eh? —murmuró a modo de despedida—. Creo que nuestros caminos se separan aquí. Diane tiene las cosas muy claras y yo no puedo hacer nada para detenerla. De hecho no sé ni si quiero intentarlo. Además, no te voy a mentir, después de lo que he visto hoy prefiero que haya los mínimos testigos posibles. No sé qué nos espera pero si la propia Diane ha venido desde el futuro para intentar asesinarme es que lo que nos aguarda no es demasiado prometedor.
Ya había caído la noche cuando Cheryl logró al fin tomar asiento y descansar. Después de su fallido intento de encontrar la extraña maquinaria de la que le había hablado Erika, la niña se había unido a las tareas de reconstrucción y recolección del campamento. Además, al ser una de las pocas personas que había logrado salir totalmente ilesa del combate el cirujano había decidido contar con sus servicios tal y como tiempo atrás había hecho Isabel Ember. Obviamente, ella carecía por completo de los conocimientos y la destreza de la enfermera, pero siguiendo al pie de la letra las órdenes del cirujano había logrado ayudar a muchos hombres y mujeres. Afortunadamente, llegada ya la última hora de la tarde, los pacientes habían sido ya todos atendidos, por lo que el doctor tuvo a bien dejarla descansar siempre y cuando al siguiente amanecer regresara.
Además de cansancio, la niña sentía un gran pesar. Los últimos acontecimientos la habían afectado notablemente, pero no tanto como el descubrir lo que se murmuraba entre los corrillos de los supervivientes. Engaño, mentira, traición... todas aquellas horribles palabras estaban en boca de todos, y por algún extraño motivo que la niña era incapaz de comprender, se relacionaban estrechamente con una única persona. Una persona demasiado bondadosa y buena como para merecer que se ensuciase de tal modo su nombre.
Isabel.
Cheryl sabía de dónde salían los rumores. Aunque era pequeña, no era estúpida. Aquella mujer, la superviviente que Diane había logrado traer de vuelta gracias a ella, había permanecido callada durante las primeras horas. Más tarde, algo más serena, había empezado a hablar.
Y desde entonces no había parado.
Bonnie se había encargado de propagar el rumor de que sus compañeras habían muerto castigadas por un intento de levantamiento contra el Fabricante; un intento de levantamiento que, por supuesto, ella había intentado detener, motivo por el cual había logrado sobrevivir, y que había sido iniciado por la única mujer suficientemente bien posicionada como para obligar al resto a obedecerla. Isabel Ember se había aprovechado de su privilegiada posición para utilizar a las mujeres para intentar cumplir su capricho, pues en boca de Bonnie aquel deseo con el que todos habían soñado en alguna ocasión no era más que un capricho, y a base de falsas promesas para con sus maridos había logrado convencerlas y presionarlas para que la siguiesen. Sin embargo, aquel intento de sedición no había pasado inadvertido a ojos del Fabricante. Al fin y al cabo, él lo sabía todo. El Fabricante lo había descubierto y cegado por la furia había levantado de sus tumbas al Sol Púrpura para castigarlas. Y no solo a ellas. El campamento entero había sufrido su furia debido a la traición de Isabel. Centenares de hombres y mujeres habían muerto... y todo por su culpa.
Los rumores no habían tardado en llegar a oídos de Cheryl. La mayoría de los supervivientes trataba de ocultar la información a todo aquel que consideraba fuera de su círculo más íntimo, pero con la noticia de la muerte de Luther las teorías conspirativas respecto a lo ocurrido se habían ido incrementando de tal modo que pronto todos lo sabían. La niña, por supuesto, no creía en esas habladurías. Ni Isabel Ember había traicionado a Carfax, ni Luther se había suicidado al enterarse de lo ocurrido. Simplemente alguien estaba tratando de exculparse cargando sus pecados a otro. Alguien que, ahora que ya no estaban los Ember, acababa de convertirse gracias a los méritos de su marido en la nueva esposa del capitán de la guardia.
Maldita mujer. Cada vez que pensaba en ella, Cheryl sentía como la sangre le hervía. Por el momento no podía demostrar su teoría, pues no tenía pruebas de ello, pero estaba tan convencida de poseer la verdad que ni tan siquiera se planteaba la posibilidad de estar errada. Lamentablemente, a pesar de conocer la identidad de la auténtica criminal, Cheryl era consciente de que no podía tomar medidas. Seguir los pasos de Priest Bennet era tentador, pero conllevaba demasiadas desventajas como para poder realizarlo.
Pero había más opciones. Opciones complicadas y también bastante comprometedoras, pero opciones al fin y al cabo.
Tras una sencilla cena consistente en una sopa de rábanos fritos, Cheryl salió al amparo de la oscuridad para darse un paseo por los alrededores. Aunque estaba cansada física y psicológicamente, la adrenalina aún bullía en sus venas con demasiada fuerza como para poder conciliar el sueño. Así pues, convertida en una mota blanca, la niña fue de un lado a otro sin prestar demasiada atención a nada en concreto hasta que, alcanzada la zona oriental del campamento, un silbido captó su atención. No muy lejos de allí, la esbelta figura de una muy satisfecha Diane Ross acudió a su encuentro. La cronista la saludó con un ligero ademán de cabeza, señaló con el mentón la lejanía y juntas siguieron paseando más allá de los límites vigilados del campamento.
Un rato después, ya suficientemente alejadas de la zona y con la oscuridad envolviéndolas como un hábito, se adentraron en un claro en el que, formando un círculo, varios dólmenes de piedra grisácea se alzaban hasta rasgar el cielo estrellado.
—He oído rumores extraños en el campamento respecto a los Ember —comentó Diane con frialdad tras detenerse frente a uno de los monolitos con el cuchillo entre manos. A continuación, bajo la atenta mirada de la niña, empezó a rasgar la superficie con la punta del arma—. Y sé que tú también los has debido oír: no eres estúpida precisamente.
La fuerza con la que presionaba el arma contra la piedra logró que una raya vertical empezase a divisarse sobre la dura superficie. Primero una línea, después un símbolo parecido a una cruz, varias filigranas, una raya, un punto...
—Es todo mentira —respondió la niña—. Isabel jamás haría algo así. Ella era buena. Era buena conmigo... y con todos. El cirujano dice que era la mejor enfermera.
—No seré yo quien te contradiga. Apenas les conocía, aunque sí que es cierto que me sorprenden los rumores. Sea como sea, no debes dejar que te afecten. Vamos a empezar una etapa importante: básica para la supervivencia y la mayoría de esa gente quedará atrás. Tú, en cambio, vendrás conmigo. Por lo que he podido saber eres una auténtica carnicera.
El exceso de información hizo parpadear a la niña con nerviosismo. Frase a frase su mente procesaba todos los datos que acababa de recibir, pero no era capaz de darles forma. Hasta donde ella sabía, no iban a separarse. Carfax jamás dejaba a nadie atrás.
—Creo que no entiendo.
—No te engañes, entiendes perfectamente. Sé que esos bulos absurdos sobre los Ember te afectan, ¿me equivoco?
Finalizado el grabado, el cual no poseía significado alguno para la niña, Diane repitió la misma operación con el siguiente dolmen. Fuera cual fuese el significado de aquellas letras marcarían el resto de la eternidad desde la superficie de toda la composición rocosa.
—La cuestión es que te necesito con la mente clara —prosiguió Diane—. Tarde o temprano Barak aceptará mi propuesta y volveremos a ponernos en camino... pero no todos.
—¿Qué significa eso de que no todos? ¿Nos vamos a dividir?
Antes de responder, Diane hizo un ligero ademán de cabeza, pensativa. Aunque el mero hecho de planteárselo resultase vertiginoso, la niña estaba en lo cierto. Por primera vez en su historia, Carfax se iba a separar.
—Sí. He descubierto la posición exacta de nuestro objetivo y voy a llevar a la compañía hasta allí. No obstante, no puedo cargar con todos. Los más débiles se quedarán atrás.
—¿Por qué?
Buena pregunta. La niña volvió a provocar que Diane se detuviese unos instantes, pero únicamente para coger aire y seguir con lo que estaba haciendo.
—Porque nos retrasarán. La posición de nuestro objetivo me ha sido revelada en unas condiciones bastante especiales y dudo que el Fabricante esté muy satisfecho. Estoy convencida de que nos va a complicar el avance enviándonos más pruebas y me niego a seguir perdiendo hombres valientes y válidos intentando proteger al resto. Ahora más que nunca necesitamos que Carfax sea fuerte y llevar con nosotros a hombres y mujeres débiles no nos beneficia. Necesitamos agilidad. Una vez hayamos dado con la ciudad volveremos a por ellos, pero de momento no pueden venir.
Finalizado el segundo dolmen, la cronista se concentró en el tercero, casi tan silenciosa como pensativa. Ciertamente se había planteado la posibilidad de volver a por el resto, y de hecho se había intentado convencer a si misma de que era la mejor opción, pero lo cierto era que, una vez alcanzasen Arkarya, dudaba mucho que nadie fuese a arriesgar su posición volviendo a por el resto de la compañía. A pesar de ello no lo descartaba. Siendo Barak un líder tan débil, cualquier cosa era posible y más si seguía escuchando a Zachary Frost.
—Lo puedo entender —respondió la niña con sorprendente serenidad—. Yo he ayudado al doctor a atender a los enfermos y hay muchas personas que no podrían enfrentarse al viaje del que hablas. La mayoría está mal herida... y muy triste. Han perdido la esperanza. Quizás lo mejor sea que esperen a que volvamos a por ellos.
—Chica lista. —El apoyo de la niña logró arrancarle una sonrisa sincera. Después de tantas discusiones con sus compañeros se alegraba de que alguien la secundase sin pero alguno—. La ciudad está lejos pero creo que en menos de dos meses podemos estar allí si cogemos buen paso. Tengo la ruta grabada a fuego en mi mente.
—¿Y la ciudad? ¿La has visto? ¿Cómo es?
Era magnífica. Diane había memorizado absolutamente todos los detalles de la gloriosa ciudad, y ni tan siquiera el paso de las horas había logrado borrarlos. Arkarya era sencillamente el lugar más hermoso y perfecto que jamás había visto. Un lugar ordenado y simétrico en el que absolutamente todos los detalles habían sido calculados para convertirlo en un paraíso terrenal.
Un lugar perfecto en el que pasar el resto de su existencia... o lo que fuese que les esperase, claro. Teniendo en cuenta lo que había visto horas atrás, Diane ya no sabía qué pensar al respecto. No obstante, no perdía la esperanza. Arkarya estaba cerca, y solo ella había sido la elegida para mostrar el camino a los suyos.
Ella.
—Es un lugar perfecto: atemporal y hecho a medida para cubrir todas nuestras necesidades —explicó con sencillez—. Te gustará. A pesar de que eres la única niña estoy convencida de que llegarás a adaptarte. Además, aunque yo no soy Isabel, puedo enseñarte muchas cosas. No estoy segura, pero es posible que tú no seas un simple homúnculo.
—¿Un qué?
Aquella noche Diane tuvo serios problemas para conciliar el sueño. Después del extraño lapsus de memoria que le había llevado a pronunciar aquella extraña palabra ante la niña, la cronista había pasado varias horas muy desconcertada. Diane podía sentir como los datos bullían en su mente, abriendo y cerrando cajones repletos de información. Por desgracia era incapaz de alcanzar la información allí almacenada. Simplemente tenía destellos gracias a los cuales era capaz de recordar ciertos datos, pero poco más. A parte del camino a seguir para alcanzar Arkarya, todo el resto de información obtenida durante su extraña visita al corazón del mundo parecía haberse esfumado.
A pesar de ello, Diane se sentía exultante. Haber logrado sobrevivir a la prueba del Fabricante sumada a poder encontrar a Adam con vida habían sido grandísimos éxitos para ella. Algo inimaginable. A pesar de ello, sin lugar a dudas, desde su punto de vista el suceso más determinante e importante había sido el ser el elegida para guiar a su pueblo. Lógicamente era de esperar que tarde o temprano uno de los cuatro cronistas fuese elegido para realizar tan titánica tarea. Era cuestión de tiempo. Sin embargo, el haber estado rodeada de cronistas tan excepcionales como eran sus compañeros había provocado que la mujer perdiese la esperanza de ser ella la elegida.
La elegida. ¿Acaso podía haber soñado con algo mejor?
Tan solo necesitaba el apoyo de Zane para que todo fuese perfecto. El tener que dejar atrás a tantas personas no era agradable para ella, y mucho menos sabiendo que Adam mantenía un fuerte vínculo con algunos de los heridos. No obstante, era lo mejor. Lo mejor y lo necesario. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa podían hacer? ¿Desperdiciar la oportunidad? ¿Poner en peligro la única opción a la supervivencia que les quedaba con tal de llegar todos sanos y salvos?
No. Las cosas tenían que ser como ella había planteado. Si realmente querían que Carfax sobreviviese, tendrían que sacrificarse.
Claro que no iba a ser fácil. Por mucho que intentaba endurecer el corazón, Diane no podía evitar que su mente imaginase los posibles destinos que aguardaban a todos aquellos a los que estaban a punto de dejar atrás. Hambre, soledad, enfermedad... ¿acaso no sería más piadoso acabar con sus vidas desde un principio? Diane se planteaba aquella opción, y sabía que no era la única. Aunque no lo hubiese dicho abiertamente, la cronista era consciente de que Adam también se lo había planteado al ver el estado en el que había quedado la recolectora en jefe después de la visita del tal Bennet. Lamentablemente no se había visto capaz. Merrick simplemente había podido lamentarse, despedirse de ella y, tras unirse al tipo del perro, salir en busca de Priest.
Se preguntó qué pasaría. Los dos hombres parecían ansiosos por hacer justicia, pero Diane dudaba que lograsen localizar al agresor. Aquel tipo les llevaba demasiadas horas de ventaja. Además, ellos no eran asesinos. Estaban enfadados y sedientos de venganza, sí, pero eso no les convertía en lo que pretendían ser. A pesar de ello, y consciente de que el mero hecho de intentarlo sería un error, Diane no les había detenido.
Tarde o temprano volverían por su propio pie... o eso esperaba, claro.
Diane llevaba ya más de tres horas tendida sobre su saco de dormir cuando un suave susurro le hizo abrir los ojos. La mujer no recordaba haberse quedado dormida en ningún momento, pero la sensación al incorporarse fue tan incorpórea que supo de inmediato que estaba inmersa en un mundo onírico. Un mundo en el que únicamente existía el interior de su tienda, ella misma incorporándose y, apoyado contra una silla, un espejo.
Un espejo desde el que alguien la observaba.
La cronista acudió con celeridad a la llamada del espejo. Al otro lado del vidrio le aguardaba la viva imagen de su propio yo. Un yo agotado, con aspecto de no haber dormido en semanas y muy desnutrido, pero un yo al fin y al cabo.
El mismo yo al que, horas atrás, había derribado de un disparo en la nuca.
La cronista se arrodilló frente al espejo y observó con detenimiento a la mujer del reflejo. Por el modo en el que fruncía el ceño era de suponer que estaba enojada, aunque no podía asegurarlo. A veces ni tan siquiera ella misma era capaz de comprenderse.
—Tienes bastante buen aspecto para haberte pegado un tiro, ¿no te parece?
La libertad e irrealidad que otorgaban los sueños a los hombres provocó que una amplia sonrisa de petulancia apareciese en los labios de la cronista. Aunque acostumbraba a ser una mujer severa y muy recta, en aquel entonces se sentía invadida de un extraño bienestar nunca antes conocido.
—Me consuela saber que no me equivocaba —respondió el reflejo en tono arisco—. Solo Diane Ross puede acabar consigo misma.
—No esperaba menos de mí.
Diane volvió a sonreír, pero pronto la sensación de bienestar empezó a esfumarse cuando, junto al torrente de datos perdidos, el recuerdo del cadáver de Luther Ember tendido en el suelo sobre su propio charco de sangre acudió a su mente. Las listas, los nombres y sus fechas, los números, los mapas, los anagramas, el disparo en la nuca, los niños a medio formar del pantano y los sujetos experimentales flotando en aquel repugnante líquido verdoso encerrados tras las puertas.
Diane lo recordó absolutamente todo.
Inmediatamente después borró la sonrisa. Aunque la escena estuviese revestida de aquel mágico toque onírico, el encuentro no era un simple sueño.
—¿Fuiste tú? —preguntó tras unos segundos de confusión en los que su mente fue ordenando uno a uno todos los datos para poder darles forma y sentido—. ¿Fuiste tú quien me llevó hasta allí?
—No —respondió la mujer del espejo con la misma severidad con la que Diane había formulado las preguntas—. Yo también estuve allí. Salí en busca de Adam y él decidió acompañarme.
—¿Él?
—El capitán.
Asintió con gravedad.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó al espejo tras unos segundos de silencio—. ¿Acaso en tu futuro Ember se interpone en tus planes?
—Ojalá. —La mujer del reflejo negó ligeramente con la cabeza—. En realidad Ember no sale con vida de esa visita. Lo único que yo hice fue ahorrarle el trauma y, ya de paso sea dicho, a ti también. De haber tomado ese elevador a tiempo habrías presenciado impotente cómo, tras asomarse a unas de las ventanas, se volaba la tapa de los sesos. Así se lo ahorré a él y a ti.
Por el modo en el que la mujer del espejo desvió la mirada, Diane creyó entender el dolor que le causaba lo acontecido. Un dolor comprensible, y más si la escena se había desarrollado tal y como ella había descrito. Luther Ember, a pesar de no formar parte de su círculo de amistades más cercanas, había sido un hombre importante tanto para ella como para la compañía. Alguien muy representativo de la lucha por la supervivencia. Así pues, verle morir en aquellas circunstancias habría resultado muy revelador. Demasiado revelador en realidad.
—¿Qué ve? —preguntó Diane tras unos segundos de reflexión—. Tras esas ventanas había personas... ¿quiénes eran?
—No sabría decirte: solo tengo mis propias conjeturas. Yo pude ver lo mismo que él. Después de que muriese, me asomé para intentar comprender el motivo de aquel desesperado acto y lo comprendí de inmediato. Ahí dentro estaba Luciana, ¿la recuerdas?
—La hija de Ember.
—La misma. Aunque ella murió junto al resto de niños, en el interior de aquella sala estaba su cuerpo conectado a todos aquellos cables... y vivo. No estoy segura de hasta qué punto, pero su corazón latía junto al resto. —La Diane del espejo sonrió sin humor—. Fue demasiado. Abrió demasiados interrogantes... y creo que Ember decidió arriesgar.
—¿Arriesgar? —Diane sacudió la cabeza—. No entiendo nada de lo que estás diciendo. ¿Qué quieres decir con que decidió arriesgar?
Antes incluso de acabar de formular la palabra, la unión de todos los conocimientos recientemente adquiridos gracias a la fugaz visita a la memoria de la realidad le hizo conjeturar. Ciertamente Luciana había muerto hacía ya tiempo. Al igual que ella, el Fabricante se había encargado de borrar del mapa a la mayoría de niños. No obstante, la niña no había muerto del todo... o al menos no su auténtico cuerpo. Teniendo en cuenta los porcentajes que mostraban las fichas allí expuestas, cabía la posibilidad de plantearse la opción de no estar siendo dueños de su propio cuerpo. Es decir, si las fichas hablaban de sujetos experimentales con mayor o menos éxito teniendo en cuenta la similitud con los sujetos a los que estaban clonando... ¿no era de suponer que, quizás, no fuesen más que simples proyecciones? Proyecciones psíquicas, como si de una mera recreación virtual se tratase... o clones.
Diane sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. ¿Sería posible que, después de haber descubierto todo lo que aquel extraño lugar albergaba, la visión del cuerpo con "vida" de su hija hubiese hecho abrir los ojos a Ember? El capitán era un hombre inteligente; ¿cabría la posibilidad de que hubiese llegado a creer que, después de la muerte, había algo más? ¿Una segunda vida donde le esperarían sus familiares fallecidos quizás?
Parpadeó con nerviosismo bajo la atenta mirada del espejo. Las ideas iban y venían de su mente, pero desconocía a cuales podía darles mayor veracidad. En caso de tratarse de algún tipo de realidad paralela era de suponer que era el Fabricante quien la estaba programando para ellos... ¿pero para qué? ¿Acaso les estaban poniendo a prueba? Y en caso de ser así, ¿cuál era el motivo?
¿Qué pasaría una vez alcanzasen su objetivo? ¿Acaso despertarían al mundo en el que realmente eran dueños de su auténtico cuerpo y no meras copias psíquicas o físicas?
Se preguntó si ella habría sido tan valiente como Ember. Para hacer lo que el Capitán habría hecho en caso de habérselo permitido, había que ser muy valiente... o estar muy desesperado. ¿Habría podido ella seguir sus pasos? Aunque Diane no había formado una familia, tenía nexos de unión muy fuertes con algunos de sus compañeros. ¿Habría sido entonces capaz de suicidarse por ellos?
Sacudió la cabeza. Ni sabía la respuesta, ni quería saberla.
—Sé sincera, ¿quién eres? —preguntó al fin—. ¿Realmente eres quien creo que eres?
—Arkarya ofrece muchas posibilidades —respondió el reflejo—. Aquí la tecnología es sorprendentemente avanzada. Si eres capaz de dominarla, todo es posible. En mi caso, aunque nuestra psique es incapaz de comprenderla, tengo una buena aliada. Ahora ya solo puedo confiar en ella.
—¿Ella? —Diane arqueó ambas cejas—. ¿Qué pasa con Adam? Yo pensaba que...
—Que estaríamos juntos hasta el final. —El reflejo del espejo sonrió con amargura—. Era el plan, desde luego. Lo era... hasta que llegamos a la ciudad y al fin la verdad me fue revelada. Verás Diane, el camino hasta Arkarya es peligroso. La mayoría de los tuyos morirán antes de alcanzar las puertas. De hecho, solo cuatro de vosotros lograréis alcanzar la meta... —La mujer hizo un alto para tomar aliento—. En aquel entonces yo creí que todo había acabado. Que al fin todo iría bien... que estaríamos a salvo. Lamentablemente me equivocaba; es aquí donde se libra la auténtica guerra. ¿Sabes una cosa, Diane? ¿Recuerdas aquella compañía de la que se dice que llegó a su destino?
La cronista asintió con lentitud, paralizada por la tensión del momento. Recordaba perfectamente las historias que se decían sobre ella. Aquella compañía había logrado tomar una de las tres ciudades y ahora sobrevivía plácidamente bajo el amparo del Fabricante. Eran, según se decía, unos auténticos afortunados. Un objetivo a seguir...
Un motivo por el cual seguir teniendo esperanza.
—Sí —murmuró temerosa—. Lo recuerdo.
—Pues es todo falso, Diane. Tan solo existe una ciudad, Arkarya, solo que hay tres caminos para llegar hasta ella. Las tres sendas... y las tres dan al mismo lugar. Una ciudad totalmente vacía únicamente llena de fantasmas y cadáveres. En teoría es el final del camino... pero en realidad solo es el final de la primera etapa. —Hizo un alto—. Escúchame bien, Diane. Sea cual sea el destino que el Fabricante ha preparado, solo es para uno. El último superviviente de la compañía. Una vez llegues a Arkarya solo podrá quedar uno y créeme, ese uno tienes que ser tú. Desconozco qué es lo que ha preparado, pero no deseo que Adam sufra ese destino. No lo soportaría. Desde que llegamos nos hemos visto obligados a separarnos; ambos hemos comprendido lo que nos aguardaba y nuestras posiciones nos han convertido en enemigos. Conmigo viene Cheryl, pero solo por el mero hecho de que no es una carfaxiana. Ella no es un obstáculo. Adam, en cambio, está haciendo la guerra por su propio lado; tiene con él a Maxwell... o lo tenía, no lo sé. Creo que él también ha muerto. Sea como fuese, creo que intenta traer al resto de carfaxianos. Cree que podemos enfrentarnos al Fabricante... que podemos revelarnos en contra de su juego macabro... pero yo sé que no es cierto. Es imposible. Tú al igual que yo has visto el funcionamiento de todo esto y sabes la verdad. Estamos atrapados. Precisamente por ello intenté acabar con Adam cuando tuve la oportunidad... enviamos un clon fabricado por nosotras mismas al pasado... pero es evidente que mientras que tú no entres en razón, no consentirás que le pase nada. Precisamente por ello...
—Intentas matar a Adam. Como no has podido con él en tu realidad, lo has intentado en ésta... cuando aún es inocente e inofensivo. ¡Cuando aún no sabe nada!
La acusación provocó que la mujer del espejo entornara los ojos con pesar. Ciertamente había intentado asesinar a Merrick, pero únicamente porque no veía otra alternativa. ¿Qué otra cosa podía hacer sino? ¿Quitarse del medio y dejarle en manos del Fabricante para que hiciese con él lo que quisiera? Era la opción más fácil y sencilla, de eso no cabía la menor duda, pero Diane la rechazaba en redondo. Aunque no supiese cuales eran los planes que había para él no iba a consentir que le utilizaran para ningún otro juego macabro. Se negaba en redondo. Precisamente por ello tenían que actuar con premura. Hacía ya tiempo que Adam y ella se habían separado en Arkarya y con cada hora las cosas se iban poniendo más y más complicadas.
—Tienes que hacerlo, Diane —suplicó el reflejo en tono trágico—. De lo contrario esto no acabará nunca y tarde o temprano tendréis que batiros en duelo. Tienes que hacerlo ya, antes de que sea demasiado tarde. De lo contrario... de lo contrario no lo soportarás, te lo aseguro.
La mujer separó los labios, deseosa de poder seguir intentando convencerla, pero no logró articular ninguna palabra. Los ojos se le llenaron de brillos y, una a una, varias lágrimas cayeron por sus mejillas dibujando largos ríos de tristeza. Lo que le estaba pidiendo resultaba terriblemente doloroso, pero era necesario.
Lentamente y con la sensación de estar planteándose el más vil de todos los crímenes, Diane fue valorando las palabras del espejo. El futuro que proponía era una de tantas posibilidades que el Fabricante podía haber planeado para ellos, pero no la única. ¿Quién podía asegurarle que no la estaban poniendo a prueba? Y lo que era peor, ¿acaso no podían estar intentando manipularla? ¿Acaso no era aquella una buena manera para intentar que Carfax se destruyese desde dentro?
Las lágrimas de la mujer parecían sinceras, pero Diane ya no sabía qué pensar. La idea de tener que enfrentarse a aquel futuro en soledad le horrorizaba, pero no tanto como el tener que asesinar a sangre fría a una de las pocas personas que realmente le importaban.
A pesar de que muy probablemente la mujer del espejo no estuviese mintiéndole, Diane no se vio con fuerzas para creerla. Podía soportar un futuro lleno de sufrimiento y dolor, pero no aquello. Aquello era demasiado para cualquiera, incluida ella.
—No puedo —respondió recuperando la habitual determinación que tanto la caracterizaba—. Ni puedo ni quiero, así que no vuelvas... de lo contrario volveré a matarte, ¿de acuerdo? Si tú no has encontrado una forma mejor de hacerlo, no es mi problema. Yo lo conseguiré. Yo... yo cambiaré las cosas. Ahora desaparece y no vuelvas jamás. Carfax no ayuda a cobardes.
Diane creyó ver como los ojos de la mujer se encendían presos de la rabia al escuchar su respuesta, pero jamás lo sabría con certeza puesto que la imagen se disipó ante sus ojos, devolviéndola así al mundo real en el que ni había espejo, ni jamás lo habría.
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