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𝟬𝟬1. 𝙲𝙰𝚁𝙳𝙸𝙶𝙰𝙽 ✦˚ .
⋆ ࣪.☆ ̲a hermione granger fanfic ִֶ ⊹ 𝟷𝟿𝟿𝟻
Ahí estaba: él. Harry Potter, el Niño que Vivió.
La pequeña Maeve no pudo contener la emoción al ver al chico de gafas a unos metros de distancia. Su corazón dio un vuelco mientras acomodaba su cabello con nerviosismo, dispuesta a acercarse y saludarlo. Sin embargo, su entusiasmo se desvaneció al ver que su mejor amigo, Draco Malfoy, ya había tomado la delantera y hablaba con Harry. Soltó un suspiro resignado y regresó a su lugar, observándolos desde lejos.
—Hola. —Una voz tímida interrumpió sus pensamientos.
Maeve giró la cabeza y se encontró con un niño regordete que la miraba con nerviosismo.
—Oh, hola. —respondió con una sonrisa amable.
—Soy Neville. Neville Longbottom. —El chico se rascó la nuca con torpeza antes de agregar apresuradamente—: Me gusta tu cabello, es... lindo.
Maeve sonrió, divertida por el cumplido inesperado.
—Mucho gusto, Neville. Soy Maeve Leighton, y gracias. También me gusta tu cabello. —Sus ojos se posaron en el sapito que el niño sostenía con cuidado. Lo acarició con suavidad antes de añadir—: Es adorable. Yo tenía uno, pero murió. Espero que el tuyo tenga una vida larga y plena.
Neville bajó la mirada, apenado por su pérdida.
—Lo siento por tu sapo, Maeve. Él se llama Trevor. Si quieres, podemos cuidarlo juntos, así no te sientes mal. —Extendió el sapito hacia ella, ofreciéndoselo con una sonrisa cálida.
—Gracias, Neville. Eso es muy dulce de tu parte. Me encantaría ser mamá del pequeño Trevor.
La conexión entre ambos fue inmediata. Mientras caminaban con los demás estudiantes hacia el castillo de Hogwarts, Maeve no podía ocultar su asombro y felicidad. Sus ojos brillaban al admirar los imponentes muros de piedra y las velas flotantes del Gran Comedor.
—Ojalá quedemos en la misma casa, —murmuró Neville con esperanza.
—Así sea, Neville. Así sea.
Le devolvió a Trevor, entrelazó sus dedos con los del chico y soltó un suspiro. Estaba nerviosa, y con razón: el orgullo de su familia estaba en juego.
—Maeve Leighton, —llamó la profesora McGonagall. Su voz resonó en el salón.
Maeve avanzó al frente con una sonrisa, saludando tímidamente los aplausos provenientes de la mesa de Slytherin. Era lógico: la familia Leighton era una de las más prominentes del mundo mágico. Sus miembros eran conocidos por su cabello rubio casi platino y sus ojos violetas, además de su férrea tradición de pertenecer a Slytherin. Pero eso estaba a punto de cambiar.
—¡Gryffindor! —anunció el Sombrero Seleccionador.
El Gran Comedor quedó en silencio. Maeve fingió una sonrisa de felicidad mientras caminaba hacia la mesa de Gryffindor, que rompió el desconcierto con aplausos entusiastas.
—¡Felicidades!
—Bienvenida, pequeña Leighton.
Hermione Granger observaba la escena desde su lugar, notando algo que los demás no parecían percibir: tras la sonrisa de Maeve, había una sombra de tristeza.
—¿Puedo sentarme? —preguntó una voz dulce.
Hermione alzó la vista y se encontró con un par de ojos violetas deslumbrantes.
—Claro, hay suficiente lugar.
—Soy Maeve Leighton. —La rubia extendió la mano con una sonrisa encantadora.
—Hermione Granger. Un placer, Maeve.
Maeve analizó a la castaña con curiosidad antes de dirigir su mirada hacia el chico que tanto había anhelado conocer.
—Por la barba de Merlín... Harry Potter, —exclamó con asombro, incapaz de contenerse.
El trío volteó a verla. Maeve tenía una gran sonrisa en el rostro y hablaba a toda velocidad.
—Soy una gran admiradora tuya. Leighton Maeve, Maeve es mi nombre, Leighton mi apellido, pero eso no importa.
Harry la miró con confusión, tratando de entender su rápido discurso.
—La verdad, no te entendí mucho, pero... es un placer conocerte, Maeve.
—¡Hola! Yo también estoy aquí. Soy Ron Weasley, el primer amigo de Harry.
—Es un placer conocerte también, Ron. —Maeve sonrió con picardía antes de volver su atención a Harry—: Perdona mi emoción, pero mis padres me han contado tu historia. Es asombroso conocer al único mago que sobrevivió al Avada Kedavra.
—Sí... es algo complicado, —respondió Harry, algo incómodo. Luego sonrió y añadió—: Por cierto, felicidades por entrar a Gryffindor.
—Oh, gracias, Harry.
Hermione observó cómo Maeve se retorcía los dedos nerviosamente hasta que posó una mano sobre la de la rubia.
—Serás una gran representante de nuestra casa. Es un honor tener a la primera Leighton en Gryffindor. —Sonrió con calidez—: Además, me encantaría ser tu amiga.
—A mí también, —dijo Harry, y Ron añadió:
—Yo no me quedo atrás. Necesitarás un amigo pelirrojo.
Maeve dejó escapar una risita justo cuando sintió un peso en su cabeza.
—¡Oh, Trevor! Encontraste a tu madre, —exclamó Neville, jadeando mientras intentaba recuperar el aliento.
—No te preocupes, Neville. Yo cuidaré de nuestro Trevor. Puedes descansar.
Neville asintió antes de dejarse caer en su asiento, provocando la risa de los demás. Maeve sonrió. Hogwarts ya se sentía como un hogar.
Tres días después...
La noche era oscura y una tormenta eléctrica rugía sobre Hogwarts. Los relámpagos iluminaban el cielo con destellos cegadores, y los truenos resonaban por los pasillos de piedra del castillo. La mayoría de los alumnos se habían refugiado en sus salas comunes; muchos ya estaban profundamente dormidos en sus camas, buscando consuelo bajo mantas gruesas. Sin embargo, en la sala común de Gryffindor, aún quedaban algunos despiertos.
Maeve Leighton estaba sentada frente al crepitante fuego de la chimenea, un libro muggle abierto sobre sus piernas. Leer era su refugio, incluso en noches tan tumultuosas como aquella. Sus párpados comenzaban a caer cuando el eco de unos pasos rompió el silencio. Alzó la vista y vio a tres figuras familiares acercándose a ella: Harry, Ron y Hermione.
—¿Chicos? ¿Qué hacen despiertos a estas horas? —preguntó Maeve con curiosidad, dejando el libro a un lado.
—No podemos dormir —confesó Ron, con el rostro pálido—. Los rayos... ¡nos tienen espantados! ¿Cómo puedes estar tan tranquila?
Maeve dejó escapar una pequeña risa mientras los miraba con ternura.
—Porque solo son rayos, Ron —respondió con calma—. Además, estoy leyendo un libro muggle que tomé prestado. Si quieren, puedo leérselo para distraerlos.
Harry y Hermione parecieron considerar la oferta, pero Ron estaba a punto de negarse cuando un trueno especialmente fuerte sacudió el castillo. Los tres saltaron del susto y, casi por instinto, se abalanzaron sobre Maeve, abrazándola con fuerza. Ella reprimió una carcajada y les palmeó suavemente los hombros.
—Está bien, tomen asiento y relájense. Déjenme consentirlos un poco —dijo con una sonrisa tranquilizadora.
Con un movimiento de su varita, Maeve conjuró un plato de bocadillos y los repartió entre sus amigos. Los tres se acomodaron junto a ella, mientras ella comenzaba a leer el libro en voz alta. Su tono era sereno y melodioso, perfecto para la atmósfera cálida que la chimenea ofrecía, a pesar del estruendo de la tormenta.
La historia pronto los envolvió. Uno a uno, los chicos fueron cerrando los ojos, acurrucándose más cerca los unos de los otros, hasta que finalmente cayeron en un sueño profundo. Allí quedaron, un revoltijo de mantas, bocadillos y brazos entrelazados, con el fuego proyectando sombras danzantes sobre sus rostros tranquilos.
Así fue como los encontraron los demás Gryffindor a la mañana siguiente, cuando la tormenta había cesado y el sol comenzaba a asomarse. Al despertar, los cuatro compartieron risas al verse enredados de esa manera, antes de regresar a sus dormitorios para cambiarse y prepararse para un nuevo día en Hogwarts.
El recuerdo de esa noche quedaría grabado en sus memorias como una pequeña isla de calma en medio de la agitación de sus vidas.
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