19 "La montaña"

Daniel se había puesto doble calcetín, su cortaviento negro y unos guantes y gorro de lana grises a juego que le había regalado su mamá el año pasado. Joseph iba incluso más abrigado que él. Con dos capas de todo.

Gracias a las cadenas que Oscar les había dejado el día anterior, llegaron en auto hasta el valle de la montaña. Luego desde ahí, subieron a pie poco más de media hora. A mitad de camino, requirieron usar los bastones de trekking que había cargado Joseph en su equipaje, pues el terreno era cada vez más empinado. De vez en cuando, paraban para ayudarse mutuamente a pasar por baches, tantear el camino y verificar que siguieran el camino correcto o, simplemente por el cansancio.

A medida que subían, Joseph se iba convenciendo más de la locura de siquiera pensar que ese hostil lugar fuera habitable. Incluso, le evocaba un poco de lástima ver a Daniel tan empedernido en seguir subiendo, por más ínfimo que fuera el paso, con la esperanza de encontrar a su tío.

No había rastro alguno de civilización ahí. Si alguien realmente se hubiera quedado, probablemente ese alguien fuese un depredador, un loco o un inmortal.

A la hora de escalada, se detuvo por el cansancio. Pudo sentir desde lo lejos como los dientes del muchacho castañeaban, quién iba más adelantado que él, subiendo por una ladera empinada que daba a un espacio plano y llano. Joseph se volvió para ver hacia abajo su auto, que desde allí, se veía como una manchita roja.

Suspiró y tomó determinación para proponerle a Daniel que volvieran.

Pero al volver su vista al frente, se percató de que este no estaba.

Llegó hasta la base de la ladera y se encaramó arriba. Tal como había previsto, daba a un espacio plano, en el que ya se encontraba Daniel, mirando frente a sí la entrada de una cueva.

—Es aquí… Debe ser aquí.

Joseph jadeó, soltando vaho.

(…)

Daniel volvía sobre sus pasos una y otra vez.

—Son sus cosas —habló Daniel al fin, después de un largo rato en que se dedicó a examinar la cueva—. Este zapato... es suyo. Mi tío estuvo aquí. Lo sabía —sonrió emocionado.

Joseph tragó saliva, y asintió. Estaba realmente sorprendido. Se prometió nunca más volver a subestimar la resiliencia de Daniel.

La cueva en realidad era tipo túnel, el cuál tenía unos siete metros de profundidad que daban salida a la parte izquierda de la montaña, un precipicio. Al centro, apegado a la pared, estaba ubicado un catre plegable con unas cuantas mantas y una almohada roída. A un lado de este, habían unas grandes y largas tablas apiladas que hacían de escritorio. Sobre ellas, se encontraban desperdigados un montón de papeles, libros, lápices… y plumas.

Plumas de un ave café. Y aquellas plumas no solo estaban sueltas en ese lugar, sino por toda la cueva.

Daniel siguió observando más objetos conocidos; un par de chalas cubiertas de polvo, y un peine de madera con el nombre Gastón grabado serigrafía.

—Daniel.

El aludido se volvió hacia Joseph.

—Por lo que se ve, sí estuvo alguien aquí… Pero parece ser hace mucho tiempo.

—Yo... —dijo Daniel—. Yo llegué tarde... Llegué muy tarde. Él se fue.

—¿Quizá volvió a Puerto Montt?

—No… Me hubiera llamado.

Los siguientes minutos Daniel estuvo callado y distraído, buscaba explicaciones, buscaba ideas de a donde ir ahora, angustiado con la deducción de haber estado a punto de llegar a su tío.

Comenzó a revisar los papeles del escritorio, los cuales parecían ser borradores de una investigación científica. Tenía anotaciones de su estadía en la cueva y de la montaña, la fauna que avistaba, las condiciones que tenía, lo que comía, la forma en que sobrevivía. Y sobre todo, abundaban bocetos e información de pumas.

Luego, revisó con la ayuda de Joseph todos los libros, pero no encontraron más que post it, marcadores y unas cuantas fotos de su familia, las cuales Daniel guardó en su mochila.

Buscando más indicios, se acercó al borde de la salida del tunel y se agachó para ver algo que llamó su atención, eran los restos de una fogata tapados con papeles amarillos de una guía telefónica.

Joseph llegó hasta su lado y se puso de cuclillas.

Debajo de los escombros y la ceniza de la fogata, había un diario de dibujo mediano camuflado en la nieve. Al comenzar a hojearlo, Daniel reconoció la letra de su tío.

Leyeron la primera página.

23 de septiembre

El poder es como una llama, una llama que puede encender muchas otras, que si se unen a la principal, la hacen más grande.

Guadalupe, hija mía, no puedo esperar a enseñarte la magia que hay en ti.
Tu padre que te ama,

Gastón


Daniel se quedó paralizado. Trató de entender lo que acababa de leer, pero sus ojos cayeron inmediatamente en la segunda página. Joseph hizo memoria, y recordó que Guadalupe era la hermanita menor de Daniel.

27 de septiembre

Guadalupe, cuando crezcas y sepas que yo soy tu padre y no mi hermano Julio, no faltaran las personas que dirán que eres un error, muchas veces encontrarás a tu propia mamá llorando de arrepentimiento por tu existencia, pero solo quiero que sepas que para mí jamás significarás un error, sino la mejor oportunidad de mi vida, para heredar este poder que entiende más allá de los límites de la física.


Joseph observó el rostro exaltado y confundido de Daniel.

28 de septiembre

Guadalupe, esto no lo puedes olvidar, realmente puedes enfermar de poder. Lo he visto todos estos años en el grupo de Puerto Williams, familias enteras asesinadas por el ansia de poder de un padre, una madre, un abuelo. El poder es bueno, maravilloso, saber controlarlo es lo más útil que puedes llegar a aprender en tu vida, pero quererlo demasiado es contraproducente.

Y te lo digo en base a mi experiencia, cuando murió mi hermano Julio y ahora hace poco tu hermano Alan, sentí la llama de mi poder avivarse como nunca, chispas salían de mis palmas, pero no hay que dejarse engañar, recuérdalo.


Joseph frunció el entrecejo, ahora sí que no entendía nada. Volvió a mirar a Daniel, buscando alguna explicación, pero lo siguió notando igual de confundido que él, confundido y destrozado. ¿Poder? ¿Se refería al poder metamorfo?

—Es…  esta es de la fecha en que murió la Guadalupe —habló en un hilillo de voz e indicó la página siguiente.

Joseph observó.

4 de julio

Tengo rabia, tanta rabia, de no haber podido protegerte. Tengo asco de esta energía en todo mi cuerpo, que me recuerda que tu muerte fortaleció mi llama al máximo, pero que para ellos no significa nada.


Daniel pasó a la siguiente página rápidamente.


10 de julio

Hija mía, reconozco que enloquezco porque te sigo escribiendo, aunque sé que ya nunca vayas a leer este diario, que compré especialmente para ti, para compensar todos los años de tu infancia que sabía, no podría pasar a tu lado. Pero es mi manera de desahogarme. No me juzgues pajarita.

Estoy en una etapa de aceptación, porque soy consciente de que jamás podré contra ellos. Han matado a cientos de niños como tú. Almas con un poder ínfimo. Han arrasado con generaciones enteras de familias con  magia tan esparcida que es imposible percibirla. Todo eso, tantas muertes, solo para alimentar su propia llama.

Maldigo el día en que descubrí y conocí la mía, en que acepté unirme a ellos, en que me auto convencí de que no eran una secta. Porque eso es lo que son estos weones enfermos.


Daniel hizo una pausa, posó una mano en su frente y rompió en llanto.

—Ay… Pero qué mierda es esto… —se quejó angustiado.

Joseph quiso abrazarlo, pero sintió que si lo tocaba o interfería con su lectura este lo atacaría.

Leyeron la siguiente página.

Enero 17

Pajarita, no puedo creer que pasaron tantos años. No sabes cómo he llorado leyendo las páginas pasadas, ni siquiera me acordaba que tenía este diario. Perdóname hijita.

En estos momentos es donde me doy cuenta de lo estúpido que fui. Pues era obvio que lo harían. Probarían con Julio, para ver el potencial del poder de nuestra familia. Y al darse cuenta de su magnitud, no pararían.

El Julio, el Alan, tú mi vida, el Raúl, la Isi. ¿Puedes imaginar asesinar a alguien sin siquiera tocar a ese alguien? A miles de kilómetros. ¿Ahora puedes dimensionar su poder?

Y eso que solo les queda el Dani. Probablemente irán tras él también. Con Valeria no podrán, nunca podrán en su forma animal. Mi muchacho Bastián fue inteligente.

Ojalá el Dani lo sea también, quien sabe.


Tras pasar unas cuantas páginas con más dibujos de pumas y cartas para Guadalupe sin información valiosa. Daniel llegó a otro registro donde se le mencionaba, sorprendentemente de ese año.

2 de marzo

Pajarita, adivina qué, le escribí a tu hermano Daniel, en respuesta a una carta que él me envió. Ya no hay tiempo, pronto todo el trabajo de estos años brindará frutos y se hará justicia. Por lo que espero que se apure.

Igualmente, ambas cosas funcionarán. Pero sé que el Dani es inteligente, tomará la decisión de sacrificarse al igual que sus hermanos, pero con el derecho de hacerlo con sus propias manos, o por fin llegará a mi lado. Espero de todo corazón que pase lo segundo.

Por mientras lo espero, con un nudo en la garganta de angustia al pensar en que no logre llegar antes de este mes, pues debo dejar esta cueva.


—No… —se quejó Daniel y las lágrimas volvieron a correr por sus mejillas. Se tapó la cara con el diario y suspiró abatido.

Joseph terminó de leer la página, no pudo evitar fruncir el ceño con fiereza. Lo de la carta que le había mostrado en el taller, y ahora esto… ¿Cómo mierda su tío le podía sugerir y tener la muerte de Daniel como una opción? Para lo que fuese de lo que estaba hablando.

Tragó saliva y relajó su rostro, posó una mano en el hombro de Daniel, y le habló:

—Oye… Guarda el diario en tu mochila también, ¿ya? En la cabaña lo terminas de leer. Mientras seguimos buscando más indicios que nos sirvan y que podamos llevar, ¿estamos?, ¿sí?

Daniel levantó la vista, y obedeció con el rostro afligido.

Joseph se paró y volvió a revisar el escritorio de en medio.

El joven se quedó mirando el paisaje de la salida. Pudo comprobar con sus propios ojos aquello que había mencionado su tío en la carta:

Todo lo que veía era blanco.

Suspiró y aire helado salió de su boca.

«La Lupe… era hija suya, no de mi papá… Pero, ¿su mamá es mi mamá? ¿Estuvieron juntos…?», Daniel sacudió la cabeza, aquel posible hecho lo perturbó.

«¿Estaba en una secta? Serán como… ¿brujos? Y qué le pasó a Bastián… ¿Qué cosa inteligente hizo él que mi tío espera que yo igual haga?».

¿Mo… morir?, murmuró Capu en su interior, asustado por todo el asunto, no le gustaba para nada.

Daniel tragó saliva. Inevitablemente recordó el sueño con Muriel.

«Acaso él… Muriel… ¿me estaba hablando a través de los sueños por eso? Tiene sentido, debido a nuestra conexión», dedujo y sintió un escalofrío. Se abrazó a sí mismo y siguió pensando.

Mientras, Joseph repetía el acto de hace un rato de revisar entre los libros y los papeles desparramados, algún indicio.

Daniel, quien seguía mirando al vacío, sentía las mejillas congeladas, surcadas por sus ardientes lágrimas. El contenido de las páginas del diario de su tío se repetía una y otra vez en su cabeza. Las palabras de su tío las podía oír con su voz pasiva. Y aunque no entendía muchas cosas, sentía al fin haber hallado la respuesta.

Eso inexplicable dentro de sí que siempre había sentido…

Era real.

Había más magia que solo la de su condición metamorfa.

Suspiró, y abrió su mochila para guardar el diario. Dispuesto a irse.

Pero, un impulso lo hizo volver a mirar a través del precipicio. Los valles blancos, las araucarias indómitas cubiertas de nieve, la niebla ondeante frente a sus narices, que era como un mar flotante.

Se paró y se acercó a la orilla.

Joseph, unos metros más atrás, encontró un sobre bajó el colchón inflable sobre el catre. Lo abrió y encontró una fotografía.

Plasmados en el inverso, estaban las caras sonrientes y relajadas de dos personas, apoyadas en una roca en medio del paisaje otoñal de un bosque. Gastón y Muriel.

Joseph dió vuelta la foto rápidamente.

Muriel, desconozco si este sobre te alcanzará a llegar. Pero mi sobrino ya viene en camino, estén atentos para el ataque.


Joseph sintió una punzada en el pecho. Pero rápidamente se controló, para no alertar a Daniel.

Aparte de esa foto, Joseph encontró otra, una de carné de Daniel, en el que se veía más joven, con sus mismos ojos grandes y expresivos y su sonrisa cerrada amplia. Estaba vestido con el uniforme del colegio al que iba. El hombre no pudo evitar sonreír.

Y a continuación, escuchó el sonido de los pies de Daniel resbalando por la gravilla ocre. Giró sobresaltado en su dirección y lo vio caer por el precipicio de la cueva.

𓃥 𓃦

Muchas gracias por leer ☺️🩷

—Dolly

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top