11 "Pa' eso tiene sus alitas"
Luego de llegar a la cabaña, Joseph se dio una ducha y Daniel se encargó de prender la estufa. Luego se recostó un rato en el sillón, a oscuras, y recordando todo lo que había pasado aquella tarde, la extensa charla con la señora Marta en la casa de Muriel, y su inminente destino trágico, se quedó dormido.
Al rato, Joseph lo despertó con suavidad. Daniel entonces se dio cuenta que este lo había tapado con una manta y que tenía la mesa puesta para que tomaran once. Fue cuando se sentaron a la mesa, que Daniel cumplió con lo prometido: contarle su historia completa. Y explicarle que lo llevó a que terminara al fin del mundo encontrando su cabaña.
Alan, Bastián, Daniel, Bárbara, Isidora, Raúl, Guadalupe. Daniel era de los mayores de siete hermanos.
Su padre, Julio, había muerto cuando tenía once años. Con el pasar de los años, sus memorias de él se volvían más y más vagas, le costaba visualizar su rostro, pero se le había quedado grabado plenamente su olor a chicha de manzana y loción. Eso y la textura de sus manos. Sus manos morenas de palmas callosas y dedos gordos por duros años de trabajo en el puerto. Manos que recordaba gentiles y cálidas tomando las suyas llevándolo al colegio. Era un hombre con ojos caídos de mirada nostálgica y con un aura tranquila como un día nublado en la playa. Su animal era un perro mestizo grande de un lustroso pelaje negro. Desde muy joven había trabajado en un taller de Puerto Montt, fabricando y reparando embarcaciones pequeñas.
Un día se cayó a catorce metros de altura desde el andamio donde estaba trabajando y murió al instante, quedando la lancha que estaba grabando con el nombre a medio terminar.
—Eso dijeron.
»"La Lupi"
María Isabel, la madre de Daniel, llamó a su última hija Guadalupe en memoria.
Ella y su cuñado Gastón —único hermano de Julio y tío de los niños— se quedaron cuidando a la familia en Angelmó, en la casita de siempre, ubicada en una ladera escondida del cerro. Era una comunidad con una buena concentración de familias metamórficas, alejada de la urbe general y rodeada de naturaleza.
Daniel disfrutaba mucho de ir al mercadito de Angelmó; ver las artesanías, conversar con los locatarios, servirle de modelo a las tejedoras y hacerse de mermelada artesanal y pescá' seca cuando los comerciantes más ancianos se quedaban dormidos, para llevar a su casa.
—Es irónico que vivía ahí mismo..., pero nunca pude comprar nada. Y es que Angelmó es súper caro, ¿sabí'?
Joseph sonrió ladinamente y asintió. Él también sabía eso por experiencia.
Tomó un sorbó de su café, y Daniel continuó contándole su historia.
—Desde chico... siempre tenía la constante sensación de estar sucio por cómo me miraban cuando subía a las micros o a los colectivos...
También cuando caminaba largas cuadras desde el colegio hasta su casa, pasando por el centro de la ciudad. Sus ropas eran viejas, sí. Las mangas y el cuello de sus camisas estaban negras, sí. Tenía tierra en los ojos y en las uñas, sí. Pero no estaba sucio, no olía mal. De hecho, cuando no inspiraba rechazo a las personas, o cuando lo conocían (realmente lo conocían), Daniel despertaba ternura y cierta curiosa inquietud. Sus grandes ojos siempre habían tenido una mirada húmeda inocente y pérdida. Y era gracioso, pícaro y encantaba a todos cuando cantaba canciones de campo y de Víctor Jara con su voz desafinada junto a su guitarra desafinada.
—Lo peor eran la miradas de los hombres metamorfos mayores... cuando me reconocían en la calle. No era como que demostraran incomodidad, era desprecio directamente.
Y Daniel comprendía que era. Los "niños perros" siempre habían sido discriminados y mirados en menos entre los metamorfos, tildados como delincuentes de razas por venir de cruces entre familias sin pedigree.
A Daniel le costó mucho entender el significado de delincuente bajo ese contexto cuando era pequeño. Y a veces sobrepensaba aquello, y tapándose las orejas se repetía a sí mismo que no era un delincuente, y que cuando robaba a los locatarios de Angelmó siempre había sido por necesidad.
—No era un delincuente... —susurró mirando fijamente el mantel de la mesa.
»De hecho, únicamente había robado algo de real valor una vez, a Alan, su hermano mayor. Habían sido unos audífonos que solo funcionaban por un lado y con los que nunca escuchó música, puesto que no tenía ningún reproductor para hacerlo.
—Lo que hacía con ellos era esconder el cable más largo por dentro del polerón y sacar los otros dos por arriba.
—Pero... ¿por qué? ¿para qué? —preguntó Joseph frunciendo el entrecejo
—Es que... Me gustaba como me veía así. Me sentía bacán.
Ambos sonrieron.
»Cuando Alan descubrió quién había estado sacando sus audífonos, le dio una reprimenda a Daniel en la que su tío Gastón tuvo que interferir. El mayor se había transformado y desgarrado la ropa del niño a punta de mordiscos. Cuando Daniel quedó desnudo y con sed de venganza se transformó al igual que su hermano y se enredaron en una pelea que destruyó algunos palos de la litera en la que dormían y gritar a sus hermanitas pequeñas en el living.
—No era que el Alan fuera egoísta, pero es que en esa época teníamos tan pocas cosas, que lo personal valía demasiado, porque ya de por sí compartíamos todo —explicó Daniel a Joseph.
Lo que sí pecaba Alan, era de egocéntrico, puesto que entre los hermanos era el único mestizo con una raza diferenciable. Su madre había sido una pastora alemana de la cual había heredado prácticamente todos sus hermosos y recios rasgos. Esta había muerto cuando Alan tenía tres años, quedándose solo con su padre y criado desde pequeño con María Isabel, que prácticamente siempre fue su madre.
»Ese mismo día, Alan y Daniel se quedaron hasta tarde conversando sobre sus literas deshechas. Era una calurosa noche de verano. No paraban de reír al recordar la pelea.
Cuando Daniel cumplió doce, Alan murió de regreso a casa de su trabajo de mecánico con la paga del mes, pan para la once y unos audífonos de regalo para Daniel.
—Una bala loca le atravesó las costillas... Eso dijeron —dijo Daniel, aturdido por el recuerdo.
—Pero...
—¿Verdad que no tiene sentido? —Daniel subió la vista y se encontró con la expresión extrañada de Joseph.
—Sí... es que por lo sé y por lo general no existe delincuencia en esos pueblitos.
—Exacto. —Daniel negó con la cabeza y suspiró, agradecido de que Joseph lo haya comprendido tan bien.
»Alan nunca llegó a casa, ni Daniel recibió los audífonos.
Aquella segunda muerte desencadenó la peor época para la familia de Daniel. Puesto que Alan era quien estaba llevando el pan a la mesa y el tío Gastón a las pocas semanas se fue a trabajar a Puerto Williams.
—Uf... Qué complicado todo —expresó Joseph sin poder aguantarse, interrumpiendo a Daniel por un segundo.
Daniel asintió cabizbajo.
—Y eso no fue lo peor... —murmuró, y tragó el nudo en su garganta.
Tal vez se piense que cuando tienes muchos hermanos, generas vínculos realmente fuertes sólo con algunos. Pero no era el caso de la familia de Daniel. Cuando falleció la bebé Guadalupe, quién ya casi tenía un año, Daniel lloró igual a cuando falleció su hermano Alan, con el que había compartido desde la cuna.
Ese día Daniel había vuelto del colegio muy tarde, en pleno invierno cuando oscurece a las seis.
Vio a Bastián y a sus hermanas sentados a la mesa decaídos, observando sus tés enfriarse.
—Chaaa... ¿Quién se murió ahora? —bromeó en ese instante Daniel. Pero al no recibir risa alguna, más bien incomodidad por parte de sus hermanos, se percató de que era algo serio.
Bastián le indicó que fuera a la pieza de su madre.
Cuando entró, la vio sentada en su cama mirando hacia la ventana con la luz apagada.
—Hola mami —la saludó Daniel.
—Hola mi amor —dijo María Isabel a su hijo, volteando.
En ese momento, Daniel se dió cuenta que estaba sosteniendo a Guadalupe, quien estaba envuelta en su frazada de polar rosada.
—¿Qué pasó? —preguntó Daniel deshaciéndose de su mochila y acercándose a la cama.
Cuando se sentó junto a ella le dió un beso en la mejilla. A continuación sonrió, contento, como siempre, de ver a su hermana.
Se agachó en su dirección para besar a la bebé en la mejilla.
—Uy, que está helaita' —comentó al separarse de ella. Luego le tomó una mano y abrió los ojos con impresión—. Mamá... Está súper helada la Lupe —dijo preocupado, y observó a su alrededor buscando otra manta para abrigarla.
Fue cuando se percató del rostro surcado de lágrimas de María Isabel.
—Mamá... Pero... ¿Qué pasa? ¿Qué pasó?
Daniel se quedó observando a Guadalupe en el regazo de su madre.
—Hijo... —dijo tomando la mano del niño—. Mi amor... tu hermanita falleció.
Daniel comprendió, pero siguió paralizado observando a la bebé.
—Pe... pero cómo se va a morir la Guadalupe mamá, si... —balbuceó, escéptico ante la idea. Simplemente no tenía sentido.
Otra vez.
María Isabel le explicó, entonces, que durante la tarde la había encontrado inconsciente en su cuna, y que al llevarla al consultorio le habían informado de su deceso.
Muerte súbita.
—Eso dijeron...
»Un vecino amigo se había ofrecido a ayudar a la familia con el entierro, ya que María Isabel no lo podía costear. El ataúd llegaría en la madrugada y podrían velar a la bebé en la casa.
Aún sabiendo todo eso, Daniel no la soltó en toda la noche, esperanzado con dar calor a la criatura para que así reaccionara.
—Tranquilo hijo... Tranquilo —susurraba María Isabel al niño, quien destrozado lloraba e hipaba en medio de la noche. María Isabel lo tenía en su regazo, y él a su vez seguía sosteniendo a su hermanita—. Ella va a estar con tu papá... y con el Alan. Allá arriba van a estar cuidándonos los tres...
Aquel consuelo funcionó, pero a la vez, hizo llorar a Daniel con más intensidad.
—Vamos a tener un angelito en el cielo —susurró María Isabel, besó a su hijo en la frente y secó sus lágrimas.
Daniel la miró, con los ojos hinchados.
—¿Un angelito? —hipó el niño.
Su madre asintió.
—Se va a ir al cielo... —murmuró Daniel, como memorizándolo, para convertirlo en convicción.
María Isabel apoyó su mentón en la coronilla de su pequeño y acarició su cabello con ternura.
—Sí... Pa' eso tiene sus alitas.
𓃥 𓃦
1/2
Holaaa, ¿cómo están? Muchas gracias por leer el capítulo, aunque haya quedado bastante triste me encantó el resultado, originalmente es mucho más largo pero decidí dividirlo en dos, ¡espero tener corregida la otra parte para la próxima semanita! No confío en mí misma para comprometerme, pero me voy a obligar mnjjs.
Un besito, cuídense mucho y no olviden votar ♡
—Dolly
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