Capítulo 93 - El trato



Aquella vez no hubo una mansión apartada, sino un piso en un edificio, aunque era bastante amplio. Me indicaron cuál sería mi habitación y en seguida me fijé en los cerrojos que había fuera de mi puerta y en los barrotes de mi ventana, igualito que en mi celda.

–Practicarás cada día, ¿vale? –me decía la mujer cuando yo decidí tomar cartas en el asunto.

–Vamos a dejar las cosas claras desde ya, queridos tíos. No somos familia y no os mueve ningún motivo altruista.

La cara que se les quedó cuando, por primera vez, les hablé tan seria y directa... jaja. Intentaron responder, pero los mandé callar con un gesto y seguí.

–Queréis que toque el violín, cobrar por mis conciertos y sacar un dinero considerable de ello, ¿no? –planteé y ellos se quedaron completamente lívidos–. De acuerdo, pero quiero mi parte. La mitad –condicioné muy segura–. Haré dinero suficiente para todos, no os preocupéis. Quiero mi mitad en efectivo, y os advierto que se me dan muy bien las matemáticas –advertí condescendiente y ellos asintieron–. No necesito que me digáis que practique, si os vais a hartar de escucharme tocar. Así que haced el favor de organizar un concierto para mañana, donde sea –mis queridos tíos volvieron a asentir, aunque tenían cara de no saber cómo conseguirlo–. Ah, y una última cosa. No voy a tocar las rejas porque a los vecinos seguro que les encanta, pero los cerrojos... –chasqueé un par de veces los dedos y la puerta, que había permanecido entornada, se cerró encerrándolos conmigo, un silbido y los cerrojos giraron bloqueando la salida. El hombre chilló y ella se quedó paralizada– como veis, os molestarán más a vosotros que a mí. Pero los dejaremos por si tenemos visita. Y ahora tengo hambre –terminé procurando tornarme amable y abrí la puerta con otro par de chasqueo de dedos.

No fue una cena distendida, la verdad es que los tenía muertos de miedo, pero cumplieron y al día siguiente pude tocar en un bar.

Aquello estaba muerto, cinco parroquianos que me miraban como si jamás hubieran visto un violín. Me indicaron el rinconcito que haría las veces de escenario, pero yo me senté a tocar junto a la puerta y al poco la gente entraba animada en el local, hasta llenarlo hasta los topes. Al dueño se le caían lagrimones de felicidad cuando fue a la trastienda con la excusa de sacar otra caja de cervezas, a mis supuestos tíos se les pasó el miedo y me miraron con ojos codiciosos, y yo me revitalicé con el amor de mi público.

Todos salimos ganando.

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¡LIBRE AL FIN!

https://youtu.be/blx7u7PVbZI

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