Capítulo 60 - La Bestia
En realidad, Eric había llegado meses atrás, pero, igual que a mí, lo habían tenido aislado y en observación hasta que decidieron que su locura estaba controlada. Yo tenía por entonces ya casi quince años (o veinte desde mi fecha de nacimiento) y él tendría catorce. Al ser de mi edad, me acerqué con curiosidad, pero Eric se me echó encima con instinto asesino, gritándome cosas raras.
Por suerte, no tardaron en llevárselo, quedándome yo temblando asustada por primera vez en muuuucho tiempo. La señora de las greñas estaba chillando que aquella Bestia era mucho peor que la mía y que devoraría el mundo, y esa vez no me lo tomé con tanta tranquilidad, porque yo misma había visto las llamas del Infierno ardiendo en los ojos de Eric.
Después de eso, tuvieron que pasar muchas cosas para que lo volviera a ver. Pero no adelantaré acontecimientos.
Yo había entrado en la adolescencia con mi serena rutina de aprendizaje autodidacta, para el que necesitaba más y más libros de todo tipo de temáticas; clases de violín, cuya profesora había conservado porque ella me estaba enseñando algo; las estancias en el salón común, donde me hice una maestra de las cartas y donde a veces se montaba alguna bronca; y las visitas semanales de Eloy, que seguía siendo lo que daba ritmo a mi sosa vida.
Mi amigo policía era muy reticente a hablarme de sus casos, en los que siempre había muertos, ya que estaba en el Departamento de Homicidios; pero a veces me contaba alguna historia no sangrienta, o me confesaba que tal sospechoso no le caía bien. Lo bonito era que, por una u otra razón, el rato que pasaba conmigo le hacía ver el caso desde otro ángulo y no era raro que llamara a comisaría para pedir que investigaran algún detalle que terminaba resolviendo el asesinato. Eloy decía que yo era su amuleto de la suerte.
Por eso no lo entendí cuando vino a visitarme con cara de funeral y me dijo que lo habían ascendido. Y destinado a otra ciudad. Una lejana. Que por ello no podría visitarme tan a menudo. Que, de hecho, lo llevaba retrasando dos años, por no dejarme tirada.
–¿Cómo de a menudo vas a visitarme? –pregunté con la voz rota, me temía lo peor.
–Una... vez cada... tres o cuatro...
–¿Semanas? –sugerí aterrada.
–Meses.
El mundo se me cayó encima y se me rompió en pedazos. Es más, los cristales de las ventanas, espejos y bombillas se fracturaron y saltaron en pedazos.
Él era la única persona a la que le importaba, no sentía que pudiera soportar que mis semanas se alargaran a meses. Él era lo único que hacía que no quisiera lanzarme de cabeza al Infierno.
Me aferré a Eloy y le rogué que se quedara. O que me adoptara para llevarme con él.
Me aferré con tanta fuerza a que hicieron falta tres fornidos cuidadores para separarme de él. Y, cuando los tranquilizantes me empezaban a hacer efecto, vi, porque veo perfectamente en la oscuridad, a Eloy saliendo de mi habitación, aterrado y frotándose los brazos marcados por mis dedos.
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Seguro que hay mejores canciones para rogar que alguien no se vaya, pero ésta fue la primera que me vino a la cabeza, más que nada porque el cantante se deja la garganta y me imagino a Caprice igual.
https://youtu.be/_NFzDSudw10
Nota: Al Eloy de la vida real parece ser que no le gusta este grupo, o concretamente el cantante, así que es posible que el Eloy policía huya aún más lejos X'''DD
*y huye para que no la linchen*
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