Capítulo 5 - El Club
Siempre he sido una chica muy práctica, así que cuando comprobé que nada me atacaba por las noches, pasé a dormir sin problemas. Al fin y al cabo, sólo eran tuberías viejas.
Como mis queridos padres adoptivos no parecían tener ninguna prisa en escolarizarme, invadí la biblioteca y me puse a leer todo lo que pillaba. O al menos a mirarlo durante mucho tiempo. No había nada divertido, todo era muy pesado, y más de la mitad de los libros estaban en idiomas desconocidos para mí. Pero me entretenía mirando las ilustraciones y ese tipo de letras capitulares tan enrevesadas, que valían, a mi parecer, casi más que el resto del libro.
Un día, creo que cuando ya llevaba una semana por allí, escuché cómo entraban hablando mis padres. No estaba segura de si se cabrearían por pillarme con sus libros antiguos, así que me quedé calladita en mi rincón.
–Se está haciendo tarde –se quejaba mi estirado padre–. Hay que hacerlo ya.
Yo, en mi egocéntrica inocencia, me pregunté si se referiría a mandarme a un buen internado, donde los libros fueran más comprensibles.
–Ya envié las invitaciones, quedan algunos por confirmar –contestó mi madre con toda su ansiedad.
–¡Pues los que no estén a tiempo, se quedarán fuera! –sentenció él con tal hostilidad que yo opté por esconderme detrás de la butaca, por si le daba por pagarlo conmigo.
–Vendrán, vendrán –prometió ella y ambos salieron dejándome con la mosca.
¿Prepararían una fiesta de ricachones? ¿Tanta prisa llevaban esas cosas?
Me quedé con la duda un par de días más, los que tardaron en llegar más gente como ellos, con sus cochazos conducidos por chóferes, y sus trajes y vestidos, que valían, cada uno de ellos, más que todo lo que yo había usado, comido, tocado o simplemente mirado en toda mi vida.
Una mujer me vio espiarlos desde la escalera y se me acercó para preguntarme cómo me llamaba y decirme que era una niña muy mona. Lo único que recuerdo de ella es su sonrisa amplia y luminosa, como el collar de perlas que llevaba. Pero mi madre vino rápidamente a decirme que no molestara y se llevó a la señora de las perlas.
–¿Vais a hacer una fiesta? –pregunté queriendo transmitir que no iba a darles problemas.
Recayeron en mí varias miradas y tardaron más de lo recomendable en decirme que sí, que sólo iba a ser una fiesta. Me dio semejante mal rollo, como si fueran a tratar negocios muy turbios, que fui a mi cuarto y no salí de él.
Incluso me llevaron allí la cena.
Mi última cena.
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