Hilde sabía un montón de cosas sobre un montón de temas. Según me contó, había muerto a los ochenta y un años de edad, en una época en la que la gente difícilmente llegaba a la mitad, y durante su larga vida había escrito desde libros de anatomía hasta cánticos religiosos, pasando por multitud de cartas a gente importante de aquellos años.

De modo que empezó a darme clases de matemáticas y física, ciencias naturales (tanto terrenales como del inframundo), literatura, música, dialéctica y retórica. Por otro lado, Niccolo se encargó de enseñarme a tocar el violín y la mandolina. La verdad es que sus clases eran un poco estresantes, porque el caballero era una diva que a veces se olvidaba de que yo no tenía sus malditos dedos de araña.

Sebastian se pasaba cada poco a comprobar cómo iban mis avances, aunque sospecho que estaba preocupado por cómo me adaptaba al Infierno. A una de las mejores zonas, de acuerdo, pero el Infierno igualmente.

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