VEINTISÉIS
VEINTISÉIS: CONCUBINA
Cada miércoles la guardia real y el príncipe heredero salían por una de las puertas secundarias del palacio a dar un paseo. Al joven heredero al trono se le permitía únicamente salir un día a la semana debido a los peligros que corría al ser el siguiente en la línea de sucesión y al encontrarse completamente solo luego de que su guardia personal hubiese partido lejos para desmantelar a cualquier barco pirata que encontrase.
Al menos, dejar sólo al príncipe no había sido en vano, pues una decena de navíos habían llegado a las costas de la capital sin su capitán y la guardia real había podido aprisionar al resto de los tripulantes.
Pero no había rastro de Park Jimin, algo que había comenzado a preocupar al príncipe, quien no dejaba de esperar su regreso en cada barco atracado en el muelle. En cierto punto, había decidido dejar todo a manos del destino, aunque la ansiedad de no saber si Park Jimin se encontraba con vida era algo que no le permitía descansar bien por las noches. ¿El muchacho pensaría tanto en él como el príncipe lo hacía?
—¡Príncipe heredero! —Escuchó la advertencia de uno de sus subordinados que logró sacarlo de sus pensamientos—. ¡Cuidado!
Justo en medio de su camino había un bulto cubierto por telas mugrientas. Por suerte había podido detener a su caballo, que estaba dispuesto a pasar sus pezuñas por encima del cuerpo extraño y seguir su elegante trote. Toda la guardia se detuvo detrás suyo y por un momento se formó el silencio, hasta que los guardias replicaron para que el príncipe se quedara en su montura, pedido que no fue escuchado, pues el joven ya había puesto los pies sobre el suelo y se encontraba caminando con seguridad para averiguar qué era lo que tenía enfrente.
O quién era, mejor dicho. Cuando posó una de las manos sobre el cuerpo tembloroso, este se arrastró con rapidez fuera del camino.
—¡Lo siento mucho! —Escuchó una voz femenina.
El príncipe abrió la boca, sorprendido, y persiguió silenciosamente al cuerpo que se había alejado tan violentamente de él. Se arrodilló cuidadosamente y elevó sus manos para que aquella persona entendiera que no pretendía atacarle.
—Tranquila, por favor —susurró con calma.
Cuando vio que ella había decidido quedarse allí, quizás por miedo, estiró su brazo con cuidado hasta que sus dedos alcanzaron las telas que le cubrían el rostro y tiró de ellas cautelosamente. Unos exóticos ojos ámbar lo observaron asustados por verse descubiertos de pronto y los labios rosas temblaron de miedo a la par que el pequeño mentón con piel casi tan pálida como la suya. Las mejillas entierradas se encontraban ligeramente enrojecidas producto de la vergüenza de ser vista de esa manera, sentimiento por el cual pudo apreciar las tupidas pestañas oscuras de la muchacha cuando ella cerró los ojos, intentando evitarse un poco la humillación. La boca del príncipe se abrió aún más al quedar embelesado con aquella belleza tan exótica.
Aquella muchacha era como una flor de loto. Era la misma hermosura y delicadeza de la flor creciendo en la adversidad del fango.
Por un instante se preguntó de dónde había salido y cómo había terminado allí, pero sólo pudo imaginar escenarios terribles.
—¡Lo siento! No quise interrumpir —Replicó la chica, agachando su cabeza hasta el suelo en una reverencia.
El príncipe pestañeó un par de veces, volviendo a tener conciencia de quién era y dónde se encontraba, y retrocedió un par de pasos. Miró a sus guardias, que se encontraban aún más impresionados que él, y luego volvió a posar los ojos sobre la chica, cuyo cuerpo seguía temblando de miedo.
—Tranquila —repitió entonces—. Por favor, levántate.
Escuchó un pequeño murmullo proveniente de la guardia real. El príncipe heredero estaba dándole permiso a una simple campesina de erguirse frente a él, algo que podía considerarse escandaloso.
La chica dudó un segundo, pero terminó incorporándose lentamente, aunque mantuvo su cabeza baja y el príncipe no pudo volver a ver aquellos ojos que tanto lo habían cautivado. Sin embargo, pudo admirar las delicadas facciones de la muchacha e inmediatamente pensó que debía ser la mujer más hermosa que había visto en su vida. El cabello negro desordenado caía a los lados de su rostro, curvándose ligeramente en hermosas ondas azabache que contrastaban con su pálida piel de porcelana.
—¿Cómo te llamas?
Ella bajó todavía más la cabeza y soltó un suspiro tembloroso.
—Mi nombre es Yeji, su majestad.
—Yeji —repitió él en voz baja—. ¿Qué haces aquí, en medio del bosque? ¿Dónde está tu casa?
La chica empuñó sus manos con fuerza y comenzó a respirar aceleradamente, como si estuviera a punto de llorar.
—No lo sé, majestad, no lo recuerdo. Simplemente desperté aquí, no sé dónde estoy.
Las cejas del príncipe se fruncieron por la preocupación. La pobre chica había perdido sus recuerdos y no sabía cómo había terminado allí, ni cómo volver a su casa.
—¿Cómo se llaman tus padres, Yeji?
Ella no dijo nada por un momento, pero alzó ligeramente la cabeza para verle.
—No tengo padres, señor.
El corazón del príncipe se encogió y se dio un segundo para intentar pensar una manera de ayudarla, pero no había manera de devolverla a casa si es que no tenía familiares, pues no había manera de buscarlos. Levantó la vista en dirección a sus hombres, que todavía se encontraban sobre sus monturas, y dijo:
—La llevaremos al palacio.
La cabeza de la muchacha se alzó y sus ojos llenos de miedo se pasaron por los rostros de todos los hombres. Uno de ellos bajó de su caballo y se acercó al príncipe, quien comenzaba a ponerse de pie para volver a su corcel y seguir con su camino.
—Príncipe heredero, creo que ya no podemos recibir más sirvientes en el palacio.
Él le miró de reojo y el hombre inmediatamente se arrepintió de haberse entrometido.
—No recuerdo haber pedido tu opinión —se limitó a responder.
No esperó una respuesta, puso nuevamente a su caballo en marcha, pero en dirección al palacio real. El sirviente rápidamente tomó a la muchacha por la cintura y la montó sobre su corcel para transportarla mientras él tiraba de este con apuro, temiendo quedarse atrás de la escolta real. Nadie dijo nada, pero todos los guardias que acompañaban al príncipe heredero se miraron entre sí, sin entender la razón por la que él había decidido llevarse a esa muchacha desconocida, pues el príncipe no era alguien que se dejara llevar por las corazonadas.
—¿Escuchó eso? —Preguntó su dama de compañía.
Iseul levantó la vista de las hermosas flores que adornaban el borde del camino por el que transitaba y miró con curiosidad a la otra muchacha, pues no había logrado escuchar lo que ella sí. Dabin llevó su índice sobre su boca, indicándole que guardara absoluto silencio, y giró el rostro hacia una de las puertas secundarias del palacio real, donde venía entrando el príncipe heredero junto a su escolta.
Según Iseul, no había nada fuera de lo normal en lo que estaba viendo, pues, como cada miércoles, el príncipe heredero salía a dar un paseo que usualmente duraba un par de horas. Volvió a mirar a su dama de compañía, confundida.
—¿Qué? —Susurró, intentando encontrar una explicación.
—Han vuelto antes de lo habitual —le explicó, sin quitar los ojos de los hombres montados a caballo que ingresaban tranquilamente.
Iseul soltó una carcajada suave y mientras reanudaba su camino, preguntó:
—¿Y eso qué, Dabin?
Podía haber muchas razones por las que el príncipe heredero volviese antes al palacio. Quizás ese día no se sentía de ánimos para pasar horas fuera de su hogar o quizás se había enfermado en el camino, aunque, de lo que logró ver, él lucía igual que siempre. Suspiró al pensar que en un par de horas volvería a verlo en la intimidad de su habitación y por un instante fantaseó con que él hubiese vuelto antes porque la extrañaba y quería verla.
Sólo fantaseó, porque el príncipe heredero no era ese tipo de hombre.
—¿No le parece sospechoso? —Insistió Dabin.
—Quizás le ocurrió algo —resolvió, encogiéndose de hombros.
—O alguien...
Aquella frase la hizo frenar en seco y girarse. Dabin no se había movido de su lugar, haciendo todo lo contrario a lo que supuestamente debía hacer como dama de compañía, y todavía observaba en dirección a los caballos, que comenzaban a ser desmontados. Iseul divisó a la lejanía una figura delgada sentada sobre el lomo de uno de ellos, ese no era un guardia real, pues el verdadero guardia tiraba de la rienda mientras caminaba.
Sin duda, se trataba de una chica.
E Iseul lo confirmó cuando vio cómo la bajaban del caballo y le recibían la manta mugrienta con la que se cubría. El cabello negro y largo salió a la vista, desordenado y enmarañado, e Iseul corrió la vista con desagrado al verla así, sintiéndose disgustada por la falta de preocupación que aquella muchacha desconocida tenía sobre sí misma.
—Será una nueva sirvienta.
Dabin la miró con los ojos bien abiertos. Quizás era cierto, pero debía ir a investigar quién era la recién llegada y por qué el príncipe heredero la había llevado personalmente al palacio real. Tenía muchas ganas de correr hacia allí y preguntar descaradamente a las sirvientas que acababan de llegar y se llevaban a la chica al salón de baños. Sus piernas picaban por moverse de una vez. Sin embargo, tuvo que seguir a Iseul en su paseo, yendo en el sentido contrario.
—¿No tiene un poco de curiosidad?
Iseul la miró de reojo. Por supuesto que la tenía, quería saber todo con lujo de detalles, pero no se atrevía siquiera acercarse un poco.
¿Y si el príncipe había encontrado otra concubina?
Ella era la primera y única concubina que el príncipe había tenido y no quería que eso cambiara, pues tenía la esperanza de que algún día pudiera casarse con él o simplemente concebirle su primogénito. Aunque Iseul sabía que eso era más complicado de lo que cualquiera pudiera pensar.
Su pecho ardió adolorido de sólo imaginar una segunda mujer a su alrededor. Una segunda mujer que pudiera gustarle más al príncipe heredero y que finalmente se convirtiera en reina consorte. ¡Qué humillante sería eso!
—No —soltó con dureza—. La curiosidad no es buena en una mujer, Dabin, por eso no lograste ser una concubina.
Dabin mantuvo la boca cerrada por lo que restó del paseo, eso le había dolido, a pesar de saber que era completamente cierto. Pero lo que la hizo mantenerse callada no fue precisamente el insulto que la señorita Iseul le había dicho, sino la razón por la que se lo había dicho. Ella solía ser una chica bastante paciente y calmada, cada vez que algo la molestaba prefería quedarse en silencio y desahogarse en la privacidad de su habitación. Y en aquella ocasión fue diferente, lo que evidentemente le indicó a la dama de compañía que ambas habían pensado en lo mismo: aquella chica nueva sería la nueva concubina.
Esa fue la razón por la que, más tarde, cuando la señorita Iseul le pidió un poco de privacidad, aprovechó para escapar un momento a la cocina y preguntar a las cocineras qué era lo que estaba sucediendo, pues los rumores volaban en el palacio y el lugar perfecto para enterarse de todo era precisamente allí.
—Ya lo sé —le dijo una de las chicas antes de que siquiera abriese la boca—. Ya sé a qué vienes.
—El príncipe heredero se ha encontrado a esa chica a la mitad del paseo —comenzó la chica del lado, observando fijamente a Dabin mientras cortaba una cebolleta con maestría—, la trajo, pidió que le dieran un baño y una habitación.
La primera chica le dio una mirada molesta a la segunda por haber soltado todo de una vez, pero Dabin no lo notó al haberse quedado pensando en lo último que escuchó.
No a cualquiera le daban una habitación, las sirvientas dormían juntas en una habitación grande, sólo había cierto tipo de mujeres a las que les daban una habitación privada.
—¿Entonces...? —Insistió.
La boca se le había secado y las palmas de las manos le sudaban. No podía creer lo que estaba a punto de escuchar.
—Es una concubina nueva —confirmó la primera de las chicas con cansancio—. Su nombre es Yeji.
Dabin no tardó en darse media vuelta e irse, sin siquiera agradecer o despedirse. Corrió de vuelta a la habitación de la señorita Iseul a comunicarle que sus sospechas eran ciertas.
Y listo! Ya entramos en otro arco con otros personajes nuevos. Qué opinan? Iseul y Dabin quizás nos dan problemas? Dónde quedó Nam, Jungkook y Sanvi?
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