Destino

NOTA DE LAS AUTORAS.

Esta novela está hecha en conjunto con mi gran amiga Belive1097

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A sus dieciocho años Camilo Madrigal pensó que era un buen momento para comenzar a salir con alguien. Casi todos sus amigos tenía novia y ahora pasaba solo los fines de semana cuando todos ellos salían con ellas. 

No le importaba estar solo. Normalmente eso era lo de menos, lo que menos quería era tener un compromiso que le exigiera compartirse a sí mismo o peor aún; a sus propios ideales. Sin embargo tenía que admitir que los últimos meses la soledad era demasiado solitaria. Ahora en lugar de disfrutar su propia compañía cuando estaba solo en casa se la pasaba llamando a su mejor amigo, a veces esas llamadas se extendían por horas y tiempo después continuaban en mensajes. Era patético, patético depender de que su amigo estuviera disponible para él para sobrellevar sus días. 

Así que tomó una brillante decisión: descargar una app de citas. 

¿Qué podría tener de malo? Toda la gente soltera que conocía estaba en Tinder. Algunos de sus amigos habían conocido sus parejas en Tinder. Así que asumió que lo menos que podía hacer intentarlo.

"¿Estás seguro de lo que estás haciendo? Las personas en internet no siempre son lo que parecen." Había dicho Mirabel cuando expresó que había conocido una persona y habían quedado para verse un sábado por la tarde. 

Camilo se había cansado de decirle y explicarle a su amiga que era algo completamente normal. Incluso la comparó con su histérica madre.

Así que aquella tarde salió rumbo a la cafetería dispuesto a encontrarse con el que esperaba que fuera su próximo compañero. 

Entró a la cafetería y se sentó en una de las mesas vacías a esperar a que aquel el hombre apareciera. Era un lugar sencillo con algo de música acústica, mesas de madera grandes ventanales y un estante repleto de libros. Aquella era la cafetería preferida de Camilo. Antes de que la soledad se volviera insoportable iba allí solo para leer un buen libro.

En realidad no pasó mucho tiempo antes de que el misterioso hombre apareciera. El lo vio desde que entró por la puerta y se removió un poco impaciente en el borde de su silla. Sonríe ampliamente mirando aquella persona acercarse. Cuándo por fin el hombre llegó hasta él, se levantó de su silla para darle la mano y lo saludó por su nombre.

— Hola, Alberto.

Le saludó amablemente al chico rubio y de ojos castaños que lo saludaba. Era más alto que él quizá de la misma edad. Calculaba por lo mucho 25 años. El chico le sonrió y tomó asiento frente a él.

— Un placer, Camilo. Me da gusto de que eres tan bonito como tus fotos. 

Camilo bajó la mirada sintiéndose halagado por aquel comentario. Lo cierto es que había tardado bastante tiempo en decidir qué ponerse y había peinado tres veces su cabello hasta encontrar el peinado adecuado. 

— Bueno tú también eres bastante guapo. 

El muchacho soltó una risita y colocó sus manos en la barbilla.

— ¿Entonces realmente estás cursando en la universidad? —preguntó Alberto curioso.

Camilo jugueteaba con sus manos mientras veía nervioso la forma en que no lo miraba. Entendía que había una química instantánea entre los dos. Aquello era una buena señal. Camilo estaba convencido de que había sido una grandiosa idea haber acordado esa cita.

— Sí, estoy estudiando fotografía —respondió Camilo acomodando uno de sus mechones detrás de la oreja.

— Eso suena bastante interesante.

En ese momento una mesera se acercó hasta ellos. Era una linda chica de cabello castaño extremadamente delgada.

— ¿Puedo ofrecerles algo de beber o quizá un postre? —preguntó ella amablemente dejando una carta del menú frente a cada uno de los chicos.

Alberto miró la chica con algo de desconcierto y simplemente negó con la cabeza. 

— Gracias; pero estamos bien.

Camilo en cambio tomó la carta para comenzar a leerla.

— En realidad a mí me gustaría tomar un capuchino de vainilla y tal vez un postre de manzana —dijo sin apartar su mirada del menú.

Pero Alberto levantó una mano cuando la chica estaba por escribir la orden.

— ¿Puedes volver en unos minutos para pensar bien lo que pediremos? —dijo el joven fríamente.

Aquello le parece un poco extraño a Camilo pero supuso que chico quería reconsiderar su pedido antes de ordenar. La chica simplemente guardó de nuevo su bolígrafo en el bolsillo de su uniforme y se dio la media vuelta, después de decirles que la llamaran en cuanto estuvieran listos para ordenar.

— Si quieres puedo recomendarte uno de los postres. He probado cada uno de ellos. Pasé cada sábado aquí leyendo los libros de Harry Potter… —comienzo a decir Camilo cuando Alberto lo interrumpió.

— ¿Seguro quieres ordenar eso? Estoy seguro que todos los postres son buenos; pero se nos hará algo tarde para irnos.

Camilo frunció el ceño y parpadeó totalmente confundido. Dejó la carta nuevamente en la mesa y se recargó en el respaldo de la silla. 

— ¿Tarde para ir a dónde? —preguntó.

Alberto río algo coqueto y alcanzó la mano de Camilo sobre la mesa, la cual comenzó acariciar de forma confiada. Aquel toque de repente pareció un poco extraño para el chico de rizos. 

— No se si prefieras tu casa o la mía. Aunque si no estás seguro también podríamos ir a un hotel.

Camilo apartó su mano al instante y lo miró pasmado. Ahora veía que Mirabel había tenido razón en dudar de la efectividad de ese método para conocer personas.

— Estoy seguro de que fue una malinterpretación. La verdad es que yo te invité aquí para comer un postre y tomar algo de café mientras nos conocemos. No tenía pensado en ir a ninguna otra parte contigo. 

Evidentemente aquella respuesta no le complació en lo absoluto a Alberto. El chico también se apartó cruzándose de brazos observando a Camilo de una forma que casi rayaba en el desdén.

— Creí que eso había quedado claro cuando te pregunté si eras de mente abierta y si estabas dispuesto a experimentar —dijo, o más bien, escupió con recelo Alberto.

Camilo abrió los ojos impactado. Se pasó una mano por el pelo sin dejar de ver y de notar la obvia molestia de Alberto.

— Supuse que hablabas de una mente abierta para las conversaciones y quizás experimentar alguna actividad interesante en la cita. No pensé que directamente querías acostarte y ya.

Alberto parecía mucho más molesto. Alzó una ceja despectivamente y respondió.

— Así que eres de esos que vienen a buscar algo de comida gratis y después no quiere pagar por ella. No me vengas con estupideces niño, no tengo tiempo para jugar a los novios. Si vas a pedir eso no pienso pagar tu parte.

Lo primero que Camilo sintió al escucharlo fue un rayo de rabia. El pecho le hirvió y sintió su garganta tensandose pero inmediatamente el enojo dió paso a la vergüenza. Vergüenza de verse en esa posición, de sí mismo creyendo que podía encontrar algo que valiera la pena en una cita por internet. Se creía un estúpido y encima había sido tomado por un desesperado.

— ¿Sabes qué? No necesito, ni iba a esperar que pagarás nada, y tampoco me interesa seguir hablando contigo, pedazo de mierda —soltó él, enojado y levantándose de la mesa ante la estupefacta mirada de Alberto. 

Camilo tomó su mochila y comenzó a andar curiosamente en dirección a la salida. Ese era definitivamente el último intento de coincidir con alguien. Estaba cegado por la rabia tanto que ni siquiera veía por dónde caminaba cuando chocó con una persona. 

El impacto hacia la persona con la que chocó, un hombre por cierto, no fue demasiado; pero fue lo suficiente para hacer que éste último soltara la laptop que traía entre las manos y ésta cayera al piso destrozándose.

Camilo se quedó congelado al ver aquello. Ahora si que la había cagado y todo por su estupidez. Inmediatamente se dejó caer al piso para levantar el ordenador deshaciéndose en disculpas. Tomó el aparato y pudo constatar que la pantalla estaba completamente estrellada y solo se veían algunas líneas de colores. 

— Lo siento de verdad, discúlpeme señor —dijo Camilo levantando la mirada para ver a un hombre de cabello negro hasta los hombros y ojos verdes que lo veían preocupado.

El hombre acomodó la gabardina verde bosque que se había estrujado por el choque. Al ver a Camilo se inclinó para sujetarlo del brazo y ayudarlo a incorporarse.

— ¿Estás bien? Lo siento mucho venía distraído —se disculpó el hombre justo cuando vio la laptop en las manos de Camilo. La contempló con tristeza y lentamente extendió las manos hasta ella para tomarla. 

Camilo estaba rojo de vergüenza. Nada podía ser peor aquél día o eso pensó hasta que Alberto pasó junto a ellos con rumbo a la puerta de salida, riéndose descaradamente de él.

— Perdedor —esbozó Alberto antes de salir seguido por la calcinante mirada de Camilo. 

Pero el hombre lo sacó de sus pensamientos al hablar con esa tímida y baja voz. 

— Dios quedó completamente arruinada —dijo suavemente el hombre sin apartar la lastimosa vista de laptop.

Camilo se encogió de hombros y soltó un suspiro profundo. Posó su mano educadamente sobre el brazo del hombre.

— Le juró que pagaré por esto. Yo… no tengo ahora lo que se necesita para cubrirlo. Tengo…. —Camilo se apresuró a buscar entre su bolsillos la billetera. 

La abrió frente al hombre y sacó de ella todos los billetes que cargaba e incluso algunas monedas. No era mucho, pero era el equivalente a su comida de la semana. Eso de verdad daba pena. 

El hombre bajó la laptop para ver al chico haciéndose pequeño sobre sí mismo,  sentía algo de pena por la forma el joven exprimía hasta el último centavo de la billetera. Alzó una mano intentando calmarlo.

— Oye, está bien. No es necesario que lo arreglemos justo ahora —dijo transmitiendo serenidad con esa cálida sonrisa. 

Camilo se encogió en hombros y lo miró a los ojos. Apretó los labios haciendo que la respingada nariz se levantara un poco más.  Trató de sonreír aunque era sumamente difícil hacerlo al sentirse tan estúpido.

— Ya sé. Te daré mi número. Y también mi identificación —Camilo  tomó una de las servilletas de la mesa y comenzó a escribir en ella su número telefónico, apenas legible debido a los nervios del muchacho. Con grandes e irregulares trazos escribió el nombre: Camilo Madrigal—. Toma. Es mi número real. Vamos, marca. Sonará, lo tengo aquí mismo.

Dijo Camilo alzando su celular frente a la cara de el mayor. Él hombre de barba inclinó sus cejas hacía el costado. Estaba intimidado por la velocidad e intensidad con la que aquel chico hablaba. 

— Está bien, niño. Te creo —dijo el hombre intentando relajarlo. El chico simplemente parecía tener la energía de cinco—. Pero para que estés más tranquilo, voy a llamarte, Camilo. 

Camilo guardó silencio en cuanto escuchó lo bien que se escucha su nombre pronunciado por la extraña mezcla de su voz grave y suave. La pequeña sonrisa blanca que se dibujó en los labios del desconocido hizo aparecer una en su rostro también.

— Así me llamo… —se sintió un idiota en cuanto lo dijo. Eso era más que obvio. Lo había escrito en la servilleta.

— Lo sé —respondió el hombre tecleando el número de Camilo y pulsando el icono de llamar —. Yo soy Bruno, mucho gusto. 

El hombre le extendió la mano a Camilo que se apresuró a apretarla. Notó qué tenía un reloj de marca en la muñeca. En ese instante el teléfono sonó y apareció lo que dedujo que era el número de Bruno en la pantalla. Simplemente lo dejó sonar y Bruno colgó.

— El chico al que le llamaba no contestó —dijo Bruno sonriendo.

— Es que es muy tonto —respondió Camilo.

Bruno sonrió y guardó el teléfono en el bolsillo. Se vió obligado a meter la arruinada laptop en el maletín. Después miró a Camilo y le sonrió.

— ¿Por qué no tomamos un café mientras conversamos sobre ésto? —dijo señalando una de las mesas.

Camilo asintió y caminó un poco para tomar asiento, está vez en su mesa favorita junto al librero. Bruno lo siguió hasta ahí y tomó asiento frente a él. Colocó su maletín en la mesa y la apartó un poco y después subió ambas manos sobre la mesa jugueteando con ellas entre sí.

— ¿Fue una pelea con tu novio la que me costó mi laptop? —preguntó Bruno, sonriendo. 

Pero eso solo logró que Camilo tuviera la sensación de que su estómago se revolvía al escuchar dicha acusación. Frunció el ceño y enderezó la espalda, lo que le recordó a Bruno a un gato dispuesto a atacar.

— No digas eso ni de broma. Ese tipo es un idiota. No tendría la suerte de ser mi novio —respondió Camilo en un puchero que hizo levantar su nariz y Bruno pudo notar las pecas que adornaban el rostro del muchacho—. Era solo una muy terrible primera cita que no pasó de los veinte minutos. 

Bruno le sonrió. Le causaba algo de gracia la forma pícara y altanera con la que el joven hablaba. 

— Supongo que era el destino.

Camilo encontró cierta ironía en eso. El destino había decidido encontrarlo con el mayor idiota de internet y lanzarle una deuda de miles con una laptop estropeada de un desconocido. Vaya que son misteriosas las formas en la que obra el universo.

— Sobre el ordenador… Voy a conseguirlo. El dinero se lo daré esta misma semana. Lo siento mucho en verdad, lamento entorpecer su trabajo. Seguro que tenía información importante en ella —dijo Camilo tratando de sonreír.

El hombre lo miraba pacíficamente. De hecho incluso resultaba tranquilizante. Camilo notó que tenía los ojos verdes iluminado con vetas más brillantes que otras. Era como mirar dos piedras de jade. Cualquier otra persona a la que le hubiera causado un inconveniente como aquel habría perdido la cabeza; pero Bruno no parecía estar molesto en lo absoluto. Camilo ladeó un poco la cabeza sin darse cuenta y permaneció estudiando el rostro del hombre.

— En realidad tengo toda la información en la nube. Accedo desde mi teléfono así que no me retrasaré —dijo Bruno abriendo un archivo en su teléfono y mostrándolo al jóven—. Será menos cómodo pero nada que no pueda resolverse.

Camilo le sonrió tranquilamente al ver cómo Bruno comenzó a escribir en el teléfono. Por un momento fue testigo de como Bruno se perdía escribiendo sin reparar en Camilo, la cafetería o la mesera que se acercó a darle la bienvenida. El joven solo podía observar el semblante concentrado del mayor. No fue hasta pasados unos minutos que Bruno fue capaz de reaccionar. 

— Uh, yo lo siento —se disculpó Bruno bajando el teléfono y con una sonrisa formada en su rostro—. Cuando me viene una idea tengo que escribirla de inmediato antes de que la olvide.

— No te preocupes. Si no es indiscreción que lo pregunte ¿A qué te dedicas? —cuestionó Camilo, con gran interés. 

Antes de responder, Bruno le señaló su orden a la mesera que aún seguía ahí y luego miró a Camilo.

— ¿Quieres pedir algo? Será mejor si conversamos de esto con algo de comida en el estómago —dijo Bruno con una sonrisa amable. 

Camilo asintió y pidió exactamente lo que estaba pensando ordenar cuando hablaba con Alberto. Al menos así no iba a quedarse con el antojo. Así que la chica se fue con sus órdenes y ellos continuaron conversando.

— Yo soy escritor —respondió Bruno retomando la conversación de antes. 

Camilo se sintió interesado, jamás había conocido alguno. Se inclinó un poco más al frente, recorriendo con sus ojos cada detalle de su rostro. No le parecía ni remotamente conocido.

— ¿Escritor? Eso suena interesante aunque tengo que preguntar —su voz se tornó un poco aguda por la emoción— ¿Has publicado algo? Yo leo mucho, tal vez he oído de ti. 

Bruno se encogió en hombros y se frotó la nuca levemente avergonzado. No le gustaba esa pregunta porque la mayoría de las personas no tenía idea de que existían sus obras. No era un Paulo Cohelo y mucho menos un Stephen King así que solo asintió pesadamente.

— Sí, he publicado algunos. El último que publique se llama "Leche Tibia" —dijo sonriendo, mostrando un poco los dientes alineados— La verdad es que escribo bajo un pseudónimo.

Camilo lo miró con la boca abierta, tenía su mejilla apoyada en una mano que a su vez estaba sobre la mesa. Se enderezó un poco y lo miró con atención. Sin decir nada se levantó y caminó al librero donde paseó su mirada por él, buscando entre cada libro hasta que encontró uno de ellos cuya pasta y lomo eran de color rosa pastel y las letras cursivas en color negro con el título del libro. Lo tomó y volvió a la mesa dejando frente al hombre el mencionado libro.

— ¿Tú eres "Jorge Hernando"? —preguntó Camilo mientras tomaba asiento frente a él— Ya leí tu libro. Lo leí aquí en la cafetería.

Bruno no podía creer que alguien lo conociera. Era verdad que tenía varios miles de lectores; pero a ninguno (que no fuera su amigo o familiar que lo leían por compromiso) lo conocía en persona. Volvió su atención al joven sonriéndole con amabilidad.

— Este libro lo dejé yo aquí. La mitad de él fue escrito en esta misma mesa —dijo devolviendo el libro a la superficie de la mesa— Yo estoy aquí cada domingo para escribir.

Camilo no podía creer lo que estaba escuchando, lo extraordinario de aquella situación. Se rió tontamente y sus pies comenzaron a frotarse entre sí por los nervios. 

—  Yo he venido aquí todos los sábados desde hace tres años y me siento en esta misma mesa para leer —decía Camilo incapaz de contener su asombro— ¿Me estás diciendo que yo estaba en esta mesa leyendo tu libro mientras tú venías al día siguiente para escribir el próximo? 

Ahora sí que volvió a reconsiderar la idea, desde una perspectiva muy diferente.

¿Sería el destino?





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