Pasado oscuro
De regreso después de un descanso que necesitaba con urgencia, gracias a quienes con paciencia me han esperado.
Vengo con las pilas recargadas y espero no parar por un buen tiempo; nuevos proyectos se han formado en mi cabeza, mismos a los que ya les estoy dando forma y ojalá pueda mostrárselos pronto.
Comenzamos al fin con esta nueva aventura, he leído a unas pocas chicas que no aceptan a Sadashi, chicas que todavía piensan que entre Aiden y Leah hay algo muy fuerte y para siempre; respeto todas y cada una de las opiniones que me dan y solo me queda decirles a esas pocas, que se animen a leer esta historia y vean aquí quién puede ser la pareja perfecta para Aiden o si por el contrario, vendrá una nueva mujer a ocupar ese lugar :-)
Y como lo he dicho en mis historias anteriores, respeto su opinión, pero también respeto mi trabajo y lo defiendo, así que no permitiré malos comentarios (y con malos me refiero a ofensivos o que de alguna manera me falten el respeto), ya que si bien publico aquí para todos, la historia sigue siendo mía y por lo tanto, estoy en todo mi derecho a proceder con ella como me plazca y como mejor considere y a defenderla a capa y espada.
Gracias a Dios nunca me he topado con comentarios de esa índole, pero no está demás aclararlo.
Las dedicatorias comienzan desde ya y deseo empezar con este grupo de chicas cami9696 karenDG13 caroaynu caroliaann viviassefh ustedes que fueron, son y de seguro seguirán siendo un apoyo incodicional para mí. Gracias por amar, respetar y defender mis escritos así no siempre les gusten los personajes o la trama de las historia. Sin duda alguna son las mejores.
También gracias a todas esas lectoras que me escriben por privado después de cada capítulo que he actualizado y me expresan cuánto les ha gustado. Lectoras que me vienen apoyando desde casi mis inicios y siguen aquí para mí, acompañándome en este camino.
Este es el primer capítulo, más tarde o mañana subiré uno más para que se adentren en esta historia.
Los quiero mucho.
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[Capítulo 1]
{Sadashi}
Años atrás...
Iba sentada en el asiento trasero de una camioneta negra, envuelta en una manta cálida, recién bañada después de semanas de no saber cómo se sentía el agua sobre mi piel. A penas tenía quince años y tiempo atrás soñé con el momento que estaba viviendo, pero en ese instante no me provocaba las sensaciones que creí que sentiría.
La mujer sentada en el asiento del copiloto es muy parecida a mamá, aunque con varios años menos, piel muy bien cuidada y cabello con el brillo del firmamento; esas son diferencias monumentales con mi progenitora, pero sabía que si mamá hubiese tenido una vida como la de su hermana, también habría poseído aquellas cualidades físicas.
Mi corazón dolía al pensar en mi madre, todo era muy reciente y se reproducía en mi cabeza como si acababa de pasar.
Tres semanas atrás habíamos logrado escapar del campo de concentración en el que éramos reclusas, perteneciente al país que me vio nacer: Corea del Norte; a papá no le importó sacrificar su vida con tal de que lo lográramos y mi madre no corrió con mejor suerte. El sueño de la añorada libertad se convirtió en la peor de las pesadillas y ni siquiera la podía comparar con mis años como prisionera.
Junto a mi madre y otras personas más que huíamos, caminamos por el desierto de Gobi, guiados por un hombre que aseguraba ser nuestra ayuda; íbamos rumbo a China y lograr llegar a ese país no nos alegraba del todo, puesto que allí todavía corríamos peligro.
China se esconde detrás de las palabras libertad y sueños, pero muchos de los que llegaban allí en busca de refugio, procedentes de Corea del Norte, solo encuentran más muerte o esclavitud. Mas era un riesgo que debíamos correr si queríamos escapar de aquel infierno al que fuimos condenados por hacer una llamada internacional a la familia de mamá.
Al llegar a China fuimos protegidas por un empresario que aseguraba que nos haría llegar con los Kishaba —la familia de mamá—, pero el maldito buscaba aprovechar la mercancía antes de entregarla y sus ojos fueron puestos en mí. No le importó que estuviese sucia, tenía un objetivo que ansiaba cumplir y lo haría a toda costa; mamá supo las intenciones de aquel mal nacido y antes de que me tocara, ella me defendió con uñas y dientes, convirtiéndose así en la nueva finalidad de aquel ser repugnante.
Durante años crecí escuchando un dicho famoso en Corea del Norte: «Las mujeres son débiles, pero las madres son fuertes» y lo comprobé la noche en la que mi madre se hizo violar y tras eso asesinar con tal de que me no me dañaran. El olor de su sangre todavía seguía en mi nariz, su rostro de horror se grabó en mi cabeza casi como leyes escritas en piedras y las risas estridentes de aquel hijo de puta, seguían atormentándome cuando cerraba los ojos.
Corrí de aquel lugar por órdenes de ella, lo hice sin parar hasta que mis pies sangraron y no podían más, me escondí durante días entre basureros y callejones de mala muerte, peleé por comida y dormí sobre charcos y asfalto hasta que unos hombres vestidos de ninja me encontraron. Me opuse a ellos cuando intentaron atraparme, luché con todas mis fuerzas para evitar que me llevaran porque temía que iban a regresarme a Corea del Norte, mas fue en vano; eran muchos y fuertes, peleaban mejor de lo que yo fui entrenada y tras sentir un pinchazo en mi cuello, caí en una profunda oscuridad.
Pero incluso ahí sentí miedo y lloraba de terror al imaginar que mis padres murieron en vano.
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Desperté horas antes de irme con Maokko, la hermana menor de mi madre, lo hice al escuchar el canto de los pájaros; apreté con fuerza los ojos por el brillo molesto que daba en mi rostro y dañaba mis retinas. Cuando me acostumbré a la luz miré para todos lados y me descubrí en un lugar desconocido y nuevo, ya que mis ojos jamás vieron lo que en ese momento veía. La superficie en la que me encontraba acostaba era demasiado suave, en nada se comparaba al rincón duro y apestoso en el que dormí desde que tenía cinco años, la tela que me cubría era muy delicada y diferente al papel que usé como sábana durante años, tan fina que hasta se trababa en mi piel áspera.
Salí de aquella superficie acolchonada cuando la puerta del cuarto donde estaba se abrió, me puse en posición de ataque y cogí un vaso de cristal que se encontraba en una especie de mesa, al lado del lugar donde antes estuve acostada, el vaso era más pesado de lo que imaginé; siempre bebí de mis manos u objetos de plástico, y, aquel tipo de vaso solo lo vi de lejos. En el campo donde me crie había unos pocos y los utilizaban solo cuando una persona importante llegaba a ver cómo marchaba el lugar de sus juegos.
—En definitiva, sí eres sobrina de Maokko —habló un tipo de piel café, llevaba muchos dibujos en su piel y vestía todo de negro, incluido un gorro que cubría su cabeza.
En sus manos portaba una especie de plato rectangular y en esa cosa se encontraba otro plato redondo, una taza y otro vaso. Había comida y bebida sobre eso, pero no reconocía de qué tipo ya que jamás vi más allá de arroz y agua.
—Mi nombre es Marcus, soy novio de tu tía Maokko. Ella está arreglando unos asuntos, pero pronto vendrá aquí para hablar contigo— siguió hablando.
Lo hacía en japonés y se notaba que se le dificultaba mucho esa lengua, pero lo intentaba.
Mi idioma es el coreano, pero mamá se aseguró de enseñarme su lengua y la llegué a dominar a la perfección, aunque hablarla me hacía ganar castigos espantosos, puesto que a los soldados que nos cuidaban, no les agradaba el no entender lo que estaba diciendo. Muchas veces los maldije y puteé en japonés, la recompensa por hacerlo eran días sin comer, pero era la única manera de decirles todo lo que me provocaban, ya que si se los decía en coreano, de seguro me habría ganado la muerte y no estaba dispuesta a morir en aquel infierno.
—¿Quiénes fueron los tipos que me atraparon? —pregunté, vi al hombre poner en una mesa la cosa que llevaba en sus manos y sacó una de las sillas que reposaban bajo de ella.
—No son tus enemigos, son personas que trabajan para nosotros y nos ayudaban a encontrarte. Tuvieron que sedarte al ver que no cederías tan fácil, pero no iban a dañarte. Maokko los envió para que te rescataran y trajeran acá —Sonrió amable, aunque para mí seguía luciendo peligroso—. Ven a comer, imagino que no has probado bocado en días y tienes que estar bañada y alimentada antes de marcharnos —pidió.
—¿Dónde estamos y a dónde iremos? —seguí con mi interrogatorio, las tripas me rugieron cuando el olor de la comida me llegó, pero necesitaba algunas respuestas.
—Ven a comer y te respondo mientras lo hagas —propuso—; y deja ese vaso ya que no es la mejor arma contra mí —El tono usado para decir eso fue divertido.
Miré el vaso y sin pensarlo lo golpeé en la mesita haciendo que se quebrara y un pedazo grande, puntiagudo y afilado quedó en mi mano.
—¡Mierda! —Lo escuché decir y sonreí.
—¿Sigue siendo inservible contra ti? —ironicé.
Por suerte no me lastimé y Marcus lo notó, sus ojos casi se desorbitaron al percatarse de la razón que me llevó a romper el vaso y tras negar con la cabeza, sonrió de nuevo, pero con más diversión que antes.
—Sí, tú también eres una Kishaba —aseguró como si antes todavía no lo tenía claro. Vaya suerte la mía —añadió.
La verdad, no entendí en qué contexto dijo lo último, pero me dio un poco de confianza y con cuidado llegué a aquella mesa. Comí todo lo que llevó para mí y solté algunas lágrimas en el proceso, mismas que intenté disimular frente al tipo que me cuidaba casi como si fuese una soldado más del campo de concentración.
Deseaba haber podido compartir esa comida con mis padres, celebrar que al fin éramos libres, aunque a veces intentaba convencerme de que de alguna manera, ellos también lo eran.
Maokko llegó rato después, mamá me habló de ella en repetidas ocasiones y siempre confió en que su hermana menor lograría dar con nosotros y nos salvaría de aquel calvario al que fuimos condenados —aunque para mí, llegó muy tarde—; casi la reconocí de inmediato, jamás vi una foto suya, pero escuché tanto de esa mujer, que sus rasgos me los sabía de memoria y ayudaba el que se pareciera a mi madre.
Le pregunté si sabía algo de su hermana y me dolió en el alma confirmar que en efecto, estaba muerta; Maokko pudo recuperar su cuerpo y aseguró que los malditos culpables ya estaban pagando por lo que hicieron y algo en su tono de voz me hizo creerle.
Después de tomar una ducha hicimos una pequeña ceremonia para despedir a mis padres y, aunque no era típico de mi cultura, acepté que cremaran el cuerpo de mi madre para así poder llevármela. Aquel proceso no era rápido, sin embargo, Maokko dijo que tenía métodos para lograr que lo hicieran pronto y tras obtener todo, salimos rumbo a Japón; al llegar fuimos recibidos por un contingente de personas que se ocultaban entre los transeúntes. Al parecer, la pequeña de los Kishaba tenía una doble vida y una influencia tremenda en un mundo que todavía desconocía.
—Descansa un poco, mañana nos reuniremos con mi jefa. Ella nos ayudará con lo que corresponde hacer contigo de ahora en adelante —pidió cuando estábamos en su casa.
No respondí a nada, me sentía reacia a ella. Su novio nos acompañaba y hablaban en un idioma desconocido para mí y por primera vez entendí a los mal nacidos que me custodiaban en el campo, pues odiaba no poder entender lo que decían. A la mañana siguiente y tras tomar una ducha, nos conducimos hacia algún lugar que todavía ignoraba. Tokio era hermoso, aunque todo me parecía así después de ver solo tierra, alambres con púas, árboles y campamentos de peleas.
Vestía ropa que Maokko me prestó y me cubría con una manta ya que me sentía más protegida, estúpido de mi parte al estar consciente de que solo podía protegerme con un arma improvisada, puños y patadas, pero me estaba pasando: me sentía vulnerable en un mundo que desconocía y cuando todavía no confiaba del todo en una mujer que llevaba mi sangre, y en su novio.
—¿Qué es esto? —pregunté sin dejar de ver la enorme casa frente a mis ojos.
Maokko sonrió divertida al ver mi admiración y sorpresa por aquel lugar tan majestuoso.
—Puedes llamarlo Templo o Monasterio Justiciero —explicó—, sé que tu madre debió hablarte mucho de ellos. Este es uno muy particular, ya que, fue creado para el servicio de La Orden a la que pertenezco —Recordé a mamá hablando de ellos en susurros, cuando me contaba las historias de su país y ciudad.
Ella las describía como torres de madera, de dos o tres pisos, con sus paredes hechas de un material casi transparente —que se asemejaba al papel maché con el que fabricaban los faroles que dejaban volar al cielo para sus ceremonias importantes—, cubiertos por techos que formaban una pagoda. Las historias detrás de esos lugares eran increíbles y siempre que mi madre los describía, me hacía soñar.
En mis sueños era una princesa guerrera que ayudaba a su príncipe a ganar las guerras más difíciles.
Aunque a quien creí mi príncipe, prefirió luchar sus guerras él solo.
—Vamos —dijo y me sacó de mis pensamientos.
Un hombre había llegado y le dijo algo en el idioma que hablaba con su novio.
En verdad ese Templo es muy distinto al de las historias de mi madre, pues sus paredes son de ladrillos, sus puertas del hierro más fuerte y es custodiado por demasiadas personas. No es en nada parecido a un lugar de paz, sino más bien se ve como una maldita fortaleza.
—Voy a ir a reunirme con unas personas, espera aquí y no te muevas porque puedes perderte. Ya después te mostraré el lugar —pidió Maokko y asentí.
La vi irse junto a su novio, ellos son una combinación muy graciosa y admiré el valor que tiene para estar con un tipo tan grande, con toda esa piel manchada y una actitud que podía poner a cagar hasta al dictador de mi país. Maokko es muy pequeña y menuda, yo lo soy aún más debido a mi mala alimentación y las condiciones en las que viví.
Miré a mi alrededor después de que ellos se perdieron entre unas puertas, el interior seguía siendo de ladrillo visto y las paredes altas estaban adornadas con todo tipo de armas; sabía que mis ojos brillaban al verlas, eran hermosas y en nada se comparaban a la daga de piedra que mi padre me forjó justo unos días antes de entrar a mi primer combate. Reconocí algunas luces que iluminaban el lugar como candelabros; las descripciones de mamá fueron perfectas. Nunca pude ver revistas y mucho menos la televisión y, los pocos recuerdos que tenía de mis días antes de entrar a aquel encarcelamiento, eran borrosos.
El piso es de madera o al menos así parecía, estaba tan brilloso que mi reflejo en él era como el de un espejo; no me reconocí al verme, mi piel, aunque quemada por el sol, se veía limpia y mi cabello parecía más suave después de las cosas que Maokko me hizo untarme en él. Su ropa, a pesar de que me quedaba un poco floja, era más adecuada para mi cuerpo que las piltrafas que usé por casi una década.
Respiré profundo el olor delicioso que envolvía todo aquel lugar y al acercarme a una pequeña mesa que adornaba los pasillos, descubrí un recipiente de madera y en él, delgados palitos que desprendían humo, la fragancia de antes salía de ellos y quise tomarlos, pero un grito proveniente de un salón aledaño a donde me encontraba, me distrajo por completo.
Dejé la manta en una silla que se encontraba cerca e ignorando la petición de Maokko, caminé hasta donde provenía el grito, comencé a escuchar más, era de una mujer y un hombre. Sonaba como si estaban peleando y curiosa por saber de qué se trataba, abrí la puerta sin pensarlo.
—¡Cuidado! —gritó una mujer en tono de terror.
Una daga estaba volando directo hacia mi rostro, mis reflejos estaban muy bien entrenados y antes de siquiera pensar en qué hacer, mi mano había reaccionado con vida propia y golpeó el arma justo a milímetros de que se clavara en mi frente, aunque logró hacerme un leve corte que sanaría dentro de unos días.
La mujer y el hombre que se encontraban en ese lugar me miraron estupefactos, limpié un hilillo de sangre que comenzó a correr de mi ceño hacia mi nariz y me preparé para una pelea cuando los vi acercarse a mí. La chica me decía cosas que no entendía, se notaba furiosa después de salir de su shock y solo me limité a verla con frialdad.
—¿No entiendes nada de lo que te digo? —Lo hice hasta ese momento, puesto que habló en japonés.
—No soy fácil de matar y antes de que lo logres, te aseguro que no saldrás bien librada —espeté. Hablando el idioma que al parecer también entendía.
—No quería lastimarte, ¿¡qué acaso no sabes leer!? —me sermoneó y empuñé mis manos dispuesta a irme sobre ella— El cartel en la puerta dice claro: «No entrar. Zona de entrenamiento». ¡Mierda! Pude haberte matado, chiquilla tonta.
—No sé leer y ya te dije: no soy fácil de matar —confesé y recordé.
Sí sabía leer, pero solo coreano.
El hombre de cabello amarillo brillante que la acompañaba le dijo algo, hablando de nuevo el otro idioma que ya me estaba hartando.
—¡Isa! —Escuché la voz de Maokko a mis espaldas, iba corriendo hacia donde nos encontrábamos— ¡Joder! Creí que llegarías pronto a la oficina del maestro Cho, estaba esperándote allí —Agradecía que ella se dignara a hablar en una lengua que yo conocía— ¡Mierda, Sadashi! Te dije que me esperaras en donde te dejé —me reprochó, pero se asustó al verme— ¿Estás bien?
Me alejé de ella en cuanto intentó cogerme el rostro, era mi única familia, pero mi habilidad para confiar en las personas estaba desfasada y todavía no me sentía del todo cómoda con ella.
—Solo fue un rasguño, sanará pronto. Estoy acostumbrada a peores —solté y me miró un tanto extraña.
—¿Es tu sobrina? —quiso saber la mujer que casi me atravesó la cabeza con una daga. Maokko asintió y el rostro de molestia de la tal Isa desapareció de inmediato— Tiene unos malditos reflejos —Su forma de maldecir se contradecía con la emoción en su voz— y ya veo que la fanfarronería es parte de la sangre Kishaba —añadió y Maokko sonrió divertida.
—Créeme que ahora mismo estoy odiando esa actitud —soltó viéndome molesta por haberle desobedecido.
Ambas se metieron en una conversación que no entendí y decidí alejarme, aunque el hombre con cabellos de sol se acercó a mí y me sonrió amable, pero detrás de la amabilidad siempre se escondían segundas intenciones, así que me mantuve alerta a lo que haría.
—Solo déjame limpiarte ese corte y ponerte algo, si no se te hará una cicatriz bastante fea para tu delicado rostro —dijo cuando me alejé de él.
También sabía hablar mi segundo idioma.
—No necesito limpiar o ponerme nada, sanará en unos días y no dejará huella, al menos no en comparación a mis marcas —solté y solo esperaba que no se pusiera a preguntar nada.
—No permitamos que se haga otra marca —sugirió—. Soy amigo de Maokko y desde ahora si quieres, también tuyo —comentó.
—¿Amigo? —Me reí al decir tal cosa— No existen. Dejemos en que eres conocido de alguien que lleva mi sangre y te repito: mi corte sanará, estoy acostumbrada a mis marcas y ya no me molestan. Una más no hará ninguna diferencia.
El tipo se sorprendió por mi respuesta y vi en sus ojos que se rindió, aunque también noté lástima y odié tal cosa.
Mi vida fue y era dura, sin duda alguna; crecer en un campo de concentración desde los cinco años, condenada a pagar por algo que no hice y que tampoco fue grave, había sido mi destino. Peleé desde la edad de ocho años por comida, ropa y derecho a tomar un baño por cada dos semanas; recibí golpes y heridas que casi me llevaron al borde de la muerte, pasé por castigos que me mantuvieron en agonía por noches enteras y tuve que enfrentarme a mis peores demonios cuando arrebaté vidas con tal de que no me quitaran la mía o la de mis padres. Claro, muchos podían sentir lástima por eso, pero no estaba en Japón por lo que ese sentimiento provocaba, no.
Estaba ahí porque mis padres dieron la vida para que obtuviera mi libertad, me convertí en una huérfana libre y no estaba dispuesta a que nadie me viera como ese tipo lo hacía. Mi cuerpo, en efecto tenía muchas marcas, toda mi columna vertebral fue tatuada con heridas, mi sangre fue la tinta y una daga, la aguja que me marcó como propiedad del Campo de Concentración 666 y odié cuando me las vi, quise quemarme la piel para borrar aquello, pero Kwan —el tipo que en su momento creí mi príncipe— me enseñó a verlas como mi fortaleza y desde ese entonces, cada cicatriz que mi cuerpo recibió, fue un tatuaje de fuerza.
Así que no, nadie tenía por qué verme con lástima, era una sobreviviente, de las pocas que lograba escapar de aquel infierno.
—Maokko me informa que está siendo un poco difícil para ella, tratar de entenderte y que te abras con tus sentimientos —comunicó rato después la mujer llamada Isabella.
—No tengo sentimientos, no sé por qué espera que abra lo que no poseo —expliqué.
Tanto ella, Maokko y su novio, se encontraban conmigo en una especie de oficina, así le llamaron todos.
—Cuando asesinaron a Akiko frente a tus ojos, imagino que no sentiste felicidad. Aunque si dices que no posees sentimientos, imagino que en realidad te dio lo mismo —enfatizó y empuñé mis puños con fuerza.
¿Quién mierda se creía esa tipa?
—La familia es debilidad, lo aprendí desde que tengo uso de razón, pero te aconsejo que no intuyas lo que sentí cuando violaron y asesinaron a mi madre frente a mis putos ojos —bramé entre dientes. Ella sonrió leve con mi respuesta—. Maokko puede tener mi sangre, pero no la considero mi familia, ya que se supone que la familia está cuando más lo necesitas y ella no estuvo en el momento que más requerí de su ayuda —confesé lo que me venía tragando desde que se cruzó conmigo en China.
—Está cuando más la necesitas —enfatizó la mujer de cabello café dorado frente a mí.
—Perdiste a tu madre, pero yo también perdí a mi hermana —habló Maokko—. Y si no sabes, no hables, Sadashi. Las busqué durante años, pero meterme a Corea del Norte, era ir derecho a la boca del lobo y si me atrapaban, nadie más las sacaría de ese infierno y sí, puede que tus padres murieran, sin embargo, ellos sabían los riesgos e incluso así los tomaron. Tuve que conformarme con salvarte a ti y perder a mi hermana, la decisión no fue fácil, mas tu madre así lo quiso.
Me mordí la lengua para no decir nada, conocí a mi madre a la perfección y estaba consiente de que ella decidió que yo viviera por encima de su propia vida.
—Está claro que no estás preparada para vivir con Maokko y ella tampoco para lidiar contigo y el duelo que atraviesa por la muerte de Akiko, así que hemos tomado la decisión de que te quedes un tiempo aquí en el Monasterio —informó Isa—. Te tomaré bajo mi tutoría y te enseñaré a pulir tus destrezas, pero, sobre todo, te enseñaré a respetar y a que veas a tu familia como una fortaleza; dentro de tres semanas nos mudaremos a Italia y allí estudiarás y te convertirás en lo que debiste ser desde un principio.
—Puedo decidir por mí —mascullé.
No sabía si Italia era una ciudad más de Japón, aunque el nombre sonaba raro y no tenía nada que ver con el país en el que estábamos, pero era una ignorante de momento.
Mis conocimientos se basaban en Corea del Norte y su dictadura.
—No, no puedes. Maokko es tu tutora legal y ella me ha cedido tus derechos; así que si dices no tener sentimientos, pues que te importe un carajo lo que haremos contigo de aquí en adelante.
—¡Eres una dictadora de mierda más! —grité— ¡Y ya estoy harta de que me quieran gobernar la vida! He probado la libertad y libre me voy a quedar —aseguré.
Isabella sonrió con malicia.
—Caleb te enseñará tu nueva habitación y se te proveerá de ropa adecuada para estar aquí. Desde mañana a las cuatro de la madrugada comenzaremos con tu entrenamiento y nueva vida. Esta dictadora de mierda te mostrará lo que es la libertad y el respeto, cuando te lo ganes —Negué, estaba estúpida si creía que me iba a someter—. Y te aconsejo que no intentes escapar porque las personas que viven aquí pueden llegar a ser peores que los soldados que te custodiaban antes y tienen órdenes de darte unos azotes si te portas mal.
Vi a varios tipos llegar, había mujeres también. Caleb, el chico rubio estaba incluido en ese grupo de personas y me sacaron de la oficina en la que estábamos.
Pensé en demostrarle a Maokko e Isabella lo mucho que se equivocaron conmigo, las odié a las dos por darme órdenes, por quererme quitar lo que yo creí que era la libertad, pero con los días en aquel Templo y después mi nueva vida en un país llamado Italia, descubrí de lo que me estaba perdiendo con mi actitud altanera.
Con el tiempo respeté a mi Sensei —Isabella Pride White y entendí a tía Maokko, mi única familia de sangre. Conocí a Grigori y La Orden del Silencio, organizaciones que pronto se convirtieron en mi nuevo hogar; estudié nuevos idiomas y por fin llegué a entender lo que Marcus y los demás hablaban. Me gané la confianza de personas que me brindaron su ayuda sin pedir nada a cambio, lo hicieron solo por el simple gusto de verme convertida en una buena mujer.
Cursé mis estudios básicos en línea, ya que a pesar de todo, no lograba confiar en nuevas personas que estuvieran en mi alrededor; supongo que había cosas que no cambiaban. Y con los años, llegué a obtener un puesto muy importante en La Orden del Silencio, hasta que aquella misión llegó y mi pasado me encontró.
Una vez más Kwan Jeong, el chico que consideré mi mejor amigo y mi primer amor, me hizo caer hasta lo más bajo.
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